Conquista del desierto – Parte II

Juan Manuel de Rosas, Gral. Angel Pacheco y coronel Manuel Corvalán

Sobreponiéndose a las dificultades, Rosas ordenó al ingeniero Feliciano Chiclana que midiese el río Colorado a bordo de la goleta San Martín que había conducido desde Bahía Blanca el capitán Juan B. Thorne (1); destacó al coronel Ramos con una división de 400 hombres para que batiese los indios de la región andina; organizó con indios de Catriel y de Cachul, con cuatro compañías de infantería de línea y 4 cañones una división que a las órdenes del coronel Rodríguez se dirigió al país de los ranqueles, a operar en combinación con otra al mando del comandante Miranda; lanzó otra división al sur del río Negro al mando del mayor Leandro Ibáñez, quien se hizo famoso en esta campaña; y él, con una pequeña fuerza de 300 hombres, inclusive los indios,  quedó aguardando en su campamento del Colorado el desenvolvimiento de este plan, cuyos primeros resultados debían venir de la batida general sobre el río Negro arriba y Neuquén, en que estaba empeñado a la sazón el general Pacheco.

El general Pacheco siguió avanzando con sus fuerzas por ambas márgenes del río Negro arriba, batiendo en lo crudo del invierno las tolderías que constituían el poder del terrible cacique Chocory.  En los primeros días de julio llegó a Choele-Choel; mandó a Sosa con dos escuadrones en busca de Chocory; ordenó a Lagos que cayera con su fuerza sobre Pitrioloncoy, el cual se encontraba con una fuerte indiada veinte leguas arriba según las partidas descubridoras, y en la madrugada del 3 pasó su tropa en changadas y su caballería a nado, atacó la isla de Choele-Choel, y acuchilló y apresó a todos los indios que se habían refugiado allí con gran cantidad de familias.

Después de hacer recorrer toda la isla en una extensión de doce leguas de largo por seis en su mayor anchura, sin haberse encontrado más indios en ella, ni en una otra isla que se sigue a la de Coléele-Choel, y a la cual sus partidas bautizaron con el nombre de Isla de Pacheco, este general hizo pasar los prisioneros al otro lado del río, dejó una guarnición en la isla principal y fue a acampar en la rinconada de los Malchaquines.  Entre tanto, Chocory se arrojaba con denuedo sobre los veteranos de Sosa y era muerto en reñido combate, quitándosele una finísima cota de malla que con otros trofeos de esta acción se encuentra en el museo de Buenos Aires. (2)  Lagos cargaba a Pitrioloncoy y lo destruía completamente, en lucha cuerpo a cuerpo, tomábalo prisionero con los pocos indios vivos que quedaban, y remitía su presa al campamento de Pacheco el día 9 de julio. (3)  El largo y penoso camino de la vanguardia era coronado por una serie de triunfos obtenidos a fuerza de pericia y de valor.

En marcha para Los Manzanos, que era, como se sabe, el punto en que la división Izquierda debió encontrarse con las del Centro y Derecha, si éstas no hubiesen fracasado, Pacheco recibió comunicaciones del cuartel general del Colorado en las que se le avisaba el envío de vestuarios, ganado, etc., como asimismo la próxima llegada del buque que montaba el ingeniero Descalzi con orden de reconocer y navegar el río Negro.  Descalzi llegó en efecto, resolviendo desde entonces la navegación de esta importante arteria de tan ricos territorios; y rectificando los errores en las distancias y en las proyecciones que contenía el plano de Villarino, y que había previsto el coronel Arenales.  Al darle cuenta de este suceso, y refiriéndose a los estudios de Descalzi, decíale Pacheco a Rosas: “El Limay corre apresuradamente de oeste-noroeste a este-sureste y el Neuquén de sudoeste al noreste corregido.  Lo que ya no es dudoso es que el río Negro es navegable con buques de calado hasta la unión del Limay y Neuquén, y ambos hasta mucho más arriba, porque a pesar de que estaban bajos traían mucho caudal de agua.  Poco antes de llegar a esa unión no se encuentra menos de cuatro brazas de agua, y más arriba hasta siete brazas”. (4)

Después de llegar a la confluencia de los ríos Limay y Neuquen, en la conclusión del río Negro, y a cuarenta y seis leguas aproximadamente de la isla de Choele-Choel, Pacheco coronó con sus fuerzas los cerros que se elevaban a sus flancos, y a los cuales bautizó con el nombre de Cerros de Rosas.  Los indios que habían buscado este último refugio se precipitaron en los bajíos; pero los escuadrones de Lagos, Sosa, Flores, Hernández los destruyeron completamente apresando a la chusma y rescatando muchísimos cautivos.  “Cuando Pacheco observaba desde un cerro los movimientos de sus escuadrones sobre los indios -dice el coronel Meneses en un carta en el archivo de Adolfo Saldías- un soldado de la escolta le presentó dos piedras ovaladas que pesarían una libra.  El general las rayó con un cortaplumas, y descubrió en ellas como una vena amarilla.  Como las viera un indio, éste le dijo: “Mi general, esto llamamos nosotros las alcahuetas de las minas; y aquí hay grande mina”; de todo lo cual se dio cuenta al general en jefe”.

Por estos días llegó al campamento general del río Colorado el naturalista Charles Darwin, que tan ilustre reputación se creó después en el mundo sabio, por sus investigaciones científicas y por su célebre teoría del transformismo.  Darwin llegó a Buenos Aires en la corbeta de S.M.B. Beagle, comandada por el también célebre capitán Fitz-Roy.  Atraídos por la fama de la expedición al desierto y por las exploraciones científicas que se practicaban sobre el río Colorado, el río Negro, etc., bajo las órdenes de Rosas, se dirigieron a Patagones con el objeto de internarse en el desierto, y observar por sí mismos los cerros del río Negro, y el sistema geológico en general de los territorios que dominaba el ejército expedicionario.  A pesar de que el gobierno se limitó a darles una nota para el comandante de Patagones, en vez de remitirlos al general en jefe del ejército, como se lo insinuaron esos dos hombres distinguidos al doctor Anchorena, Rosas les dio todos los auxilios necesarios, puso a sus órdenes una escolta con un baqueano; y cuando volvieron de su excursión, pasaron algunos días en el campamento general del Colorado.  Darwin quedó encantado de la riqueza de esos territorios.  Al despedirse de Rosas le declaró, según un testigo ocular, que la penosísima campaña en que estaba empeñado era una de las empresas más trascendentales que podía acometer un gobierno civilizado. (5)

No fue Darwin solo quien lo dijo; que a pesar de lo escasas y difíciles que eran entonces las comunicaciones con el viejo mundo, la conquista del desierto llamó la atención de la prensa europea.  El Annuaire Historique Universel publicó un detenido y concienzudo resumen de esa campaña, e hizo notar los grandes beneficios que ella realizaría para el progreso y la civilización.  Después de referir las principales operaciones militares, se agrega: “El general Rosas quiso que su expedición fuese útil en todo sentido, dándole el carácter de une exploración científica.  Llevaba un diario no sólo de las circunstancias de su itinerario, sino de las observaciones astronómicas que se hacía, y de todas las que pudiesen interesar a la geografía y a la historia natural.  Tenía bajo sus órdenes caballería bien montada, infantería que marchaba a caballo y que combatía a pie según el uso de ese país, y algunos cañones de pequeño calibre.  Disponía también de un cuerpo de indios auxiliares de donde salían los baqueanos y que iban armados de lanza, lazo y boleadoras…”. (6)

Según las órdenes de Rosas, el coronel Ramos marchó por la costa exterior del Colorado hasta pasar el camino de Chari-leo.  Como a ochenta leguas del cuartel general del Colorado, los indios lograron sorprender una partida exploradora de Ramos, matándole un sargento y tres soldados.  Ramos los hizo cargar el 10 de setiembre con un escuadrón a las órdenes del mayor Manuel C. García.  Los indios sostuvieron un desesperado combate hiriendo al mismo García y a varios oficiales; pero fueron sableados en todas direcciones y exterminados.  La división siguió su marcha río arriba.  Al llegar al camino grande de Chari-leo las partidas de Ramos apresaron algunos indios, chusma y ganado en el antiguo campamento de Pincheira; siendo éstos los únicos que se encontraron hasta llegar al principio de la travesía, Paso Grande y camino para Choele-Choel.  Ramos siguió rumbo al norte, oblicuando a la izquierda, y destacando partidas descubridoras en todas direcciones, las cuales apresaron todos los indios dispersos que intentaban pasar con su familia.

En los primeros días de octubre llegó con su división, al afamado cerro Payén, y enarboló allí el pabellón de la patria.  Como diez leguas más arriba, en la falda de un elevado médano que desciende hasta cerca del río, acampó con su división y desde aquí dirigió algunas fuertes partidas que aproximándose al río Atuel, llegaron hasta quince o veinte leguas del fuerte San Rafael, línea de Mendoza, sin encontrar más que los rastros de los indios.  Después de cincuenta días de marcha, Ramos había llegado a las cercanías de los Andes, al punto de intersección de los 36º de latitud con los 10º de longitud, meridiano de Buenos Aires; acuchillando y apresando a los indios ranqueles y chilenos que pretendían ganar las cordilleras.  Con 400 hombres había verificado la batida que debió efectuar la división Derecha que mandó Aldao.  “Antes de regresar la división, conforme a las órdenes de V. S. –le decía Ramos a Rosas- se fijaron inscripciones con los nombres de los ilustres patriotas que firmaron el acta de nuestra independencia, y se enarboló el pabellón nacional, llegando hasta este punto donde espero las órdenes de V. S. según me lo tiene prevenido”. (7)

La división al mando del coronel Rodríguez, que debía operar en el país de los ranqueles, batió los restos de la indiada de Yanquetrú, y consiguió que algunos caciques se sometiesen voluntariamente.  Rodríguez aceptó el sometimiento a condición de que entregasen los cautivos que tenían, y de que se trasladarían ellos mismos al cuartel general del Colorado.  Así se verificó, regresando Rodríguez, a este punto con gran cantidad de cautivos, y sin dejar indios enemigos en el territorio que recorrió. (8)

La segunda división a las órdenes del comandante Miranda, y compuesta de 250 hombres entre veteranos e indios, recorrió más de cien leguas en rumbo al noreste, los campos linderos a los ranqueles.  Como a dos leguas de la Laguna Grande de Salinas, alcanzó a los indios de Yanquiman.  Este tendió su línea de combate, pero fue despedazado y hecho prisionero lo mismo que la chusma que le acompañaba, rescatándosele los cautivos que hicieron, oriundos casi todos de la provincia de San Luis. (9)

Por fin, la división del mayor Leandro Ibáñez operó con singular éxito en los territorios al sur del río Negro.  “Al mayor Ibáñez –escribíale Rosas a su amigo Terrero (10)-, lo he despachado hoy (12 de setiembre) con cincuenta cristianos y cien pampas con la orden de pasar el río Negro y correr el campo hasta cien leguas al sur.  No hay por ahí más enemigos que el cacique Cayupan con algunos indios y muchas familias.  Si da con el rastro los seguirá aunque sea hasta Chile, porque lo mando bien montado.  Después de esto ya no quedan en este campamento más que ciento cincuenta infantes, los artilleros y la gente que cuida las reses y caballos flacos que siempre mantengo invernando”.  Ibáñez penetró en la larga travesía que se extiende al suroeste.  Después de algunos días de penosísimas marchas, llegó a las ignotas regiones del río Valchetas, el cual tiene su origen en una sierra al S.O. de la de San Antonio.  El 5 de octubre sorprendió la tribu del cacique Cayupan, quien jamás imaginar pudo que llegarían allá fuerzas de la división Izquierda.  Cayupan opuso tenaz resistencia, pero fue destruido y hecho prisionero con los guerreros que sobrevivieron y las familias que los acompañaban.  Después de concluir con los últimos indios que quedaban al sur del río Negro, y de dejar una inscripción con fecha 5 de octubre, cerca del río Valchetas, Ibáñez regresó al cuartel general, donde fue felicitado por el acierto con que llevó a cabo su atrevida expedición. (11)

Para apreciar las dificultades que Rosas tuvo que vencer por sí mismo a fin de llevar a cabo, con el éxito que se ha visto, esta campaña penosísima y sin precedente en la República Argentina, se debe tener presente que él y el ejército a sus órdenes, fueron objeto de hostilidades manifiestas del gobierno de Buenos Aires.  Que este gobierno, no sólo pretendió sublevar contra ese ejército sus principales oficiales y los indios reducidos en Tapalqué y en Salinas sino que le negó los recursos indispensables para su subsistencia y entretenimiento, a pesar de los reiterados encarecimientos del general Guido, comisionado al efecto del general de la división expedicionaria. (12)  Que ésta se movió, se entretuvo y lo hizo todo por los esfuerzos particulares de Rosas y de sus amigos; y que cuando los vestuarios y artículos de consumo, etc., se agotaron, Rosas se vio precisado a emitir con su sola garantía vales hasta por valor de cien mil pesos, para pagar a los comerciantes y vivanderos que le vendían lo necesario. (13)

A pesar de todo. La división Izquierda, aislada en el desierto a consecuencia del completo fracaso de las del Centro y de la Derecha, conquistó los dilatados territorios que se extienden doscientas leguas por el oeste y noroeste hasta las inmediaciones de la cordillera de los Andes; y por el suroeste como ciento ochenta leguas hasta más allá del río Valchetas, tierra de los tehuelches, a los 41º de latitud y 9º de longitud del meridiano de Buenos Aires; fraccionándose en columnas expedicionarias que campearon victoriosas por el país de los ranqueles y la Pampa Central; por toda la línea de los ríos Negro, Neuquén y Limay; por la región Andina hasta la frontera de Mendoza, y por la región de Valchetas hasta enfrentar el cabo de Hornos, últimos confines de la provincia de Buenos Aires.  En esta campaña de un año, las divisiones de Rosas destruyeron las indiadas de los caciques mayores Chocory, Pitrioloncoy, Mittao, Paynen, Cayupan, Calquin, Yanquiman, Catrué, Epuillan, Millagan, Califuquen, Queñigual, Tuquiñan; poniendo fuera de combate más de diez mil indios, y rescatando cerca de cuatro mil cautivos cuyos nombres se registran en la publicación que se hizo circular oficialmente para conocimiento de los deudos.

A principios del año de 1834, Rosas regresó con su división a Napostá, dejando guarniciones en la isla de Choele-Choel, en su cuartel general del río Colorado, en la margen del río Negro, y en los puntos donde antes estableció fortines. (14)  Entonces le fue dado todavía operar con éxito sobre los indios que no estaban reducidos.  Se recordará que cuando se internó en el desierto celebró tratados de paz con los indios boronas que quedaron en Salinas.  Pero éstos habían seguido robando y asolando el territorio sin que nadie pudiese contenerlos.  A su regreso Rosas les intimó la entrega de los cautivos y de las haciendas que retenían.  No sólo se negaron a ello, entregándole al coronel Corvalán un número reducido de cautivos, sino que asaltaron y exterminaron una partida del ejército.  Rosas dirigió sobre ellos algunos escuadrones veteranos y un regimiento de Blandengues que guarnecía la Fortaleza Argentina (Bahía Blanca) y éstos destruyeron a los boronas, matando cerca de mil indios, rescatando todos los cautivos y todo el ganado robado.  Así acabó la única indiada que quedaba en el desierto; pues los tehuelches se habían establecido con sus familias cerca de las poblaciones de reciente creación, y los pampas de Catriel y de Cachul estaban en un todo sometidos.

Proclama de Juan Manuel de Rosas

En seguida Rosas quiso cumplir lo que había acordado con el gobierno de Buenos Aires, es a saber que, una vez terminada la campaña victoriosamente, licenciaría el ejército y firmaría él mismo la baja a todos los milicianos, dejando solamente en pie los escuadrones y cuadros veteranos.  Para despedirse de sus soldados en nombre de la patria, Rosas los formó el 25 de mayo de 1834 en la margen del arroyo Napostá, y les dirigió la siguiente proclama que se transcribe íntegra por la importancia de los hechos históricos que enuncia:

“¡Soldados de la patria! Hace doce meses que perdisteis de vista vuestros hogares para internaros en las vastas pampas del sur.  Habéis operado sin cesar todo el invierno y terminado los trabajos de la campaña en doce meses como os lo anuncié.  Vuestras lanzas han destruido los indios del desierto, castigando los crímenes y vengando los agravios de dos siglos.

“Las bellas regiones que se extienden hasta la cordillera de los Andes y las costas que se desenvuelven hasta el afamado Magallanes, quedan abiertas para nuestros hijos.  Habéis excedido las esperanzas de la patria.

“Entre tanto, ella ha estado envuelta en desgracia por la furia de la anarquía.  ¡Cuál sería hoy vuestro dolor si al divisar en el horizonte los árboles queridos que marcan el asilo doméstico, alcanzárais a ver la funesta humareda de la guerra fratricida!

“Pero la divina Providencia nos ha librado de tamaños desastres.  Su mano protectora sacó del seno mismo de la discordia un gobierno fraternal, a quien habéis rendido el solemne homenaje de vuestra obediencia y reconocimiento.

“¡Compañeros!  Jurad aquí delante del Eterno que grabaremos siempre en nuestros pechos la lección que se ha dignado darnos tantas veces, de que sólo la sumisión perfecta a las leyes, la subordinación respetuosa a las autoridades que por ellas nos gobiernan, pueden asegurar la paz, la libertad y justicia para nuestra tierra.

“¡Compatriotas! Que os gloriáis con el título de Restauradores de las Leyes, aceptad el honroso empeño de ser sus firmes columnas y defensores constantes”.

Rosas había realizado, pues, el propósito trascendental a que dedicó sus mejores afanes; y para asegurarlo en los tiempos se proponía insistir desde luego con el gobierno de Chile y con Quiroga para que juntos redujesen o destruyesen los indios del Oriente y Occidente de la Cordillera.  Entretanto insistió para que las provincias de Santa Fe, San Luis y Mendoza consignasen oficialmente lo que en 1831 había arreglado con dichos gobiernos, y lo que como general de la división Izquierda había declarado en documentos, con asentimiento de los mismos, en lo que se refería a los límites de la provincia de Buenos Aires.  Así fue como después de terminada la campaña se ratificó el convenio anterior, estableciéndose en virtud de la soberanía que investían los gobiernos respectivos, que los límites de Buenos Aires, por la parte de Santa Fe, corría por la línea de Melincué, dejando ésta a la derecha; por la parte de Mendoza hasta las nacientes del río Grande y línea de San Rafael, y por el sur hasta el Estrecho de Magallanes.  Las legislaturas de dichas provincias celebraron el ensanche general de sus fronteras decretando honores singulares a Rosas por el feliz término de la expedición al desierto. (15)

Respecto de los límites por el sur y el suroeste, ellos están marcados por la naturaleza; y los territorios que comprenden sólo a Buenos Aires corresponden, pues desde ab initio fueron ocupados por los indios hasta que un ejército de esta provincia los desalojó de ellos, ejerciendo desde entonces Buenos Aires, sin oposición alguna una serie de actos que establecen el dominio legal, a saber: ocupó permanentemente con sus armas esos territorios; consintió que bajo su autoridad los poblasen las tribus de indios reducidos; afirmó el hecho de la ocupación y de la posesión así en el cerro Payén como en el río Valchetas; y los pobló por medio de una línea de guarniciones desde Bahía Blanca hasta Choele-Choel y desde el río Colorado hasta la falda de los Andes; las cuales guarniciones con las familias de los soldados permanecieron hasta después del año 1852.  Con sobrada razón decía, pues, Rosas en un documento oficial: “Las bellas regiones que se extienden hasta la cordillera de los Andes, y las costas que se desenvuelven hasta el afamado Magallanes, quedan abiertas para nuestros hijos”.

Estos límites de Buenos Aires hasta el Estrecho de Magallanes, por una parte, y hasta la cordillera de los Andes por la otra, son los mismos que fijan a dicha provincia los documentos oficiales y cédulas reales desde dos siglos atrás.  En 1683 una cédula real ordenaba al gobernador de Buenos Aires que cuidara del sometimiento y conversión de los indios de las Pampas.  En 1704 otro oficio hablaba al mismo gobernador de la conveniencia que habría en montar una expedición para reducir a los infieles de los desiertos del sur de Buenos Aires.  En 1766 otra real cédula ratificaba las anteriores que extendían la jurisdicción del gobernador de Buenos Aires sobre la Patagonia, Estrecho de Magallanes y Tierra del Fuego.  Por esto fue que don Juan José de Vértiz, gobernador entonces, solamente, legisló repetidas veces sobre los indios de los desiertos del sur de Buenos Aires; y en 1772 envió en esa dirección una expedición a las órdenes de los oficiales don Ramón Euía y don pedro Ruíz.  En la cédula por la cual Carlos III creó el virreinato de Buenos Aires se establece que la jurisdicción de éste se extiende hasta la cordillera de los Andes por la parte de Buenos Aires.  En 1782 el piloto don Basilio Villarino exploró el río Negro por cuenta y orden del gobierno de Buenos Aires; en las memorias de los virreyes, en la de Vértiz principalmente, se encuentran otros documentos que corroboran tales antecedentes. (16)

En el capítulo sobre Malvinas se ha visto cómo el estado soberano de Buenos Aires ejerció desde 1823 hasta 1829, una serie de actos de posesión sobre sus territorios por el lado de Magallanes; y en el Tomo I de esta obra se ha dado cuenta de las expediciones verificadas por el gobierno de Buenos Aires sobre sus desiertos del sur.  Estas se repitieron en 1858 por los auspicios del mismo gobierno y en virtud de sus mismos derechos a esos territorios que nadie le disputó y que estaban consignados en su Constitución de 1854.

Hasta esta época, pues, los territorios que se extienden por el lado de Santa Fe hasta Melincué; por Mendoza hasta la línea de San Rafael; por el oeste hasta la cordillera de los Andes, y por el sur hasta Magallanes, pertenecían de hecho y de derecho a la provincia de Buenos Aires: 1º, por el deslinde y repartición que de sus provincias ordenó que se hiciera el rey de España, según cédulas y documentos fehacientes, y consiguiente jurisdicción no interrumpida que sobre aquéllos tuvieron los gobernadores intendentes de Buenos Aires, aun después de creado el virreinato de este nombre; 2º, por la posesión continuada y actos de dominio que ejercieron los gobiernos provinciales de Buenos Aires desde 1810 hasta 1832, sin que ni los triunviratos, ni directorios que mediaron, disputaran jamás ese derecho; 3º, por la ocupación militar, establecimientos y poblaciones que realizó en esos territorios el ejército de Buenos Aires, en nombre de esta provincia, y de acuerdo con las provincias limítrofes confederadas, pero soberanas e independientes, según el pacto de enero de 1831, y según sus leyes fundamentales; 4º, por el asentimiento con que todas las provincias de la antigua unión argentina acogieron las declaraciones oficiales y comunicaciones en las cuales el gobierno de Buenos Aires fijaba aquellos límites a esta provincia.

Cuando se operó la reorganización argentina, la Constitución Nacional dejó a salvo aquel pacto y los correlativos, por lo que hacía a la provincia de Buenos Aires; y reconociendo, por consiguiente, los derechos que ésta se había creado como Estado soberano, por sí, y con relación a las demás provincias, soberanas también e independientes en la época de la separación administrativa en que habían estado.  Así, ni durante la presidencia del general Mitre, ni durante la del general Sarmiento, el Congreso argentino dictó disposición alguna que desconociera el derecho de la provincia de Buenos Aires a los territorios que poseía desde que era capitanía general de España y que conservó a precio de grandes sacrificios.  Ha sido bajo la presidencia del doctor Avellaneda cuando el Congreso dictó una ley del 4 de octubre de 1878, por la que se declaran territorios nacionales los que pertenecen a las provincias contratantes de 1833, y se arrebata sólo a Buenos Aires más de ocho mil leguas de territorio que siempre le perteneció; limitando éste en la línea del río Negro hasta encontrar el grado 5º de longitud occidental, y la del mismo grado 5º en su prolongación norte hasta su intersección con el grado 35º de longitud.  Esta arbitrariedad fue contestada por el gobernador de Buenos Aires en su mensaje del año 1879; y ello, como el voto de la opinión pública, es la única protesta que subsistirá hasta que una justicia severa presida la resolución que debe recaer en este punto importantísimo del derecho federal argentino, en el que va envuelto un ataque sin precedente a la soberanía de las provincias de Santa Fe, Córdoba, Mendoza, San Luis y Buenos Aires.

La facultad del Congreso argentino (art. 67, inc.14) para demarcar límites nacionales sólo puede ejercitarse indudablemente respecto de aquellos límites que no han sido fijados todavía, o que son contestados; pero jamás respecto de los que se apoyan en títulos que datan de dos siglos, ni de los que han sido fijados y reconocidos hace cincuenta años por actos públicos de las provincias federales limítrofes, y en uso perfecto de la soberanía ordinaria y extraordinaria que investían, separadas administrativamente las unas de las otras en virtud de pactos que la misma Constitución Nacional ha dejado a salvo.  El Congreso ha violado, pues, los derechos imprescriptibles de cuatro provincias federales.  Y es de advertir, además, que la demarcación de límites de 1878 fue hecha sin consultar previamente a las provincias interesadas, y a priori, por decirlo así; pues por la misma ley a que nos referimos, se autorizaba al Poder Ejecutivo para invertir hasta la suma de un millón seiscientos mil pesos fuertes con el objeto de llevar la línea de fronteras sobre la margen izquierda del río Negro y Neuquén.

Los contemporáneos que hasta la aparición del libro de Adolfo Saldías pocas noticias tenían de las expediciones al desierto en 1833, y que han visto cómo se ejecutó esa ley de 1878, se preguntarán: si Rosas desalojó a los indios desde Bahía Blanca hasta las cordilleras y desde la frontera de Mendoza hasta Magallanes, ¿cómo es que en 1879 se emplearon dos millones de duros y todo el ejército de línea argentino para batir los indios en esos mismos desiertos?  Es evidente que las divisiones de Rosas concluyeron las indiadas que recorrían toda aquella vasta extensión de territorio.  Los únicos indios a los cuales no pudo reducir fueron los indios araucanos que, unidos a los ranqueles se habían batido con las divisiones de Aldao y Huidobro, y que al saber que venía sobre ellos Rosas por un lado, y el general Bulnes por el lado de Chile, se sometieron a las condiciones que este último les impuso.  Si no hubiesen mediado en Chile las circunstancias que obligaron al general Bulnes a faltar al plan acordado con los gobiernos de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza; si en vez de hacer una paz poco duradera con los indios chilenos y ranqueles, consintiéndoles su permanencia en los valles de las cordilleras, los hubiera atacado hasta arrojarlos al oriente de las mismas, esos indios habrían sido concluidos por las divisiones victoriosas del general Pacheco y del coronel Ramos.  Los que hubiesen pretendido escapar por el exterior del río Negro habrían sido concluidos igualmente por la división que fue a Valchetas.  Y si algunos lo hubiesen pretendido por el interior del río Colorado, habrían sido también concluidos por las dos divisiones de indios pampas que con cuatro compañías de línea Rosas había enviado al país de los ranqueles.  (17)  Por otra parte los indios pampas y tehuelches de Catriel, Cachul y Chañil, vivieron tranquilamente hasta 1852 del pastoreo y comercio de pieles.  Ha sido después del año 1852, cuando esos indios y los ranqueles, invocando los rigores de los gobiernos que levantaban las luchas civiles, asolaron las provincias fronterizas, viniéndose por el sur de Buenos Aires hasta Tandil, por el oeste hasta el Saladillo, y por el norte hasta Pergamino, y destruyendo después las varias expediciones que organizaron esos gobiernos hasta el año 1870.

La conquista del desierto que llevó a cabo Rosas en el año 1833, y la acción lenta del tiempo, ejercida a través de las continuas correrías del salvaje, habían acabado con casi todos los indios, cuando nueve mil veteranos argentinos (18) a las órdenes del general Julio Roca, penetraron en esos desiertos con el objeto de fijar la línea de fronteras sobre el río Negro y Neuquén.  El general Roca le asignó a la obra de Rosas la trascendencia que le daba la fuerza de las cosas, cuando él mismo amplió su plan en razón de las facilidades que le brindaban las operaciones que Rosas llevó a cabo y que Roca completó ocupando militarmente esos desiertos hasta las faldas de los Andes, donde ya hoy se levantan centros de trabajo y de civilización.  “A mi juicio -escribía el general Roca al ministro de la guerra coronel Adolfo Alsina- el mejor sistema de concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrollándolos del otro lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva que es el mismo seguido por Rosas, quien casi concluyó con ellos”.  Y una vez que desenvuelve su plan, el general Roca agrega: “doscientos hombres armados bastarían para hacer la policía del oasis ranquelino, evitando que nuevas inmigraciones araucanas vengan a hacer su nido en él, como sucedió después que Rosas lo dejó limpio, por el abandono que nuestras guerras civiles nos han obligado a hacer de las fronteras”. (19)

“Los indios no se multiplican como los cristianos -decía a este respecto un estadista argentino-.  El general Roca lo ha visto, y a él se le debe en gran parte el descubrimiento de una verdad que ocultaban los mirajes de la Pampa: ¡no había tales indios!  No son ni Roca, ni Alsina, ni Gainza, los que los han destruido.  Es la acción lenta que han venido ejerciendo un siglo de lucha, la propia vida salvaje y la falta de medios de subsistir.  No había tales indios; y hoy, meditándolo bien, da vergüenza pensar en que se haya necesitado un poderoso establecimiento militar, y a veces ocho mil hombres para acabar con dos mil lanzas que nunca reunirán los salvajes.  Calfucurá fue destruido por el general Rivas… Alsina destruyó a Catriel, y la obra final, meritoria, digna de un general, es la que ha emprendido el general Roca con todo el poder militar de la nación”. (20)

El testimonio de los más valientes adversarios de Rosas; el no menos autorizado del general en jefe del ejército expedicionario al desierto en 1879, corroboran lo que dicen los documentos, y lo que atestiguan también las personas que formaron parte de la División Izquierda en 1833, es a saber: que con las solas fuerzas de esta división, Rosas concluyó con los indios del desierto; y que a que no haber sobrevenido la guerra civil que azotó la República, habría concluido con los ranqueles y también con los chilenos combinando sus fuerzas con las de Chile como estaba proyectado.

Referencias

(1) Diario de la división Izquierda.  Chiclana midió el río Colorado arriba hasta aproximarse al punto donde llega a este río el camino que baja de la isla Coléele-Choel.  He aquí lo que respecto de la goleta San Martín, dice el diario correspondiente al 16 de junio de 1833.  La goleta San Martín entró muy cargada por la barra, calando nueve cuartas.  El puerto del Colorado, sin embargo de las ventajas que ofrece, es susceptible de mejoras, pues en la nueva expedición el capitán de marina ha adquirido conocimientos importantes.  El señor general ha ordenado que siga la navegación hasta el campamento, esto es, internarse como 20 leguas Colorado arriba, donde debe descargarse las maderas para construir las dos balandras que van a servir para reconocer este río arriba, la una hasta la altura de la frontera de Mendoza, y la otra al negro de Patagones.  Se ha descubierto también en estos campos una pepita del tamaño de la común de la Provincia, pero de una calidad más agradable.  Se la puede comer cruda y cocida.  Los inteligentes dicen que es mejor que la mandioca.  Los indios la prefieren entre las demás frutas, etc.

(2) Parte de Sosa a Pacheco.

(3) Parte de Lagos.  Parte de Pacheco a Rosas.  El parte de Rosas se publicó en El Restaurador de las Leyes de 24 de agosto de 1833.

(4) Papeles de Rosas.  Véanse los partes de Pacheco a Rosas publicados en El Restaurador de las Leyes del mes de octubre, y en la Gaceta Mercantil de noviembre y diciembre de 1833, y sobre todo el que le dirigió de vuelta a Choele-Choel el 31 de octubre, publicado en La Gaceta del 31 de enero de 1834.  Véase también los planos de Descalzi y los estudios y observaciones sobre el río Negro, en la Gaceta Mercantil de fines de noviembre de 1833.

(5) Diario de la expedición al desierto, agosto 13.  Véase La Gaceta Mercantil del 11 de octubre de 1833.

(6) Véase Annuaire Historique Universel, por Lesur, año 1833.  París 1834.

(7) Parte del coronel jefe de la 1ª división del ejército de la izquierda, datado en paso Grande, como a 60 leguas del cuartel general, a 30 de octubre de 1833.  Este parte da cuenta detallada de todas las operaciones, y describe prolijamente el extenso territorio recorrido.  Ramos remitió al cuartel general una relación de los productos de esos riquísimos médanos donde abunda el yeso, y cuyos variadísimos colores son otros tantos tintes que constituyen un caudal inagotable para las artes aplicadas a la industria.  Véase La Gaceta Mercantil del 13 de enero de 1834.

(8) El número de cautivos se publicó en La Gaceta Mercantil.

(9) El parte de Miranda se publicó en El Restaurador de las Leyes del15 de octubre de 1833.

(10) Borrador de letra de Rosas en el archivo de Adolfo Saldías.

(11) El parte de la expedición sobre el río Valchetas, se publicó en La Gaceta Mercantil del 8 de noviembre de 1833.  Véase también la del 1º de noviembre.

(12) Las notas del general Guido se publicaron después; y los duplicados obran en poder del señor Carlos Guido.  Véase la nota del ministro doctor Tagle en la que ordena a los jueces de paz, no permitan que se envíe vacas a la división Izquierda.  Se publicó en El Restaurador de las Leyes de 11 de setiembre de 1833.

(13) La orden del día que se refiere a esta emisión se publicó en la Gaceta Mercantil del 26 de diciembre de 1833.  Esos vales circularon como moneda corriente en manos de los comerciantes respetables del Fuerte Argentino (Bahía Blanca) como los señores Felipe Vela, José María Araujo, pablo Acosta, Francisco Casal, etc. etc.

(14) Todas estas guarniciones se mantuvieron hasta el año de 1852.

(15) Véase estas comunicaciones en la Gaceta Mercantil de diciembre de 1833 y de enero de 1834.  Véase carta de Rosas de fecha 27 de noviembre de 1873.

(16) Véase la Revista del Archivo de Buenos Aires, por el señor Manuel R. Trilles.

(17) Véase la carta de Rosas fechada en Southampton a 17 de octubre de 1870, la cual contiene datos importantes sobre este particular, corroborados por los documentos que se han visto en este artículo.

(18) Cuando se cumplió la ley que confería una medalla a los que hubiesen pertenecido al ejército expedicionario del río Negro en 1879, resultaron premiados 101 jefes, 500 oficiales y 9.090 soldados.

(19) Véase esta carta datada en Río IV a 18 de octubre de 1875, y publicada en el Estudio topográfico sobre la Pampa y el río Negro por el teniente coronel Manuel J. Olascoaga, páginas XXII y XXIII.  Fuera de estas declaraciones que tanto honran al general Roca, el citado libro no contiene referencia alguna acerca de las campañas al desierto en 1833-1834; siendo de advertir que muchas de las operaciones y de los trabajos realizados por el ejército expedicionario de 1879, y de que da cuenta el mismo libro, son idénticamente los mismos que practicó el comandado por Rosas; y que para las marchas, pasos, travesías, itinerario y estudio de los ríos, etc. etc., aquel mismo ejército ha usado y tenido presente, como es notorio y como se ve por el estudio comparativo de ambas expediciones, el utilísimo Diario de operaciones, etc., de la División Izquierda en 1833, y muy principalmente el que se refiere a la vanguardia; como los diarios, planos y demás estudios practicados en aquel tiempo sobre los ríos Colorado, Negro y Neuquén, por Chiclana y por Descalzi.  Hasta los nombres con que los jefes de la expedición de 1833 bautizaron los lugares, islas, montes, cerros, etc., después de descubrirlos y de explorarlos, han sido cambiados en el libro de referencia, con arreglo a la fantasía de la época.

(20) El Nacional redactado por el general Sarmiento.  Véase el editorial del 17 de julio de 1879.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo – Buenos Aires 81951)

Turone, Oscar A. – Campaña al Desierto (1833-1834)

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