Extrañas performances de Buenos Aires

En los últimos trece años (2007-2020), la ciudad de Buenos Aires ha vivido, por lo menos, tres fenómenos que, escapando a todo pronóstico y control humanos, hicieron de ella una ciudad extraña por las particularidades que la asolaron. Podría caber el término extraordinario para mejor conceptualizar lo que aquí se pretende redactar, porque esas manifestaciones trastocaron percepciones, conductas ciudadanas y golpearon la soberbia actitud que nosotros, los seres humanos, teníamos respecto del cosmos.

Tres sucesos, decíamos, modificaron para siempre la rutina de quienes habitamos la Capital Federal. No obstante, debe aclararse que dos de esos tres fenómenos tuvieron, el uno, carácter nacional, y el otro, carácter mundial, por lo tanto ambos no desperdigaron sus efectos solamente sobre los porteños.

Referiremos, en primer término, lo ocurrido el lunes 9 de julio de 2007, un Día de la Declaración de la Independencia. Se trató de una inesperada y copiosa nevada que cubrió de blancura a la ciudad de Buenos Aires y a buena parte de la República. Fue algo inesperado que alegró a los ciudadanos, los cuales salían de sus hogares para practicar guerras de nieve, sacarse fotografías, armar muñecos y ver, con ojos extrañados, cómo eran los paisajes cotidianos cubiertos, ahora, con un manto que todo lo uniformaba: veredas, espacios públicos, automóviles, árboles.

La primera nevada capitalina había ocurrido los días 22 y 23 de junio de 1918, y de acuerdo a lo esgrimido por el Diario Crónica, “el primer domingo de invierno de 1918, al igual que en otras tantas veces para esa altura del año (…) los porteños sobrellevaban temperaturas gélidas que oscilaban niveles de cero grado” (1).

El mismo periódico, a través de una fuente del Servicio Meteorológico Nacional (SMN), argumentaba que se había registrado “un fenómeno parecido el 27 de julio de 1928, aunque de menor intensidad en comparación con lo ocurrido una década antes”. Esta sería, pues, la segunda nevada reconocida en Buenos Aires.

A diferencia de lo de casi cien años atrás, la nevada del año 2007 no agarró de sorpresa a los pobladores de la Capital Federal, dado que los copos de nieve comenzaron a aparecer pasado el mediodía de aquel 9 de julio. Es decir, desde principio a fin el disfrute fue total, por decirlo de alguna manera (2).

Como dato de color de ese 9 de julio de 2007, la temperatura más baja calculada en todo el país tuvo lugar en Viedma, capital provincial de Río Negro, con 32 grados bajo cero, y la última vez que se avistó nieve en La Rioja había sido el 21 de septiembre de 1976, y un año antes en Córdoba.

El segundo fenómeno que evocamos en esta somera crónica, ocurre el miércoles 4 de abril de 2012, cuando un tornado asoló, con vientos huracanados, la totalidad de Buenos Aires y buena parte del Conurbano bonaerense. Ya anochecía cuando, amenazada por el rugir del viento y el choque de los objetos que se mecían sin ton ni son, la ciudad padecía la voladura de techumbres, el derribo de árboles y postes de luz, y el destrozo de casas y automóviles que, desprotegidos y a merced de la naturaleza, estaban estacionados en las calles.

En los días subsiguientes salí a recorrer el barrio donde vivo –Liniers-, donde comprobé los daños causados por el tornado, y de esa desoladora excursión recuerdo algunos detalles, como por ejemplo, ver tirado en el suelo el cartel de la plaza “Coronel Martín Irigoyen”, de avenida Larrazábal y García de Cossio. Otro espacio verde, el del parque del Polideportivo Santojanni, se asemejaba a un campo de batalla, con ramazones y árboles quebrados por todas direcciones, y con el resultado de que algunos tramos de su reja perimetral también habían sufrido las inclemencias climáticas. Sobre la calle Ercilla me acuerdo haber visto doblada como una hojalata la reja frontal de una vivienda. En fin, pura memoria de aquellos paisajes malheridos por las inclemencias del temporal.

Todavía hoy, debo afirmarlo, existen varias roturas edilicias que aún no han sido reconstruidas desde aquel año 2012. A lo mejor, quién sabe, queden como mudos y curiosos jalones del abatimiento cernido sobre Capital Federal para curiosidad de las futuras generaciones y el deleite de vecinos memoriosos.

El último fenómeno que está haciendo historia en nuestra cotidianeidad es, sin lugar a equívocos, la pandemia universal del COVID-19 o Coronavirus. En este caso, su impacto, lejos de ser festivo o asombroso, tiene tintes más bien macabros y asustadizos, y revestido con ciertos aires de marcialidad en un imaginario escenario bélico.

No hay toque de queda pero sí una cuarentena que, decretada por el Poder Ejecutivo Nacional (PEN) el 20 de marzo de 2020, se fue volviendo cada vez más compleja y, hasta cierto punto, irritante (3). La profundización de la medida fue creciendo acorde avanzaban los días, y esbozaré algún punteo sobre la misma.

Tenemos por caso, que para el 23 de marzo la gente ya había tomado conciencia de que, al momento de ir a hacer compras a un supermercado chino, se formara fuera del establecimiento una fila que respetara el 1 o 1,5 m. de distancia entre persona y persona para poder ingresar. Y el novedoso sistema de vida, llevado a la práctica bajo algunos motes tales como “distanciamiento social” o “circulación comunitaria”, se profundizaba cuando uno veía al comerciante oriental atendiendo en la caja detrás de un cortinado de plástico duro y con barbijo, e incluso, permitiendo el ingreso y egreso al local a idéntico número de personas.

Al transcurrir los días (primera semana de abril), era más notoria la presencia de patrulleros y agentes policiales, como así también de transeúntes utilizando barbijos, mascullando quejas u oteando la quietud desde grises miradores (4).

Los colectivos van semivacíos, y hasta es posible que en un viaje cualquiera un agente del orden le pida algún permiso que justifique su traslado de un punto a otro de la ciudad vacía.

Tomé algunas fotografías para dejar testimonio de las soledades que presentan avenidas como Emilio Castro o Juan Bautista Alberdi, cuadro urbano el más insólito que nos habla, a las claras, de un nuevo modo de vida, con estrictos códigos de marcialidad y un impostergable sentimiento de toxicidad hacia el prójimo.

Los analistas y los periodistas, que parecen enciclopédicos charlatanes a cuerda, arriesgan un nuevo ordenamiento social en el cual se obligará a evitar el saludo, el abrazo y el beso en la mejilla entre los humanos, con tal de que no haya un imaginario rebrote de un nuevo virus exterminador. Ahora todos son expertos higienistas, o, al menos, es la pretensión que urge ante la aplastante realidad.

Prorrogada la cuarentena hasta los últimos días de abril, continúa la desolación de Buenos Aires –por no decir, del mundo entero-. No hay cafetines, ni asados con amigos, tampoco espectáculos deportivos ni cantinas donde regocijar la amistad y engolfar el apetito. Por ende, de las tres vivencias insólitas acaecidas en la capital de la Argentina desde 2007, la del Coronavirus es, por sus estragos, la que tiene que dejarnos unas cuantas enseñanzas.

Sin embargo, los tres episodios, cada uno a su manera, nos hicieron ver la realidad a través de otros prismáticos, de otros ojos, y bien merecen su invocación.

Por Gabriel O. Turone

Referencias

(1) “En Buenos Aires, no nevaba así desde 1918”, Diario Crónica, Año XLIII, Nº 15.184, Buenos Aires, Martes 10 de julio de 2007, Página 8.
(2) Ese mismo día se registraron en Buenos Aires 4 fallecidos por la ola de frío polar. El matutino Crónica, señalaba: “Entonces, la alegría de muchos, puede ser el castigo de otros. Que la cortina de nieve no vende los ojos de toda una sociedad…” (10 de julio de 2007, Página 7)
(3) Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) Nº 297
(4) Las primeras provincias en obligar a sus habitantes a usar barbijos fueron Catamarca, Jujuy, La Rioja, Misiones y Santiago del Estero.

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