Tata Dios, contra gringos y masones

Tata Dios, contra gringos y masones

Gerónimo de Solané autoproclamado salvador de la humanidad, desató una tragedia aún recordada en la zona de Tandil. Con su prédica mesiánica exacerbó el odio contra los inmigrantes. Al amanecer del primer día de 1872, treinta y seis personas fueron víctimas de su fanatismo.

Era noche cerrada aún en la población serrana de Tandil, en aquel primero de enero de 1872; atrás habían quedado los festejos de año nuevo, cuando los cascos de una partida de caballos tronaron por las calles haciendo estremecer a los pocos habitantes que permanecían despiertos. Los sonidos del tropel presagiaban la tragedia. Un joven inmigrante italiano, quien arrastraba trabajosamente su carro de organillero, sería la primera víctima de una masacre que conmovería a la sociedad de su época y marcaría un hito en los anales criminales de la segunda mitad del siglo XIX en la Argentina. Una partida de gauchos, que respondían al fanatismo mesiánico de un curandero de nombre Gerónimo Solané, apodado “Tata Dios” o “Médico Dios”, provocaría la muerte de 36 inmigrantes, la mayoría de ellos por degollamiento.

Fue Ramón Rufo Gómez, conocido y respetado estanciero de la zona, quien convocó al curandero a Tandil a raíz de que su esposa padecía un persistente dolor de cabeza que la medicina no lograba curar. Solané en ese entonces andaba por la zona de Azul, donde había sufrido la cárcel por ejercer el curanderismo. Gómez le ofreció un alojamiento en su estancia. Ya instalado, estableció una especie de posta sanitaria en la cual solía atender a personas que acudían a consultarlo. Así se fue granjeando el respeto de los paisanos, quienes veían en él a un santón con cierta aura mágica.

Tandil era una típica aldea de la época, que se fue poblando gracias al coraje y estoicismo de los criollos e inmigrantes. Una importante porción de sus habitantes eran extranjeros, principalmente de origen europeo. Desde que el brigadier Martín Rodríguez inaugurara el 4 de abril de 1823 el Fuerte de la Independencia, la vida transcurría sin grandes novedades, sólo alguna que otra escaramuza con los malones podía ensombrecer el ánimo de la población.

Con la llegada de Tata Dios algo cambió en un grupo de paisanos, que comenzaron a tener reuniones periódicas con el santón. El discurso mesiánico del hombre y su prédica contra los extranjeros creó un clima enrarecido. No sólo Solané y sus seguidores guardaban resentimiento en contra de los gringos, sino también ciertos estancieros y peones criollos. Los inmigrantes de la vieja Europa, a los que en un momento se había visto rudimentarios para el arado y la monta, pronto comenzaron a manifestar nuevas técnicas desconocidas en estas regiones: cruzaban las razas para mejorar el ganado vacuno y lanar y sus comercios se convertían en prósperos rápidamente, generando ganancias que fueron sembrando la envidia de muchos. Existía en la sociedad un germen subyacente que Tata Dios y su gente llevaron al paroxismo.

En noviembre de 1871, los vecinos del lugar presentaron una queja ante el Juez de Paz, Juan Adolfo Figueroa, que a su vez era yerno del estanciero Gómez, protector de “Tata Dios”, a raíz de las multitudinarias reuniones en la Estancia “La Argentina”, en las cuales corría el vino alrededor de los fogones. Cerca de 300 personas se juntaban en torno al santón, y los vecinos comenzaban a intuir que algo se tramaba. La noche del 31 de diciembre de ese mismo año, Jacinto Pérez, alias “El Adivino”, seguidor del curandero, llamó a una verdadera guerra santa en contra de los inmigrantes y los masones.

Poco se sabía de Gerónimo de Solané, hombre de mirada intensa y larga barba blanca, quien solía vestir un poncho que le cubría el cuerpo. Oriundo de Entre Ríos, se había afincado en Santa Fe, presentándose ante los campesinos como un profeta, pero la gente de campo, recelosa, terminó expulsándolo del lugar. De allí recaló en Rosario en donde adquirió fama de hombre de milagros, pero también en esa ciudad habría tenido problemas con la policía y debió partir. Iba anunciando a quien quisiera oírlo: “Soy el salvador de la humanidad, el enviado de Dios”.

Se desata la tragedia

El 1 de enero de 1872, entre las 3.30 y las 4 de la madrugada, un grupo de doce hombres toma por asalto el juzgado robando solamente los sables de la guardia que dormía, ya que no había otras armas en el lugar. En el juzgado se hallaba solamente un preso, el indio Nicolás, que había pasado la festividad de aquel año nuevo en soledad. Era el único preso de todo el pueblo. Los gauchos lo liberaron. En la plaza esperaba otra nutrida cantidad de individuos armados, los que en medio de un griterío dan muerte a un italiano que arrastraba un organillo. Lanzas y cuchillos terminaron bien pronto con la vida del pobre Giovanni que quedó desangrándose. Y resultó la prueba más cercana y primera del luctuoso episodio que, en diversos lugares y en distintos momentos, conformarían la más espantosa tragedia vivida por la floreciente población.

Luego cruzaron al galope los campos aledaños para matar a los extranjeros arguyendo que los gringos estaban provocando la infelicidad de los argentinos: había que terminar con ellos porque atacaban a la Patria y a la Iglesia. A veinte cuadras donde hoy esta la plaza Martín Rodríguez y que antes se denominó precisamente “Plaza de las Carretas” masacran a nueve vascos, que viajaban en dos tropas de carretas. Bien pudieron pertenecer a las carretas del emporio Santamarina. A cinco leguas, la banda toma por asalto el almacén y la casa de Juan Chapar, de origen vasco, quien es asesinado junto a toda su familia y a los dependientes y pasajeros de origen extranjero que se encuentran en el lugar. Dieciocho muertos es el resultado final, entre los que se encuentran una niña de cinco años y un bebé de meses; todos son degollados. El raid continúa y, ante cada nuevo asesinato, surgen gritos tales como: “Viva la Patria”, “Viva la religión”, “Mueran los masones” y “Maten, siendo gringos y vascos”. Una pintoresca, confusa pero para nada absurda consigna de guerra.

Integrantes de la banda de Tata Dios

De la montonera de “Tata Dios”, una parte se desprendió para ir en buscar del rico comerciante y prestamista Ramón Santamarina a su Estancia “Bella Vista”, pero, alertado por un mensajero del fuerte tandilense, Santamarina logró escapar y esconderse hasta que pasara el peligro que le acechaba.

¿Por qué decidieron ir a buscarlo a Ramón Santamarina? Si observamos al personaje y su tiempo, éste se había hecho rico a través de la usura, llegando a cobrar en los préstamos que otorgaba al paisanaje hasta un 6000% anual de interés. Tuvo la mayor cantidad de carruajes de la zona, que le sirvieron a los efectos de abastecer, con mercaderías, enseres y dinero, a la tropa del Ejército que, compuesto en su mayoría por criollos pobres, salvaguardaba las líneas fronterizas en la lucha contra el salvaje. Mediante esa relación, Santamarina hizo de su pingüe actividad una práctica rayana en la usura, como se ha dicho.

Era nacido en Orense, España, el 25 de febrero de 1827, razón por la cual fue perseguido de muerte por la montonera gaucha de Solané en enero de 1872, que se había ensañado contra los gringos y contra los masones, enemigos de la Patria y de la Religión. De hecho, Ramón Santamarina figura en la obra La Masonería en la Argentina a través de sus hombres (Alcibíades Lappas, Octubre de 1958), como “Iniciado en la Logia Estrella del Sur Nº 25 de la ciudad de Azul el 31 de mayo de 1872 junto con Carlos A. Díaz, Pedro Pereyra, Julián y Luis Arabehety, Nicanor de Elizalde, Miguel Méndez, Eustaquio Herrera y otros de Tandil”. (1)

En su lujosa Estancia “Bella Vista” de Tandil, Santamarina solía agasajar a otros masones como él, como lo demuestra una célebre fotografía de 1898 en la que aparecen el teniente general Julio Argentino Roca, Emilio Mitre, el coronel Benito Machado, el coronel Capdevilla, Nicolás Avellaneda y Belisario Roldán. (2) De todos los nombrados, los únicos que no habrían sido masones son Julio A. Roca y Nicolás Avellaneda.

Epílogo de la acción

Una partida de guardias al mando del comandante José Ciriaco Gómez, sale a buscarlos y les da alcance en las cercanías de un arroyo dando muerte a once de los conjurados, una docena de ellos son apresados y el resto se termina desbandando a campo traviesa. “Tata Dios” es detenido en su rancho y, engrillado, es conducido a la cárcel. Al llegar a la ciudad, la ira popular logra ser contenida pero nadie puede evitar la patada en las asentaderas que le propina el potentado vecino Ramón Santamarina, quien abriéndose paso entre la multitud, le propina una tremenda golpiza. Hasta último momento aseguró ser inocente. Durante la noche del 5 de enero de 1872, estando Tata Dios en su calabozo individual del Juzgado de Paz, y encontrándose allí el Cura Vicario Rodríguez, el Coronel Benito Machado, el Comandante de Guardias Nacionales Ciriaco Gómez y Ramón Santamarina, el curandero y “santón” es asesinado de dos tiros de bala simultáneos efectuados desde la ventana del calabozo. El episodio nunca quedó claro y el sumario se cerró sin determinarse responsable.

Otra versión, no obstante, indica que Gerónimo de Solané recibió un total de 9 balazos que quedaron comprobados por idéntica cantidad de orificios que se hallaron en la manta o frazada que lo cubría al momento de su ultimación. Esa prenda está exhibida, por otra parte, en el Museo Histórico del Fuerte de la localidad de Tandil.

En el juicio, la mayor condena recayó sobre Cruz Gutiérrez, Juan Villalba y Esteban Lasarte, que fueron sentenciados a muerte. La ejecución se llevó a cabo el 13 de setiembre, pero Villalba faltó a la cita porque ya lo habían muerto en prisión. Lasarte pidió como último deseo que su cadáver no fuese tocado por ningún gringo: “Quiero ser enterrado por hijos del país”, dijo. Gutiérrez moriría gritando un “Viva la Patria”, como gesto de estoicismo inútil ante el cumplimiento de la condena por su horrendo crimen. Lasarte, ante la mala puntería de los tiradores que han fusilado a Gutiérrez, pide: “Para mí acérquense más, porque ustedes son chambones y esto ya debía haber terminado”. (3)

La defensa de los acusados

Pese a la versión oficialmente aceptada, que indicaba que lo hecho por “Tata Dios” y sus gauchos fue un mero crimen perpetrado por unos alienados sin convicción, esa misma versión parece caer en saco roto si tenemos en cuenta que parte de los acusados tuvieron un abogado defensor, y que la posteridad les ha hecho justicia, sea por el testimonio de contemporáneos al episodio o por obras literarias.

El letrado que defendió a los más comprometidos –Gutiérrez, Villalba y Esteban Lasarte- se llamaba Martín Aguirre, de nacionalidad uruguaya, quien con fecha 26 de febrero de 1872 presenta “un extenso análisis solicitando la conmutación de la pena de muerte para los acusados”. Entre los conceptos vertidos, Aguirre hace una comparación de Solané con Dios, y de Jacinto Pérez con San Francisco:

“Parodiando las profecías de terribles castigos de las leyendas bíblicas, Solané, supuesto Dios, y Jacinto Pérez, supuesto San Francisco, anunciaban para el 1º de enero un diluvio que ocasionaría el hundimiento de Tandil, catástrofe de la cual sólo salvarían los que hubiesen derramado sangre de extranjeros enemigos de la religión y recibido la bendición de Dios a quien podrían ver yendo en seguimiento de San Francisco (Jacinto Pérez) a consumar la obra santa.” (4)

Más adelante, infiere acerca de la condición social de los gauchos, de su permanente e histórica postergación, atraso, pobreza estructural y saqueo a que fueron empujados por las reglas impuestas por los “nuevos ricos”, sean hacendados, estancieros o adictos a las prácticas usureras. Versa el abogado defensor, acerca de “la carencia de derechos y de bienestar en que se hallan sumidos los desgraciados habitantes de la campaña”. Luego, Martín Aguirre, refiriéndose a sus defendidos, alega que los crímenes de Tandil deben ser analizados con profundidad, dado que tuvieron complejas motivaciones jalonadas a través del paso del tiempo:

“De padres a hijos han pasado sucesivamente de uno a otro yugo. Los unos sufrieron el del coloniaje, los otros el de la tiranía, los más el de los jueces de paz y comandantes absolutos autócratas de los distritos de su mundo.

“Ni antes ni ahora tuvieron justicia a quien demandar la efectividad de sus derechos escarnecidos u hollados porque allí, inmediata, no la hay y a la gran capital [Buenos Aires] es muy difícil para ellos llegar e ignoran además la forma de reclamarla”.

Continúa alegando, que en la Argentina existen dos clases, una empobrecida que habita en la campaña, y otra enriquecida que vive en el puerto:

“Y ese estado, Exmo. Señor, reposa en la justicia inicua de tener la Provincia dividida en dos clases, la una privilegiada, compuesta de los habitantes de la ciudad, de los grandes propietarios rurales y de los extranjeros, la otra, vejada y oprimida, compuesta de los trabajadores de la campaña”.

Finalmente, hace una crítica al servicio militar que está compuesto casi íntegramente por los gauchos, y dice que la milicia, así como está planificada, en donde el peón pasa años en los campamentos, significa una “Singular anomalía que condena a una clase entera de la sociedad a la perpetua indigencia, al embrutecimiento, al crimen en provecho de otra clase más afortunada”. (5) Este testimonio, es por demás interesante para llegar a una conclusión un poco más objetiva de los hechos.

Un contemporáneo de Gerónimo de Solané, fue el agricultor danés Juan Fugl, el cual tenía su morada en la zona de Tandil. Esta persona se encargó de acusar a los hacendados por los acontecimientos del 1º de enero de 1872, y para ello dejó plasmadas sus ideas en una obra que llevó por título Abriendo Surcos, 1811-1900. Allí, Fugl escribió que en la Navidad de 1872 “se acercaba el tiempo del castigo de Dios sobre los infieles e impíos, secuaces del Diablo, que eran los extranjeros…”.

Y desde una óptica que bien podríamos definir como ‘proto-socialista’, el señor Francisco Felipe Fernández redacta en 1873 un drama titulado Solané. (6) En él, el autor se visualiza como librepensador, anticlerical y “vagamente socialista”, al decir del crítico Roberto Giusti. Empero, su análisis de los hechos son bastante aceptables; dice que Solané y los suyos lucharon contra “la Espada y el capital, las dos mandíbulas del monstruo”, y que “los extranjeros son los capitalistas que obtienen concesiones vergonzosas, los ricos comerciantes ingleses radicados en la ciudad”.

Verbalizando en glosa gaucha, Francisco Fernández publica en sus páginas algunos diálogos entre paisanos enardecidos, como este que lo tiene por protagonista a uno que habla a los gritos, con una bronca ancestral: “¡Vago!, ¿y ande voy a trabajar si el gobierno ni el estao no me dan una cuadra e tierra, de la tierra que ayudé a quitarle al indio?…; ¡bien me arrepiento!…”.

Puedo concluir, diciendo que la revuelta montonera de 1872 se simplifica a una lucha o ‘guerra santa’ entre criollos versus inmigrantes, la cual también tuvo una breve réplica, años más tarde, cuando aparecieron en la provincia de Catamarca los Soldados de Dios, que intimaron a extranjeros y masones en la década de 1880. A su vez, concluyo que Gerónimo de Solané, aún desconocido en la crónica histórica argentina, pudo tratarse, como dicen, de un santiagueño, de un entrerriano, o de un fanático rosista. El tiempo dará su razón.

Referencias
(1) El dato de la iniciación masónica de Ramón Santamarina (31 de mayo de 1872), indica que entró a la orden algunos meses después de la Matanza de Tandil. Sin embargo, introducirse a la masonería no es un proceso que se determina de un día para otro. Consta, más bien, de un ‘estudio’ de varios meses de anticipación que se le hace al candidato a masón, en donde se le averiguan sus antecedentes penales, su vida íntima, lazos familiares, etc., etc. Por lo tanto, Santamarina al momento de iniciarse en la masonería local lo hace totalmente convencido y pactado con mucha anticipación a la fecha aludida.
(2) El coronel Machado era hijo de un unitario que se sublevó en la mentada Revolución de los Libres del Sur de 1839. Capturado, fue ejecutado por las fuerzas de Rosas.
Benito Machado vivió entre 1823 y 1909. Tuvo una activísima vida masónica, iniciándose en 1840 en una Logia Unitaria clandestina de Montevideo. En 1858 ingresó a la Logia Tolerancia Nº 4. En Tandil, fue azote de paisanos e indios por igual, siendo recordado por la crueldad demostrada contra el indio Nicolás, a quien mantenía con cepo y bajo azotes en el calabozo de la comisaría de Tandil. Nicolás fue el primero en ser liberado al iniciarse el raid de “Tata Dios” Solané.
(3) Hay otra versión de esta frase, que dicen que fue: “Para mí acérquense más, porque ustedes son unos chambones que aún no saben para que lado hay que tirar”.
(4) “Historia Social del Gaucho”, de Ricardo E. Rodríguez Molas, Ediciones Marú, 1968, página 418.
(5) Op. Cit., páginas 419 y 420.
(6) Fernández había nacido en la provincia de Entre Ríos, donde fue partidario del caudillo federal Ricardo López Jordán (hijo).

Por Gabriel O. Turone

Fuente
Aranda Gamboa, Horacio – La senda maldita de Tata Dios.
Portal www.revisionistas.com.ar
Rodríguez Molas, Ricardo E. – Historia Social del Gaucho.

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