Casa de Moneda de Potosí

Casa de Moneda de Potosí

 

Cuenta una leyenda del incario que habiendo llegado Huayna Cápac, uno de los soberanos más esclarecidos que tuvo el Imperio, hasta las cercanías de la montaña conocida con el nombre de Sumac Orcko (Cerro Hermoso), en un recorrido por sus dominios, no ocultó su asombro ante la imponente mole y ordenó su explotación con el fin de acrecentar los tesoros de los templos. 


No bien empezaron los nativos a trabajar los ricos filones de plata, llegó a sus oídos una estruendosa voz que decía “no saquen la plata de este cerro porque es para otros dueños”.
 


Los indios de Cantumarca, a donde había ido a reposar el Inca, buscando el bálsamo de las aguas termales que abundan en la región, tenían también otro nombre para la montaña: Photojsi, pues alegaban que cuando quisieron horadarlo en busca de mineral, hizo un gran ruido.  Pero el fonema Potoj no significa estruendo en quechua, pero sí en aymará, de manera que la historia del cerro sería anterior a la dominación de los incas, cuando las tierras de la altiplanicie eran señoreadas por los aymarás.  A los indios les parecía que la montaña era también una mujer y la llamaron Coya, equivalente a Reina.   ¿Acaso era casual que junto a la mole de roca estuviera como un vástago suyo un cerro pequeño, llamado Guayna Potosí, que quiere decir Potosí el mozo?
 


Los españoles bautizaron el cerro y la ciudad que atropelladamente se formaría en sus faldas como Potosí y ése es el nombre que ha alcanzado difusión universal, como sinónimo de extravagante riqueza.
 


“Yo, Don Diego de Zenteno, Capitán de S.M.I., Señor D. Carlos V, en estos Reinos del Perú, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y a nombre del muy Augusto Emperador de Alemania, de España y de estos Reinos del Perú, señor Don Carlos Quinto y en Compañía y a presencia de los Capitanes, Don Juan de Villaroel, Don Francisco Zenteno, Don Luis de Santandía, del maestre de Campo Don Pedro de Cotamito y de otros españoles y naturales que aquí en número de sesenta y cinco habemos, tanto señores de vasallos como vasallos de señores, posesiónome y estado deste cerro y sus contornos y de todas sus riquezas, nombrado por los naturales este cerro Potosí, faciendo la primera mina, por mí nombrada la Descubridora y faciendo las primeras casas, para nos habitar en servicio de Dios Nuestro Señor, y en provecho de su muy Augusta Magestad Imperial, Señor Don Carlos Quinto.  A primero de Abril deste año del Señor de mil e quinientos y cuarenta y cinco”.

 

El tesoro de Potosí financió las guerras de España en varios frentes europeos, la gran armada contra Inglaterra y también auxilió anualmente a Chile, el Río de la Plata, Las Malvinas.  La ciudad era además el gran mercado de Sud América Meridional.

 

Testamento de Potosí

 

En el año 1800 empezó a circular en la Villa Imperial de Potosí un folleto de formato menor y de autor anónimo, que contenía, en verso, el “Testamento” de Potosí.  Gobernaba como intendente Francisco de Paula Sanz, que tendría diez años después un fin trágico a manos de Juan José Castelli, comandante del primer ejército auxiliador argentino.  El poema hace hablar a la ciudad desde su nacimiento, pasando por sus tiempos de turbulencia, esplendor y agonía:

 

Sepan todos cómo yo

La villa de Potosí

otorgo mi testamento

por temer un frenesí…

 

Mi hijo el niño Buenos Aires

a quien virreinato di

irá en el medio cantando

aprended, flores, de mí…

 

Lima mi patrona antigua

gritará con risa fuerte

que haber dejado su amparo

me ha ocasionado la muerte.

 

La gran Casa de moneda

con su luto y sin resuello

llevará mi ataúd al hombro

a echar su último sello.

 

El cerro de Potosí

eclipsó sus horizontes

¿qué harán los humanos cuerpos

si saben morir los montes?…

 

Si el cerro rico pudo acabarse

quién de su dicha podrá fiarse

si la maciza plata gallarda

en polvo para ¿qué fin te aguarda?

 

Aquí yace Potosí

muy otra de lo que fue

que hasta los siglos le dicen

quién te vio y quién te ve…

 

La villa de Potosí

la madre de hijos ajenos

que amaba malos y buenos

es la que miras aquí

 

ayer yo la conocí

toda plata mujer si

y hoy la veo, ay de mí!

pobre en sueño profundo

Oh grandezas de este mundo

que siempre acabáis así.


La guerra de la independencia


No es de ninguna manera casual el hecho de que el primer grito de independencia en la América española se hubiera lanzado en Charcas, la ciudad más próxima a Potosí, el 25 de mayo de 1809, alentado por los propios oidores de la Real Audiencia y que el último disparo de la prolongada guerra se produjera en la quebrada de Tumusla, muy cerca de Potosí, donde murió el porfiado general Pedro Antonio de Olañeta, el 2 de abril de 1825.


En esos dieciséis años de incesante batallar, la guerra para realistas y patriotas tenía un punto de referencia, un imán al que unos y otros acudían rindiendo muchas veces la vida en el intento de alcanzarlo.  Aunque todas las ciudades fueron arrastradas al turbión bélico, no fue Cochabamba y su grato valle, la altiva y señorial Charcas la hacendosa hoya paceña sitio obligado de tránsito donde todo se vendía y compraba y menos la soñolienta Santa Cruz, aisladas en su trópico espléndido, los sitios a los que se dirigían denodadamente los ejércitos de uno y otro bando, sino a la frígida y altísima ciudad de Potosí, castigada por vientos y tormentas eléctricas pero cuyo prestigio y riqueza, bien que amenguados con el tiempo, ejercían todavía atracción subyugante.


En plena etapa de decadencia económica provocada por el empobrecimiento de la ley de minerales, la inundación de socavones, la falta de capitales, la escasez de mercurio y la renuencia creciente de los indígenas a someterse a la mita, el cerro todavía era pródigo, como para sostener simultáneamente a dos ejércitos opuestos.  El 10 de noviembre de 1810, ante la noticia de la reciente victoria del ejercito argentino de Juan José Castelli sobre las tropas de Vicente Nieto, Presidente de Charcas, el pueblo de Potosí derrocó a las autoridades españolas y el anciano Intendente Francisco de Paula Sanz, hijo bastardo del rey Carlos III, no atinó a retirar a tiempo las pastas de oro y plata de las Cajas Reales, quedando prisionero.  Desde entonces la Casa de Moneda ya no servirá solamente para acuñación de caudales, sino también para fundir cañones, templar sables y moler pólvora en sus quimbaletes.  Será cuartel general, fortaleza y cárcel al mismo tiempo.  Castelli al llegar a la ciudad ordenó el fusilamiento de Paula Sanz, de Nieto y de Córdoba.  Un potosino presidía la junta de Gobierno de Buenos Aires: Cornelio Saavedra.  El regocijo de los patriotas de la Villa Imperial se trocó pronto en desagrado al sufrir los desmanes de la tropa argentina.  Castelli actuaba como un jacobino, no creía en etiquetas, usaba el termino de “ciudadano” para dirigirse a azogueros o mitayos.  Con recursos frescos tomados de la Casa de Moneda continuó viaje a la ciudad de la Paz y luego al Desaguadero, donde fue batido por el arequipeño José Goyeneche.  Los derrotados de Huaqui volvieron a Potosí, donde el Gral. Martín Pueyrredón se dio modos para cargar 600.000 pesos en cien mulas, con las que partió al sur, acosada su retaguardia por las fuerzas realistas.  Previamente h
abía informado a la población que quien se opusiese a ese traslado sería castigado con suplicios.

 

Dice Pueyrredón en su informe a Buenos Aires: “El populacho dormía descuidado.  Serían las cuatro y media de la mañana cuando hice mi salida, ordenando, estrictamente, el mayor silencio en la tropa y man­dando quitar todos los cencerros a las recuas para que el ruido no advirtiese de mis movimientos a los que ya miraba como mis enemigos.  “Cuando, al amanecer del 27, se esparció la noticia de lo sucedido, la indignación se apoderó de los habitantes de la ciudad. Se tocó alarma, las campanas fueron batidas a rebato.  Rápidamente se formaron partidas para salir en persecución de los fugitivos.  Pero éstos estaban bien arma­dos y, al aproximarse los improvisados grupos de ciudada­nos potosinos que intentaban detener a la caravana e impe­dir el despojo, formaron cerrado orden de batalla, disparan­do sus armas contra los paisanos. Varias veces se reprodujo el intento.  Hasta cerrar la noche, la guardia porteña sintió la proximidad de los hombres que los hostilizaban.  Todavía a lo largo del camino los autores del secuestro fueron ataca­dos continuamente. Pueyrredón buscó caminos desviados, combatiendo a cada paso con montoneras y emboscadas, para escapar de los asaltos.  Al llegar a Tarija, la recepción fue no menos hostil, debiendo ser tomada la población vio­lentamente, causando un elevado número de bajas entre los pobladores”

 

El gremio de azogueros no estaba unido frente a los insurgentes pues mientras la mayoría se mantenía partidaria del Rey, había otros que contribuían a la causa patriótica.   Pero aun aquellos que permanecían realistas formaban parte de un sistema que se había venido prolongando por décadas, mediante el cual se aprovechaban de instituciones como el Banco de San Carlos, para obtener créditos o azogue (que después revendían a mayor precio a mineros “de fuera”), créditos que quedaban en mora y que no servían tampoco para incrementar la producción, como deseaba la Corona.  En su Guía de la provincia de Potosí Cañete formula observaciones valiosísimas sobre el estado de la economía y los remedios que podían aplicarse y censura allí el parasitismo en el que habían caído los azogueros. “Es una lástima -dice- que repartiéndose cada año entre los azogueros de cincuenta a setenta mil pesos en plata efectiva de los fondos del Real Banco de San Carlos, difícilmente se encontrara uno que se aproveche de este auxilio.  A lo sumo compran algunas almadanetas o cedazos al principio del año en que se ejecuta la distribución y el resto se consume en fiestas y pagamentos de otras deudas, totalmente independientes de la minería”.

 

Retomemos el hilo del relato.  En lugar de dirigirse a Jujuy y Salta en persecución de los vencidos, Goyeneche debió desviarse a Cochabamba, nuevamente alzada.  La guarnición que quedó en Potosí tuvo en su ausencia que batirse en la propia plaza principal, con grupos de guerrilleros que ya operaban en torno a las ciudades altoperuanas.  Cinco meses permaneció Goyeneche en Potosí, ejerciendo venganzas y esquilmando a la gente de dinero.  Su segundo, Pío Tristán, que había incursionado en las provincias argentinas, fue derrotado por el Gral. Manuel Belgrano en Tucumán y Salta.  Goyeneche, ya muy rico y cansado de pelear, pidió su relevo y fue sustituido por el brigadier Joaquín de la Pezuela.  Belgrano avanzó entonces hacia Potosí.

 

El oficial argentino José María Paz, en su libro de Memorias, recuerda la impresión que le produjo el recibimiento de los potosinos, cerca al Socavón; “Allí empezaron a encontrarnos -dice- las autoridades y mucho vecindario que cabalgaban en vistosos caballos pero cuyos aderezos eran rigurosamente a la española.  Recuerdo a una escolta de honor, como de treinta hombres que presentaba la ciudad al jefe de nuestra vanguardia, en que cada soldado parecía un general, según el costo de su uniforme, que era todo galoneado, incluso el sombrero elástico y la riqueza y bordados del ajuar de su caballo.  Pero todo era tan antiguo, los caballos cabalgaban con tan poca gracia, que a pesar del chocante contraste que formaban con la pobreza de nuestros trajes, no envidiábamos sus galas.  Era en realidad suma pobreza la de nuestros oficiales quienes, aunque se habían esforzado en vestirse lo mejor que podían, apenas se diferenciaban de los soldados que tampoco iban muy currutacos.  Agréguese que no habíamos tenido tiempo aún de hacer que se lavase y asease la tropa, de modo que en el mismo traje de camino se hizo la entrada triunfal en el emporio de la riqueza peruana”.


Doscientos cincuenta arcos se habían erigido desde la Plaza de las Cajas Reales hasta el Socavón, algunos de flores y cintas de colores, otros de utensilios de plata y oro, así como braserillos y pebeteros en los que ardían resinas y perfumes orientales. Desde los balcones muchachas y niños arrojaban a los hombres de Belgrano cigarrillos, golosinas y frutas, pero también monedas de plata con el rostro agriado de Fernando VII.


A los oficiales se les obsequió herraduras y arreos de montar de plata.  Uno de los azogueros regaló al jefe argentino un caballo árabe con herraduras y tornillos de oro, bridas y arreos enchapados y montura de terciopelo recamada en oro y con flecos del mismo metal.


El gremio de azogueros y los nobles potosinos, que habían salido a extramuros a dar la bienvenida a Belgrano montados en caballos andaluces lujosamente enjaezados, fueron seguidos por conjuntos de danzantes indígenas con armaduras de plata.  También hubo representaciones de endriagos, vestiglos y gigantes como en una feria medieval de las que describía Arzans un siglo antes.


La marquesa de Cavaya y las condesas de Carma y Casa Real pusieron en la cabeza de Belgrano las coronas de filigrana de plata y oro con que la nobleza potosina obsequiaba al jefe del segundo ejército, mucho más dispuesto que el anterior a pactar con la clase gobernante.  “Todo debe cambiar para que todo permanezca igual”, como diría siglos después el Marqués de Lampedusa.


En Potosí, Belgrano reorganizó y aumentó su ejército hasta contar con 3.300 hombres y 14 piezas de artillería con el que se enfrentó a Pezuela en Vilcapujio y Ayohuma, siendo derrotado en ambos sitios.  Díaz Vélez, su segundo, con una fracción de 600 hombres se replegó sobre Potosí, encerrándose en la Casa de la Moneda para resistir allí con víveres para un mes el ataque del enemigo que creía inminente y que no se produjo.  Todas las ciudades altoperuanas, incluidas Santa Cruz y Valle Grande, hicieron llegar hombres y recursos a Belgrano que rehacía sus fuerzas en el pueblo de Macha, cercano a Potosí.  El aporte más generoso fue el de esta última ciudad, a la que finalmente llegó el jefe argentino siendo saludado por las autoridades y las corporaciones “triste pero urbanamente”.  No quedaba otra salida sino el retorno al sur.  Belgrano dio entonces una orden que a muchos suboficiales les pareció inconcebible y a los vecinos de Potosí, inaudita: volar con pólvora la Casa de la Moneda para que el enemigo nunca más pudiese utilizarla.  Se prepararon los toneles de pólvora y se tendió la mecha, mientras la tropa iniciaba su marcha.  Afortunadamente, el oficial encargado de encenderla prefirió desertar antes que cumplir la orden fatal que haría volar no solamente los enormes muros y techos del edificio sino buena parte de las casas del entorno.  Al darse cuenta de que la orden no era cumplida, Belgrano instruyó que una patrulla volviese a ejecutarla, pero ya el vecindario advertido cortó el paso a los argentinos.  “Hubo pues de renunciarse del todo al pensamiento de destruir la Casa de Moneda, refiere el Gral. Paz en sus citadas Memorias, y no se pensó sino en continuar nuestra retirada que era crítica por la proximidad del enemigo, que a cada instante podía echársenos encima y consumar nuestra perdición.  Nuestra marcha iba sumamente embarazada por un crecidísimo numero de cargas; no solamente se conducía todo el dinero sellado y sin sellar que tenía la Casa de Moneda, sino la artillería que, a causa de la pérdida de Vilcapugio, se había pedido a Jujuy a toda prisa y la que ya encontramos en Potosí; además iba una porción de armamento descompuesto que había en los depósitos… que el general no quería dejar al enemigo, pero que nos causaba un peso inmenso; agréguense las municiones y parque que sacamos también de Potosí… y se comprenderá que nuestra retirada más se asemejaba a una caravana que huye de los peligros del desierto que a un cuerpo militar que marcha regularmente”.


Llegados Ramírez y Pezuela a Potosí, abolieron las monedas con el sol de la libertad que había hecho acuñar Belgrano y restauraron la actividad de la Casa de la Moneda.  Una junta de purificación se encargó de dar fin con simpatizantes y allegados a los patriotas.  Belgrano en tanto, destituido de su cargo por las derrotas sufridas, entregó el mando al Gral. José de San Martín, quien desobedeciendo las órdenes de Buenos Aires para que enviase los caudales de Potosí a esa ciudad, los retuvo en Tucumán para sostener su ejército de 2.000 hombres.  San Martín comprendió que la fortaleza realista de Alto Perú, con su Alcázar de Potosí, era inexpugnable y entonces concibió otra estrategia que resultó afortunada: dejar a Martín Güemes al mando de sus gauchos protegiendo la frontera del norte, entre Jujuy y Tarija, y marchar a Mendoza para cruzar los Andes, vía Chile y ocupar eventualmente Lima, a la que llegaría por el mar Pacífico.  Guemes cumplió a cabalidad su misión mientras en el Alto Perú proseguía, inmisericorde, la guerra de guerrillas.


A principios de 1815 un tercer ejército auxiliar argentino al mando del inepto José Rondeau llegó al Alto Perú, dirigiéndose derechamente a Potosí, plaza abandonada ya por Pezuela.  Este tercer ejército trajo la novedad de dos batallones de 700 soldados uruguayos.  Como los anteriores, su sobrevivencia dependía de los recursos que podían reunirse localmente y en esta ocasión se acudió al procedimiento de las confiscaciones de bienes escondidos por los emigrados, a cargo de un tribunal de recaudación.  Un solo “tapado”, perteneciente a un acaudalado de apellido Achaval, produjo más de cien mil duros, gran parte en moneda acuñada y tejos de oro. Rondeau fue a la postre derrotado por Pezuela en Ventaimedia y Viloma, cercanías de Cochabamba, victoria que valió al jefe realista el nombramiento de Marqués del lugar.


Rondeau se replegó a Chuquisaca, pero tuvo el buen gusto de esquivar a Potosí en su retirada hacia su país.  Hubo una cuarta expedición argentina al mando del Coronel La Madrid, que tomó Tarija, con la ayuda del guerrillero Méndez, y se acercó a Charcas sin poder tomar la ciudad.


En julio de 1821, entró triunfal el Gral. San Martín a Lima, desalojando al Virrey.  El hecho sacudió profundamente el ámbito peruano y tuvo particular resonancia en Potosí, donde Casimiro Hoyos, de acuerdo con Mariano Camargo, jefe de la guarnición, se levantó en armas derrocando a las autoridades realistas.  El Brigadier Rafael Maroto, por entonces Presidente de Charcas, y Olañeta se desplazaron sobre la Villa imperial, batiendo a los patriotas en el campo de San Roque.  Después se combatió en calles y plazas y los sobrevivientes escaparon a los cerros para refugiarse en medio de la guerrilla.


Olañeta ordenó el fusilamiento de Hoyos, Camargo y otros treinta alzados, en la Plaza principal, en enero de 1823.  Se liberó también de Maroto expulsándolo de Charcas y rompió con el Virrey de la Serna, acusándolo de liberal, con lo que quedó de gobernante absoluto del Alto Perú, hasta la Llegada del ejército colombiano de Sucre.  Al abandonar Potosí en dirección a su cita con la muerte en Tumusla, Olañeta se alzó también con lo que quedaba en la Casa de la Moneda: 16 zurrones de plata equivalente a treinta mil pesos que Carlos Medinaceli, su vencedor, envió al Mariscal Sucre y con los que el primer presidente de la República pudo atender a los gastos más premiosos de la flamante administración.

 

¿Cuánto significó la guerra larga para el Alto Perú?  Además de la pérdida de vidas, el abandono de los campos, la destrucción de ciudades y la virtual paralización de las minas, el país y particularmente Potosí se vieron obligados a sostener no solamente a sus propios combatientes sino a los ejércitos que se desplazaban del norte, con los pendones del Rey, y a los que subían del sur, a nombre de la Patria. Los familiares de los prisioneros pagaban su libertad en oro.  Ambos contendientes se habían acostumbrado a la rapiña y cuando las contribuciones no eran voluntarias, los ocupantes de turno las convertían en forzadas, confiscando cuanto encontraban a su paso, desenterrando los “tapados” o violando el asilo de los conventos. Casto Rojas, en su Historia financiera de Bolivia, calcula en cien millones de pesos, correspondientes a empréstitos, confiscaciones, cupos, rescates, donativos, incluido el presupuesto ordinario de aquellos años, como el monto de lo que la colectividad altoperuana ofrendó a la guerra.   No le faltó por todo esto razón al escritor español Ernesto Giménez Caballero cuando, al visitar la ciudad, en 1955 escribió una copla:

 

En Potosí nació América

y en Potosí murió España,

pero hoy España revive

en Potosí y en mi alma.

 

Fuente

Arzans de Orsúa y Vela, Bartolomé – El Mundo desde Potosí

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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Siles Salinas, Jorge – La Independencia de Bolivia – Mapfre – Barcelona (1992).

 

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