Aurelio Zalazar

Caricatura del Gral. Bartolomé Mitre

Junto al “Atila del Norte”, como llamarían a Felipe Varela los sarmientistas del “Club del Pueblo”, fundado en La Rioja el 10 de octubre de 1867, se encontraba un montonero de cabello largo y tez oscura, perteneciente a una de las primeras familias de La Rioja, Aurelio Zalazar, que había trabajado codo a codo con los pirquineros que producían, para la provincia, 150 a 200.000 pesos anuales en las minas de Famatina.  Encarcelado en enero de 1867, tras la ilustre campaña de su montonera que impidiera la formación de “contingentes” (1), es uno de los más preciados lugartenientes del jefe de la Unión Americana.  Pertenece como Elizondo, Chumbita, Guayama, al grupo de “jefes populares”, con ascendiente directo, y bien ganado por cierto, en las masas indígenas y empobrecidas de la tierra de Facundo.

A él han encomendado en 1865, encender la primera chispa de la rebelión del noroeste argentino, después del asesinato de Angel Vicente Peñaloza.

Al igual que Varela, Aurelio Zalazar posee cualidades de caudillo, que hacen a pesar de su humildad revolucionaria, que se destaque del resto del estado mayor montonero. 

Por parte del tristemente célebre comandante Ricardo Vera, de fecha 11 de noviembre de 1865, redactado en Atiles y  dirigido al Gobernador Campos, sabemos que Aurelio Zalazar cae prisionero.  Dice el parte entre otras cosas:

“En el Balde de las Vegas, recibí parte del mayor Giménez, avisándome que como a las tres de la tarde de ese mismo día, al llegar a Tasquín, dio alcance a los titulados coroneles Zalazar y Agüero, con veinte montoneros más, quienes se encontraban con los caballos desensillados….”

“Giménez se arrojó sobre ellos, trabándose un reñidísimo combate que duró indeciso por algunos minutos, hasta que con la muerte del bandido Jerónimo Agüero, que luchaba cuerpo a cuerpo con mi asistente Ricardo Montoya, a la protección de algunos soldados que iban llegando, logró rechazarlos, quedando en el campo seis muertos, cuatro prisioneros (entre éstos el célebre Aurelio Zalazar) quien queda preso hasta recibir órdenes de V. E.”.

Zalazar estuvo preso y engrillado catorce meses en la cárcel pública.  Se fugó en enero de 1867.

Desde la cárcel, preparaba el derrocamiento de los servidores del mitrismo en La Rioja.  Una vez fugado recibió de Elizondo, en el campo donde se hallaba escondido, la exhortación a que reuniera gente para hacer una revolución.  Esta se produjo el 2 de febrero de 1867 y fueron sus cabecillas Zalazar y Sebastián Elizondo, quienes colocaron en el gobierno a Carlos Alvarez. 

Zalazar rechaza el cargo de gobernador que le ofrecen, los que han dirigido el movimiento: Alvarez, Angel, Elizondo.  Su mirada esta puesta en la sacrificada vida del campamento montonero, y hacia allí se traslada a reunirse con Varela.

Después de algunas correrías, tras la derrota de Pozo de Vargas, se unió a Felipe Varela en Guandacol, ya que allí tenían fuerzas suficientes para continuar la guerra.  Tomaron luego la ciudad de La Rioja, pero optaron por dejarla con el fin de evitar enfrentamientos con el gobierno nacional, pues creían en la posibilidad de una pacificación.  Con tales efectivos se hallaron en Guandacol.  Perseguido por Taboada, Varela emprendió la retirada que terminó en Bolivia.  En todos estos episodios Zalazar ejerció el cargo de Jefe de Estado Mayor.

Cansados de vivir en Bolivia y agobiados por la pobreza, muchos de estos exiliados, entre ellos Zalazar, regresaron a La Rioja, en el año 1868.

Fracasada la primera invasión, cuando muchos de sus jefes desalentados se alejan de su lado, Varela sabe que no sólo puede contar con Zalazar para una segunda campaña, sino que su lugarteniente no ha depuesto las armas, y que junto a sus bravos, tras tres años de desigual lucha, sigue recorriendo envuelto en la polvareda y lanza en mano, los llanos y quebradas riojanas.  En 1868, pone sitio a la capital, pero es capturado y enviado a prisión.

El odio de esta oligarquía ligada a los destinos que el mitrismo nos asignaba en su dependencia con el Imperio Británico, se condensaría en el editorial del Nº 5 de “La Reforma” de La Rioja, que diría en relación a la segunda invasión de Varela: “Se efectuó por fin, la invasión de Varela, que desde algún tiempo a esta parte, esperaban temblando los hacendados, pues es bien conocida su necesidad política contra la propiedad y el dinero”.

Ese mismo odio, llevaría a desatender el pedido de gracia presentado a favor de Zalazar el 30 de abril de 1869, época en la cual Felipe Varela, acosado por su enfermedad pulmonar, para poder sobrevivir, cuida una quinta en Copiapó, mientras prepara la nueva invasión, y su cuerpo débil y cansado se dispone a cabalgar nuevamente por los llanos de su tierra.  El 17 de junio de ese año, la madre enferma y angustiada de Aurelio Zalazar, recibe la ayuda de los pocos amigos de su hijo que quedan vivos o en libertad, quienes confían en contar nuevamente entre ellos al valiente montonero.  Pero un mes más tarde, el 17 de agosto de 1869, la Suprema Corte de Justicia confirmará la sentencia que llevará al caudillo a la Historia. 

El juez federal Arsenio Granillo, a cuyas manos había ido a parar la causa, dictó su fatídica sentencia: “Declaro que el procesado Aurelio Zalazar es reo de los crímenes de rebelión con las circunstancias agravantes de haber sacado contribuciones de efectos de tienda y asistido a combates con las fuerzas fieles al gobierno; de sedición con las circunstancias también agravantes de haber disuelto el Contingente que iba al Paraguay; de haber sido el cabeza principal de ella y dado varios combates; de homicidio perpetrado durante la sedición en las personas de Pedro el Tuerto y Juan el Manco, y definitivamente juzgando, fallo: que debo condenar, como en efecto condeno, al reo Aurelio Zalazar a la pena de muerte”.
Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda, “próceres” honrados por la historiografía colonial, suscriben la comunicación que el Ministerio de Justicia hace llegar al Gobierno de La Rioja, decretando el “cúmplase” de la sentencia de muerte.

El 3 de setiembre, a las 7 horas, Aurelio Zalazar, con la mente puesta en su jefe y compañero de armas, y su espíritu soñador identificado con su tierra, con sus llanos, es puesto en capilla.  Y al día siguiente, 4 de setiembre de 1869, a las siete de la mañana, en una “ceremonia” de la cual el escribano Luis Brac daría la pública certificación, la oligarquía extranjerizante fusila al joven coronel montonero.

Pero no era a él sólo a quien asesinaban.  Era a Facundo, al Chacho, al indómito Varela.  Era a las masas riojanas, a esa tierra argentina, derrotada pero no sometida, a las que pretendían destruir.

Casi exactamente diez años después, el 4 de febrero de 1879, otro valiente lugarteniente de Varela, Santos Guayama, era fusilado tras diez años de lucha individual, sin juicio previo ni confesor.  La República liberal, confeccionada a la medida del amo británico, destruía a las últimas manifestaciones de una raza indómita.

Referencia

(1) El Expediente N° 22 caratulado “Procurador Fiscal c/Aurelio Zalazar p/causa criminal de oficio”, del año 1866 dice en uno de sus folios: “El procesado Zalazar es acusado del crimen de traición a la patria, o por lo menos de sedición armada, cuya acusación se funda en el hecho probado de haber disuelto el Contingente que por orden del Gobierno de la República marchaba de ésta provincia a incorporarse al Ejército Nacional en operaciones contra el Paraguay, siendo Zalazar el jefe de las fuerzas sublevadas que produjeron ese hecho, calidad plenamente probada en autos por las declaraciones y documentos ya citados y por la misma confesión del reo”. 

El delito por el que se lo procesó al “incorregible” jefe montonero consistió, concretamente, en haber atacado, comandando una fuerza de cuatrocientos hombres, dos contingentes de “voluntarios” que eran arreados contra su voluntad hacia la guerra del Paraguay.  El expediente abunda en declaraciones de testigos, órdenes impartidas, partes y solicitudes que, subraya, “revelan el plan que Zalazar se proponía llevar a efecto, que fue derrocar al Gobierno de la Provincia y disolver el Contingente que marchaba al Paraguay, plan que por su parte ejecutó en lo que a él correspondía, que fue tomar el expresado Contingente con la gente que reunió al efecto, atacando primero la fracción que se hallaba en Catuna al mando del comandante Vera, después la otra en la Posta de Herrera (Hedionda) a las órdenes del comandante Linares, consiguiendo disolverla”.

Fuente

De Paoli, Pedro y Mercado, Manuel G. – Proceso a los montoneros y guerra del Paraguay – Eudeba – Buenos Aires (1973).

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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