Terremoto en Mendoza (1861)

Ruinas de la iglesia de San Francisco, destruida por el terremoto de 1861

La historia sísmica de Mendoza registró el primer terremoto denominado “de Santa Rita” en 1792.  Años más tarde, Eusebio Blanco decía que se trataba de una tradición mendocina del siglo XIX, de la que siempre se hablaba.  Su abuelo, que tenía más de 90 años, recordaba que había derrumbado varias casas.  El autor agrega que entre sus principales recuerdos de infancia está una de las consecuencias de un terremoto en Chile: estando en la escuela, cayó durante algunos días una lluvia de cenizas que mantuvo oscurecido el sol.  El fenómeno coincidió con el temblor que experimentó Chile en 1822 ó 1824.

 

El terremoto de mayor incidencia en la vida de Mendoza ocurrió al atardecer del 20 de marzo de 1861.  Como consecuencia del mismo perdieron la vida alrededor de 8.000 mendocinos, lo que en ese momento representó casi la mitad de los pobladores de la ciudad.  Los testimonios coinciden en que se hizo sentir un estruendo sordo, como el producido por muchos carros que ruedan juntos y rápidamente sobre un terreno abovedado o como la detonación simultánea de una batería de cañones.  En ese instante hubo un repentino movimiento contractivo de la tierra.  La ciudad osciló y casi todas las construcciones se desplomaron.

 

En un improvisado diario, un sobreviviente anotó brevemente los sucesos posteriores.  Por ese diario sabemos que se inició el incendio debido a las velas y combustibles en los domicilios.  El fuego aumentó y la población, que no estaba organizada, actuaba desordenadamente.  Las autoridades, en su mayoría víctimas también de la catástrofe, no atinaban a organizar la emergencia, aumentando la frustración de los civiles.  Después del terremoto, la oposición culpó al gobernador, Laureano Nazar,  de negligencia por no haber aparecido en la escena del siniestro inmediatamente, sin entender que el gobernador también fue víctima del terremoto porque se le habían muerto varios hijos.  El 22 los cadáveres tenían indicios de putrefacción.  Con el nuevo día se pudo apreciar mejor la destrucción: los edificios públicos eran ruinas, igual que la Iglesia, las calles habían quedado intransitables por los escombros y por el desborde de agua por la rotura de los canales de distribución de agua de riego.  Ese día fue de conmoción, desconcierto y dolor.  El 23 el gobernador había iniciado las primeras medidas de emergencia para dar alimentos, carneando tres reses cerca de la plaza y repartiendo gratis este alimento.  Por entonces, el saqueo era el principal tema de seguridad.  Los sobrevivientes se negaban a abandonar las ruinas debido a los merodeadores.  Aun a riesgo de su salud y soportando la fetidez, los más pobres se quedaban cerca de lo que quedaba de su propiedad.  Se debió promulgar un bando que prohibía la entrada de quienes no llevasen papel de propietarios, pero la medida fue estéril.  El 25 de mayo incluso se dio otro bando estableciendo la pena de muerte para saqueadores y según las fuentes se fusilaron a cuatro personas.

 

En la fase de emergencia, tanto la seguridad como la salubridad son las prioridades de las autoridades.  Un dato interesante de este terremoto se refiere a la salubridad porque los cadáveres sin sepultar y las dificultades en el abastecimiento de agua y alimentos apropiados, junto al deterioro emocional de los sobrevivientes, aumentaron los inconvenientes para mantener la salud de la población.  En 1861, sin embargo, se registraron solamente cuatro casos de tifus.  Este escaso número se debió a que el incendio descontrolado que siguió al derrumbe de los edificios incineró los cuerpos que estaban atrapados en las ruinas, evitando así que se convirtieran en focos de infección.

 

Pasada la emergencia, la sociedad comenzó a concentrar su atención en necesidades tales como la búsqueda de las explicaciones.  Existían (y existen hoy en día) todo tipo de asociaciones que buscan predecir lo impredecible.  Es frecuente escuchar decir que “si la Luna está con halo, va a temblar”, “que si todo está muy calmo, va a temblar” o “que si los animales domésticos están nerviosos, va a temblar”.  La búsqueda de elementos que permitan predecir ha sido y es un comportamiento universal.  De acuerdo a un testimonio, la búsqueda de preanuncios, aquel día de 1861 fue inútil:

 

“No hubo ningún signo de los que en algunos países son mirados como precursores de los terremotos que se manifestaron aquí.  Los hombres no sufrieron ninguna sensación desagradable como en el temblor de Angers el 13 de marzo de 1836, ni los animales manifestaron inquietud como aconteció con el temblor de Concepción del 20 de febrero de 1835, con las aves marinas que una hora antes se dirigieron en bandadas hacia el interior como si hubieran adivinado la agitación próxima al mar; los perros que en Talcahuano salieron corriendo de las habitaciones mucho antes de que el ruido y el sacudimiento se hicieran sensibles.  Esto se observó, según Humboldt, en Cumaná en donde los miedosos observan los movimientos de los animales, principalmente de los cerdos a los cuales les atribuyen la facultad de anunciar los terremotos”.


El explorador David Forbes explicó el terremoto de 1861 en relación con la actividad volcánica si se tenía en vista que “los volcanes no siempre vomitan lava, que el fenómeno de la ciénaga puede ser un cráter análogo al “Borbollón”; que las corrientes eléctricas accionan y reaccionan en las cercanías donde los materiales superabundan; y que Copiapó y San Juan en la proximidad de los minerales no han sufrido lo que debieran si el fenómeno de Mendoza tuviera su causa en un fenómeno eléctrico”.

 

Por otra parte, quienes decidían la vigilancia de las ruinas y la reconstrucción se quejaban de los comportamientos de los sobrevivientes que se negaban a alejarse del sitio donde estuvo su propiedad, así quedasen solamente ruinas.  Dado que la territorialidad es uno de los factores más profundos de nuestra conducta, la gente duerme, cuida y quiere encontrar qué quedó debajo de los escombros.  Uno de los autores de este trabajo, Esteban Fernández, recopiló recuerdos de sobrevivientes del terremoto de San Juan del 1 de enero de 1944.  De estas historias es el siguiente relato:  “no, a ese tío tampoco lo mató el terremoto(…), de noche cuidaba que no le robaran los adobes, el alambre, los marcos, los rollizos(…), prendía fuego en una esquina porque no se cayó del todo (…) en uno de esos remezones fuertes, se le vinieron los adobes encima”.

 

En el caso del terremoto de Mendoza de 1861, el periódico local refirió que la gente vagabundeaba por las ruinas, resistiéndose a ir al nuevo sitio de la fundación de la ciudad.  Una comisión presidida por el ingeniero Carlos Huidobro había recomendado la reconstrucción de Mendoza desplazándola hacia el SO.  No se trató de un emplazamiento ideal en el sentido de que Mendoza siguió localizada en zona de las fallas geológicas.  Durante el siglo XX la ciudad creció sin tomar ciertas precauciones que sí, en cambio, fueron tenidas en cuenta cuando se realizó la reconstrucción después del terremoto de 1861.

 

Aquel diseño urbano que se aplicó en la reconstrucción tenía una plaza central (actualmente Plaza Independencia que ocupa cuatro manzanas) y cuatro plazas más pequeñas (Italia, España, San Martín y Chile), de una manzana cada una.  Se brindaban así amplios espacios para el refugio de las personas en caso de terremoto.  Las avenidas procuraban dejar suficiente espacio entre fachadas para que, si los edificios se desplomaban, no aplastaran a la gente que ya había abandonado su casa.  Pero “del dicho al hecho …,” como dice el refrán, a diez años de su reconstrucción alrededor de la Plaza Independencia, ésta todavía era un gran baldío cubierto de malezas, a tal punto que el 19 de abril se realizó una colecta para arreglarla.  El diseño urbano de la reconstrucción tampoco había contemplado otro lado oscuro de los proyectos de inversión ya que se favoreció la especulación inmobiliaria.  Lotes que el gobierno había vendido en $50 para que la gente se instalara en la ciudad reconstruida seguían vacíos diez años después, aunque habían adquirido un valor de $2.000.  Peor aún desde el punto de vista urbano: en la llamada “ciudad vieja” la gente seguía fabricando los adobes con tierra de la calle, que ahora tenía en algunos sectores hasta un metro por debajo de la calzada.

 

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Gascón, Margarita y Fernández, Esteban – Terremotos y sismos en la evolución urbana de Hispanoamérica – Centro Regional de Investicaciones. CRICYT Mendoza (Argentina), julio de 2001.

Portal www.revisionistas.com.ar

 

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar