El problema del Himno

Himno Nacional Argentino

Normalizadas la relaciones con España hacia mediados del siglo XIX, pudo encauzarse debidamente el flujo inmigratorio hispano hacia nuestro país, que no tardó en cobrar gran importancia, sobre todo a partir de 1880, año en que comienza la estabilización y expansión argentina. Cientos de millares de españoles se establecieron definitivamente en este suelo, y hacia fines del siglo la colectividad española era, después de la italiana, la más importante numéricamente y por la actividad desplegada.

Para entonces ya habían quedado atrás los odios y afrentas suscitados por la larga Guerra de Independencia, que envenenaron nuestros primeros años como Nación. El apaciguamiento general, las cordiales relaciones con Madrid, permitieron contemplar otro problema, esta vez de orden afectivo.

Ocurría que el Himno Nacional se cantaba siguiendo al pie de la letra la versión primigenia de Vicente López y Planes en los albores de nuestra nacionalidad. La versión, verdadero canto de guerra que galvanizó a nuestros ejércitos y recorrió América entera, poseía un fuerte contenido antiespañol, expresado en varias de sus estrofas. Naturalmente, a los españoles no les gustaba nada escuchar, y menos en boca de sus hijos escolares, aquello de: “¿No los véis sobre Méjico y Quito / Arrojarse con saña tenaz / Y cual lloran bañados de sangre / Potosí, Cochabamba y La Paz?” No podía agradarles mucho la presentación de: “Se levanta a la faz de la tierra / Una nueva y gloriosa nación / Coronada su sien de laureles / Y a sus plantas rendido un león”. Debía darles en los riñones escuchar: “En los fueros tiranos la envidia / Escupió su pestífera hiel / Su estandarte sangriento levantan / Provocando a la lid más cruel”. Debían tragar saliva y apretar los dientes con: “Mas los bravos, que unidos juraron / Su feliz libertad sostener, / a esos tigres sedientos de sangre / Fuertes pechos sabrán oponer”. Y las lágrimas saltarían a los ojos de más de un español al oír: “Buenos Aires se pone a la frente / De los pueblos de la ínclita unión / Y con brazos robustos desgarra / Al ibérico altivo león”.

Millares de conflictos se suscitaron. En muchos hogares españoles, donde los padres se negaban a que se enseñara a sus hijos a enfrentar a la no olvidada tierruca; en los actos públicos, donde los españoles, boca firmemente cerrada, rehusaban cantar la marcha patria, permaneciendo en un hosco y dolido silencio, ya que no podían conciliar con ese canto a la patria nueva con la que dejaran atrás y de la que no pensaban regresar. Pero había más. Existía una fuerte rivalidad entre la colectividad española y la italiana. Vista a la distancia, esa rivalidad tenía mucho más de deportivo que de encono real, y una prueba de ello es la multitud de casamientos que ligaron indisolublemente a ambos troncos peninsulares, pero, por supuesto, entonces ninguno perdía ocasión de fastidiar al otro. Y el Himno era una hermosa herramienta. Cuando españoles e italianos convergían en un acto donde se entonaba la marcha, los italianos la cantaban con honda fruición, voceando a pleno pulmón las estrofas agraviantes, dirigiendo miradas sobradoras a los torvos hispanos, que consumían hiel por hectolitros. Y no siempre las cosas derivaban pacíficamente. Muchas veces la guerra fría se calentaba y el Himno terminaba en batalla campal con intervención policial.

Pero ¿quién osaría tocar la letra del Himno, de ese Himno del que todo argentino se sentía hondamente orgulloso? Debía ser un gobernante de sólido prestigio y fuerte personalidad, capaz de hacer pasar una medida que provocaría disgusto en algunos sectores. Y el hombre indicado fue Roca. Tal vez no fuera popular, tal vez careciera de arrastre en las masas, pero en cuanto a autoridad, le sobraba en cantidades exportables, y eso nadie lo ponía en duda.

Fue Roca, durante su segunda presidencia, quien tomó el toro por las astas, el 30 de marzo de 1900, mediante un decreto que disponía:

“Que el Himno Nacional contiene frases que fueron escritas con propósitos transitorios, las que hace tiempo han perdido su carácter de actualidad:

“Que tales frases mortifican el patriotismo del pueblo español y no son compatibles con las relaciones internacionales de amistad, unión y concordia que hoy ligan a la Nación Argentina con España, ni se armonizan con los altos deberes que el Preámbulo de la Constitución impone al Gobierno federal, de garantizar la tranquilidad de los hombres libres de todas las naciones que vengan a habitar nuestro suelo:

“Que por aquel motivo de diferentes épocas y especialmente en los últimos años se han producido manifestaciones que han llamado la atención del Gobierno general, pidiendo que se conserve la música actual del Himno Nacional y se modifique el texto de algunas de sus estrofas:

“Que si bien esto no es posible, porque el Poder Ejecutivo no puede alterar el texto oficialmente consagrado por una sanción legislativa, entra en sus facultades determinar cuáles sean las estrofas del mismo Himno que deben cantarse en los actos oficiales y festividades nacionales, desde que al respecto no hay disposición legal alguna:

“Que, sin producir alteraciones en el texto del Himno Nacional, hay en él estrofas que responden perfectamente al concepto que universalmente tienen las naciones respecto de sus himnos en tiempos de paz y que armonizan con la tranquilidad y la dignidad de millares de españoles que comparten nuestra existencia, las que pueden y deben preferirse para ser cantadas en las festividades oficiales, por cuanto respetan las tradiciones y la ley sin ofender a nadie, el Presidente de la República, en acuerdo de Ministros, decreta:

“Artículo 1º – En las fiestas oficiales o públicas, así como en los colegios y escuelas del Estado, sólo se cantarán la primera y la última cuarteta y coro de la canción nacional sancionada por la Asamblea General el 11 de marzo de 1813”.

Encabeza la rúbrica Julio Argentino Roca, refrendada por los ministros Felipe Yofre, Luis María Campos, José María Rosa, Martín Rivadavia, Martín García Merou y Emilio Civit. No firmó el ministro de Instrucción Pública, Osvaldo Magnasco. Y así quedó el Himno Nacional, tal como lo cantamos ahora. Era un bel gesto que se le debía a España.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal: www.revisionistas.com.ar
Scenna, Miguel Angel – Argentinos y españoles, Buenos Aires (1978)
Todo es Historia – Marzo de 1978

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