Prilidiano Pueyrredón

Prilidiano Pueyrredón (1823-1870)

Nació en Buenos Aires, el 24 de enero de 1823, hijo de Juan Martín de Pueyrredón y María Calixta Tellechea y Caviedes. Desde niño tuvo vocación por el dibujo, y es probable que aprendiera las primeras nociones con un esclavo de la familia, el artista Fermín Gayoso. Hizo sus estudios en el Colegio de la Independencia que regenteaba el profesor Percy Lewis, distinguiéndose por su aplicación.

En 1835 viajó a Europa con sus padres, conservándose de esa época algunos apuntes y aguadas. Regresaron en 1841, y al hacer escala en Brasil permanecieron en ese país cerca de tres años. En 1844, viajó nuevamente a Europa, y en Florencia realizó estudios de pintura. No los hizo acompañado de Mariano Agrelo y Claudio Lastra, como dice José León Pagano, porque cronológicamente no era posible.

En París inició la carrera de arquitectura en el Instituto Politécnico de esa ciudad, donde se recibió de ingeniero. De un viaje a España, ha quedado su acuarela Ciego popular pintado en Cádiz, hacia 1846. Perfeccionó además, los conocimientos de dibujo y pintura, frecuentando academias de grandes maestros franceses.

Fraternizó con su primo Nicanor Albarellos, que estudiaba medicina en París, y cuya camaradería se renovará años más tarde en Buenos Aires.

Regresó a la Argentina en 1849. Su vida era holgada, sin privaciones ni sacrificios. Había heredado de su padre una cuantiosa fortuna. Por entonces dirigió y asesoró muchas obras arquitectónicas. En Olivos construyó la mansión de Miguel Azcuénaga (hoy Quinta Presidencial) y la casa principal de su chacra Bosque Alegre, en San Isidro, que heredara a la muerte de su padre, el 14 de marzo de 1850. Al año siguiente volvió a Europa con su madre a causa del disgusto amoroso con Magdalena Costa, de la cual dejó un retrato inconcluso. Antes de partir, pintó el famoso retrato de Manuelita Rosas.

Vivió dos años y medio en Cádiz, donde mantuvo amistad íntima con una joven del lugar llamada Alejandra de Heredia con la cual tuvo una hija.

Regresó a Buenos Aires en 1854 e inmediatamente comenzó a actuar como técnico del Municipio con carácter “ad honorem”. Por más de diez años fue el arquitecto asesor de casi todas las obras públicas que se realizaron en la ciudad, sin abandonar por ello su producción pictórica, que fue extensa y documental.

Entre las obras que llevó a cabo, figuran: la refección de la iglesia del Pilar (1856), reforma y ampliación del Hospital de Alienados (1856), la transformación de la Plaza de la Victoria (1856), donde hizo plantar trescientos paraísos; la reforma de la antigua Pirámide de Mayo (1856-57), reforma del templo de Quilmes (1857); planos de la Casa de Gobierno, antiguo Fuerte (1858), etc.

En 1857 fue elegido concejal municipal por la parroquia de Catedral al Norte, pero renunció a ese cargo. Fue también propuesto como Jefe de Policía, e igualmente lo rechazó.

A partir de 1856, se dedicó a los negocios de hacienda (con Iraola y Azcuénaga), y para aumentar su capital, vendió la chacra de San Isidro a su primo Manuel A. Aguirre, y en manos de esa familia quedará hasta que fue adquirida por la Municipalidad de San Isidro, a título de Monumento Histórico.

Ha escrito Nicolás Granada que “Serán para siempre inolvidables para mí aquellos lejanos días de la quinta de San Isidro cuando junto con Prilidiano, él achicándose hasta mis años, yo orgulloso de la amistad íntima y francamente confidencial de aquel hombrazo, vagábamos…. con los fuertes bastones de andarines que se había hecho cortar de los talas del Bosque Alegre (la chacra de Pueyrredón), para apoyarnos en esas largas jornadas a través de las hortalizas y maizales de su propiedad señorial de una legua de fondo…” Nicolás Granada llevaba la caja de colores y Prilidiano un banco y caballete plegadizo. Pintaba lo que se le antojaba, en estos paseos, y cantaba trozos de sus óperas favoritas (Los Hugonotes, por ejemplo). Cuando volvían a la casa de barranca, traían “notas pintadas” y perdices, pues Prilidiano era aficionado a la caza.

Al llegar los restos de Rivadavia en 1857, el gobierno le encargó el boceto de la carroza fúnebre, que tenía siete varas de alto, rematada por una colosal urna y trofeo con las armas de la República.

En 1858 realizó el proyecto de la Capilla del Cementerio del Sur, e intervino en la ampliación del Hospital General de Hombres. En ese año, presidió la comisión encargada de organizar una Exposición Nacional de Arte, una Academia de Dibujo y Pintura, y un Museo de Bellas Artes que integraban J. M. Murature, Antonio Somellera, Joseph Dubourdieu (que realizó las esculturas del tímpano de la Catedral) y Juan Bedat. La situación política imperante hizo fracasar dicha empresa. Pueyrredón pintó para presentar en esa proyectada exposición un notable retrato de Santiago Calzadilla, con su traje cotidiano en actitud natural, que fue expuesto en el Almacén Naval de Fusoni Hnos. (1), en abril de 1859.

A fines de 1860, hizo un retrato de Garibaldi que obsequió a la Sociedad Unione e Benevolenza, siendo también exhibido en la casa Fusoni, al igual que el de José Iraola.

En 1862 se trasladó con su madre a la quinta de Cinco Esquinas –donde había nacido- en la calle Libertad esquina Juncal, y en su casa del centro, Reconquista Nº 49, esquina Piedad, instaló en la planta alta un taller de pintura, con todo el dispendio que le permitió su fortuna.

En la casona de la quinta había un altillo que utilizó también como taller, cuando quería crear en soledad, pues tenía ante sus ojos el paisaje de la costa, desde Palermo hasta San Isidro, que le servirá para inspirar muchos de sus cuadros. Fue el primero en reproducir plásticamente esos trozos de vida ribereña.

En su estudio de la calle Reconquista, a pocos metros de la Plaza de la Victoria, se llevaban a cabo todas las tardes reuniones de las que participaban las figuras de mayor relieve de la ciudad, atraídas por el talento y ameno trato del artista.

En 1861 construyó el puente giratorio de Barracas que, a consecuencia de la naturaleza cenagosa del suelo, quedó destruido poco más tarde. Lo volvió a construir en 1867, en colaboración con el ingeniero Otto von Arnim invirtiendo la suma de dos millones de pesos para salvar su responsabilidad, y fue inaugurado poco después de su muerte. Asimismo, con Sordeaux trabajó en la perforación de pozos artesianos para solucionar el problema de la falta de agua corriente en Buenos Aires.

A comienzos de 1869 su salud acusó un quebranto serio. La diabetes que padecía se hizo aguda y repercutió en su vista. Para aliviar sus ojos usaba anteojos oscuros que daban a su rostro una expresión extraña. Tras la muerte de su madre, su pesar se hizo más hondo, agravándose, hasta que falleció en Buenos Aires, el 30 de octubre de 1870, soltero, a los 47 años de edad, siendo enterrado en el Cementerio de la Recoleta.

Fue uno de los precursores de la pintura argentina y autor de una obra tan extensa como varia, difícilmente comparable en su maestría, que rozó la perfección, dentro del panorama del arte de su época en esta parte de América.

Era un hombre alto, corpulento, ojos grandes e inquietos, provisto de una acentuada calvicie, y un poco sordo. Refinado e intelectual, con gran conocimiento de muchas materias, de conversación variada y agradable, hablaba seis idiomas; era amigo de la buena mesa. Muy afrancesado.

Sus obras rurales y urbanas, naturalezas muertas, cuadros histórico-militares y retratos, fueron numerosos. Firmó sus pinturas con el alfónimo “P.P.P.”, que para E. Schiafino significaba “Prilidiano Paz Pueyrredón”, y Romero Brest agrega el de “Prilidiano Pueyrredón pinxit”, según el hábito latino. Más significativo es el estribillo con que Pueyrredón se calificaba: “Yo me llamo Pedro Pablo Prilidiano Pueyrredón, pobre pintor que pinta puertas por poca plata”.

Sobre un total de 223 obras registradas por Alfredo González Garaño en el volumen que la Academia Nacional de Bellas Artes le dedicó a Pueyrredón (1945), 137 son retratos, en gran mayoría pintados al óleo y de una sola persona, abundando los de media figura o de figura casi completa, pocos los de cuerpo entero.

De sus Autorretratos se conocen dos óleos, un dibujo y una acuarela. En esta última existente en el Museo Mitre se lo ve con una indumentaria de cazador, “breeches” y botas acompañado de un perro. En cambio el que posee el Museo Colonial e Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Enrique Udaondo”, se encuentra en plena labor, con una paleta en mano bosquejando un retrato, todo pintado con inspiración romántica.

Hay un óleo excepcional por su plasticidad: el inconcluso retrato de Magdalena Costa de Ferreira (1851); el cuadro de Cecilia Robles de Peralta Ramos y su hijo Jorge (1861, Museo Nacional de Bellas Artes), uno de los retratos más valioso por su calidad expresiva; el de Manuela Rosas de Terrero (1850-51), que le permitió el lucimiento de su expresión sicológica y el deslumbre técnico del vestido de terciopelo rojo con encajes; el retrato de su padre, el general Pueyrredón, hoy en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, obra de mayor madurez, donde el colorido es moderado, grave y vigoroso, al igual que el de Julián Segundo de Agüero. Como contraste, se encuentra el de Rosario Perichón Liniers de Estrada, por su juventud, gracia y seductora distinción. Los retratos de Bustamante de Juárez (sin fecha), de Santiago Calzadilla y su esposa Elvira Lavalleja, ambos de 1859 (Museo Nacional de Bellas Artes) los más sólidos que pintó jamás, y el de Enrique de Lezica.

Acercándose al verismo sicológico están los de Miguel de Azcuénaga, Nicolás Granada, Juan Bautista Peña, y el del general Wenceslao Paunero, entre otros. Sus óleos Los Gauchos como La Paz del Rancho, el nombre que Pueyrredón le dio al cuadro denominado hoy arbitrariamente Un alto en el camino, son de técnica minuciosa, como el de El Rodeo, de 1861; San Isidro (1867), sugestivo y encantador; Un patio porteño de 1850, y Lavanderas en el Bajo Belgrano (1865, Museo Nacional de Bellas Artes), se distinguen por la riqueza de la composición y la vivacidad del color. Las pocas acuarelas existentes en dicho Museo, entre las que se destacan La quinta de Hale, La era y Pescador, sirven para mostrarnos delicados paisajes de empaste jugoso, hechos con soltura.

Pueyrredón cultivó también la naturaleza muerta, dejó algunos desnudos como La Siesta, que fueron juzgados como “indecentes”, y otro tanto ocurre con el de la mujer dentro de la bañadera, medio cuerpo fuera del agua que pintó en 1865, obras nada indecorosas, pero que fueron atacadas por los prejuicios de la época, y muchas de ellas, destruidas por manos demasiado puritanas e ignorantes del arte. Precisamente, es esta diversidad, una de las pruebas de su genio, puesto que él, como todo auténtico artista, supo imponer a cada una de sus obras un sello personalísimo, es decir, supo darles características propias y bien definidas.

Referencia

(1)Se hallaba en la Calle Cangallo 99. Estaba dedicado a la venta de productos vinculados a las artes y oficios –desde vidrios, metales, papel pintado o espejos; hasta pinturas, esculturas o joyería-, hacia finales de la década de 1850 Fusoni se transformaría en el mayor importador de objetos vítreos de la ciudad. Su peculiaridad residía en combinar la oferta de bienes variados con la gran afluencia de público, y se caracterizaba también por oficiar de lugar de intercambio entre los artistas, donde estos -además de comprar sus elementos de trabajo- compartían experiencias, conceptos y aprendizajes, nutriéndose unos de otros. Aparte de sus actividades comerciales, Fusoni oficiaba como un escenario propicio para la exposición artística, teniendo en sus vitrinas obras pictóricas del propio Pallière, Pueyrredón y Sheridan, entre otros. Considerada como “la antesala de los Salones Nacionales”, en cierto sentido este sitio impulsó bases de circulación y criterios de exhibición para lo que serían las exposiciones del Ateneo a fines del siglo XIX y luego, la primera muestra de Arte Nacional.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1968).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Granada, Nicolás (artículo necrológico) en La Tribuna, Buenos Aires (1870)
Masán, Lucas Andrés – El Álbum Palliére y la cultura visual durante la década de 1860 en Buenos Aires. – Buenos Aires (2017)
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