Pacto de Cañuelas

Estancia La Caledonia, donde el 24 de Junio de 1829 se firmó el Pacto de Cañuelas

 

Lavalle se hallaba en su campamento de los Tapiales, cerca de lo que es hoy Ramos Mejía.  Una noche…. noche triste para el orgulloso vencedor en Riobamba, Pasco y Bacacay… el general Lavalle montó a caballo y ordenó a un oficial que lo siguiera a la distancia.  ¿Adónde iba?  Sus subalternos, que conocían su carácter, imaginaron que alguna empresa extraordinaria iba a acometer.  ¿Quería dar un golpe decisivo en la mañana siguiente?  ¿Era que iba a empeñarse en combate singular con Rosas, como hubo de verificarlo años antes con algún jefe realista’  Nadie lo sabía.  Nadie osó preguntárselo.  Lavalle rumbeó hacia el sur.  Esto era imprudente en un general, al frente de un enemigo cuyas partidas lo cercaban por todos lados.  A las dos leguas, próximamente, fue envuelto por un grupo de soldados de Rosas.  “Soy el general Lavalle, -les gritó a los que vinieron a reconocerle- digan ustedes al oficial que los manda que se aproxime sin temor, pues estoy solo…”  Los buenos gauchos quedaron estupefactos.  Creían que las ondas del aire silbador de esa noche de invierno, llevaban ese nombre de boca de un fantasma; de esos que tan fáciles se crea la índole supersticiosa de cualquier gaucho que no haya leído a Hoffmann.  ¡El general Lavalle, solo, y entre ellos!… ¿Era que se había vuelto loco ese veterano cuyo nombre respetaban?…  De cualquier modo, soldados y oficial obedecieron, como si se tratara de las órdenes de su jefe (1).  Lavalle siguió marchando al lado del oficial hasta cierta distancia, en que este último le presentó a otro jefe de destacamento, retirándose enseguida de hacerle respetuosamente el saludo militar.  Nueva estupefacción de los soldados, que se aproximaban hasta donde les era dado, para cerciorarse de que aquel hombre sereno y hermoso era el general Lavalle de carne y hueso.  Lavalle habló con el oficial.  Este obedeció al punto, y siguió con el general la marcha hacia el sur.

 

Así llegó Lavalle…. Al mismo campamento del coronel Rosas.  Un oficial superior le salió al encuentro.  “Diga usted al coronel Rosas que el general Lavalle desea verlo al instante…”  El oficial se conmovió de pies a cabeza, pero cuadrado y respetuoso pudo responderle que el coronel no se encontraba en ese momento allí.  “Entonces lo esperaré –agregó Lavalle- indíqueme usted el alojamiento del coronel”.  Y al penetrar en la tienda de Rosas le dijo al oficial: “Bien, puede usted retirarse; estoy bastante fatigado y tengo el sueño ligero…” y se acostó en el propio lecho de Rosas, conciliando a poco un sueño tan tranquilo como el de la noche siguiente de la victoria de Maipú.  Rosas vigilaba por sí mismo las partidas y retenes de las inmediaciones.  Cuando regresó y el oficial le dio cuenta de que Lavalle se hallaba solo y dormido en su lecho, Rosas que sabía dominar todas sus emociones, no pudo reprimir algo como la tentativa de un sobresalto.  ¿Cómo?… El jefe armado de sus enemigos que lo habrían sacrificado como a Dorrego; el mismo que por su orden acababa de fusilar al gobernador de la Provincia y dirigídose contra Rosas para concluirlo, ¿por qué tan imprudentemente desafiaba el encono de los federales librándose a la caballerosidad del jefe visible de éstos, del que en realidad era el vencedor?…

 

Así reflexionando Rosas se dirigió lentamente a su alojamiento con el espíritu vacilante de un hombre que no está preparado para la escena dramática en que se le obliga a tomar parte.

 

He aquí cómo, cuarenta y un años después, refiere el mismo Rosas desde Southampton esa escena a un amigo: “Al entrar me retiré dejando dos jefes de mi mayor confianza encargados de que no hubiese ruido alguno mientras durmiera el señor general Lavalle;  y de que cuando lo sintiesen levantado me avisasen sin demora.  Cuando recibí el mensaje, le envié un mate y el aviso de que iba a verle y a tener el gran placer de abrazarlo.  Cuando el general Lavalle me vio, se dirigió a mí con los brazos abiertos y lo recibí del mismo modo, abrazándonos enternecidos”.

 

¿Qué se dijeron y cómo llegaron a entenderse estos dos hombres en esa noche memorable?  Los oficiales de servicio que se hallaban cerca de la habitación en que tenía lugar esta conferencia, no podían menos que oír por intervalos la voz alterada de ambos jefes, quienes probablemente desahogaban sus querellas antes de llegar al punto que llegaron. 

 

Las dos tendencias nacionales se hallaban allí personificadas: “Lavalle representa el unitarismo aristocrático y europeizante y los medios arbitrarios e ilegales; Rosas, el federalismo popular y gaucho, vernáculo y democrático, y el orden y la legalidad…  Detrás de Lavalle hay una minoría culta y distinguida; detrás de Rosas están las masas, los gauchos de la pampa”. (2)

 

Rosas, en carta al ministro Tomas Guido, le dice: “El señor general Lavalle, lamentando amargamente su gravísimo y funesto error, quejoso y enfurecido contra los hombres de la lista civil que lo habían impulsado al motín de diciembre (de 1828) y aconsejado la ejecución del ilustre jefe supremo del estado (Coronel Manuel Dorrego)…. me mostró, en las conferencias de Cañuelas, las cartas que tenía de aquéllos, relativas a esos hechos”.

 

El unitarismo fue una forma particular de expresión de la mentalidad liberal, para la cual era más importante, que el sistema de gobierno, integrar un régimen que asegurara el triunfo de sus ideas en materia económica y religiosa.  Su filosofía aspiraba a fortalecer el poder político de los propietarios de la riqueza en alianza con los grupos ilustrados, para dar origen a un Estado fuerte, centralizador, capaz de permitir la realización de determinados fines materiales y espirituales, dentro de normas jurídicas que aseguraran sus derechos de clase dirigente.  El unitarismo tendió a conquistar una democracia política, olvidando que el pueblo había vivido una democracia social.  El federalismo apareció, entonces, como bandera de defensa.  Más que expresión de ideas era manifestación de sentimientos, con un concreto sentido social y religioso de honda raíz tradicionalista.  La masa federal no rechazó a la república ni a la democracia, sino a Rivadavia y a todos sus satélites y epígonos, que disminuían su independencia y libertad.  En los culpables de esta antinomia, que proliferaron entre 1815 y 1841, el pueblo vio monarquistas, por eso prefirió a los caudillos.  Lavalle había dicho a sus íntimos en 1828: “La república es una merienda de negros.  En nuestro país no puede ser.  He entrado en el proyecto de formar una monarquía.  Tendremos por soberano a un príncipe de las primeras dinastías de Europa”.

 

Así se explican los gastos hechos por Francia, cuando el bloqueo francés, para pasar a Lavalle con su ejército a esta banda occidental del Paraná en 1840, según lo aseguró José María Rojas y Patrón (3).

 

El grupo burgués, heredero de Mayo, integrado por personalidades intoxicadas de ideologías y abstracciones y concepciones económicas, no extraídas de la realidad circundante, sino de la simple imitación de formas vitales de pueblos de distintas características, problemas y circunstancias, eran hombres de tópicos, que carecieron de toda visión del país, limitándose a un porteñismo intrascendente, que confundió someter con dirigir.  Las guerras de la independencia determinaron la pérdida del mercado y el empobrecimiento de zonas argentinas, antes florecientes.  Esa burguesía comercial dominante abrió el puerto, conducida por exigencias internacionales y doctrinales, y acabó por sumergir al país.  El acercamiento a la gente de trabajo más depauperada –la población de la campaña- puso a Juan Manuel de Rosas en contacto con la otra cara de la realidad nacional.

 

La historia política argentina se define en dos tendencias irreconciliables, no por lo que sugieren las dos formas estatales de unitarios y federales, sino por la realidad político-social-económico-cultural que cada uno encarnó.  Quiroga, Rosas, Ferré, Aldao, Solá, Ibarra, López pasan al primer plano, mientras huyen al exterior Rivadavia, Agüero, Gómez, Alsina, los Varela, Gallardo, del Carril, Alvarado.

 

Rosas realizará, desde el lado federal, lo que Rivadavia quiso hacer, desde el sector unitario.  Lo que dividía era más profundo, ya que en esencia se trataba de dos concepciones de vida.  No fue el choque de dos conceptos relacionados con la administración del Estado, sino expresión de determinaciones sociales y religiosas; pugna entre la ciudad y el campo; choque de las masas sumergidas y marginadas contra las elites privilegiadas; entre el sentido social que nuestro pueblo tenía, como herencia de su formación hispano-católica, y el individualismo disolvente de las pequeñas burguesías ciudadanas; entre el hondo sentido tradicionalista y las ideologías de plagio de sentidos intelectuales, carentes de sentido nacional, o sea, la Revolución de Mayo y la Contrarrevolución de Mayo de que hablaba Vicente López en su carta a San Martín del 4 de enero de 1830 (4).

 

Pacto de Cañuelas

 

El resultado práctico de la entrevista del jefe de los unitarios con el jefe de los federales, fue el convenio del 24 de junio de 1829 que firmaron el general Lavalle a nombre del “gobierno de la ciudad” y el coronel Rosas a nombre del “pueblo armado de la campaña”.  El mismo se llevó a cabo en la estancia de Miller (estancia La Caledonia), cerca del pueblo de Cañuelas.  Este convenio tenía por objeto hacer cesar las hostilidades, restablecer las relaciones entre la ciudad y la campaña y olvidar el pasado.  Concurría a ello estableciendo: 1º, la elección inmediata de representantes de la Provincia; 2º, el nombramiento del gobernador que harían estos diputados, y al cual Lavalle y Rosas entregarían las fuerzas a sus órdenes; 3º, el reconocimiento que haría la Provincia de las obligaciones contraídas por Rosas durante la campaña, y de los grados de los jefes y oficiales del ejército de este último.

 

Inmediatamente Rosas remite a sus amigos la nómina de los candidatos convenidos con Lavalle: “La adjunta lista es la acordada después de serias meditaciones.  Es preciso hacerla triunfar para salvar al país; si no es así, la sangre de nuestros compatriotas va a derramarse a torrentes”.(5)

 

La mayoría de los “decembristas” no aceptaban las sugerencias de Lavalle.  Agüero le decía que no era posible “una transacción con los vándalos.  Yo no dudo que Usted ha de concluir con estos salvajes; y esto cuanto antes”.

 

Lavalle desalentado por el panorama que ofrece la ciudad, le escribe a Rosas: “Los suburbios de la ciudad están llenos de ladrones… Riñen con los compadritos y, a las peleas, siguen las puñaladas.  Los enemigos de la paz (los unitarios disconformes con el pacto) dicen que son partidas de Usted.  En esto persiguen dos cosas: desacreditar a Usted y hacer creer que Usted está siempre hostigando al pueblo; pero (la verdad es que) los enemigos de la paz son impotentes”.

 

Los amigos de Lavalle se disgustan con él, Carlos María de Alvear y Florencio Varela renuncian; Manuel Gallardo se va a Montevideo; Martín Rodríguez se distancia.(6)  Lavalle había reunido a los altos jefes militares y les había dicho: “Juan Manuel es un verdadero patriota y un ciudadano del orden al cual es necesario ver, tratar y conocer”. (7)

 

Con respecto a Alvear, Lavalle le escribe a Rosas: “Alvear ha hecho hoy su renuncia de los ministerios de guerra y marina y la he aceptado con un contento indecible.  Este es un hombre que no estará quieto bajo ningún orden de cosas y que necesita de la embrolla y de la intriga como del alimento.  Si lo sujetan a vivir con juicio, se muere en dos días.  En estos últimos, ha esparcido mil mentiras y me ha calumniado a su gusto.  En fin, ya estoy libre de él”.(8)  Y a continuación añadía: “Usted debe estar seguro de mi anhelo de cultivar y fortalecer nuestra amistad, tanto porque ella es necesaria a nuestra patria, como porque fuera de los sucesos que nos han hecho contrarios, siempre debió Usted simpatía a su amigo Juan Lavalle”.(9)

 

Lavalle se había convencido de que su partido no era popular, y entonces, el 16 de julio de 1829, le dice a Rosas lo que anunciara San Martín meses antes; a saber, que para hacer triunfar a alguno de los dos partidos en pugna, “será preciso degollar al otro; porque, existiendo los dos, y comprimiendo a cualquiera de ellos, ha de hacer explosión tarde o temprano”.

 

A vuelta de correo, Rosas le envía a Félix de Alzaga con esta comisión: “Horroriza el cuadro que presenta nuestra patria si la fe en los pactos se destruye y la confianza se pierde.  Todo será desolación y muerte”.  (Porque había sabido que Juan Andrés Gelly Obes, secretario de Lavalle, trabajaba activamente por hacer triunfar una lista contraria a la estipulada).  “Si los pactos solemnes del tratado quedan sin efecto, la sangre de nuestros compatriotas se derramará a torrentes, sin duda.  Esto será triste; pero más triste todavía será la necesidad de conformarse porque no hay otro remedio”.(10)

 

El 24 de julio le escribía Rosas al coronel Angel Pacheco: “Si la lista acordada no triunfa, los pactos más solemnes del tratado quedan sin efecto y se habrá perdido la mejor ocasión de salvar la patria.  ¡Como me duele ver al general Lavalle encerrado en ese miserable Fuerte, en ese teatro de perfidia!  El ofrece círculos que saben halagar, jugando con habilidad los dados de la traición, que son capaces de embriagar al mejor entendimiento…  Mañana, los mismos que hoy le cercan y halagan, serán capaces de mandarlo degollar.  Si el general Lavalle se une conmigo de firme, el país se salva.  La gran familia de la República Argentina verá muy pronto el día suspirado de la gran obra de su consolidación”.

 

Lavalle, hablándole de la gran necesidad de la consolidación de los partidos, le contesta: “La base de esta grande y difícil obra estriba en la amistad de nosotros dos, y en que los malos pierdan la esperanza de dividirnos”.

 

Y lo que debía suceder, sucedió.  Los amigos de Lavalle, más hábiles, vencieron en las elecciones de la ciudad, que tuvieron lugar el 26 de julio con derramamiento de sangre y escándalos de toda especie.  Los partidarios e Rosas, mucho más numerosos, protestaron de estas elecciones.

 

Al día siguiente grupos numerosos de partidarios salieron de la ciudad en dirección al campamento de Rosas situado en Cañuelas.  La noticia de una nueva ruptura de hostilidades cundió en la población, y entonces ya no fue materia sino de ver cómo se evitaba la nueva efusión de sangre.  La verdad es que los consejeros del general Lavalle se habían burlado de una de las cláusulas secretas del convenio de junio, la cual establecía que se votaría una lista en la que entrasen por número igual candidatos unitarios y federales.  Esta lista había sido confeccionada por miembros conspicuos de uno y otro partido, pero modificada por aquéllos a tal punto que aparecían electos diputados unitarios solamente.  Rosas preveía este resultado, según pudo verse en la carta enviada a Pacheco dos días antes.

 

Pacto de Barracas

 

Consecuente con esto, Rosas apuntó a Pacheco, para que la trasmitiese a Lavalle, la idea de postergar por el momento la elección de diputados, y de nombrar un gobierno provisorio con un consejo consultivo cuyo personal lo designarían Lavalle y él.  Pacheco y el coronel Manuel Escalada, amigo íntimo de Lavalle, le enseñaron a éste las cartas y proposiciones mencionadas; y Lavalle firmó con Rosas el Pacto de Barracas del 24 de agosto, adicional del anterior.  El convenio se llevó a cabo en la Quinta de los Piñeiro(11). 

 

Por dicho pacto se acordó que ambos jefes nombrarían un gobernador provisorio, el cual actuaría con un senado consultivo; y que este senado resolvería lo conveniente para la composición de la próxima legislatura.  Aquéllos designaron gobernador al general Viamonte, personaje honorable, blando, y que no ofrecía resistencias, y el general Lavalle le entregó las fuerzas a sus órdenes, retirándose a la vida privada en fuerza de la convicción que llegó a tener de que no era él el llamado a gobernar la provincia de su nacimiento.

 

El general Lavalle no se engañaba respecto del verdadero estado de la opinión en Buenos Aires.  El coronel Rosas era indudablemente el hombre de la situación.  A expensas de su trabajo incesante en las grandes industrias rurales, el cual le permitió ser el primer hacendado de la República, y de los prestigios que le creó su participación eficaz y decisiva para reprimir la tremenda anarquía de 1820, gozaba de una influencia incontrastable en las campañas.  Para consolidarla, el partido urbano de Dorrego, que carecía de un hombre como para imponerse a los demás, entregó su representación política a Rosas; y desde este momento quedó confundido en las mismas filas que este último engrosó con sus amigos y con sus soldados, a partir del 1º de diciembre de 1828.

 

Más, como en este partido federal de la ciudad de Buenos Aires hubiera elementos gastados por la participación que tomaron en los trastornos del año ’20, sus miembros dirigentes se propusieron atraerse mejores adherentes de entre las familias conocidas y pudientes, los cuales traerían consigo mayores probabilidades de éxito en el camino en que pensaba entrar desde luego.  Y estos hombres nuevos pensaban que Rosas era el único que por el rol prominente que le habían asignado los sucesos, podía “fundar un gobierno estable y enérgico para cimentar el orden y organizar el país”, según lo predicaban los diarios de esos días.

 

Tal era la aspiración unánime de esa gran masa de opinión.  Rosas, por su parte, aspiraba a lo mismo.  El momento no podía serle más propicio; y él no podía desaprovecharlo sino a costa de comprometer su propia influencia, burlando las esperanzas de la gran mayoría de la Provincia que lo aclamaba.  El general Viamonte comprendió que su gobierno duraría solamente el tiempo que emplearan en armonizar sus miras los elementos triunfantes después de la retirada de Lavalle.  Cuando esto se verificó en la forma expresada, el general Viamonte quiso hacer cesar su provisoriato que era como una sombra de autoridad.

 

El texto del convenio de agosto facilitaba el camino al general Viamonte; y a éste se atuvo firmando un decreto por el cual se convocaba al pueblo a elecciones de representantes para componer los poderes de la Provincia.  Pero aquí se presentó lo grave de la cuestión.  ¿Cómo se practicaban elecciones generales cuando una parte de la Provincia estaba revuelta a consecuencia de los últimos sucesos, y cuando el partido vencido, aunque forme minoría, poca o ninguna participación tendría en ellas después de la retirada y declaraciones de su jefe?  ¿Es que el sufragio que se emitiera tendría la legalidad del que se emitió para elegir los representantes que componían la legislatura derrocada a fines del año anterior, y cuyo período no había terminado todavía?

 

En presencia de estas dificultades que le presentaban, el general Viamonte suspendió el decreto mencionado y resolvió consultar sobre el particular al comandante general de campaña, dirigiéndole al efecto una nota de fecha 16 de octubre de 1829.  Rosas llamó a sus principales amigos para consultarlos a su vez.  Los dorreguistas opinaron que el convenio de junio en la parte que se refería a la nueva elección de representantes, ni pudo ser válido, ni tenía fuerza legal en presencia del convenio adicional de agosto, el cual para prevenir nuevos ataques al orden público, como los que se originaron con motivo de aquellas elecciones anuladas, estableció que el gobernador provisorio y su senado consultivo resolverían lo conveniente para componer la legislatura.  Que el caso era claro y terminante para ellos.  Que lo conveniente y sobre todo lo legal, era que el gobernador provisorio restituyese a la provincia su representación legítima, la que había sido elegida con intervención de todos los partidos, la que había sido disuelta violentamente el 1º de diciembre del año anterior, y cuyos miembros no habían terminado todavía su período legal.  Que a esta legislatura correspondía, por consiguiente, decidir acerca de la suerte de la Provincia, y que aún sin convocatoria del gobernador, por iniciativa propia, podía y debía recobrar la soberanía con que estaba investida por el pueblo.

 

En consonancia con estas ideas Rosas respondió la consulta del gobernador, manifestándole en nota del 16 de noviembre que era tiempo “de restaurar el orden constitucional y de que la Provincia entre en el régimen legal; y por lo mismo la opinión de la campaña decididamente es que no se practiquen nuevas elecciones”.  “El comandante general -termina Rosas- penetrado de la dificultad de practicar nuevas elecciones, convencido de que la prolongación de un gobierno provisorio no puede inspirar confianza a nadie y que los convenios de junio y de agosto tendieron precisamente a restablecer el imperio de las instituciones de la Provincia, concluye haciendo presente al gobierno la conveniencia de convocar la junta provincial constituida antes de los sucesos del 1º de diciembre, por ser esa conveniencia la opinión de la mayoría que reglará siempre la del infrascripto en actos de tal naturaleza”.

 

Rosas decía la verdad.  Sus declaraciones eran la expresión de la gran mayoría de la Provincia.  Esto para nadie era un misterio y mucho menos para el gobernador, quien expidió inmediatamente el decreto convocando a sesiones a la legislatura derrocada en el año anterior.  Esta se reunió solemnemente el 1º de diciembre de 1829, recobrando desde luego la soberanía de la Provincia.

 

Referencias

(1) Dice Adolfo Saldías: “Tengo en mi poder una especie de Memoria militar, escrita por un campesino que en aquella época sirvió con Rosas, quien lo ascendió hasta teniente.  Esta memoria, aunque bastante incorrecta, es exactísima en cuanto a los hechos, y minuciosísima en cuanto a fechas, nombres, lugares y detalles que a juicio de su autor sirven para ilustrar a sus hijos.  El autor de esta memoria fue uno de los que reconoció al general Lavalle en la noche a que me refiero”.

(2) Gálvez, Manuel – Vida de Juan Manuel de Rosas – Página 95.

(3) Sierra, Vicente D. – Historia de la Argentina, Vol. VIII, páginas 47 y 48.  Saldías, Adolfo – La evolución republicana durante la revolución argentina.  Carta de Rojas y Patrón del 1º de enero de 1862.

(4) Sierra, Vicente D. – Historia de la Argentina, Vol. VIII, páginas 115 y 121.

(5) Archivo de Familia de Ibarguren.

(6) Papeles de Don Domingo de Oro – Museo Mitre.

(7) Gálvez, Manuel – Vida de Juan Manuel de Rosas – Página 96.

(8) Rodríguez, Gregorio F. – Contribución histórica y documental – Tomo 2º

(9) Rodríguez, Gregorio F. – Idem anterior.

(10) Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Carta a Pacheco – Tomo 2º

(11) El camino de entrada y salida del casco, en la actual calle Aldecoa 821, era en línea recta hasta lo que actualmente es la Avda. Hipólito Yrigoyen (ex-Pavón) Nro. 625, en el Partido de Avellaneda.

 

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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Röttjer, Aníbal Atilio –Vida del prócer argentino Brig. Gral. Don Juan Manuel de Rosas.

Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina.

 

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