Guerra del Paraguay

La Iglesia de Humaitá semidestruida por la acción de los cañonazos de cinco acorazados brasileños que la bombardearon durante varios meses.

Desgarradora pero sobre todo devastadora para el Paraguay, país que perdió el 60 por ciento de su población, la guerra que entre los años 1865 y 1870 enfrentó a ese pequeño país mediterráneo de 450.000 habitantes (más de un millón, según otras fuentes) contra la Triple Alianza formada por el Uruguay, Argentina y Brasil sólo puede entenderse en el contexto de dominación imperialista y libre comercio que Inglaterra impulsaba en América del Sur por medio de sus agentes, como Bartolomé Mitre.

Una región que aún no tenía definidos sus límites territoriales y políticos, aunque sí compartía una comunidad cultural y lingüística, anterior a esa guerra.

La provincia de Corrientes fue el primer y principal escenario de aquella guerra desde que se desató, en abril de 1865, por el pedido de neutralidad -no concedido- que el presidente paraguayo Francisco Solano López hizo a Bartolomé Mitre.

Solano López necesitaba que las tropas paraguayas pudieran cruzar por la provincia de Corrientes hacia el Uruguay, que sufría a la vez una guerra civil entre los colorados de Venancio Flores y los blancos de Atanasio Aguirre, en la que Bartolomé Mitre y la diplomacia británica actuaban de fuelle con armas y créditos, y en la que se había envuelto la marina brasileña.

El partido blanco uruguayo era aliado de Solano López y cuando Flores sitió la ciudad uruguaya de Paysandú -con el apoyo de Brasil- Solano López decidió intervenir con sus tropas y ocupó Corrientes, de tal suerte a incitar a las provincias mediterráneas argentinas a defender sus economías de tierra adentro. Los aliados naturales del Paraguay nacionalista eran el gauchaje argentino y oriental, que a su vez eran oprimidos por el enemigo común: el imperialismo inglés, que contaba con la obsecuencia del soberbio y lejano puerto de Buenos Aires, la anglofilia de su oligarquía, y la monarquía esclavista del Brasil.

La guerra fue financiada de principio a fin por los banqueros ingleses, sin cuya asistencia a los comerciantes porteños que lucraron con el genocidio, jamás se hubiera producido. En el bando porteño quedaron las inmensas fortunas de las aves negras que recibieron créditos a manos llenas de los Rothschild, los Baring y el Banco de Londres.

El embajador Edward Thornton participaba de las reuniones del gabinete del mismo dictador argentino Bartolomé Mitre en las que se decidiría la trágica suerte del Paraguay, como una voz sagrada imposible de ignorar.

Mitre, paradigma del entreguismo

Aunque la historiografía colonial se ha esforzado por construir la imagen de Bartolomé Mitre como un estadista democrático, quien algo conoce la historia argentina sabe perfectamente que don Bartolo jamás fue un jefe de estado electo en elecciones democráticas, sino un simple caudillo que detentó el poder por la fuerza de las bayonetas, que además se impusieron en la batalla de Pavón a su ocasional adversario, merced a un contubernio masónico y no por dotes militares.

A pesar de ello Mitre no era un caudillo, tampoco el primero entre sus pares en una oligarquía, sino más bien el ídolo de su logia liberal porteña.

Su prestigio se restringía a los hijos de apellido y los comerciantes prósperos del soberbio y lejano puerto sobre el río de la Plata, pero no alcanzaba a los matanceros de los corrales, a los quinteros de las orillas y mucho menos a los gauchos de la campaña.

De todas maneras, supo hacer creer que tenía dotes militares, logrando que el ejército lo prefiera al inexpresivo Valentín Alsina, al inconsecuente Vélez Sarsfield o al nunca bien ponderado Domingo Faustino Sarmiento. Ese argumento le abrió las puertas de la gobernación de Buenos Aires un 2 de mayo de 1860, preludio de una carrera política consagrada a hacer concesiones a los ingleses, el mismo sentido de su obra como historiador.

En marzo de 1863 Mitre, a quien el historiador inglés Ferns califica como “un patriota argentino cuyo corazón había sido colonizado por el temperamento victoriano”, obsequió 300 mil hectáreas de las más espléndidas tierras argentinas a ferroviarios ingleses y delegó en el recién fundado Banco de Londres la responsabilidad de nominar a quien debía ser Ministro de Hacienda de su gabinete. Luego admitirá al representante inglés Edward Thornton como asesor de su gobierno con derecho a participar en el consejo de ministros.

Desenterrando un enfoque histórico decimonónico, hoy perimido en círculos académicos, algunos cultores de la historiografía colonial siguen estableciendo paralelismos entre el jefe de estado paraguayo que enfrentó a la Triple Alianza y el dictador alemán Adolf Hitler, y por extensión, entre Bartolomé Mitre y las democracias europeas que enfrentaron a la Alemania Nazi.

A pesar de estos desfasados y anacrónicos enfoques, Solano López, quien accedió a la presidencia por herencia, es cierto, pero de la forma más pacífica que hubiera podido soñar una Argentina envuelta en una interminable guerra Civil cuyo casus belli era la anglofilia y los prejuicios étnicos por parte del bando porteño de Mitre.

Es conocido por haber sido repetido hasta el hartazgo por la historiografía argentina el consejo que recibiera de Sarmiento de no ahorrar la sangre de los gauchos y utilizarla como abono para el país, que cumplió al pie de la letra enviando a miles de sus compatriotas al exterminio en episodios como la batalla de Curupaytí.

De ese exterminio ni siquiera se salvó el hijo del ilustre boletinero de ejército de Urquiza, gaucho de las letras y montonero intelectual hoy presentado como gran educador ante la niñez argentina, el talentoso periodista Dominguito Sarmiento, quien murió desangrándose a corta distancia de las trincheras paraguayas porque Mitre y su estado Mayor negaron autorización para su rescate bajo fuego enemigo solicitado por gallardos oficiales del ejército argentino.

Tal vez conociendo la indolencia y falta de cualidades de su Comandante en Jefe, el mismo Dominguito había dejado una conmovedora carta antes de la batalla presagiando tan injusta muerte en aquel hermoso día primaveral de 1866.

El escritor inglés John Berger dijo alguna vez que en algunos casos extraños la tragedia de la muerte de un hombre completa y ejemplifica el sentido de toda su vida, frase que da una clave para comprender el entrelazamiento entre Solano López y los montoneros, un lugar muy común en el revisionismo argentino, al que recurre para explicar su visión histórica con modelos que forman parte de su bagaje conceptual.

El mismo Juan Bautista Alberdi había señalado a la invasión de Corrientes agitada por La Nación hoy como si estuviéramos en 1865, como un episodio de la guerra civil argentina, que había suscitado en Argentina más levantamientos contra Mitre que sentimientos adversos hacia el Paraguay, del mismo modo que los descalabros mitristas eran festejados en Entre Ríos, Catamarca, Mendoza y otros puntos de la geografía argentina con mayor entusiasmo que sus victorias.

Los caudillos: el alzamiento del coraje

A las casi infinitas fuerzas del imperialismo inglés y sus aliados porteños como Mitre, el gauchaje opondría la montonera, que aunque calificada como arma indígena y bárbara, bien manejada por los caudillos federales fue de una eficacia insuperable durante el período anterior a las armas modernas de precisión.

El jefe montonero de mayor prestigio, Angel Vicente Peñaloza (el Chacho), pasó a la historia por el coraje de soñar lo imposible, sin riendas, a raja cincha. Encarnaba a un pueblo socialmente abandonado y espiritualmente desestimado por los profetas del colonialismo liberal. Sólo podían esperar, quienes como él exigían respeto a su dignidad humana con el rango de condición para vivir, la “solución final” de la hora, que enunciara Sarmiento en su famosa carta a Mitre: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de humanos”.

El 12 de noviembre de 1863, los coroneles prendieron fuego al sueño asesinando a Peñaloza en Olta, acabando con 65 años de vida montonera defendiendo a La Rioja. El sacrificio quedó clavado en el corazón de los habitantes de la puna del Atacama, como una lanza seca en el blanco para siempre.

Esa inmolación fecundó con sangre la rebelión de otros caudillos que en plena guerra de Mitre contra el Paraguay, se levantaron contra Buenos Aires favoreciendo a Solano López, el líder de la revolución y la resistencia paraguaya. Los colorados de Mendoza, el general Saa de San Luís y el catamarqueño Felipe Varela se alzaron contra la triple infamia sufragada por el imperio británico decididos a batirse por la patria grande.

Fuente
Agüero Wagner, Luis – Guerra del Paraguay, imágenes de un genocidio imperialista (2008)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar

Artículos relacionados

Tratado de las Puntas del Rosario
Tratado Secreto de la Triple Alianza

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar