Samuel William Taber

El Turtle, primer submarino usado en combate (1776), en el que seguramente se inspiró Taber.

Nació en la ciudad de Nueva York (EE.UU), en 1780.  Pertenecía a una familia acomodada de origen judío, siendo sobrino de los Robinson, del alto comercio de su ciudad natal, que poseían intereses en Buenos Aires.  Hacia diciembre de 1810, llegó al Río de la Plata procedente de Amsterdam, embarcado en el brig mercante inglés “Patty”, interesado en radicarse.  Venía recomendado de modo especial a dos casas fuertes de Montevideo, donde esperaba concluir importantes negocios.

Sin darse a conocer, se trasladó a Buenos Aires, plegándose a los revolucionarios de Mayo.  Era un joven de treinta años, prócer de estatura, de aspecto interesante, que le ayudó a captarse las simpatías de todos.

Lejos de cumplir con sus cometidos de índole comercial, Taber presentó inmediatamente a la Junta el plano de una máquina submarina, calculada para destruir los buques enemigos que bloqueaban el puerto, impidiendo el tráfico fluvial.  La Junta luego de examinar el proyecto aceptó en principio la oferta y nombró a una “diputación” compuesta por el presidente Cornelio Saavedra y el vocal coronel Miguel de Azcuénaga, para que estudiaran dicho proyecto.

El plan causó a ambos impresión favorable, y en poco menos de quince días se comenzó la construcción de la máquina submarina.  Taber, pese al ofrecimiento en ese sentido del gobierno, costeó de su propio peculio los gastos necesarios, sin aceptar ningún anticipo.  En esas circunstancias en que estaba por terminarse la obra –dentro del más estricto secreto- sorpresivamente la armada española levantó el bloqueo.  En el ínterin, se supo en Buenos Aires que el gobernador Elío había regresado de su viaje a España con amplios poderes para combatir y doblegar al Gobierno disidente de Buenos Aires.

La Junta dispuso –en forma momentánea- la paralización de la construcción del artefacto submarino, y comisionó a Taber a Montevideo con la misión de que trajera datos precisos sobre esa plaza en lo que respecta a las defensas, guarnición, armamento, etc.  El sagaz norteamericano cumplió su cometido a la perfección, y merced a su hábil tarea de “espionaje”, mandó a Buenos Aires datos precisos, que más tarde (durante el sitio), fueron de gran utilidad.

Restablecido el bloqueo a principios de 1811, se lo llamó nuevamente a Buenos Aires para que finalizara la obra.  Cumpliendo la orden, Taber se apresuró a romper sus contactos en Montevideo, y una noche adquirió un bote dispuesto a abandonar el puerto en compañía de cuatro oficiales y un “matemático”.  En esas circunstancias fue sorprendido por una patrulla guardacostas y capturado.  Sin trámite previo, Taber resultó acusado del soborno de dos capitanes, dos subtenientes y del ingeniero Angel de Monasterio; se lo “cargó de cadenas” y se lo recluyó en una mazmorra de la Fortaleza.

Tras cuatro meses de “penosa” prisión, por una gestión del cónsul norteamericano, logró obtener una orden especial y fue puesto en libertad con la condición de que abandonara el país en veinticuatro horas, previo pago de 2.000 pesos fuertes.  Por una coincidencia, Taber abandonó su prisión el 25 de mayo de 1811, el día del primer aniversario de la Revolución, bajo la fianza de Francisco Díaz, debiendo zarpar en el primer barco que saliera para el Norte.  Esto lo consiguió recién el 9 de agosto, en que obtuvo pasaporte para Río de Janeiro.

No bien llegó allí emprendió el regreso a Buenos Aires, y el 10 de setiembre se presentó a la Junta, manifestando a las autoridades que se comprometía con su máquina submarina a hundir una fragata y un bergantín que servían de depósito de pólvora en el puerto de Montevideo, ofreciendo asimismo un plan para tomar la plaza.  Decía su Memorial:

“Las afligentes privaciones y positivos padecimientos que me ha inferido tan dolorosa prisión, la pérdida de mis intereses e inminente peligro de mi vida, no han sido capaces, ni lo serán en lo sucesivo, de disminuir en un ápice la decidida adhesión con la que, desde mi arribo a esta capital, me suscribí gustosísimo en el número de sus más valientes defensores.  Penetrado de la justa y sagrada causa que se propugna, presintiendo en ella cifrada la humanidad y felicidad de la generación presente y futura, he creído que la pérdida de intereses y aún de la vida son bienes de poca consideración, en cotejo de los inapreciables objetos que se propone la presente constitución.  Consiguiente a estos sentimientos, ofrezco de nuevo trasladarme a la Banda Oriental y echar a pique con la enunciada máquina la fragata de guerra y el bergantín que sirve de depósito para la pólvora; igualmente, ofrezco presentar un plan de ataque que al paso que asegure la posesión de la plaza, consulte la menor efusión de sangre, empeñando mi palabra de que seré el primero que me presentaré entre los bravos que deben ejecutarlo….”.

En atención a sus méritos, el gobierno de Buenos Aires lo nombró capitán de artillería, cargo que Taber aceptó solamente con carácter honorario.

Preocupado por su máquina submarina, pidió y obtuvo permiso para probarla en la ensenada de Barragán, remolcando hasta allí el artefacto, encerrado en una caja de pino marcada con la letra “T”.  Desde ese momento los historiadores desconocen la suerte corrida por la máquina.

Las vicisitudes de la guerra, la inestable situación política de la Junta, y la preocupación del ataque realista por varios frentes, postergaron –al parecer- la utilización de este primer artefacto submarino, que según Carranza, el Triunvirato desechó luego por “ser demasiado complicado”.

Taber fue enviado a Chile otra vez como “agente secreto” si bien se pretextó un viaje de negocios, y regresó a fines de 1812.  Ya entonces estaba enfermo “de mal incurable”, por las duras prisiones que soportó y las peripecias de su vida aventurera.

Meses más tarde, el 8 de noviembre de 1813 moría en la estancia de un amigo, míster Richard Hill, a diez leguas de Buenos Aires, ciudad donde por expreso deseo suyo debían reposar sus restos, según carta del doctor William Colesburn dirigida a Guillermo Pío White, compatriota de Taber, en la que se adjunta el testamento del extinto, quien lo nombró su albacea.

Su deceso se produjo en uno de los momentos de mayor efervescencia política, y conocedor de ello, Taber ratificó en su testamento su inquebrantable adhesión a la Junta Revolucionaria, legándole sus bienes.

Fuente

Carranza, Angel Justiniano – Campañas Navales de la República Argentina, Secretaria de Estado de Marina, Buenos Aires (1962).

Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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