El “Cotton Boom” y la cría de lanares

Carlos Antonio López (1792-1862)

A raíz del “Cotton Boom”, de la crisis algodonera, Inglaterra había concedido a los estados del Sur de EE.UU. “subsidios” en concepto de adelantos sobre algodón.  Los mismos –que fueron entregados en dos cuotas-, ascendían a trescientos quince millones de dólares.  Inglaterra calculaba que los Estados del Sur, se impondrían rápidamente.  Pero, al transcurrir el tiempo y advertir que la guerra seguía, y que de una producción de 4.500.000 libras de algodón en los Estados del Sur, en 1861, se pasaba a sólo 300.000 en 1864, con 250.000 obreros ingleses de Lancashire en la calle y 160.000 que sólo trabajaban cuatro horas diarias, se extremaron los esfuerzos para solucionar la crisis.

Ratificando lo que hemos sostenido con respecto al ataque de México, en lo que concierne a la instrumentalización que hizo el Foreign Office de Napoleón III, y que según los cálculos de Gran Bretaña no podían culminar con un triunfo definitivo de Francia en México, recordemos que en Washington se entrevistaron el embajador francés y Horace Greely, el astuto diplomático norteño, sin resultado alguno.  Los estados del sur, le ofrecen a Napoleón III, 100.000 fardos de algodón, a cambio de barcos destinados a quebrar el bloqueo.  En julio de 1862, llega a París, Mr. Slidell, delegado del Sud.  Como consecuencias de esta misión, Francia pide a Washington una tregua de seis meses, que permita embarcar algodón.  El gobierno norteño se niega.  Francia recibe para su deteriorada industria 100.000 fardos de Egipto, que le sirven de momentáneo alivio.  Inglaterra sólo la insignificante cantidad de 200.000, provenientes de Siam, Brasil, India y Egipto.

Es en estos momentos que Inglaterra desespera por encontrar un sucedáneo del algodón.  La lana puede serlo, y por ende, los cónsules británicos reciben instrucciones relativas a la necesidad de fomentar activamente la cría de ovejas.

Al comenzar el “Cotton Boom”, con los primeros efectos de la crisis, en 1862, tras una momentánea caída de precios, la lana va encontrando niveles cada vez más altos de cotización en el mercado mundial, sufriendo una brusca caída en 1867, en que baja a sólo 23/4 d. la libra, precisamente cuando termina la crisis del algodón.

La actividad servil de Urquiza, su sumisión política, está ligada estrechamente a la crisis algodonera, y al alza de precio de la lana, que el estanciero entrerriano no deja de aprovechar, a través del Banco de Londres y Río de la Plata, el que comercializa y financia la abundante producción ovina de sus estancias.

Por su parte, al ideólogo Juan Bautista Alberdi, tampoco se le escapó la importancia y significación de la crisis algodonera.  El 24 de marzo de 1861, desde París, le escribe al canciller argentino Francisco Pico: “Entre tanto es imposible desconocer el efecto favorable que la crisis de Norte América ejerce respecto de los países de Sud América señalados como más propios para la producción de algodón, pues esta consideración es hoy de grande auxilio para las empresas argentinas del Ferrocarril de Córdoba y de la navegación del Río Salado.

“El señor Weelwright, que está hoy en Londres lo ha comprendido así y trabaja con más esperanzas que nunca para llevar a cabo la formación del capital que debe aplicarse a la construcción de esa vía férrea”.

Alberdi, sin embargo, se engañaba.  La crisis del algodón no sólo no beneficiaría a nuestra nación, sino que por el contrario, contribuiría a arrastrarla al sacrificio de una guerra imperialista, en la cual jugaría un destructivo papel, quedando en consecuencia agotada financieramente y en poder de una clase envilecida, servil y apátrida.

El “Lope Tiempo” y la libre navegación

La búsqueda del algodón y de su zona de cultivo, no sería la única causa de planificación de la guerra por parte de Inglaterra.  Desde la caída de Juan Manuel de Rosas, la libre navegación de los ríos fue uno de los objetivos inmediatos y fundamentales de la diplomacia extranjera en la parte sur del continente.  Eliminados los EE.UU. por la guerra civil, descartada Francia por su alianza con Inglaterra y por la crisis europea, sólo su Británica Majestad, estaba en condiciones de llegar por los ríos hasta Asunción.

La libre navegación a través del río Paraguay, no sólo le abría la posibilidad de imponer el libre cambio a los paraguayos, y de capturarles el algodón, la yerba mate y el tabaco.  La libertad de ese río, permitía también la comunicación comercial con Bolivia, a través del Bermejo y del Pilcomayo.

El “Lope Tiempo” –la época de los López- se caracterizaría, precisamente, por ser una etapa de resistencia a esa penetración.

En 1846, Carlos Antonio López, reformó la ley de aduanas paraguaya.  En la reforma se establecía la libre importación de máquinas e instrumentos de agricultura, industria, artesanado y ciencia “que no se fabricaran o no estuvieron todavía en uso en la República”.  También se creaban dos tipos de derecho de importación: las telas de seda, lanas, tul, relojes, muebles de madera, ropas hechas, calzados, vinos y licores, aguardientes, cervezas, tabaco negro, sal, manteca y perfumes, con un 25%.  Todos los demás productos, con un 20%.  En cuanto a la exportación, fue gravada con un 8% el añil, tabaco negro, rapé o polvillo, harina de trigo, vinos, aguardientes, vinagre, licores fabricados en el país, azúcar, arroz, jabón, grasa, cera blanca y miel de abejas.  Con un 10% se gravaba la salida de oro.

Todo este sistema aduanero estaba, además, tutelado por un cobro riguroso de derechos de navegación y estadía en aguas paraguayas.  En 1864, Francisco Solano López aumentó la tarifa a la importación.  El 6 de setiembre de ese año, desde Asunción, Edward Thornton, le escribiría a Lord Russell una carta en la que, después de hacerle una “trágica” descripción del Paraguay, y de la “tiranía”, le diría: “Los derechos de importación sobre casi todos los artículos son de 20 ó 25 por ciento “ad valorem”; pero como este valor se calcula sobre el precio corriente de los artículos, el derecho que se paga alcanza frecuentemente del 40 al 45 por ciento del precio de factura”.  Este era el “quid” de la cuestión: el proteccionismo paraguayo.  Por eso, luego de dar datos sobre el ejército paraguayo, el diplomático británico sostendría: “… La gran mayoría del pueblo es suficientemente ignorante como para creer que no hay país alguno tan poderoso o tan feliz como el Paraguay, y que ese pueblo ha recibido la bendición de tener un Presidente digno de toda adoración…”.  Por eso también la carta advertía al Jefe del Foreing Office: “Si a la larga se produjera una revolución, sería traída por los paraguayos que ahora se educan en Europa, o sería la obra de una invasión extranjera o de un ejército paraguayo en campaña exterior”.

Las sugerencias no podían ser más claras y precisas. 

Era el proyecto político económico de José Gaspar de Francia, continuado con algunas concesiones por Carlos A. López, de crear un Estado moderno, nacional y proteccionista, el que se consolidaría con el hijo de Carlos Antonio.

Inglaterra no podía tolerar esta realización política, que no sólo la afectaba en sus intereses económicos, sino que creaba un modelo proteccionista peligroso que podía servir de ejemplo a los demás pueblos americanos.  Inglaterra con claro espíritu conservador y fría duplicidad diplomática, levantaría la bandera de la monarquía, a fin de frenar los movimientos democráticos defensivos de las masas hispanoamericanas, pero para derrotar efectivamente al Paraguay, movilizaría a un tiempo, a las interesadas oligarquías locales, incluida la muy “republicana” mitrista.

Mitre, al buscar tenazmente para su partido, un triunfo político decisivo, encandilado por las seducciones de la diplomacia británico-brasileña, sabía perfectamente, sin embargo, lo que pretendían los ingleses con la Guerra al Paraguay.  “Los soldados aliados –diría- muy particularmente los argentinos, no han ido al Paraguay para derribar una tiranía, aunque por accidente ese sea uno de los fortuitos resultados de su victoria.  Han ido a (…) reivindicar la libre navegación de los ríos”.

El 4 de mayo de 1865, Mármol le escribe a Elizalde, acusándole recibo de su anterior del 25 de abril, en la cual este último le ha avisado de la “invasión de los bárbaros” paraguayos sobre Corrientes.  Recibe antecedentes, también en esa carta, para la suscripción de la Convención Aduanera.  Se le advierte, asimismo, que “él no debe abrir negociación alguna de límites”, hasta que el Gobierno no le de nuevas órdenes.  A los pocos meses se firmará la convención aduanera de Itapirú, ampliamente favorable para los “rabilargos”, como llamaban los paraguayos a los brasileños.  El puerto paraguayo de Itapirú, ocupado por los aliados, entraba ya en el “ventajoso” y “democrático” sistema del libre comercio.  Era una anticipación prematura de lo que ocurriría con todo el Paraguay, luego de su derrota.

“Para los humildes y heroicos campesinos del Paraguay el porvenir reservaba agonías sin nombre.  El terrible conductor cuya férrea voluntad los llevaba adelante y les infundía trágico valor, había recogido en su propia persona todas las pulsaciones de la vida nacional, y cuando murió (el último de aquella banda irreductible de espectros hambrientos y desnudos), espada en mano, en las riberas de Aquidabán, parecía al principio que el Paraguay estaba muerto, y lo estaba en cierto sentido.  Los aliados fueron a libertar a los guaraníes de su tirano, a abrir de par en par las puertas a la “civilización moderna”, en forma de concesiones, financiación, inversiones extranjeras y otras emanaciones de la Bolsa de Berlín, Londres, Nueva York y Buenos Aires.  Las bendiciones del “laissez faire” reemplazaron a los males del “paternalismo” y, como de costumbre, el campesino se convirtió en peón explotado y sin tierra.  Pero todo yacía en el futuro, en aquella aurora en que los jóvenes reclutas creían que el estar vivos era la bienaventuranza u odiaban sordamente a sus patrones” sostendría el norteamericano Pelham Horton Box, en página ya célebre.

Instrumentadas por el Foreign Office, las oligarquías del Brasil, Argentina y Uruguay, se arrojarían sanguinariamente, en nombre de la libertad, sobre el Estado más libre de América.  El auténtico pueblo argentino, dirigido por Felipe Varela, lucharía por el Paraguay proteccionista y republicano.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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