Charles Tellier

Charles Tellier (1828-1913)

Nació en Amiens (Francia), el 29 de junio de 1828. En sus primeros años se dedicó a la industria textil, como colaborador de su padre en la hilandería que éste poseía en Condé-sur-Noireau, en tierras normandas. La profunda crisis industrial que sobrevino luego de la revolución de 1848, fue la ruina para la empresa de los Tellier.

Aficionado a los diversos temas de la mecánica industrial, en 1856, se consagró a construir un barco en el que la fuerza motriz estaba dada por el amoníaco, y de esto pasó a experimentar las posibilidades del aire comprimido. Fue de los primeros en descubrir el papel del amoníaco en la producción del frío y del hielo, y de encontrar el modo de producirlo de manera continua. Mons. Carré le disputó la prioridad de este invento y le inició juicio. A Tellier le asistían todos los derechos, pero mal defendido, perdió el pleito, y fue condenado a pagar 6.000 francos en concepto de gastos causídicos. Intimado su pago, como Tellier no tenía dinero para oblarlo, se le aplicó entonces, la pena alternativa de arresto por nueve meses, que pasó en la prisión del Sena. Estaba cercado por gente inescrupulosa que no reparaba en medios para apoderarse de su invento y explotarlo en provecho propio.

Una vez liberado siguió investigando. Demostró los beneficios terapéuticos del oxígeno, por ejemplo, y fue el primero en diseñar un motor de gas pobre. Pero lo que constituyó su mayor obsesión, fue la obtención del hielo artificial y el mantenimiento de cámaras a baja temperatura. A pesar de todos los inconvenientes con que se tropezaba para hallar una solución a este problema, el uruguayo Federico Nin Reyes, que había sido ministro de Hacienda de su país, y que se hallaba expatriado en la capital de Francia, tuvo noticias de los trabajos de Tellier sobre la conservación de la carne y lo estimó grandemente en su empresa. Lo puso en contacto con Francisco Lecoq, hombre que había hecho fortuna en el Uruguay y tenía confianza en los métodos de Tellier. Allegó los fondos para hacer una experiencia de transporte de carnes desde Europa al Plata y Tellier hizo la instalación necesaria en el barco “City of Rio de Janeiro”, que partió de Londres con una provisión de carne destinada a sufrir la prueba de la experiencia en el largo viaje hasta Montevideo. A los veintidós días de navegación un accidente desgraciado rompió la instalación preparada por Tellier y la experiencia tuvo que interrumpirse. Después de tantos días se comprobó que la carne se conservaba sin alteración alguna.

Tellier entonces continuó investigando. Tenía ya la convicción absoluta, no sólo de la verdad de su descubrimiento, sino de su eficacia práctica. Obtuvo el apoyo financiero y el aliento del emperador Napoleón III. Sobre esta base instaló la primera usina frigorífica destinada a la conservación, por medio del frío artificial, de carne y otros alimentos. La Academia de Ciencias de Francia controló y aprobó los resultados obtenidos y buena parte de la opinión pública de su patria lo acompañó en sus esfuerzos. Todo estaba preparado para seguir adelante, más la guerra de 1870, obligó a hacer paréntesis, que se prolongó más allá de la contienda bélica.

Desde la República Argentina se daba aliento a la empresa, y en 1868, el Congreso sancionó el 7 de setiembre de ese año, una ley autorizando al Poder Ejecutivo a abrir un concurso con 8.000 pesos de premio al mejor sistema de conservación de carne fresca para su explotación en gran escala. Se presentaron siete candidatos del país y sesenta y cinco del extranjero, de los cuales veintisiete ofrecieron muestras del estado del producto. Un jurado integrado por técnicos en la materia examinó las muestras y dictaminó sobre el mérito de los inventos, considerándolo desierto. Tellier no pudo participar de este concurso. En 1872, al realizarse otro se obtuvo el mismo resultado, a pesar de haberse presentado ochenta candidatos. Ante el fracaso de estas tentativas, el gobierno había promulgado la ley del 9 de octubre de 1869, que permitió por siete años exportar sin derecho ganado bovino en pie, medida prorrogada varias veces hasta fines del siglo.

El interés de Tellier se mantenía en equipar un barco con instalaciones frigoríficas que debía transportar la carne desde el Plata hasta Europa, pero según sus cálculos necesitaba 300.000 francos, para demostrar con un viaje experimental que la carne podía soportar el viaje conservando todas las calidades del producto fresco.

Los datos que Tellier expuso en su libro Histoire d’une invention moderne. Le frigorifique, son convincentes en tal sentido. Allí dijo que un novillo valía entonces en la Argentina o en el Uruguay 35 francos; vendiendo los cueros y la grasa –como se estilaba entonces- los huesos y la carne casi se obtenían gratuitamente. Tellier estimaba que la carne de una oveja venía a costar, una vez vendidos los demás productos y subproductos del animal, 45 céntimos. El costo del frío necesario para la conservación durante dos meses y medio, tiempo exigido entonces por el faenamiento, el transporte y la venta, se resumía en tres céntimos el kilogramo.

Entre la Argentina y el Uruguay poseían 18 millones de vacunos y 87 de ovinos. “Estos datos explican –escribe Tellier- el beneficio enorme que se podía recoger de una explotación bien emprendida, suficientemente vasta para alimentar la clientela europea, y ese era mi sueño”.

Por medio de la suscripción hecha a través de un importante diario de París, en 1874, consiguió los 300.000 francos, el dinero necesario para la empresa, ofreciendo este negocio con una alta rentabilidad. Reunidos los inversores en asamblea, se aprobó la compra del vapor “Evohé” a un armador de Liverpool y su adaptación inmediata como frigorífico, rebautizándolo de acuerdo: “Le Frigorifique”. Era un pequeño barco de fabricación inglesa, con capacidad de 1.200 toneladas y una velocidad de seis nudos por hora.

El elemento refrigerante empleado fue el éter metílico. En las cámaras se pusieron seis novillos divididos en dos, doce ovejas, un cerdo y cincuenta gallinas. El barco zarpó de Rouen, el 20 de setiembre de 1876, con carnes que debían ser completadas en Lisboa. El sabio francés se contó entre los que partieron a bordo. Al pasar el golfo de Gascuña se desató una furiosa tormenta, y en medio del grave peligro para el navío, Tellier invocó a Dios, como lo recuerda en su libro. Al sentirse afectado por algunas actitudes de quienes financiaban el viaje, descendió en Lisboa, y “Le Frigorifique” siguió su viaje.

El 25 de diciembre de 1876, llegó a Buenos Aires, donde se le dispensó una acogida triunfal. Los diarios de la época señalaron la trascendencia del acontecimiento. Tres días después a bordo se ofreció una comida a diversas personalidades, al punto que pudieron servir platos de carne de carnero y de vaca, que degustaron con entusiasmo las autoridades y los dirigentes ganaderos de la época. Se pudo comprobar que a pesar de su gusto algo desagradable, se hallaba en perfecto estado de conservación. La alteración del sabor era motivada por el largo tiempo que habían permanecido, entre 55 y 105 días en las cámaras frigoríficas.

El acontecimiento produjo verdadera sensación en todo el país. El gobierno de la provincia de Buenos Aires apoyó la empresa con 25.000 pesos, suma elevada a 60.000 con el aporte de ganaderos argentinos. Poco después de un puerto nacional se hizo el primer cargamento de 75 novillos que marchó rumbo a Francia, y aunque en el control de llegada no se le halló totalmente perfecto, sólo quedaron algunos puntos secundarios para obtenerse el éxito definitivo.

La industria frigorífica revolucionó la economía rural de los países del Plata, y junto a ella, la ganadería cobró enorme impulso. Sancionada la legislación que liberaba de derechos la exportación de carnes, fuertes inversiones se realizaron en esta industria. Con el aporte técnico de Tellier y con la concepción de Appert, de Justus von Liebig y del mismo Pasteur –que dieron lugar a los acontecimientos básicos para el embasamiento de carnes- se iniciaba la exportación masiva de carnes argentinas hacia Gran Bretaña, por entonces principalísimo mercado para todas las materias primas del mundo en razón de su primacía imperial.

En octubre de 1908, al celebrarse el Primer Congreso Internacional del Frío, en el gran anfiteatro de la Sorbona los 6.000 congresales llegados de todo el mundo, saludaron a Tellier con una gran ovación, y el epíteto de “Padre del Frío”. Desprovisto en absoluto de espíritu comercial, Tellier no explotó su invento. Escribió en 1910, su interesante libro donde relató todos los contratiempos y sinsabores que había sufrido.

Dada su pobreza la Asociación del Frío promovió suscripciones en todo el mundo, y el gobierno argentino le entregó 25.000 francos en noviembre de 1912; el Uruguay 10.000. A mediados de febrero de 1913, se le ofreció un banquete de homenaje en el Gran Hotel de París. Era entonces “un viejecito de largos cabellos blancos, de barba blanca como conviene a un genio del hielo”, según el decir de Rubén Darío en una breve crónica para “La Nación” de Buenos Aires. En el transcurso del acto, el médico y físico d’Arsonval, del Instituto, lo condecoró con la cinta roja de la Legión de Honor. A los 84años salía del retiro silencioso de la pobreza para recibir la condecoración tan merecida, y el producto de la suscripción realizada en su favor. Entre los concurrentes al homenaje se destacaba la presencia del primer secretario de nuestra legación que ratificaba esa adhesión tan justificada.

Enfermo de cuidado, murió en París, el 19 de octubre de 1913, cuando un comité privado de Buenos Aires estaba por entregarle 50.000 francos más. Para rectificar las informaciones de que Tellier falleció en el desamparo y completamente abandonado, y las afirmaciones que al respecto publicó “Le Matin”, la Asociación del Frío envió a los diarios copia de una carta del extinto para agradecer la mensualidad que le entregaba la entidad y señalar que recibía 400 francos de diversas procedencias.

Se le ha rendido justicieros homenajes. Una escuela técnica de la Nación lo recuerda, al igual que sendas calles en los partidos de Merlo y San Isidro, en la provincia de Buenos Aires. En la placa que la Asociación Argentina del Frío colocó para honrar su memoria, en el transatlántico que lleva su nombre, dice: “A Charles Tellier en reconocimiento de su grandiosa contribución al progreso económico de la República Argentina”.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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