Cuitiño y el barrio de Boedo

Avenida Boedo a comienzos del siglo XX

Don Juan Manuel de Rosas se hallaba en su despacho de Palermo, mientras en un ángulo, apoyado en el muro, Ciriaco Cuitiño lo espiaba, con las cejas hirsutas.

- ¿Qué te pasa, Cuitiño?

- Nada, patroncito

- ¡Habla! ¿Qué tenés?

Entonces Cuitiño, rascándose la barba, explicó su penumbra. Confesó su tristeza. Allí, todos eran felices menos él, que exponía su vida y su coraje al servicio del Restaurador. ¿No acababa Rosas de premiar a sus más adictos escuderos regalándoles tierras para el porvenir? A Marino, una casa con varias leguas de árboles frutales. A don Pedro de Angelis, una chacra en San José de Flores. A don Eusebio de la Santa Federación…

- ¡En cambio a mí, ni esto! — y Cuitiño hacía chasquear la uña del pulgar en los dientes.

- Seguí.

- Estoy viejo, señor. Cuando yo muera, mi mujer y mis hijos van a morirse de hambre. ¡De qué sirve la gloria! ¡Ojalá tuviera un rancho con dos árboles y con cuatro vaquitas para morir en paz!

Rosas se le acercó tirándole la barba:

- Tenés razón, bandido.

Llamó a su secretario. Hizo buscar un mapa. Eligió una zona de propiedad fiscal, en el camino a Puente Alsina. Mandó extender las escrituras a nombre de Cuitiño: “como recompensa a los grandes servicios prestados a la Patria”. Cuitiño le besaba las manos ignorando, sin duda, dónde estaban las tierras. Al día siguiente fue a tomar posesión de sus dominios: ¡Un bañado! En efecto. Aquello no era más que una enorme laguna llena de gaviotas. ¡Agua! Cuitiño comprendió la broma intencionada del Restaurador. Mordióse los labios. No se acobardó. En medio del bañado había un islote. Allí Cuitiño levantó su edificio. Abrió canales de desagüe. Peleó con la naturaleza. Más tarde, sus hijos cedieron en arriendo las tierras del contorno a españoles, a italianos, a rusos, a franceses que instalaron hornos de ladrillos para surtir a todo Buenos Aires. De aquellos brazos y de estos hornos, salió la riqueza futura. ¡Maravilla del fuego! La vieja laguna desapareció purificada por las ascuas lentas de los hornos. Se construyeron casas. Se unieron los aduares. Se tendieron caminos. Nacieron en los repollos los niños desnudos — taitas del arrabal — compadrones, valientes, abnegados, que con su inocencia limpiaron de impurezas el barro de los baldíos y de los callejones. La laguna que Rosas regalara por broma a Cuitiño, se transformó de pronto en este suburbio compacto, sólido, saludable, rico y fecundo: ¡El barrio de Boedo!

Fuente
Caras y Caretas – Octubre de 1930
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Soiza Reilly, Juan José de – La República de Boedo

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