Carlos Gallaro

En el antiguo barrio de Villa Luro, muchas casas tenían en común las veletas, que aquellos primeros pobladores ubicaban en el lugar más alto de la finca. Giraban alrededor de un eje vertical y generalmente eran simples flechas indicando el Este, el Oeste, el Norte o el Sur.

Tanto los inmigrantes españoles, como los italianos, las tenían para saber de qué lado soplaba el viento, quizás las querían también para conservar una costumbre de sus pueblos europeos.

Los años pasaron y siguieron presentes hasta la actualidad. Hoy, sin duda, las veletas son más llamativas, hay de gauchos tomando mate, de barcos y veleros, de caballos, de gatos o de gallos; todas danzan en nuestro cielo, dando un toque pintoresco a la geografía barrial. Pero sin duda alguna ninguna supera a las veletas de Carlos Gallaro; son aviones que el mismo hizo, con mucho arte y precisión, porque cumplen con su función de indicar por donde sopla el viento. Y aunque la palabra “veleta” también puede asociarse a personas inconstantes o que a menudo cambian de opinión, este concepto nada tiene que ver con la personalidad de Carlos, un tipo que siempre tuvo una conducta en su vida.

Trabaja desde que terminó la primaria, empezó en la carnicería de su abuelo, haciendo repartos con una canasta de mimbre al hombro y luego como carnicero; después llegó a portero de escuela, siempre tratando de ser una buena persona, ayudando a los demás, enseñanzas que heredó de sus padres José y Mabel y que supo transmitir a sus hijas y hoy a sus nietos.

¿Cómo te presentarías?

Soy Carlos Gallaro, tengo 69 años, nací y me crié entre Parque Patricios y Nueva Pompeya: Garay y 24 de Noviembre; en una avenida Garay con adoquines de los dos lados, garita en la esquina donde estaba el vigilante que a dos metros de altura dirigía el tránsit0 y con una Pompeya con calles de tierra, barro, zanjas y muchos carros a caballo. Después nos mudamos a Villa Lugano, a la calle Montiel, y al barrio llegué en 1974 cuando me casé con Carmen; vinimos a esta casita de la calle Mozart y Remedios. Aquí en la puerta planté desde un carozo una palta, que hoy está inmensa; siempre me tocan el timbre para pedir si pueden llevarse algunas. Y si mirás para arriba, hacia mi terraza, te vas a encontrar con mis aviones, como formando parte del cielo; además los hice con la idea de que cumplan su función de veletas, indicando qué viento tenemos. En este caso, que tu revista se llama Mirando al Oeste, esperemos que los aviones miren para el Oeste, será un buen augurio para esta nota.

Sabemos que sos una persona con varios oficios. ¿Seguramente fuiste muy habilidoso e ingenioso desde chico?

Y si… de chiquito fui creativo, recuerdo que todo lo que armaba con el Mecano, un juego con piezas de metal de diversos tamaños, forma y color, que se sujetaban entre sí por medio de tornillos y tuercas, terminaban en algo más atractivo, porque a todo lo que construía (desde el manual) después le agregaba movimiento, le inventaba un motor, por ejemplo, armaba una montaña rusa y la hacía girar, o a un camión, le ponía polea y enchufe para que anduviera Desde muy joven fui habilidoso, empecé con 12 años a ganarme mis primeros pesos en la carnicería de mi abuelo, repartiendo con una canastita por el barrio, y luego trabajé allí como carnicero, durante muchos años. Incluso cuando entré a las escuelas como portero (cargo con el que me jubilé) nunca me quedaba quieto, en forma “ad honorem” siempre arreglaba las cosas que se rompían allí: cambiaba los cueritos de las canillas, arreglaba las cerraduras, reciclaba con masilla los pizarrones, lo que se rompía, sin descuidar mi trabajo de portero, lo arreglaba. Tengo mis recuerdos más bellos dentro del ambiente escolar, junto a los chicos, docentes, directivos y padres. Mi última escuela, donde estuve más de veinte años, la más inolvidable para mí, es la “Saturnino Segurola”, en la calle Venancio Flores, a metros de la estación Floresta, que es igual a la Casa de Tucumán, ya anda por cumplir 130 años.

Volviendo a tu niñez ¿Qué recuerdos tenés de tu infancia?

Los mejores, vivíamos con mis padres junto a mis abuelos, bisabuelos, mis tíos, mis primos, todos en una casa grande tipo”chorizo”. Recuerdo que andaba mucho en la calle, en la vereda; jugábamos a la bolita, al trompo, al balero, siempre acompañados por la pelota y la bicicleta, que compartía con mi hermano, mis primos y los amigos de la barra. Como no había mucha plata la usábamos un montón, fue uno de mis primeros ejemplos o vivencias de solidaridad, de ayudarnos y compartir entre todos. Enseñanzas que venían primero de casa.

¿Cómo recordás esas enseñanzas?

Cerca de casa había un zapatero remendón, una vez acompañando allí a mis padres (yo tendría 6 años), cuando nos fuimos, a las dos cuadras mi papá me dice: “¿con qué estás jugando?”, le respondí: “con una tirita que agarré en la zapatería”; me hizo volver y pedirle disculpas al zapatero…. me lo recuerdo como si fuera el día de hoy. Eso me enseñó mi viejo, a ser una persona honesta y lo apliqué en toda mi vida.

¿Qué otros recuerdos tenés de tu familia y de tu infancia?

Mi abuelo paterno tenía sulky, un auto y le gustaban las motos, llegó a tener un sidecar, a mi me llevaba a pasear a su lado; me acuerdo que cada vez que pasaba un motociclista lo saludaba, yo pensaba que todos lo conocían, en realidad era un gesto de admiración hacia su dueño y a su moto, que era preciosa. Y con mi otro abuelo también tengo una rica anécdota, era chofer de los Bunge & Born; trabajando con ellos lo conoció al Dr. Carlos Saavedra Lamas, el Premio Nobel de la Paz; se hicieron amigos, a punto tal que Saavedra Lamas fue el padrino de mi mamá.

También recuerdo que, cuando nos mudamos a la calle Montiel, había una barranca pronunciada, desde la cual nos tirábamos con carritos con rulemanes. Nos sentábamos ahí…y volábamos, era adrenalina pura. Ojo, le poníamos un freno, sino no te estaría contando esta anécdota.

¿Sabores y aromas de tu infancia?

Como buenos descendientes de italianos se cocinaba mucho en casa; mi abuela hacía unos borrachitos, la masa era parecida a la de los ñoquis, los hacía fritos y les ponía miel y te podías comer 20, eran muy ricos; igual el pan con manteca y café con leche era una combinación riquísima, que conservo hasta la actualidad.

Nos dijiste que fuiste siempre creativo ¿cómo alimentabas a esa creatividad?

Sobre Montiel había un taller donde arreglaban cosas eléctricas: licuadoras, lustradoras, planchas, radios… me gustaba ir y aprender, a punto tal que empecé a estudiar por correspondencia radio para completar lo que aprendía en ese local. Llegué a armar varias radios a válvulas.

¿Cuándo nace tu vocación por hacer veletas de aviones?

Hace más o menos cinco años, yo venía pensando la idea de que el día que me jubilara iba a empezar a hacer veletas de aviones. En la terraza tengo un cuarto con las herramientas y los materiales que voy juntando, generalmente de la calle, para construirlos; me gusta también pintarlos, uso rojo, negro, blanco, azul, grises, plata… combino también los colores… tengo uno que tiene las hélices que se mueven, esa veleta la tengo bien alta, desde la vereda debe estar a unos 7 u 8 metros de altura, cuando hay viento… ni te imaginás cómo vuela; porque el avión, obviamente, se mueve por donde empuja el viento y de esa forma te marca si el viento es del Este o el Oeste… va para acá, va para allá, mientras las hélices trabajan. A mí me encanta verlos. Tengo de pasajeros, avionetas, otro militar de la Segunda Guerra… son 6, sobre caños, en su función de veletas y otros 2 en el taller, uno se lo voy a regalar a una prima, cuando se levante la cuarentena se lo llevo a su casa.

Ya que nombrás la cuarentena ¿cómo la estás llevando?

Bastante bien, lo que me duele es no poder ver a mis nietos, tengo a Lucas de 11 y a Fiama de 4, y los atendíamos en la vereda. Hace tres domingos empezaron a venir un ratito, porque les dije “pasen adentro”. Tengo tres hijas, Natalia la mayor que vive con nosotros, Anabela la que está casada, y la más chiquita Mariana que se fue a vivir cerquita de casa. Extraño jugar con mis nietos, con la nena hacíamos guerra de almohadones, y el nene se entusiasmaba con ayudarme a pintar algún avión, uno se lo hice pintar con un aerosol todo a él, justo antes de la pandemia estaba intentando enseñarle a andar en bicicleta, ya vamos a retomar las clases, porque al principio tenía miedo, pero ahora ya estaba agarrando equilibrio y confianza.

¿Lo tuyo lo considerás arte o artesanía?

Es un hobby, un pasatiempo con mucho de artesanía; cuando encuentro una chapa la plancho, la corto y le doy forma, generalmente los voy haciendo espontáneamente, tengo la idea plasmada en la cabeza y lo hago, salvo un Pucará a dos hélices, que quiero hacer ahora, es el primero que voy a dibujar antes, porque lo quiero hacer lo más perfecto posible, será un homenaje para todos los pilotos que pelearon en Malvinas; las escuelas de aviación de todo el mundo dieron como ejemplo lo que hicieron nuestros aviones y pilotos

¿Sos un piloto frustrado, te hubiera gustado sr piloto de avión?

¡Nooo!, me encantan los aviones, pero no me subo a uno ni aunque me aten, me da un miedo terrible pensar que estoy tan lejos del suelo.

¿Qué otras cosas te apasionan?

Hace poco empecé a escribir, tengo más de treinta hojas; cosas de mi vida, anécdotas y vivencias de pibe, del servicio militar (Compañía Comando Independencia, del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”), de mis días en la escuela; lo voy mezclando, no lo hago cronológicamente. El árbol ya lo planté, hijas tuve, me falta escribir el libro, y ya está en proceso. De esta forma cumplo con los tres objetivos que te piden para esta vida.

¿Cómo nos definirías la palabra barrio?

Barrio, barriada, barrial…lo relaciono con la gente saliendo a la vereda, tomando mate, con los chicos jugando en la calle. Me acuerdo que, para fin de año, la gente ponía las mesas en la calle y nos juntábamos todos y mezclábamos las comidas, después, por ejemplo, había pocos teléfonos en la manzana y vos sabías que el panadero tenía, era de esos que estaban en la pared y había que ponerse la bocina en la oreja; si necesitabas hablar, ibas ahí, a veces el panadero te decía la llamaron a tu vecina y vos eras el mensajero.

¿Conociste al vecino ideal?

Mario, que lamentablemente falleció, era un vecino servicial, gentil, educado, un tipo inolvidable. Creo que todos podemos ser buenos vecinos, incluso “vecinos ideales”, yo por ejemplo, trato siempre de ayudar a mi par, de hacer alguna “gauchada”, incluso he llevado con el auto a vecinos descompuestos al hospital, agarraba mi Falcon e íbamos para allá. Hay que ser solidarios, basta de indiferencias y de vivir dentro de tu casa.

A tu personalidad ¿cómo la definirías?

De una sola cara, como un tipo correcto de caminar muy derecho. Trato a la gente, como me gusta que me traten a mí. Yo voy a hablar de la misma manera con un barrendero que con el Papa, a quien tuve el honor de conocer cuando era Jorge Bergoglio, me lo encontraba en la iglesia de San Pantaleón y siempre hablábamos.

Vamos a jugar con la imaginación, ¿con qué persona de tu pasado que ya no esté, te gustaría reencontrarte?

Y, obviamente con mi papá y le diría que fue un grande, porque siempre me enseñó bien; cuando me jubilé en la escuela, me hicieron una despedida en el “Club La Floresta”, me pidieron que diera unas palabras, y dije una de las enseñanzas que aprendí de pibe, que cuenta cuando unos hombres poderosos llamaron a un sabio y le dijeron que escriba algo para toda la humanidad, pero que tenía que ser lo más breve posible. Les respondió que sólo necesitaba dos palabras: “Se bueno”; eso es lo que siempre me inculcó mi papá, a ser buena persona, y trato de serlo todos los días de mi vida. Si todos fuéramos buenos el mundo sería un paraíso; y aunque no les hablé buscando un aplauso, me regalaron uno, entre chicos y grandes, que siempre llevaré en mi corazón.

¿Te gustaría hacer una exposición con tus aviones?

Lo que pasa es que los aviones sólo toman vida en el aire, quietos les falta magia.

Por último y agradecidos por esta cálida entrevista: una reflexión y un saludo para los lectores de Mirando al Oeste.

Un deseo: quisiera tener los brazos bien grandes para abarcar a todos. ¡Qué mejor saludo que un abrazo!, no necesitás palabras, por eso rezongo tanto con este virus, que no nos permite abrazarnos. Espero que aprendamos de estos momentos difíciles y que los reencuentros sean más cálidos. El amigo es el hermano que uno elige, y yo soy de tener muchos amigos. Siempre me gustó reunir gente, antes de todo esto, con unos vecinos, empezamos a reunirnos en la vereda para tomar mates, hasta hicimos chorizadas. Y como final, me gustaría que pasen por Mozart 1120 y miren hacia arriba para buscar mis aviones que, espero les gusten.

Fuente
Costa, Marcelo – “El aeropuerto de Carlos Gallaro” – Revista Mirando al Oeste, Año XXX, Nº 327, Octubre de 2020
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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