Historia de Rosas por Saldías

Dr. Adolfo Saldías (1849-1914)

A la edad de treinta años Adolfo Saldías, luego de pelear en dos luchas civiles, y actuar en intensas lides cívicas, descubrió en los estudios históricos, el método idóneo para interpretar la realidad nacional.  Y en 1881 se marchó a Londres como secretario de la legación argentina: iba en verdad, a buscar en la tumba de Southampton, como los antiguos en la Esfinge, la inspiración que develara para siempre, las mentiras de la historiografía argentina.

Mucho han discutido los biógrafos de Adolfo Saldías sobre su evolución intelectual y los materiales empleados para elaborar su Historia de Rosas.  Entre 1878, año de aparición del “Ensayo sobre la Historia de la Constitución”, adverso a Rosas, y 1881 cuando publica en París la Historia de Rosas y de su época, han pasado apenas tres años.  ¿Qué lo llevó a encarar esta revisión de nuestra historia y de sus propias posiciones ideológicas?  Todas las hipótesis son hasta ahora aventuradas.

Primeramente Saldías se interesó por los repositorios existentes en el país, poco frecuentados por quienes habían hecho de la historia una fábula sectaria.  Las colecciones periodísticas de “La Gaceta Mercantil” y el “Archivo Americano”, los Diarios de Sesiones de la legislatura rosista, las confidencias de don Bernardo y Lagos, los consejos de Sarmiento, el dolor de Alem…  Todo sumaba ingentes materiales acumulados por el joven historiador.

El archivo de Rosas

Alguien -tal vez el doctor Bernardo de Irigoyen, que en la intimidad guardaba el respeto y la veneración por el Restaurador- le puso en la pista del archivo de Rosas.  La tarde de Caseros, la gran preocupación del vencido había sido salvar sus papeles; como si comprendiera que los vencedores los darían al fuego para rehacer la historia a su manera. En varios cajones los hizo llevar -su único tesoro- a la Legación inglesa de la calle Defensa, y de allí al Conflict donde marchó al exilio.  Había cuidado esos papeles con veneración.  Por las noches de Inglaterra, finalizadas las tareas de la chacra, clasificaba y ordenaba su enorme y valiosísimo repositorio.  Temía que sus enemigos lo quemaran -tal vez no fueran aprehensiones- y con su escaso peculio pagaba un sereno para que vigilase.  Después de su muerte el archivo quedó en la casa de Manuelita en un barrio del norte de Londres.

Manuelita sentía la responsabilidad de reivindicar la figura paterna, de combatir la historia falaz y arbitraria de los profetas del odio y de que las nuevas generaciones conozcan la verdadera Historia del Restaurador y de la “Confederación Argentina”.  Comienza así una nutrida correspondencia con Antonino Reyes el leal ex edecán de su padre.

Fue su confidente preferido, ella misma lo llamaba “mi secretario privado y confidencial”.  Fue por su intermedio que comenzó a escribirle a Saldías (calificado en sus escritos como “angel protector”).

En Gran Bretaña Saldías conoció a Manuelita, más tarde tuvo acceso al archivo personal que Rosas llevó al exilio, y así completó sus convicciones, plasmadas en el libro que después sería su famosa “Historia de la Confederación Argentina”, obra pionera del naciente revisionismo histórico.

Allí estaban, en numerosos cajones, los documentos más valiosos de la Argentina; todas las cartas recibidas por Rosas: de San Martín, Alvear, Palmerston, Belzu, Sarratea, Oribe, etc.; copia correcta y autenticada de todas las enviadas; los borradores de las notas oficiales, de los mensajes, de las notas diplomáticas; los informes reservados de sus ministros en Londres, París, Washington y Río de Janeiro; los informes reservados de la policía.  Todo cuidadosamente clasificado por años y materias, en sus correspondientes carpetas y legajos, de acuerdo al meticuloso orden de Rosas.

Largas tardes de Londres pasó escrutando y copiando el archivo de Rosas.  Al tener su material completo, Manuelita le regaló los documentos más importantes del archivo.

Aparición del primer tomo

Al parecer en 1881 ese primer tomo, confesó sus propósitos de escribir la Historia para trasmitir “las investigaciones que he venido haciendo acerca de esa época que no ha sido estudiada todavía, y de la cual no tenemos más ideas que las de represión y propaganda que mantenían los partidos políticos que en ella se diseñaron”.  “Perseguiré la verdad histórica con absoluta prescindencia de esas ideas –agregó Saldías-.  Estoy habituado a ver cómo se derrumban en mi espíritu las tradiciones fundadas en la palabra autoritaria, que, atando el porvenir al presente, echan al cuello de las generaciones un dogal inventado por el demonio del atraso.  Pienso que aceptar sin beneficio de inventario la herencia política y social de los que nos precedieron, es vivir de prestado a la sombra de una quietud que revela la impotencia”.

La “Historia de la Confederación Argentina” aunque pretendía seguir el método científico inaugurado por Mitre con su “Historia de Belgrano” y no desdeñaba la buena tradición liberal de Moreno, Echeverría y Sarmiento, en cuyos dogmas se había formado Saldías; fue una respuesta intelectual contra el régimen.  La primera reacción operada en el campo del pensamiento a la falsificación histórica como arma de coloniaje mental.  La auténtica respuesta de quien junto a Alem ya estaba decidido a nuclear una corriente política nacional emancipadora, y así rompía todo el andamiaje mentiroso de la oligarquía gobernante.

La reacción final de Saldías contra el régimen quedó materializada en el plano espiritual, al concluir la Historia de Rosas, cuyo tercero y último tomo apareció en 1887 durante el gobierno de Juárez Celman.  Terminaba con riguroso método, esa extraordinaria síntesis crítica del desarrollo nacional, objetivamente expuesto por primera vez en el país.  Cinco años después, en plena represión al radicalismo bajo la presidencia de Pellegrini, la obra fue reeditada en su versión definitiva de cuatro volúmenes, con la denominación consagratoria de “Historia de la Confederación Argentina”.

En  ninguno de los momentos de su publicación, la Historia de Saldías apareció como un libro al acaso, desprovisto de significación con la realidad político-social argentina.  Bien dice Irazusta que “la historia de Rosas esclarecida por Saldías iluminó la historia argentina para acá de 1852.  Las consecuencias de Caseros se nos mostraron en perfecta relación del efecto con su causa en el desarrollo posterior del país”.  Esto quiere decir que don Adolfo fue el modelo del intelectual comprometido, y como tal, fundador de la escuela científica del revisionismo histórico.

En aquellos mismos momentos compartía amistad y trabajos con Sarmiento, quien seguía en sus violentas campañas antioficialistas, quizá como una rectificación a muchas de sus acritudes anteriores.  Saldías no necesitó violentar esa amistad por sus ideas sobre Rosas, y al ser invitado a visitarlo en Asunción, donde Sarmiento pasaba sus últimos días, le contestaba en carta reveladora de sus propios historiográficos.  En misiva del 4 de agosto de 1887, oportunamente rescatada y revelada por su nieta Leonor Gorostiaga Saldías, explicitaba las motivaciones de su obra: “La dura tarea me enclava aquí, y fuerza en gastar la salud a fin de acabar lo que comencé hace cinco años con el propósito de tocar nuestras llagas a los que vienen en pos; lo que no impide que gentes que ven mal porque no se miran bien, me digan que escribo para vindicar a Rosas.  Como si la historia se escribiese para vindicar a Juan y deprimir a Pedro, a estilo de Angelis o de Rivera Indarte, que están bien enterrados con todos sus atavíos de odio celeste o colorado”.

Poco después, terminaba su tercer tomo, ese mismo año.  A quienes habían querido lapidar a Rosas para “acreditar con esto su odio a la tiranía y su amor a la libertad”, destruía Saldías poniendo de manifiesto la realidad de sus días, con “la mistificación más o menos odiosa del régimen representativo” y la inexistencia del pueblo “como fuerza cívica gobernante”, formas en las cuales “la tiranía existe latente”, como ser, que “hace más de cuarenta años que se viene pregonando el horror de Rosas y la tiranía de Rosas”.

“Yo no necesito acreditar en mi país el odio a la tiranía”, declaraba Saldías con toda autoridad.  “No es ahora cuando recién voy a hacer mi profesión de fe sincera en materia de libertad y de gobierno.  La he hecho en el terreno sereno de los principios; he luchado por la libertad en el campo de las revoluciones abatidas; he tenido el honor de sufrir por ella, y la sostengo con el anhelo con que se persigue una ilusión siempre nueva.  He escrito lo que tengo por verdad a la luz de los documentos, y lo que pienso es conveniente se sepa para ejemplo y experiencia”.  Los motivos de su obra, eran reafirmados al término de la misma, con la probidad intelectual y cívica del eminente autor.

Falto de prejuicios, envió un ejemplar a Mitre.  A lo mejor pensaba que el “maestro” tan apegado al “método científico documental” que hacía gala, no sería insensible a ese verdadero monumento de nuestra verdad histórica.  Saldías pecó por ingenuo.  Mitre custodiaba la pedagogía, el pensamiento, la cultura del régimen, pues su modificación echaba por tierra el andamiaje urdido en Caseros y Pavón.  Contestó a Saldías, el 15 de octubre de 1887 (1), como hombre que guardaba conscientemente “los nobles odios” que todo liberal debía tener a Rosas.  El juicio condenatorio a Rosas, los efectos de su caída, las batallas que impusieron el nuevo orden “no se rehacen porque son definitivas”; protestar contra ello, aun cuando fuese en un libro de historia, era para Mitre, “protestar contra la corriente del tiempo que nos envuelve y lleva a la Nación Argentina hacia los grandes destinos que se diseñan claros en el horizonte cercano…”. “…Cree usted ser imparcial, no lo es, ni equitativo siquiera” le decía indignado “el maestro”.

Hablar así en pleno período de Juárez Celman, una de las consecuencias del régimen, sonaba a burla.  Dolerse porque Saldías “llamara traidores y por varias veces” a los emigrados unidos al extranjero durante las intervenciones europeas contra su patria, ¿no equivalía a exponer su cola de paja?  Y atacarle por las críticas a los adversarios de Rosas que habían organizado el país, “desconociendo su obra aún después del éxito”, parecía una miopía, si el éxito se reflejaba en esa Argentina próxima a naufragar en el 90.

La conspiración del silencio

 
Con todo, debía agradecer a Mitre la oportunidad de que se hiciera algún alboroto en torno a la Historia de Rosas.  Porque después llegaría el silencio.  Los diarios cobraron una repentina afonía, los críticos enmudecieron, los escritores callaron; en los salones del Club del Progreso encontraba pausas rumorosas, o sonrisas irónicas de quienes se regocijaban íntimamente de su paso en falso.  Los amigos más queridos se volvieron taciturnos, los compañeros y colegas se tornaron lacónicos; nadie hablaba, nadie escribía, nadie comentaba el libro que él creyera iba a conmover a la Argentina.  No había ataques ni elogios: quietud, reposo, distancia solamente.  De cuando en cuando le llegaba alguna anécdota como la comentada por el mismo Saldías en febrero de 1898 en La Biblioteca de Groussac: Un profesor lo había llamado “panegirista del tirano” en clase – ¿Usted ha leído el libro de Saldías? – ¿Yo? Yo no leo “eso”.  No, no lo leían, no podían leerlo.  Estaban instalados en la cómoda idea de la historia oficial y no querían cambiar.  Pues todo cambio significaba molestias, meditar, abrir un juicio, comparar lecturas, quitar del pedestal algunos próceres y poner otros.  La ley del mínimo esfuerzo se cumple -y sobremanera- en los esfuerzos intelectuales.  Eran argentinos, sinceramente argentinos, pero tenían su “idea” y todo lo que chocara con ella los irritaba. No tanto por ir contra esa “patria” formal recibida desde la niñez, sino porque le señalaba un esfuerzo que no tenían deseos de tomarse.  Mitre había hablado y se acabó -magister dixit- la pretensión de rehabilitar tiranos.  Recurrió a los “hermanos” de la logia; recibió acuses amable de recibo y la promesa “de leerlo en la primera oportunidad”.  Insistió ante los periódicos ligados a la fraternidad: “El libro del doctor Saldías demuestra las condiciones estimables de su autor para la narración histórica, que nos hacemos un deber en señalar aún cuando no compartamos su juicio sobre la tiranía de Rosas” decía Nacional.  Frases de favor de alguien que no leyó o no quiso leer, o no pudo hablar.

Del extranjero vino, en cambio, la solidaridad de quienes no dependían de la tiranía literaria de La Nación o de las conveniencias de las logias o las cofradías. René Moreno, desde Chile lo admira por haber perseverado en editar los tres tomos, ya que “en torno suyo alentaba una conspiración de silencio”; Ricardo Palma, desde Lima, lo consuela por la caricatura del Quijote ya que “ser preferible los picotones a que sobre su libro se haga la conjuración del silencio”.  Tras la andanada de Mitre había callado La Nación; calló también el Quijote, callaron todos.  El joven promisorio de 1877 era el fracasado de 1887.  Debieran serle un gran consuelo las cartas entusiasmadas de Manuelita escritas con sus trémulas manos de anciana: “Realmente esa obra es ¡colosal! Estamos leyendo el primer tomo, yo en alta voz para que mi pobre Máximo no pierda el hilo, la comprenda bien y no fatigue su cabeza.  Las verídicas referencias a los antecedentes y hechos gloriosos de mi finado padre, bien me han conmovido” le escribe desde Londres.  O el apoyo efusivo del viejo coronel Prudencio Arnold de Rosario, el aliento de Antonino Reyes desde Montevideo o la simpatía con que Bernardo de Irigoyen le hablaba, en el recato de su salón privado, del extraordinario valor histórico de su libro, y el más extraordinario coraje de su autor al editarlo.

Nadie comentaba en público el Rosas, pero desaparecía de los anaqueles.  Al año de ponerse a la venta el tercer tomo, ya no quedaba un solo ejemplar.  ¿Exito genuino o maniobra de algunos para hacerlo desaparecer?  Por consejo de Irigoyen lo volvió a editar, cambiándole el nombre: ahora se llamaría Historia de le Confederación Argentina. La palabra “Rosas” era todavía demasiado fuerte para un libro argentino de historia.

La “Historia de la Confederación Argentina”.

 
También agotó la segunda edición en poco tiempo.  No obstante la barrera del silencio, el libro producía su efecto.  Escaso en la Argentina: algunos débiles susurros, poco a poca elevados a murmullos.  Ya el coronel Arnold se atrevía a escribir folletos en defensa “de S. E. el Excmo. Señor Restaurador de las Leyes, Brigadier General don Juan Manuel de Rosas” apoyándose en los documentos mencionados por Saldías, y en su autoridad como historiador.

Lentamente se iba conociendo la verdad sobre Rosas; una marea popular, libre de consignas “secretas” o de prevenciones literarias, pero que no llegaba a las esferas superiores y menos a la enseñanza.  Un día -en tiempos de Juárez Celman- el Quijote publicó un dibujo de Stein: Rosas alzándose de un sepulcro ante un borrico (Juárez Celman) ahorcado en un farol; a su lado varios muertos (Cárcano en figura de mono, una oveja, etc.) con el cartel “agiotistas, raspas, tramposos”.  Y como leyenda esta cuarteta: “Si se alzara de la tumba / ¡a cuántos escarmentaría! / el país que hoy se derrumba / con un Rosas vencería”.

Referencia

(1) La carta fue publicada en La Nación del día 19 de octubre de 1887, y dio que hablar a todo Buenos Aires como era lógico.

Fuente

Alén Lascano, Luis C. – Alem y Saldías, entre la política y la historia.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Irazusta, Julio – Adolfo Saldías – Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires (1964).

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Rosa, José María – Historia del Revisionismo y otros ensayos – Ed. Merlín, Buenos Aires (1968).

Todo es Historia – Año IX, Nº 99, agosto de 1975.

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