Alberdi y la revolución montonera

Juan Bautista Alberdi (1810-1884)

Juan Bautista Alberdi fue un brillante defensor intelectual del Paraguay en el transcurso de la guerra.  Tal posición le valdría el mote de “traidor”, por parte del mitrismo, y una actitud de rechazo de la oligarquía, que tardaría decenas de años antes de levantarle  un monumento.

La historiografía oficial intentó efectuar con Alberdi la conocida operación de “abstracción”, que consiste, especialmente, en hacer resaltar exclusivamente el período del “prócer” que se adecua a la hegemonía de la ideología liberal, silenciando el resto de su obra.  Presentó así un Alberdi “jurista”, una especie de constitucionalista a lo González Calderón o Sánchez Viamonte, y al mismo tiempo, lo hizo aparecer como un ideólogo arbitrario sin mayor peso en la política real.  Así fue desfigurado Alberdi, convertido en el “jurista puro” y sepultado como patriota en el más inexorable y vengativo de los olvidos por la historia oficial.

Alberdi, sin embargo, es una figura todavía enigmática.  Creemos  que es posible encontrar una coherencia interna en su pensamiento, de ese pensamiento alberdiano, cuando se lo confronta con los hechos y las distintas situaciones históricas en que se expresó.

Presionado por la “élite” que integraba, no consigue adaptarse como ideólogo del federalismo rosista.  Deslumbrado por las doctrinas europeas, pero buscando siempre una aplicación nacional de las mismas, Alberdi se va convirtiendo gradualmente, en el ideólogo del litoral mesopotámico.  Tiene conciencia plena de que sus ideas económicas sólo podrán aplicarse desde un centro de poder, y por ello se convierte en vocero intelectual del Gral. Urquiza y su clase social.

Alberdi comprende bien que la Aduana es el instrumento económico fundamental de la época, pero confunde el instrumento con un elemento abstracto, sin inquirir quién hace uso de él y qué efectos produce ese uso.  Identificará de esa manera, erróneamente, la Aduana en manos de Rosas, usada en una política nacional, con la Aduana en manos de Mitre, totalmente al servicio del capital británico. 

Sin embargo hay un elemento teórico que no abandona nunca el pensamiento alberdiano: su creencia en el papel promotor del desarrollo e impulsor de “bienestar”, por parte del capital británico.  El “esquema alberdiano” de interpretación histórica que hemos expuesto, se debe complementar necesariamente con esta segunda “constante” de su ideología.  Su ataque a la política de Juan Manuel de Rosas, se hace, por ejemplo, en nombre de la ley de derechos diferenciales, sin advertir –a sabiendas o no-, que con dicha ley, se destruye totalmente la marina de cabotaje nacional surgida precisamente con Rosas, que es “reemplazada” por navíos británicos.

La crítica al sistema virreinal es formulada por Alberdi, desde los postulados del librecambismo.  Su elogio del Ferrocarril Central Argentino –que era la solución para el interior provinciano- se hace por boca de Mr. Wheelright, comisionado de la Banca Británica, de quien el tucumano es abogado.

Esta contradicción esencial, entre el deseo de ver al país desarrollado por una decidida política que debe tener por base al litoral mesopotámico y la aspiración a que tal relación debe complementarse con las necesidades de la “City”, es el resultado directo de una concesión política propia del ideólogo, que supera los problemas en el pensamiento abstracto y proyecta posibilidades, a nivel mental, saltando así por encima de las resistencias tozudas propias de la realidad.

De cualquier manera, y aquí aparece la coherencia interna de su ideología: su situación de intelectual del litoral mesopotámico, funciona positivamente como crítica de la guerra al Paraguay.  Alberdi analiza despiadadamente la política del Brasil, y en estrecha conexión a la misma, la del Gral. Mitre.  Contrariando al hipócrita liberalismo colonizador que sostenía que el Paraguay de López era una dictadura “demoníaca”, se solidariza con este último, y escribe páginas lapidarias y veraces, a través del análisis profundo de las causas y consecuencias del conflicto, que conmueven a la opinión europea y americana, al denunciar los ocultos y combinados intereses de los afiliados sobre todo del Brasil en la destrucción del Paraguay.

Pero sólo hasta allí llega su comprensión, ya que, justo en ese punto, comienzan sus propios y antiguos compromisos políticos.  Cree en Inglaterra, y ve con antipatía la guerra al Paraguay.  No comprende o no quiere ver la promoción directa que Gran Bretaña viene haciendo del conflicto.  Sostendrá, por ejemplo, que la publicación del “Tratado de la Alianza”, por parte del Parlamento Británico, es una manera de defender al Paraguay, cuando no era sino la forma concreta de ejercer coacción sobre el Brasil y el mitrismo, y de este modo, asegurar la destrucción de la nación proteccionista guaraní.

Su posición frente a la guerra, dejando de lado las motivaciones subjetivas, fue, pese a todo, valiente y sólida.  La oligarquía mitrista no se lo perdonaría, y sostendría por boca de “La Nación”, y de Sarmiento, que Alberdi estaba “pagado por el Paraguay”, imputándole una actitud de simple escriba a sueldo, y proyectando sobre el acusado, justamente, la sospecha enteramente justificada que pesaba sobre Mitre, Sarmiento y el equipo de periodistas pagos, tipo José Mármol, asalariados del Brasil y Gran Bretaña.

Alberdi autorizaría la publicación de sus obras por intermedio de la legación paraguaya, sin cobrar estipendio alguno.  En junio de 1868, Gregorio Benítez le escribía a Francisco Solano López: “Es grato informar a V.E. que mis relaciones con el Dr. Alberdi son siempre las más cordiales, y su importante cooperación me es de primera importancia.  No temo equivocarme en asegurar a V.E. que el Paraguay y V.E. no tienen en Europa, un amigo tan sincero, leal y muy importante como el Dr. Alberdi.  Este caballero se ha lanzado en la defensa del Paraguay con el más completo desinterés material, y con una ilustración que, desgraciadamente ninguno de los agentes de V.E. que tienen la honra de servir nuestra Patria en Europa en estos momentos solemnes, no poseemos en un grado tan elevado.  El Dr. Alberdi es competente en las cuestiones que se debaten por las armas en el Río de la Plata.  Lo que lo tiene contrariado es que duda de si V.E. está al corriente de su verdadera y sincera adhesión a la causa que V.E. sostiene con tanta gloria y felicidad…”.

La carta no llegaría a manos de López.  Sería sustraída por los agentes de Sarmiento, y en virtud de ella, se atacaría con la infame calumnia de “traidor” al tucumano.

La defensa del Paraguay que llevará a cabo ese “traidor” al mitrismo, en sus lógicas consecuencias, debía abarcar y esclarecer necesariamente la comprensión del pronunciamiento montonero.

Alberdi en efecto, no permanecía totalmente indiferente al mismo.  Había advertido la maniobra de pinzas que se extendía del Atlántico al Pacífico.  Maniobra que buscaba, como objetivo último, apoderarse del continente.  Pero veía solamente la presencia de las monarquías del Brasil y España, y no la global orquestación del proceso por parte de la diplomacia de la astuta e “invisible” Inglaterra.  Su creencia en la solidaridad americana era restringida, cuando no negativa como en el caso de la invitación al Congreso continental, y con respecto a la cual no podía ubicarse con precisión.  Ese era el precio que pagaba por su ligazón personal a los intereses británicos.

Sus amigos de Chile le habían informado que el pronunciamiento de Felipe Varela era mucho más serio de lo que parecía.  Pero Alberdi tenía los ojos puestos en el litoral.  Un litoral mesopotámico argentino que tenía un nombre: Urquiza.  Pero, inútil sería, por supuesto, toda esperanza.

El 1º de agosto de 1867, Alberdi le escribía a Gregorio Benítez: “Una expedición encabezada por los SS Saá, Rodríguez, Legrand, Camet, y otros jefes revolucionarios argentinos, refugiados últimamente en Chile, ha dejado este país, en dos buques fletados para Cobija, llevando más de doscientos hombres de sus tropas allí refugiados, cabalgaduras y municiones de guerra para una empresa que intentan sobre las Provincias argentinas del Norte”.

El 5 de octubre del mismo año, Alberdi volverá a dirigirse a Benítez: “El marco de la República Argentina que hace La Nación del 25 de agosto, no puede ser más desesperado.  Porque según él, aún no hay un punto de toda ella que no esté conmovido.  Todos creen que el Dr. Luque es conciente de la revolución de Córdoba, y que el movimiento no será sofocado.  En sus cartas se habla de la oposición del general Saá en las provincias del norte.  Evidentemente, la lucha ha entrado en un período tan crítico que se puede considerar el último.  Ahora no vendrá un vapor que no nos comunique hechos de la más alta pendencia”.

Con un pie en la realidad nacional y americana y el otro apoyado en la versión teórica y europeísta del “Progreso”, Alberdi sintetizaba el fracaso de una intelectualidad con aspiraciones nacionales, pero que no encontraba su lugar en las necesidades y destino de las masas populares, en tanto provincianos incorporados a la visión portuaria, por tener compromisos con los capitales extranjeros.

Algo similar, en cuanto al fenómeno de incomprensión de la Guerra y de la montonera ocurrió con Adolfo Alsina.  Partidario ferviente de la destrucción, en un primer momento, luego se da vuelta totalmente.  Le escribirá a Mitre: “¿No cree usted posible, general, un contraste en el Paraguay, en ese teatro funesto de una guerra que va consumiendo poco a poco, todas las fuerzas de la República?  ¿No cree usted posible que la anarquía vuelva a montar cabeza con vigor y en momentos en que no le sea a usted permitido debilitar su ejército para soportar?  ¿No piensa que hay en la República elementos bastantes para conmover la actualidad, y que sólo les falta un hombre y una bandera”.  Sin embargo, a pesar de su cambio de actitud, no se manifestaría solidario con la montonera.  Seguía siendo un político porteñista, a pesar de que los elementos populares de Buenos Aires comenzaban a apoyarlo.  Los “compadritos” nombre con que se llamaba a los artesanos en la época de Rosas, a raíz de la desocupación, pasaban a ser tipos humanos que conservaban su dimensión popular y su agresividad hacia el hostil medio ambiente social.  Los compadritos serían todos alpinistas.

Fuente

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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