Batalla de La Tablada

Batalla de La Tablada - 22 de junio de 1829

 

En los últimos días de marzo de 1829 el general Paz emprende su marcha al interior, reforzada su División con unos 300 enganchados, de la peor clase de gente que se pudo encontrar en las orillas de Buenos Aires y en las cárceles (1), y a las órdenes del coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid.  Mientras Paz sigue su marcha a Córdoba, entran en acción el gobernador de Santa Fe, general Estanislao López, y el comandante de campaña, coronel Juan Manuel de Rosas.  En las Vizcacheras es derrotado y muerto el coronel Rauch, por las fuerzas auxiliares de Rosas, entre las que se encontraba el escuadrón del bravo capitán Prudencio Arnold.  Por su parte, Estanislao López ha derrotado a Lavalle en Puente de Márquez.

 

En esos días llega de regreso a la patria el general José de San Martín.  Venía en busca de paz y de tranquilidad y porque sus cortas rentas no le permitían vivir en Europa.  Visto el estado de convulsión del país, se negó a desembarcar.

 

En la campaña de Buenos Aires el paisanaje estaba sublevado a las órdenes de Juan Manuel de Rosas, a quien Lavalle se convenció en seguida que no podía vencer.  A un año del motín del 1º de diciembre y del fusilamiento de Dorrego, todo estaba perdido para los unitarios en Buenos Aires.

 

El general Paz, más hábil que Lavalle, en todos conceptos, siguió con su ejército a Córdoba.  Vence allí, en San Roque, el 22 de abril de 1829 y queda dueño de la provincia.  Destituye por la fuerza al gobernador delegado del gobernador Bustos, que lo era el juez de policía Felipe Gómez y nombra, por sí, en su lugar, a Pedro Juan González.  Con esa ficción de gobierno se permite dirigir comunicaciones haciendo proposiciones de paz a los gobernadores de Mendoza, San Luis y La Rioja, y al mismo general Quiroga.  Más tarde, con una sala compuesta de sus partidarios, y montando guardia en los altos de Córdoba sus cazadores y artilleros, se hará nombrar Gobernador y dirá que la elección fue “canóniga” en su persona.

 

El general Paz, hombre ilustrado, contando con estudios universitarios y la educación del distinguido hogar del que provenía, miembro del llamado Partido de la Ilustración, cuando obra políticamente, no se diferencia en nada a los procedimientos que él achaca a los “caudillos bárbaros”.

 

Si alarma causó en el año 1825 el atentado de Lamadrid en Tucumán, no fue menor la que causó el de Paz en Córdoba, el año 1829.  Facundo Quiroga, Comandante de Armas de La Rioja, apresta su ejército, con auxiliares de otras provincias, y se dispone a desalojar a Paz de Córdoba.  Y nuevamente labradores, gauchos llaneros, viñateros, carreteros, campesinos todos, vuelven a dejar sus herramientas de trabajo y formar el ejército de La Rioja a las órdenes del general Quiroga, para enfrentar al ejército de “los que profesan el oficio de la muerte”.

 

Quiroga se mueve de La Rioja en dirección a Córdoba.  Con él van el general Bustos, gobernador legítimo de Córdoba; Figueroa, gobernador de Catamarca; el coronel Félix Aldao, gobernador de Mendoza; el coronel Juan de Dios Bargas, jefe de la infantería.  Y allí cerca de él, formando parte de su escolta personal, el capitán Angel Vicente Peñaloza, el Chacho.

 

Quiroga toma el camino real en dirección a Zerrezuela y luego se desvía costeando la parte occidental de la sierra en dirección al sur, toca la provincia de San Luis, donde se le incorpora un pequeño contingente, y toma directamente el camino de Río Tercero donde llega y acampa.

 

Por su parte, Paz ha salido con su ejército de Córdoba, el día 12, y avanzando patrullas de caballería va oteando al enemigo.  Así lo va localizando y manejando su ejército para toparlo en el camino, lo más lejos posible de la ciudad.  Así están a poca distancia, uno y otro, en Río Tercero.  Los “bomberos” de Paz le avisan que Quiroga ha acampado allí, en la cuesta y hondonada de un repecho del río, cerquita nomás del lugar llamado El Salto.  En la madrugada Paz se alista para el combate; avanza su vanguardia precedida de patrullas y “bomberos”.  Pero con gran sorpresa el ejército de Quiroga no está allí: sólo hay indicios de fogones, de carne asada y de charqui mezclados a alguna fruta seca y restos de rubio vino riojano.

 

El mismo general Paz va en persona a cerciorarse de la desaparición del ejército de su enemigo.  Perplejo comprueba la veracidad.  “El diablo del riojano debe ser brujo”, se dice por lo bajo, pero la frase se repite y llega a la tropa.  La superstición comienza a hacer su estrago.  “Si Facundo es brujo, tiene pacto con Mandinga”.  Y de no ¿Cómo iba a vencerlo tan luego al bravo Lamadrid?  ¿Y no llevará “copiangos” en su ejército”.  Paz se da cuenta de lo que pasa en su tropa y se desespera por conjurar la superstición.  Por allí ya amagan algunas deserciones.  

 

Con el ejército tucumano de Javier López, que se le ha unido a Paz, vienen algunos catamarqueños y salteños.  Algunos conocen personalmente a Quiroga y hablan de él: “Hombre más bueno y generoso no hemos visto nunca.  Es gaucho como el que más, pero nadie que necesite se arrima a él sin que salga ayudado en todo”.

 

Los paisanos que forman el ejército de Paz tienen mentas de Facundo, lo admiran, lo quieren, saben quién es y están deseosos de pasarse.  Pero Paz tiene implantada una férrea disciplina y el solo intento de deserción se paga con la vida.

 

Desorientado, sin saber qué camino tomar, Paz desespera por saber el camino que ha emprendido Quiroga.  Por fin un rastreador le indica la huella: por allá, por el camino mismo de Córdoba, cruzando el río a tres leguas de allí y siguiendo en dirección a Río Segundo.

 

Nervioso y un poco corrido por la asombrosa habilidad de Quiroga, ordena Paz tomar el camino de la ciudad siguiendo la huella de su enemigo.  Cuando ha avanzado algunas leguas y llega a la Capilla de Pedernera, Paz se tranquiliza; sí, va tranquilo porque “aunque la guarnición no era numerosa, estaba reducida al recinto de la plaza cuyas bocacalles se hallaban cortadas con foso y parapeto y guarnecidas de artillería, y por mediana que fuese su resistencia y atendidos los inadecuados medios del ataque, era probable que se sostuviese el tiempo bastante para dar lugar a ser socorrida”(1).

 

Está Paz a pocas cuadras de la plaza, donde llega el anochecer, y no se da cuenta aún, si la ciudad se ha rendido o no a Facundo.  Sólo ve una larga línea de fogones que, en La Tablada ilumina la noche con sus llamas y su chisporroteo.  Creyendo siempre que Quiroga está acampando en La Tablada y que la ciudad no se ha rendido, se dispone a enviar víveres a la plaza.  Para preparar esta acción envía al comandante Echeverría.  Al poco éste regresa con la noticia de que la ciudad se ha entregado a Facundo sin combatir.

 

Si perplejo se había quedado el general Paz ante la misteriosa desaparición de Facundo en el Río Tercero, mucho más perplejo se quedó cuando se impuso de la entrega de la ciudad sin lucha.  “No, no había dudas, el riojano era el diablo mismo en persona”.  E inmediatamente dio orden de torcer hacia La Tablada, antes de que su tropa se impresionara demasiado.

 

Al día siguiente de haber acampado en el Río Tercero, Facundo buscó el paso a tres leguas de distancia, y enderezó hacia la ciudad.  A su vista el ejército hizo un alto y un emisario fue hasta la plaza en carácter de parlamentario.  El foso se cubrió y las empalizadas se abrieron.  Dos horas después se firmaba con el gobernador sustituto, el siguiente Tratado:

 

Artículo 1º – El Gobierno sustituto de Córdoba, convencido de los males que trae la resistencia de una plaza, cayendo por fuerza en manos de los que la atacan, y hallándose invitado por el señor general Quiroga a nombre de todos, ha dispuesto entregarla.

 

Artículo 2º – A los señores oficiales que pertenecen al ejército del señor general Paz se les concede licencia para que regresen con sus armas y equipajes al ejército de su dependencia.

 

Artículo 3º – El señor general Quiroga, a nombre de todos, asegura respetar la vida y propiedades del señor Gobernador y demás individuos que han seguido la marcha de la presente revolución, sean cuales fuesen los compromisos que hayan contraído en defensa de ella.

 

Artículo 4º – Cualquier individuo de éstos podrá pedir pasaporte para el destino que quiera, para dentro o fuera de la provincia, como no sea para el ejército del señor general Paz.

 

Artículo 5º – En caso de que sea necesario que las fuerzas del señor general Quiroga se batan con las del señor general Paz, con el objeto de evitar los males consiguientes a la defensa que se hace dentro de un pueblo, el señor general Quiroga, por sí, y a nombre de sus aliado, se obliga a batirse fuera del pueblo, a no ser que sea sorprendido en él por las fuerzas contrarias.

 

Artículo 6º – Estos artículos serán valederos luego que sean ratificados por las partes contratantes. (2).

 

Quiroga y el Gobernador sustituto ratificaron el tratado, y en virtud de ello, el ejército riojano entró en la ciudad de Córdoba entre el alborozo de la población, tanto de las clases altas como del pueblo bajo.

 

El general Quiroga cumplió lealmente lo pactado en la capitulación, y fue a acampar al campo llano conocido con el nombre de La Tablada, a la vista de la ciudad.  El general Paz, ante el cuadro que se le presentaba, se resolvió en seguida por un desenlace mediante las armas, el que debía realizarse lo antes posible.  Buscó un vado del río y por allí hizo pasar su ejército en dirección a La Tablada, que es un plano de unas 1.800 hectáreas, que está en una eminencia del terreno que circunda a Córdoba.

 

La noche era terriblemente fría, lo que aumentaba la dificultad de la marcha, pero era preciso hacer ese trayecto antes que llegara el día, a fin de evitar un ataque de Quiroga antes de elegirse el terreno conveniente para el combate.  Antes que rayara la aurora, el ejército de Paz estuvo en las alturas al norte del río para situarse convenientemente.  Marchando siempre por la parte alta, Paz fue corriendo su ejército “costeando por la margen opuesta que lo había hecho la noche antes, siempre marchando por los altos y aproximándose al campo de La Tablada y al pueblo, hasta enfrentarlo”.

 

El resto del día Paz lo ocupó en disponer su ejército, dar de comer y beber a la caballada y estudiar el terreno.  “Serían la una de la tarde cuando nos hallamos separados del campo enemigo… por el potrero de la posesión de Pedro Juan González, inmediatamente ordenó abrir tres grandes puertas en la parte oriental del cerco por las que penetraron las tres columnas que formaban las tres primeras divisiones de derecha e izquierda…”

 

Tal era el temor de Paz de que sus tropas huyeran en cuanto aparecieran las fuerzas de Facundo con éste al frente, que hizo abrir esas puertas o boquetes y encerrar allí sus fuerzas sin medio de retirada.  El coronel Lamadrid se resiste a pelear encerrado y así se lo manifiesta a Paz, pero éste se impone con energía, y Lamadrid obedece, aunque con repugnancia. (3)

 

Mientras Paz va maniobrando, Facundo (4) dispone sus fuerzas, toda la caballería, pero no ataca a su enemigo.  Recién cuando Paz colocó en posición su ejército, Facundo inició el ataque sobre la División del coronel Lamadrid.

 

Las fuerzas de Lamadrid fueron arrolladas completamente replegándose sobre el potrero y la infantería, que contuvo al enemigo.  Los milicianos de Paz, al ver la terrible acometida de la caballería de Facundo, comandada por el coronel Félix Aldao “se acercaron a entrar por las aberturas de la cerca del potrero, ganaron la campaña y se dispersaron en todas direcciones”.  Paz se dio cuenta inmediatamente de las consecuencias que podría tener para su ejército una carga tan terrible como la que recibió Lamadrid.  Echó mano a la reserva, ordenó que costease el cerco del potrero para precaver que la envolviesen los dispersos y él mismo se puso al frente, considerando que su presencia animaría a sus soldados.  Pero no tardó en verse comprometido seriamente por la avalancha que retrocedía sin orden empujada por la caballería de Quiroga.  Así empujados Paz y sus soldados llegaron sobre su propia infantería, y allí el general se vio en la necesidad de gritar a los infantes que hicieran fuego sobre los que intentaran fugar por las aberturas del cerco.

 

En tan comprometida situación para Paz, la infantería pudo aguantar la embestida y dar tiempo a que el coronel Pringles, con un resto del escuadrón número dos y apoyado por parte de la reserva, diera una carga brillante sobre el flanco riojano, restableciendo el combate e inclinando la victoria hacia el campo de Paz.

 

A partir de esta carga de Pringles, el cuadro cambia: nuevos escuadrones de Paz entran en acción, la artillería y la infantería sostienen el combate con ventaja, ante la falta de esas armas por parte de Quiroga, y la lucha, que se vuelve más encarnizada, comienza a definirse.

 

En su campo, Facundo, blande la lanza con fiereza y se pone al frente de su más selecta caballería.  Es un grupo como de mil jinetes, los mejores de los llanos, y se lanza como una furia hacia el centro de las tropas de Paz.  Pero el famoso manco ha formado una barrera de fuego entre fusileros y artilleros y es imposible acercarse.  Allá van, sin embargo, oficiales y soldados riojanos, revoleando en alto el lazo y haciendo rayar el caballo junto mismo a la boca de los cañones que vomitan fuego.  Allí el comandante Angel Vicente Peñaloza (El Chacho) y sus gauchos enlazan los cañones y se los llevan a la rastra al campo de Facundo, obligando a Paz a amarrarlos uno con otro so pena de quedarse sin artillería.

 

Las cargas se suceden con la rapidez del relámpago, los cascos de los caballos dejan “la tierra molida y el pasto trillado”, la sangre forma cuajarones violentos y los muertos y heridos comienzan a dar aspecto dantesco al campo.

 

La artillería y la infantería de Paz –armas que no ha llevado a La Tablada Quiroga- le dan el triunfo.  Quiroga se ha ido replegando hasta la orilla del Monte.  Allí lo cañonea Paz hasta que el combate termina.  Paz suspira sintiendo un gran alivio.  Una terrible batalla que por momento creyó que perdía, se ha convertido en su más brillante victoria.  Facundo, iracundo, conoce la amargura y la rabia de la derrota y desaparece con los restos de su ejército, en medio de la espesura del monte.

 

Pero Facundo no se da por vencido; todavía puede disputarle la victoria al general Paz.  Se retira a una legua de La Tablada y reorganiza sus dispersos.  Del todo forma una buena columna.  Envía, al atardecer sus bomberos sobre el campo de Paz, donde a la luz de los fogones se festeja vivamente la victoria.  “Aún no se había insinuado el crepúsculo (de la aurora) del día 23 de junio cuando ya el ejército de Paz regresaba a la ciudad.  El terreno no permitía marchar más que en una columna.  No se apercibían bien los objetos y ya había descendido la cabeza, la pendiente que de La Tablada conduce al bajo de la ribera del río.  Paz iba en medio del Regimiento 2 de caballería; seguía luego la infantería y la artillería y cerraba la marcha el cuerpo tucumano con los restos de la milicia de Córdoba”.  “De tal modo, la parte delantera de la columna había descendido al bajo y la posterior se encontraba en la cuesta o sobre el alto, que aún no había comenzado a descender”.

 

“En tal disposición marchaba la columna en silencio, cuando un tiro de cañón disparado hacia la retaguardia de la columna llamó la atención de Paz y de los que iban adelante”.  Era Facundo que caía de sorpresa sobre el ejército victorioso de Paz que regresaba a la ciudad.  Paz en el fondo del desfiladero y Facundo en la cresta del alto, el combate se reanudaba en la penumbra del crepúsculo de la aurora.  Los momentos eran dificilísimos para Paz, cuya cola de columna, despavorida y en busca de la salida del desfiladero, comenzó a arremeter, atropellándolo todo, hacia delante.  Pero Paz, tenía esa serenidad en medio del mayor peligro, que tienen quienes están realmente poseídos del genio de la guerra.  Se dio cuenta inmediatamente de la situación.  Ordenó a la infantería que despejara el camino a los que venían de atrás.  Sacados del desfiladero algunos escuadrones y batallones de infantería, organizada su tropa, Paz ordena subir la cuesta, buscando pasos en la penumbra de la hora.  Y el combate del día anterior se reanuda, con mayor violencia y encarnizamiento.  Si bien Paz piensa que la maniobra de Quiroga “es la operación militar más arrojada de que ha sido testigo o actor en su larga carrera”, piensa luego, que “se ha batido con tropas más aguerridas, más disciplinadas, más instruidas, pero más valientes, jamás”.

 

“El fuego se empeña del modo más terrible y comienza nuevamente a triunfar la pericia, ya que no la bravura de los soldados de Paz, porque sea dicho en honor a la verdad, los de Quiroga se condujeron del modo más bizarro.  Vencidos, perseguidos, acosados por todas partes, arrinconados en las quiebras del terreno, se defendían con la rabia de la desesperación; hubo hombres que inutilizadas sus armas, las arrojaban y tomaban piedras para defenderse individualmente”.

 

Por fin Quiroga había utilizado su artillería y su infantería que no utilizó en La Tablada el día anterior.  Pero todo fue inútil.

 

Terminada la batalla, Facundo, con un grupo de caballería emprende el regreso a La Rioja.  Por fin conoce la amargura de la derrota.  Cuando ha marchado dos días, lo alcanza una partida de dispersos.  Hacen alto.  El jefe de los que recién llegan es el teniente Ramón Acosta.  Viene conmocionado, pálido.  Se apea y se acerca a Quiroga, que lo interroga fieramente con la mirada.  Acosta habla, por fin: “En el atardecer mismo del día 23 habían sido fusilados numerosos prisioneros riojanos, entre ellos, oficiales de alta graduación”.  Quiroga mira fijamente al teniente, luego contrae la cara viéndose sus ojos casi cerrados trasuntando mudo, pero terrible furor: “El ejército de la civilización y la ilustración fusilaba prisioneros indefensos”.

 

Referencias

 

(1) Véase Memorias, del general José María Paz.

(2) Este tratado lo consigna el teniente coronel Juan Beverina, en sus Anotaciones a las memorias póstumas del general José María Paz, y las transcribe Elías Octavio Ocampo, en su tan interesante trabajo titulado “Esbozo de la personalidad histórica del general Juan Facundo Quiroga”, La Rioja.  Sobre la entrada del ejército de Facundo Quiroga en la ciudad de Córdoba, dice en “Facundo” Domingo Faustino Sarmiento: “Facundo acomete la ciudad con todo su ejército y es rechazado durante “un día y una noche” de tentativas de asalto, por cien jóvenes dependientes de comercio, treinta artesanos artilleros, dieciocho aliados tiradores, seis coraceros enfermos, parapetados detrás de zanjas hechas a la ligera y defendidas por sólo cuatro piezas de artillería.  Sólo cuando anuncia su designio de “incendiar la hermosa ciudad” puede obtener que le entreguen la plaza pública, que es lo único que no está en su poder”. Cómo en todo su libro, todo esto es sólo una patraña.  La propensión de Sarmiento, ingénita en él, a la impostura le dicta toda esa novela.  Este tratado, o capitulación firmada por Quiroga y el Gobierno sustituto, lleva firma 21 de junio, y Quiroga estaba en el Río Tercero el día 20 es decir, el día anterior.  ¿Cuáles son esos “un día y una noche” de tentativas de asalto de que habla Sarmiento?.  El mismo Paz dice en sus Memorias “…un viejo achacoso que se encontró en un rancho cerca del pueblo, añadía que había oído a uno que pasó, que en esa tarde (la del 21) había tomado el enemigo posesión de la plaza “con bandera de paz”, según la expresión”.  En cuanto a la minuciosidad con que Sarmiento detalla quiénes y cuántos eran los que defendían la plaza, ya hemos dicho que por ese mismo detalle se da uno cuenta de que miente, porque siempre que quieren dar viso terminante de verdad a una mentira, los impostores exageran el detalle hasta la minucia.  Para nada menta Sarmiento este tratado de paz, o capitulación del Gobierno sustituto y Facundo.  De ninguna manera, porque entonces, habría que hacer resaltar la nobleza y don de gentes de Facundo, y ello no era posible: Facundo siempre debe aparecer como un gaucho bárbaro.  De ahí que se callen acciones nobles, como la que comentamos.  Adviértase que por medio de esa capitulación, Facundo da entera libertad a los oficiales de Paz que marchen al ejército de éste con sus armas, nobleza y generosidad que no tendrá muchos ejemplos en nuestras luchas civiles, sobre todo, por parte de los llamados civilizados.  Que se compromete a no luchar dentro, ni en las inmediaciones de la ciudad, para no perjudicarla, a respetar la propiedad, etc.  ¿Es éste el bárbaro, el Tigre de los Llanos?

(3) “…. el coronel Lamadrid puso alguna dificultad en la operación de romper el cerco, pareciéndole, sin duda, peligroso encerrarse de aquel modo en el cercado, pero le hablé con firmeza y obedeció”. (General José M. Paz. Memorias)

(4) Al parecer, Facundo dejó su infantería en la ciudad de Córdoba o en sus inmediaciones, dado que en La Tablada combatió sin esta arma que le hubiera sido tan necesaria y que tal vez le hubiera dado el triunfo.

 

Fuente

De Paoli, Pedro – Facundo – Ed. Plus Ultra – Buenos Aires (1973).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Portal www.revisionistas.com.ar

 

Artículos relacionados

 

Asesinato de Facundo Quiroga

Batalla de la Ciudadela

Batalla de Oncativo

Facundo Quiroga

 

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar