25 de Mayo en tiempos del Restaurador

Fiestas mayas

Vestidos con la ropa de gala, salíamos de casa a mediodía, y llegábamos casi mareados a la Plaza de la Victoria, porque en aquella época se conservaba en pie todavía la buena costumbre de no ventear mucho a los niños, y de no dejarlos discurrir de cuenta propia por las calles de al ciudad.

En el trayecto recorrido, como en todas direcciones, no se veía una sola casa en que no flameara la bandera azul y blanca.  Encontrábamos las bocacalles de la Plaza interceptadas por jinetes campesinos, engalanados a su manera, que venían a presenciar los festejos.

El adorno consistía en arquerías, templetes, banderas y gallardetes; y los demás atractivos, en la consabida rifa de cedulillas, las calesitas para los niños que iban acompañados, los rompecabezas para las criaturas que iban de su cuenta, y la cucaña para los marineros, que subían a ella, con arena en los bolsillos, para neutralizar el efecto del jabón, ávidos de conseguir la muda de ropa colocada como premio en la extremidad del mástil.

El pavimento estaba cubierto, literalmente, de cáscaras de naranjas y papelitos blancos de la rifa.  Los ángulos y el centro de la Plaza, eran los sitios preferidos de las negras expendedoras de pasteles con miel, y de los negros vendedores de tortas y rosetas de maíz.

Nos llamaba mucho la atención los pesados trenes de la artillería, arrastrados por mulas, el batallón de Restauradores, formado por los africanos y los descendientes de esa raza, os tambores mayores, negros y blancos, con sus delantales flamantes, y los gastadores con los instrumentos de zapa al hombro, barbas postizas y morriones de pelo.

A la sazón, el frontispicio de la Catedral y el Coliseo, estaban a medio concluir uno y a medio empezar otro.  Cubiertas de verdín las columnas de la primera y habitados los capiteles por centenares de palomas, lo que más blanqueaba en aquella fábrica eran las plumas de sus aladas ocupantes.

Recostados a esas columnas, debajo de cuyo pórtico era prohibido el tránsito, los pirotécnicos disponían los fuegos artificiales.  La pieza principal representaba, generalmente, la torre de Babel.

Se penetraba a la Catedral por la puerta traviesa.  La lista civil y militar, con los miembros de la Cámara de Justicia, de calzón corto, y el Cuerpo Diplomático, de veinte mil alfileres, ocupaban la nave de centro.

En esa época los empleados públicos se guardaban muy bien de no acompañar a las ceremonias religiosas al delegado del gobernador, como sucede ahora, en que se ve, con frecuencia, que el Presidente de la República entra en la Catedral seguido de cuatro gatos.

Se cantaba un Tedeum en acción de gracias al cielo por el beneficio de la Independencia, y ocupaba el púlpito un orador sagrado, y refería las hazañas de nuestros antepasados.

Terminada la función de iglesia, desfilaban las tropas, debiendo, de retirada a sus cuarteles, pasar, indefectiblemente, por delante de la casa del Restaurador de las Leyes, las más de las veces cerrada a piedra y lodo.

Apenas anochecía, se retiraban las banderas de las puertas y ventanas, y se encendían las luminarias que consistían en faroles amarrados a las rejas o en candelabros colocados detrás de los cristales de las ventanas.  El alumbrado de la plaza consistía en farolitos de hojalata, vasos de colores, y candilejos dispuestos en forma de pirámides.

A las ocho en punto, aparecía la concurrencia oficial en los balcones del Cabildo y de la Policía, y se incendiaban las baterías de fuegos de artificio.  La abundancia de voladores y buscapiés, que ocasionaban muchas desgracias, estaba en relación con el exceso de humo de pólvora y del carbón, que llegaba hasta entoldar una buena parte del cielo.

Con el último cohete se dispersaba el conjunto, tomando la mayoría el camino de sus habitaciones, y la minoría el de los teatros de la Victoria y Argentino.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Estrada, Santiago – El 25 de Mayo en la época de Rosas (1917)

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