El Pabellón Argentino de París

Pabellón Argentino

La Exposición Universal de París de 1889 tuvo un símbolo, una suerte de poema mecánico fuera de toda escala, la torre Eiffel; esta carcasa de hierro que permanece plantada al borde del Sena tiene su correlato en Buenos Aires: cinco esculturas distribuidas en diversos barrios que testimonian la presencia argentina en aquella célebre ocasión en que se conmemoraba el centenario de la Revolución Francesa.

Francia conmemora el Centenario (1789/1889) de su gran Revolución y para celebrarlo organiza numerosos festejos de los cuales el más destacado es la Exposición Universal de París por ser inaugurada en 1889.

Invitada oficialmente en 1886, la República Argentina acepta concurrir cuando ya se evidenciaban los primeros síntomas de la crisis económica que la precipitaría en la ruina y cuya expresión más relevante serán las jornadas revolucionarias de 1889 y 1890.

Estas exposiciones universales se originan en Inglaterra en el siglo XVIII; en un principio fueron de orden local y servían para exhibir los nuevos productos de la industria, pero los avances tecnológicos del siglo XIX al posibilitar la producción en gran escala impulsan la expansión industrial que en su afán de competencia desborda las fronteras nacionales; esta nueva situación se verá reflejada en las exposiciones que convocadas regularmente ahora serán mundiales, universales, etcétera. La primera, de carácter internacional, tuvo lugar en Londres en 1851 y, posteriormente, se organizaron en todas las ciudades industriales: Roma, Chicago, Berlín, París; al primer objetivo que era la mera exhibición de productos, se sumaba ahora el de vincular a los países productores de bienes elaborados con los proveedores de materias primas.

A participar de este nuevo tipo de exposiciones son convocados países que, como el nuestro, no habían ingresado en la era industrial sino que permanecían detenidos en la etapa agroganadera. El gobierno de Juárez Celman, cuya gestión se ha desarrollado entre la corrupción y el fraude, se suma a la fiesta con la construcción de un costoso pabellón que no sólo debería mostrar la “opulencia de la cual disfruta la Nación” sino que tendría que conjugar las novedosas técnicas arquitectónicas con la practicidad de un recinto destinado a albergar la infinita variedad de materias primas con que cuenta el país. Para concretar tan ambicioso y desmesurado proyecto, el gobierno designó una comisión integrada en su inicio por once miembros, la que se trasladó inmediatamente a París donde fijó su residencia.

Los organizadores de la exposición sugirieron a los países del Sur y Centroamérica la ventaja de presentar los productos en un mismo pabellón, como ya lo habían hecho en 1878, a lo cual se opuso la delegación argentina solicitando, en cambio, un espacio de seis mil metros cuadrados; el comité francés le adjudicó sólo mil setecientos metros cuadrados detrás de la torre Eiffel (cuyas obras recién comenzaban), en el lugar llamado Campo de Marte, a orillas del Sena y próximo a puente de Iéna, sector asignado a los pabellones latinoamericanos y a las colonias africanas.

La comisión argentina presidida por Eugenio Cambaceres organizó un concurso de proyectos que contemplaba las siguientes pautas: la construcción debía ser de hierro, desarmable (para su posterior traslado a Buenos Aires) y abarcar una superficie de tres mil metros cuadrados. De los veintisiete planos presentados, el Primer Premio correspondió al arquitecto Barré; pero como la comisión no estaba obligada a encomendar el trabajo al ganador, la obra fue adjudicada al arquitecto Albert Ballu que había obtenido el Segundo Premio.

La evolución que había impulsado cambios tan profundos en las formas de producción también había revolucionado las técnicas de la construcción al introducir la carpintería metálica y los cerramientos con materiales que se ubicaban según su función específica, cerámicas, mosaicos, vidrios, no siendo necesario disimularlos bajo ningún tipo de ornamentación. El Pabellón Argentino se encuadraba en esta novedosa tendencia y así lo explica su proyectista el arquitecto Albert Ballu: “La construcción del Pabellón es de las más sencillas. El programa impuesto era proponer un edificio desmontable y transportable a Buenos Aires, por lo cual el arquitecto ha establecido un armazón de hierro, cuyas diferentes partes han sido simplemente atornilladas ahora, para ser clavadas unas a otras invariablemente más tarde. Esta armadura de hierro, provista de adornos de fundición y de moldeaduras donde quiera que la necesidad de colocar esculturas o de disponer partes salientes se ha dejado sentir, descansa sobre cimientos de piedra menbiese y sótanos enlazados entre sí por medio de arcos de ladrillo.

En el exterior, las partes verticales que quedaban entre los nervios de hierro se han rellenado con azulejos, mosaicos, porcelanas, revestimientos de vidrio, planos o formando ampollas salientes iluminadas de noche por la luz eléctrica, gres esmaltados, tierras cocidas y ladrillos barnizados.

La techumbre es de cobre para las partes cubiertas de las cúpulas, de zinc para los grandes tramos y de vidrio para los cimborrios y glorietas superiores.

Citaremos el gres para los basamentos y el frontis de la fachada posterior, de los vidrios ondulados americanos para las vidrieras, que constituyen verdaderos mosaicos de color sin pintura aplicada encima del vidrio; del dorado para las obras de hierro exteriores, en vez de la aplicación de los tonos grises llamados de hierro, que el uso había consagrado hasta ahora; de la porcelana y del mosaico de porcelana para los revestimientos de las bases de las cúpulas y de los pilones de ángulos y de las fachadas laterales; los vidrios aplicados y tallados sobre los mosaicos y los azulejos; de las ampollas de cristal moldeadas o mis en plomb y que adornan, ya los mosaicos, ya las porcelanas, las tierras cocidas, y hasta los miembros de hierro (balaustradas, crestas y puertas) y, finalmente, de las telas decorativas de reflejos metálicos y que adornan tanto la parte exterior como la interior de edificio”.

El Pabellón Argentino en París

A la derecha del puente de Iéna se erigía la gran cúpula de cristal a franjas azules y blancas del Pabellón Argentino sobremontada por una veleta, un enorme sol dorado de ojos redondos y melena de rayos puntiagudos; la rodeaban otras cuatro cúpulas más pequeñas en cuyo tope ondeaban banderas argentinas. En cada uno de los ángulos que formaban las cuatro esquinas del Pabellón se habían colocado grupos escultóricos de bronce, obras de Louis Ernest Barrias, que simbolizaban “La Navegación” y “La Agricultura”; en realidad se trataba de dos únicos motivos que se repetían de a pares. En la fachada principal y coronando el portón de entrada se hallaba otro grupo, también de bronce, obra del escultor Jean B. Dominique Hugues, “La República Argentina”, simbolizada en una joven mujer apoyada en una vaca teniendo a sus pies dos figuras masculinas alegóricas de la agricultura, la ganadería, el comercio y la industria, incluyendo el ferrocarril. A los lados de este grupo, en sendos arcos, dos mosaicos venecianos representaban “La Agricultura” y “La Ganadería”, realizados sobre bocetos de los pintores Alfred Phillip Roll y Louis Ernest Barrias, respectivamente.

En relación con este último mosaico tanto Mario J. Buschiazzo como Eduardo Schiaffino lo describen como “La Pintura”, del pintor Héctor L. Léroux; pero observando los dibujos publicados en el Catálogo de la Exposición, en la ilustración Sud Americana y en la Revue Illustrée du Rio de la Plata, y leyendo las descripción que del mismo mosaico hacen el Catálogo de la Exposición como el diario La Prensa de Buenos Aires del 27 de junio de 1889: “representaba a un gaucho sentado en el suelo teniendo a su lado un caballo blanco, un grupo de ovejas y un perro”; y considerando que en la reseña presentada por el delegado Santiago Alcorta se señalan sólo dos mosaicos de los cuales uno se atribuye a Alfred Phillip Roll y el otro a Louis Ernest Barrias, no mencionándose ninguno ejecutado por Héctor L. Léroux, no quedan pues dudas de que lo afirmado en el párrafo anterior es inobjetable, es decir se trata del mosaico “La Ganadería”, del escultor L. E. Barrias.

Las cuatro fachadas del Pabellón estaban decoradas, también, con escudos argentinos realizados con cerámicas policromadas sobre bocetos del escultor Dupuis.

En el interior, de dos plantas y profusamente decorado con vidrios de colores, pinturas al óleo y esculturas de bronce, se destacaba la polícroma y gran vidriera “La República Francesa recibiendo a la República Argentina en la Exposición”, realizada por Oudinot sobre bocetos de Charles Torché; ambas naciones estaban simbolizadas, respectivamente, por una matrona y una doncella rodeadas de personajes de fantasía y para cuyos retratos había posado entre otros el vicepresidente argentino Carlos Pellegrini y el mismo arquitecto Albert Ballu. A cada lado de esta alegoría se habían ubicado los cuadros al óleo “El sembrador” y “Nave partiendo”, del pintor Ernest Duez.

Flanqueaban la escalera de hierro fundido dos enormes cuadros (3,50m x 2,20m), pintados al óleo sobre tela, de los pintores Alfred Paris y Frédéric Monténard: “A través de la Pampa”, del primero y “El Puerto de Buenos Aires”, del segundo.

En la base de la gran cúpula central se destacaban los retratos de personajes argentinos: San Martín, Moreno, Rivadavia, Alsina, Lavalle, Paz, Alvear, Urquiza, Dorrego, Sarmiento, Belgrano, Vélez Sarsfield, López y también el del presidente de a comisión Cambaceres, ejecutados con vidrios azulados según bocetos de Toussaint complementados con decoraciones de Lamerre. Como puede apreciarse, la mezcla de personajes es notoria y cerca de San Martín se hallaba un Cambaceres que, evidentemente, no reunía los mismos méritos que el Libertador. También las pechinas de esta gran cúpula estaban ornamentadas con cuatro esculturas de bronce que simbolizaban: “La Ciencia”, de Pépin; “El Arte”, de Charles Lefebvre; “La Agricultura”, de Charles Gauthier; “El Comercio y la Industria”, de Turcan. Cada una de estas esculturas se correspondían con una de la cuatro cupulitas cuyos arcos estaban decorados con las siguientes alegorías: la cúpula de “La Ciencia”, por “La Física” y “La Química”, de Luc Olivier Merson, y “La Electricidad” y “La Astronomía”, de Fernand Cormon.

La cúpula de “El Arte”, por “La Arquitectura” y “La Escultura”, de Jules J. Lefebvre y “La Pintura” y “La Música”, de Héctor Léroux.

La cúpula de “La Agricultura”, por “La Pesca” y “La Vendimia”, de Tony Robert-Fleury y “El Obraje” y “La Zafra”, de G. Sainpierre.

La cúpula de “El Comercio y la Industria”, por “La Curtiduría” y “La Fundición de Cobre”, de A. Besnard y “El Teléfono” y “El Ferrocarril”, de Gervex.

“A fin de probar su amistad por la Francia –decía la Guía Azul de Le Figaro- su comité (el de Argentina) ha pedido a nuestros mejores artistas que pintaran las cúpulas, las arcadas y las galerías… como se ve se trata de un país republicano que hace las cosas regiamente”. Es tristemente cierto, que la comisión no requirió la colaboración de ningún artista argentino e incluso el mapa en relieve y la geografía argentina editada especialmente para la ocasión, fueron encomendadas a extranjeros; Brackenbush y Latzinaa, respectivamente.

El 25 de mayo de 1889 el Pabellón fulguraba de luz eléctrica; cada ventana, cada cúpula, cada cristal resplandecían con los brillantes colores del hierro fundido, de las cerámicas y de los mosaicos; los reflejos de los vidrios al ser iluminados por cientos de lámparas eléctricas despedían luces verdes, azules, moradas, rojas; todos los frentes estaban cubiertos de cristales multicolores que semejaban puntas de diamantes. La exhibición había sido inaugurada con la presencia del presidente francés Sadi-Carnot y del vicepresidente argentino Carlos Pellegrini, ambos habían hecho una solemne entrada al compás de “La Marsellesa”.

La muestra reunía numerosas calidades de cereales, maderas, lanas, cueros, mármoles, vinos y especialmente exhibía una cámara frigorífica que destacaba las ventajas de la novedosa técnica de congelación de carnes, de las cuales por entonces, Inglaterra era nuestro único comprador.

Frente al Pabellón Argentino se alzaba el de Brasil y próximo a éste el de Chile, también de hierro y que sería trasladado a Santiago para ser utilizado como Jardín Botánico; algo más alejado el de Bolivia llamaba la atención a causa del túnel de plata que hacía las veces de entrada y era una réplica de la bocamina del Pulcayo en el cerro de Potosí; Méjico reprodujo un templo azteca con hierro y zinc, el que también debía ser trasladado al país de origen; en cuanto a los pabellones de Ecuador, Uruguay y Venezuela no ofrecían mayores atractivos, exhibiendo casi todos los mismos productos: café, cueros, cereales, minerales; sólo Nicaragua brindaba algo distinto: el plano en relieve del tristemente célebre canal interoceánico que debía unir algún día Greytown en el Atlántico con Brito en el Pacífico.

El Pabellón Argentino en Buenos Aires

Finalizada la exposición el gobierno argentino dispuso la venta del Pabellón, desechando el proyecto original de trasladarlo a Buenos Aires porque “Es un momento en que las finanzas están agotadas”, declaraba el Dr. Estanislao Zeballos, ministro de Relaciones Exteriores, “traer al país, a pesar de su coste excesivo, un edificio poco adecuado a su destino, habría sido injustificable ante la crítica severa y justa de los que observan con marcada atención nuestra marcha económica”. Pero a instancias del delegado Santiago Alcorta el intendente Francisco Seeber aceptó hacerse caro del transporte compartiendo los gastos con el gobierno nacional. El 1º de febrero de 1890 bajo la supervisión del ingeniero municipal Juan B. Médici, y siguiendo expresas indicaciones del arquitecto Albert Ballu, lentamente comenzó a ser desarmado.

El ministerio de la Guerra facilitó la barca “Ushuaia” fondeada en Liverpool a bordo de la cual se embarcaron seis mil bultos que conformaban el Pabellón Argentino y alguno de los cuales fue imprescindible arrojar al mar en medio de una tempestad ya que dificultaban las maniobras en cubierta; de esta manera se perdieron los paneles del pintor Albert Besnard, el resto arribó a Buenos Aires hacia fines de 1890, cuando la crisis económica había precipitado el cierre de bancos y la quiebra de numerosos comercios, en tanto la inflación devoraba los salarios y una exorbitante deuda externa mantenía paralizadas las obras públicas. Por eso, el municipio, falto de recursos para reconstruirlo y no poseyendo un lugar adecuado donde guardarlo aceptó arrumbar los bultos en unos galpones facilitados por la Sociedad Rural Argentina, en Palermo, donde permanecieron abandonados durante dos largos años.

Cuando por fin fue posible reconstruirlo no fue fácil hallar el lugar apropiado. En 1893 la zona urbanizada de la ciudad apenas sobrepasaba la actual avenida Pueyrredón y a partir de allí, cuadra más cuadra menos, las casas se esparcían entre grandes manchas verdes que formaban las quintas, las chacras y los baldíos; por otra parte las calles y las plazas eran poco frecuentadas durante el día permaneciendo desiertas durante la noche o bien ocupadas por vagabundos, por esta causa y pensando atraer al público y activar la vida nocturna se decidió erigir el Pabellón en un gran baldío frente a la Plaza San Martín, que en ese entonces era una placita concurrida sólo por los vecinos y en cuyo centro se levantaba una sencillísima estatua del Libertador; y, efectivamente, hubo que esperar la instalación del Pabellón y la construcción del complejo comercial para fijar la evolución de este vecindario. La Municipalidad había concedido la explotación comercial, durante quince años, a una empresa que se comprometía además a iluminar la zona con luz eléctrica, cultivar jardines y mantener una banda de música. Anexo al Pabellón se construyó una confitería para expendio de cerveza; al término de la concesión los edificios pasarían al patrimonio municipal, pero la empresa fracasó y a partir de 1896 el Pabellón fue utilizado, en forma esporádica, para distintas exhibiciones: obras de arte, productos agrícolas o industriales, etc.

Finalmente, y hasta 1933, fue sede del Museo de Bellas Artes. En 1932 se había decretado su demolición para construir en ese lugar el Parque Retiro; a este ambicioso proyecto fue sacrificado el Pabellón que nuevamente encajonado fue depositado en el corralón municipal de las calles Austria y Avda. del Libertador (antigua quinta de Hale) donde abandonado, a la intemperie, se transformó en chatarra. De tanta destrucción sólo se salvaron los grupos de bronce que ornamentaban el exterior y algunos óleos del interior.

Hago mías las palabras de Mario J. Buschiazzo: “No importa que el Pabellón Argentino tuviese una serie de concesiones pasatistas… y que resultaba inadecuado para las funciones que se le había asignado. Debió conservársele como notable ejemplo de un período de rebeldía y búsqueda, como símbolo de una época… como un hito en la historia de la evolución de nuestro gusto. Su destrucción fue un error irreparable, como el de tantos otros monumentos arquitectónicos de nuestro país, desaparecidos por un mal entendido sentido de lo que es progreso”.

Conclusiones

En su libro “El arte y la escultura en Argentina”, 1933, Eduardo Schiaffino menciona la existencia de ocho alegorías que aún se conservan en el Museo de Bellas Artes: “La Agricultura”, de Roll; “La Física” y “La Química”, de Oliver Merson; “La Astronomía” y “La Electricidad”, de Cormon; “La Escultura” y “La Arquitectura”, de J. Lefebvre y “La Pintura”, de H. Léroux; a esta colección incorporó los bocetos de “Fundición en Cobre” y “Curtiduría” (los originales se perdieron el alta mar) donados por el mismo A. Besnard al enterarse de la pérdida de los originales. Años más tarde, Mario J. Buschiazzo asegura en su artículo sobre “El Pabellón Argentino”: “no he podido hallarlos durante mis pesquisas” y “que sólo se conserva uno de los grandes paneles obra de H. Léroux, La Pintura”.

Durante mis investigaciones he podido verificar la existencia de las siguientes obras que pertenecieron al Pabellón Argentino: “La Pintura” (1889), de H. Léroux, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (en reserva o depósito). “La Curtiduría” y “La Fundición en Cobre” (1889), de A. Besnard, en el Museo de Bellas Artes de Santa Fe (bocetos). “A través de la Pampa” (1889), de A. Paris, en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires. “El Puerto de Buenos Aires” (1889), de F. Montenard, en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, en cuyo catálogo oficial figura como “Marina naves en el puerto”, de Frédéric Monteriard (en depósito). “La República Argentina” (1889), de J. B. D. Hugues (a veces se escribe Hughes), en las Escuelas Municipales Raggio, avenidas del Libertador y General Paz, en el barrio de Núñez. “La Agricultura” (1889), de L. E. Barrias; son dos esculturas iguales, una situada en Av. San Isidro y Cabildo, en el barrio de Núñez y, la otra, en Av. de la Riestra y Martiniano Leguizamón, en el barrio de Villa Lugano. “La Navegación” (1889), de L. E. Barrias, son dos esculturas iguales, una en Av. de los Incas y Zapiola, en el barrio de Belgrano y, la otra, en la plaza Sudamérica, calles Guaminí, Itaquí, Piedrabuena y General F. Fernández de la Cruz, en el barrio de Villa Riachuelo.

Todas son de bronce realizadas por la fundición Thiébaut Fréres, de París.

Restos del Pabellón Argentino en Mataderos

Hacia 1947, el español Isidro Solana adquiere un solar en la calle Andalgalá 1475, en el barrio porteño de Mataderos, con el objeto de instalar allí su taller de herrería y fábrica de carruajes. Ante su sorpresa, halló en el terreno columnas y cabriadas de hierro que supuso eran los restos del viejo Cuartel de Granaderos a Caballo que se hallaba en Retiro. Solana, pacientemente fue ensamblando el materia hallado, que coronó con tirantes de lapacho y techo de chapas de zinc, convirtiéndose así en su taller hasta producirse su fallecimiento en 1997.

Tiempo después, los familiares recabaron información acerca de las piezas de hierro, llegando a la conclusión que las mismas correspondían a una parte del Pabellón Argentino de la Exposición Universal de Paris de 1889.

El 26 de noviembre de 2009 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires sanciona la Ley 3.306, cuyo texto dice:

Artículo 1°.- Declárase Bien Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, en la categoría Colecciones y Objetos del Art. 4, Inc. h) de la Ley 1.227 a los restos de la estructura metálica que pertenecieron al Pabellón Argentino de la Exposición Universal de Paris de 1889, y que se encuentran en el inmueble de la calle Andalgalá 1475, del barrio de Mataderos.

Artículo 2°.- Comuníquese, etc.

Diego Santilli – Carlos Pérez
Promulgación: Decreto N° 018/010 del 08/01/2010/ Publicación: BOCBA N° 3340 del 14/01/2010.

Posteriormente la familia vende el terreno de la calle Andalgalá y procede a desarmar el galpón trasladando las piezas a un terreno de la localidad de Pontevedra, en el partido de Merlo.

La estructura que sobrevivió está compuesta por 16 columnas de 9 metros de alto, ocho cabriadas y doce vigas de entrepiso. Lo que representa aproximadamente un tercio de la estructura original del Pabellón.

Tras varios intentos de venta frustrados y de promesas de funcionarios para darles un adecuado destino, los restos oxidados del imponente Pabellón Argentino siguen arrumbados, a la intemperie, como un mudo testimonio de esa gran Nación que alguna vez fuimos, y, a su vez, de la desidia e ignorancia de quienes deben preservar nuestro patrimonio histórico.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Vitali, O. – El Pabellón Argentino

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