Combate de San Ignacio

uan de Dios Videla junto a Felipe Varela

Como consecuencia de la importancia que la historiografía ha acordado a “Pozo de Vargas”, resultado directo de la mayor significación de Varela, y del dudoso resultado de aquella batalla, se ha silenciado, en general, lo ocurrido en la de San Ignacio, decisiva en muchos aspectos para la suerte del pronunciamiento.

“Pozo de Vargas”, aún aceptando parcialmente la falsa versión oficial, careció de significación en la marcha de los acontecimientos revolucionarios.  Quienes afirman que el 10 de abril de 1867 Felipe Varela “fue derrotado totalmente” reconocen de inmediato, sin reflexionar en la flagrante contradicción en que incurren, que el jefe de la “Unión Americana”, necesitó sólo unas pocas horas para reorganizar sus tropas, después de lo cual, sus huestes continuaron en lucha con el mismo arrojo que al iniciarse la batalla.

Por el contrario, Paso de San Ignacio es el verdadero desastre montonero.  El triunfo de las fuerzas del mitrismo, en esa batalla, signará el futuro de la rebelión.

La revolución de Varela, carente de apoyo en el litoral mesopotámico, sólo puede triunfar, de haber sido sostenida con firmeza por todas las provincias del norte, sobre todo por las cuyanas, cuyo aporte era decisivo para marchar sobre Córdoba y Santa Fe, lugares donde existían importantes núcleos revolucionarios en condiciones de plegarse y robustecer el levantamiento varelista del interior mediterráneo.

Mitre, más hábil que sus generales, comprendió la necesidad de derrotar “de inmediato” a la revolución montonera.  Bien sabía, por haberlas combatido desde tiempo atrás, que las causas populares ganan adeptos a cada instante, y que a cada minuto que pasa, resulta más difícil contenerlas.

Por ello, no vacilaría en abandonar el frente paraguayo y en comisionar al coronel José Miguel de Arredondo, que se encontraba luchando en los esteros paraguayos, enviándolo con su división –todos veteranos de la guerra- a detener el avance revolucionarios.

Las tropas de Arredondo, formadas por los batallones 6 de Línea, San Juan, Mendoza, Pringles, 5 regimientos de caballería y abundantes piezas de artillería, combinados con las tropas de Paunero, en Río Cuarto, marchan hacia San Luis.  En esta provincia, en previsión de un contraataque mitrista, se habían concentrado todos los jefes del “segundo frente” revolucionario.

Allí se encontraba el general Juan Saá, llegado de Chile el 31 de marzo, junto a Manuel de Olascoaga, Juan de Dios Videla, Carlos J. Rodríguez, Feliciano Ayala y otros.  Felipe Saá, gobernador de la provincia, había delegado el mando, en su ministro Victor C. Guiñazú, para ocupar el puesto en el combate.

Analizada la situación por los jefes montoneros, calcularon erróneamente que Arredondo tenía pocos hombres, por lo cual debían derrotarlo fácilmente, para seguir avanzando hacia el litoral, previo paso por Córdoba, y evitando estratégicamente a los efectivos de Paunero.

El 1º de abril de 1867, a las seis y cuarto de la tarde, cerca del camino carretero que une Mercedes con San Luis, en San Ignacio, se produce el ataque montonero.  El mando era ejercido por Juan Saá; Videla dirigía la infantería y Felipe Saá la caballería.  Rodríguez operaba junto a “Lanza Seca”, Juan Saá.

Años después, el general Garmendia, estudiando los planos y partes de la batalla le diría al hijo de Paunero, que Paso de San Ignacio había sido  “ganada por casualidad” por las fuerzas del “orden”.

Pero la situación desde el punto de vista del parque, totalmente desigual.  Los viejos cañones revolucionarios nada podían contra las modernas piezas de artillería provistas por Europa.  Tampoco los montoneros –pueblo en armas- eran soldados formados en la disciplina militar.  Los experimentados y veteranos mercenarios, armados con rifles sistema Albini y Bredlin, usados simultáneamente por los ingleses en Abisinia y enviados por intermedio de Mr. Russell Shaw al mitrismo, debían necesariamente causar estragos en las filas revolucionarias, pobremente equipadas.

Tampoco la caballada, cansada, trajinada, daba alguna superioridad a los montoneros, frente a la caballería fresca y abundante proporcionada por Urquiza a los hombres de Iseas, Julio y Luis María Campos, Ivanowski, Fotheringham, Laconcha, Segovia, Plácido López y demás jefes del mitrismo, conocedores del lugar, desde la época de persecución del Chacho.

En el Cuartel Mayor revolucionario el valiente Juan Saá, resuelve atacar.  El segundo frente revolucionario juega su única carta: sorpresa y coraje contra un ejército enemigo incuestionablemente superior en armamento y recursos.

Al avistar la polvareda por Alto Grande, Arredondo preparó sus líneas en las barrancas del Río Quinto.  La sorpresa no sería tal, pues como diría, años más tarde, el hijo de Paunero: “Esa revolución y campaña fue simpática en las masas populares”, las tropas “legalistas no eran dueños sino del terreno que pisaban”, por lo cual debían estar continuamente alerta, incluso para evitar que los desertores mataran, antes de desbandarse, a sus oficiales.

El general Saá avanzaba en formación de ataque por el flanco derecho.  A su lado, Videla con varios regimientos de caballería, tres batallones y los 500 indios ranqueles, fieles hasta la muerte, con los hombres que habían convivido siete años con ellos: los hermanos Saá.  Por el centro, las pocas piezas de artillería, al mando del mismo Juan Saá.  Por el flanco izquierdo, dos batallones y cinco regimientos de caballería, comandados por Felipe Saá y Feliciano Ayala.

La batalla que durante varias horas fuera de resultado incierto “por los prodigios de valor” de Felipe Saá y Ayala, fue la más importante y también encarnizada de todas las disputas por la “rebelión general del noroeste”.  Las pérdidas fueron grandes para ambos bandos, decidiendo la suerte de la lucha, la disciplinada infantería de Arredondo y la actitud decidida de Ivanowski, al tomar la artillería de los revolucionarios, protegido por el fuego de sus poderosos cañones.

En el Paso de San Ignacio, la revolución perdió el control de todo Cuyo, Mendoza, San Juan y San Luis pasaron a manos mitristas.  Los jefes del “segundo frente”, Saá, Rodríguez, Videla, Olascoaga, Ayala emigraron, perseguidos, a Chile.  En la noche del 15 de abril de 1867, los paraguayos expectantes, escucharon las salvas de artillería disparadas en las filas aliadas, con motivo de la victoria de San Ignacio.

Quedaría solo Felipe Varela, quien durante tres años más, continuará la lucha.  Aún cuando el jefe montonero comprendía la imposibilidad de lograr un triunfo final, pues su campo de acción bélica quedaba limitado, tras la pérdida de Cuyo, a las provincias más pobres y de menos recursos, seguiría preparando nuevas invasiones revolucionarias de una manera incansable.  Era el espíritu americano, indoblegable, que no se rendía.

Fuente

Peña, R. O. y Duhalde. E. – Felipe Varela – Schapire editor – Buenos Aires (1975).

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