Café La Paloma

Café La Paloma

En la esquina S.O. del cruce de Santa Fe con Juan B. Justo –antes Arroyo Maldonado, entubado en 1930- se observa hoy una gran estructura: es un comercio dedicado a la venta de colchones y sommiers.  Retrocedamos alrededor de cien años para ver el mismo lugar como conversando con fantasmas que parecen dormir en ese rincón porteño, a metros de la estación Palermo del ferrocarril o del tren subterráneo.  El Café de La Paloma fue otro mito porteño.  Imaginemos que estamos caminando por allí, en el año 1915.  El sitio estaba condicionado por varios factores: un arroyo en cuyas orillas se veían viviendas humildes –casi ranchos-, un cuartel con la afluencia de soldados, prostíbulos ruinosos entonces “permitidos”, una estación de ferrocarril y un ancho camino que venía desde el Centro y se iba hacia Belgrano.  No faltaban por consiguientes cafés, bodegones, cafetines, cantinas o fondas, así como almacenes que se parecían a los de la campaña.  Naturalmente, el tango tenía por allí notoria presencia.

Y en esa esquina, Santa Fe y el arroyo se instaló como un mojón de descanso, de juego, de amores pagados y de música porteña un café especial que empezó a formar parte de la historia menuda de Buenos Aires, La Paloma.  Acaso su nombre recordara el inquilinato que, en el barrio de Villa Crespo, , motivara al comediógrafo Andrés Vacarezza para idear un sainete, el Conventillo de La Paloma.

Pensemos que allí estamos, un anochecer de ese año.  El café se parece a muchos otros de los que abundaban en aquellos años de principios del siglo XX: mostrador largo, cubierto por una chapa de estaño y debajo un depósito de barras de hielo traídas cada día en un carrito que tenía la inscripción Hielo Cristal.  Grifo para el agua hrlada –cuello de cisne-, mesas de tapa de madera, sillas de Viena, un par de arruinadas mesas de billar, palco para alguna orquesta tanguera y puertas hasta un oscuro y misterioso interior.

Desde las ventanas era posible observar la calle Santa Fe, enfrente los Cuarteles de Maldonado y al lado el arroyo, con poca o mucha agua según los caprichos del tiempo.  Detrás la mole de los edificios de la Estación recién construida y la ringlera de arcos del viaducto.  Francisco García Jiménez pensaba que el lugar había tomado el nombre de una moza que tuvo a mal traer a muchos enamorados, Flor del Arroyo…

Francisco L. Romay recordaba que por 1911, siendo Jefe de una seccional policial, debió intervenir varias veces para reprimir peleas en tal local entrando a caballo en el belicoso café.

Alguna noche del año 1910 –decía la escritora A. de Durañona- allí se dio cita todo el Buenos Aires noctámbulo: milongueros, compadritos y percantas, para una función especial, ya que actuarían “Pacho y su Cuarteto”, cuyo “violín corneta” era José Bonano (“Pepino”), la guitarra de Luciano Ríos y la flauta “espamentosa” de Carlos Macchi –“Hernani”- a quien Roberto Firpo dedicara un tango”.

Antiguo puente sobre el Arroyo Maldonado

El Café de La Paloma era en esos años propiedad de un señor apellidado Domínguez, quien contrató a Maglio logrando así que acudiera mucho público.  El único problema lo constituían las enormes ratas que, provenientes del vecino arroyo, proliferaban en el sótano y solían realizar incursiones por el lucal tanguero con las consecuencias previsibles.  En ese café eran frecuentes las actuaciones de Juan Maglio con su fueye y allí se escuchaban Armenonville, La Morocha o Sábado Inglés.  En 1924 se presentó el Sexteto Paquita, la primera mujer bandoneonista argentina nacida en Villa Crespo y cuyo nombre completo era Francisca Bernardo.

Alguna vez seguimos estos consejos de Jorge Luis Borges: “Debo a las calles, a los cafés y a las peluquerías, algunas de mis mejores ideas”.  Don Otelo Coisutti, que había trabajado como oficial peluquero en los fondos de La Paloma, comentaba que en el pequeño cuarto del fondo atendía a los parroquianos una vez por semana y también cortaba el pelo a los conscriptos del Cuartel cobrando veinte centavos, ya que ellos traían la toalla.

Eran tiempos también en que “los colimbas de los vecinos Regimientos de Patricios y Granaderos, en verdaderas batallas campales dirimían sus diferencias en el café, entre revoleos de mesas y sillas y el esgrimir de las charrascas”, como relataba el viejo conscripto patricio Oscar Planell.

En el lugar eran frecuentes las discusiones por cuestiones de juego o manejos de mujeres de la vida y no faltaban conocidos personajes como el vecino Dr. Alfredo L. Palacios, para tratar asuntos partidarios.  El café tenía una salida de emergencia que daba a un potrero, parte de la extensa Quinta Bollini.  Por allí salían los que no querían ser detenidos o interrogados por la policía, que se allegaba muchas veces.  El peluquero recordaba que entonces siempre se encontraba en el suelo algún cuchillo o revólver dejados por los fugados y sonreía al contar que uno de sus clientes, cuando se sentaba para afeitarse o cortarse el cabello, sacaba del cinto un gran bufoso y –como si fueran los anteojos- lo dejaba tranquilamente sobre la mesa con tapa de mármol junto a peines, cepillos y Agua de Colonia…

Por las veredas, a orillas del arroyo, existía un angosto caminito de ladrillos gastados y un alambrado que evitaba caídas en el Maldonado.  Por 1930 se entubó el arroyo, se formó encima una ancha calle de tierra donde jugaban a la pelota los chicos del lugar.  Más adelante, en el sótano se instalaron mesas para jugar por dinero, armándose partidas que duraban todo el día o hasta que aparecían ratas curiosas. Tuvo en sus mejores momentos un Salón para Familias en realidad poco frecuentado, porque La Paloma no tenía muy buena fama.

El comercio exteriormente estaba pintado con cal blanca lo cual era usual en esos negocios, casi pulperías.  En la acera, por Santa Fe, se había colocado un bebedero para caballos ya que abundaban los jinetes, las chatas y los carritos de los vendedores ambulantes.

El Café de La Paloma ocupó a poetas, letristas de tango y memoriosos cronistas.  Enrique Cadícamo dejó estos versos:

“Y bajar a tomar la copa

con viejos amigos fieles

del tiempo cuando tocaban

allá, frente a los Cuarteles.

Ahí empezó el Año Nuevo,

Con Luciano y con Pepino,

a darle al tango el aroma.

Era un café muy cabrero,

con un clima pendenciero

y llamado “La Paloma”.

En ese mismo lugar y desde los tiempos de Rosas, hubo una pulpería, la primera que se hallaba al cruzar el arroyo Maldonado.  Así lo recordaba el escritor Lucio V. Mansilla en uno de sus libros de memorias.

Hacia 1960 ya no existía el café.  En ese local se había instalado una pizzería llamada Nápoli.  El comercio estuvo luego abandonado varios años, pero conservaba en la pared de la ochava una chapa de bronce, simulando un pergamino en parte enrollado, que databa de otros tiempos, con las consabidas leyendas grabadas…. Poco después desapareció.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Del Pino, Diego A. – Cafés de la Av. santa Fe de Dorrego a Plaza Italia, (2000).

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