Combate de Cañada de Gómez

Asesinato del Gral. Venancio Flores, el degollador de Cañada de Gómez. Oleo de Juan Manuel Blanes

Hacia 1861 presidía la República el doctor Santiago Derqui, quien pasaba los días durmiendo, ajeno al acontecer político.  Sus antecedentes unitarios lo inclinaban al partido liberal, pero le debía la presidencia a Urquiza, y era hombre leal.  Los mitristas (Mitre, gobernaba Buenos Aires) quisieron tentarlo: Marcos paz le ofreció consolidarlo en la presidencia, dándole “el poder implícito en el cargo” que hasta entonces no tenía, pues las cosas las manejaba Urquiza desde su palacio San José, además de gloria imperecedera y las bendiciones de los pueblos (1) siempre que gobernase con los liberales y expulsara a Urquiza.  De esta manera los liberales no aparecerían alzándose contra el orden constitucional sino por el contrario apuntalándolo contra un caudillo molesto.  Pero Derqui prefirió jugarse con Urquiza.

Como los mitristas no consiguieron a Derqui, buscaron al mismo Urquiza.  Correveidiles misteriosos fueron y vinieron del campamento de Mitre al del general de la Confederación.  Hubo reuniones secretas “para tratar la paz” en buques anclados en el río.

Batalla de Pavón

El 17 de setiembre de 1861 chocan los ejércitos cerca de la estancia de Palacios junto al arroyo Pavón, jurisdicción de Santa Fe.  La caballería porteña se desbanda; ceden la izquierda y la derecha ante el empuje de las cargas federales.  Apenas si el centro mantiene una débil resistencia que no puede prolongarse.  Mitre toma el camino de San Nicolás, la ruta de los derrotados en la zona (Rondeau en 1829, el mismo Mitre en 1858).(2)

Pero algo ocurre a los victoriosos, pues no coronan su victoria.  Inexplicablemente Urquiza también se retira del campo.  Lentamente, al tranco de sus caballos, los jinetes entrerrianos se van. Es una retirada con ralentisseur para demostrar que es voluntaria.  Inútilmente los generales Benjamín Virasoro y Ricardo López Jordán –en partes de batalla fechada “en el campo de la victoria”- hacen saber a su jefe el triunfo obtenido.(3)  Creen en una equivocación de Urquiza.  ¡Si nunca ha habido triunfo más completo!  Pero Urquiza no solamente sigue su retirada sino que ordena la de todos los suyos.  En Rosario se embarca para Diamante con las divisiones entrerrianas.  Mitre, detenido en su fuga por el inesperado cariz que tomaban las cosas es invitado gentilmente a recoger los laureles de su primera y única victoria militar.

¿Qué pasó en Pavón?… Es un misterio no aclarado.  Solamente pueden hacerse conjeturas: que intervino la masonería fallando el pleito a favor de los liberales y sin que Urquiza pagara las costas (las pagó el país); que un misterioso norteamericano, de apellido Tateman, fue y volvió de uno a otro campamento en un carruaje con inmunidades; que Urquiza desconfiaba de Derqui y prefirió arreglarse con Mitre dejando a salvo su persona, su fortuna y su gobierno en Entre Ríos.  Todo puede creerse menos lo que dijo Urquiza en su parte de batalla: que abandonó el campo de lucha “enfermo y disgustado al extremo por el encarnizado combate”.(4)  ¡Urquiza! ¿El curtido veterano de cien hecatombes con desmayos de niña clorótica….?

Derqui, ingenuamente, intentará la resistencia.  El grueso del ejército nacional fue puesto a las órdenes del general Sáa hasta el regreso de Urquiza.  Porque cree en la enfermedad de Urquiza, le escribe deseándole “un pronto restablecimiento” y rogándole que “vuelva cuanto antes a ponerse al frente” pues está intacto.  Mitre que anunciaba su victoria por el trompeteo de los periódicos porteños no puede moverse de la estancia de Palacios pues no tiene caballada; si Urquiza volviese, en una sola carga daría cuenta de los porteños.

Pero Urquiza no vuelve, no quiere volver.  El 27 de octubre, a cuarenta días de la batalla, el inocente Derqui todavía escribe al sensitivo guerrero interesándose por su enfermedad y rogándole que “tome el mando si su salud se lo permite”.(5)

Finalmente Mitre, que no las tiene todas consigo y está desconcertado por la victoria, empieza a moverse de Pavón a Rosario.  Cuidadosamente limpia el camino de todo hombre en edad de combatir.  Sarmiento, desde Buenos Aires, se lo aconseja al saber la noticia de pavón: “no trate de economizar sangre de gauchos.  Este es un abono que es preciso hacer útil al país.  La sangre es lo único que tienen de seres humanos”.(6)  Aquella es una guerra social: la victoria estará en la eliminación del pueblo.  Agrega Sarmiento en la misma carta: “Para Urquiza, o Southampton o la horca”.

Ni una ni otra.  Urquiza quedará en Entre Ríos y no perderá una sola de sus vacas.  Cuando Derqui se da cuenta de que Urquiza no quiere volver a este lado del Paraná, opta por eliminarse de la escena.  Cree ser el obstáculo para el regreso de Urquiza, y en un buque inglés se va silenciosamente a Montevideo dejando al vicepresidente Pedernera a cargo del gobierno.  Por toda la República, de Rosario al Norte, vibra el grito de ¡Viva Urquiza! en desafío a los invasores porteños; todos llevan en el pecho la roja divisa partidaria con el dístico “Defendemos la Ley Federal jurada.  Son traidores quienes la combaten”.  Urquiza tiene a trece provincias a sus órdenes y a un partido que es todo, o casi todo, el país.  Tiene el ejército intacto.  Se lo espera con impaciencia.

Combate de Cañada de Gómez

Pero Urquiza no llega.  Las divisiones mitristas a las órdenes de Flores, Sandes, Paunero, Arredondo, Rivas, entran implacablemente en el interior.  Hombre tomado con la divisa punzó es lanceado; si no lleva la divisa es incorporado a los invasores o mandado a un cantón de la frontera a pelear con los indios.

Venancio Flores, que antes fue presidente de la República Oriental por una revolución de los colorados, es jefe de la vanguardia de Mitre.  Se adelanta a Cañada de Gómez y sorprende, el 22 de noviembre, al grueso del ejército federal que sigue esperando órdenes de Urquiza.  Flores pasa a degüello a los más reacios e incorpora a los demás.  No se había visto tanta violencia en nuestras guerras civiles, que no se distinguieron precisamente por su lenidad; pero esta ocupación porteña del interior colma la medida.  Hasta Nelly y Obes, el ministro de guerra de Mitre se estremece al redactar el parte de la hecatombe: “El suceso de la Cañada de Gómez –informa al gobernador delegado Manuel Ocampo- es uno de esos hechos de armas que aterrorizan al vencedor… esto es lo que le pasa al general Flores, y es por ello que no quiere decir detalladamente lo que ha pasado.  Hay más de 300 muertos, mientras que por nuestra parte sólo hemos tenido dos muertos…  Este suceso es la segunda edición de Villamayor, corregida y aumentada…  Para disimular más la operación confiada al general Flores se le hizo incorporar toda la fuerza de caballería de la División de Córdoba enemiga”.(7)

Esa limpieza de criollos que hace el ejército porteño en 1861 y 1862 es la página más negra de nuestra historia, no por desconocida menos real.  Hay que “poner al país a un mismo color” eliminando a los federales.  Los incorporados por Flores, de la División de Córdoba, desertan a la primera ocasión y en adelante no habrá más incorporaciones: degüellos, nada más que degüellos.  No lo hace Mitre, que no se ensucia las manos con esas cosas; tampoco Paunero: serán Sandes, Flores, Arredondo, Rivas, jefes subalternos.  Cabe la disculpa, si es posible, de que ninguno ha nacido en la Argentina; son mercenarios contratados por el mitrismo.  Y los degolladores materiales serán italianos, hábiles para la daga si tienen al criollo maniatado o dormido.(8)

Avanza la ola criminal al norte para establecer por todas partes “el reino de la libertad” como dice La Nación Argentina, el diario de Mitre.  Sarmiento sigue con sus aplausos: “Los gauchos son bípedos implumes de tan infame condición, que no sé que se gana con tratarlos mejor”.(9)  Los pobres criollos gritan ¡Viva Urquiza! al morir, apretando la divisa colorada.  Seguirá la matanza en Mendoza, San Luis, la Rioja, Córdoba, mientras resuene el ¡Viva Urquiza! y se vea la roja cinta de la infamia.  Que viva Urquiza mientras mueren los federales.  Y Urquiza vive.  Vive tranquilo en su palacio de San José y en su gobierno de Entre Ríos, porque ha concertado con Mitre que se le deje su hacienda y su gobierno a condición de entregar a los urquicistas.  Hace votar a Mitre para presidente de la República a los electores de Entre Ríos.

Referencias

(1) Arch. Mitre, VII, página 103.  Carta de Mitre a Derqui anunciando la misión que lleva Marcos Paz (junio 1 de 1861).

(2) ”Mitre no supo hasta muchos días después la importancia de su inesperada victoria; y esa tarde, esa noche y aun al día siguiente creía en un segundo Cepeda.  Lo prueba su retirada al día siguiente destruyendo todas las municiones encontradas, clavando toda la artillería”.  Carlos Martínez (Carlos D’Amico), Buenos Aires, sus hombres… Ed.1890, página 134.

(3) J. Victorica, Urquiza y Mitre, página 246 (Ed. Cultura Argentina, 1913).  

(4) J. Victorica, Urquiza y Mitre, página 247.

(5) Citada obra de Victorica, y M. Ruiz Moreno, La Presidencia Derqui, Tomo 2º.

(6) Archivo Mitre, IX, página 360.

(7) Archivo Mitre, IX, página 277.

(8) La matanza de Cañada de Gómez fue confiada sobre todo a italianos enganchados en el ejército de Mitre, José María Roxas y Patrón escribía a don Juan Manuel de Rosas el 6 de enero de 1862: “Una gran parte de la inmigración europea que nos viene, propaga esos instintos feroces.  En la matanza de Cañada de Gómez, según dicen los que escaparon, los italianos hicieron despertar en la otra vida a muchos que, cansados de los trabajos del día, dormían profundamente”. (A. Saldías, La evolución republicana, página 406).

(9) Cit. Por Santos López, introducción a Vida del Chacho de José Hernández (Ed. Dos Santos), página 55.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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Rosa, José María – La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas – Ed- Hyspamerica, Buenos Aires (1985).

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