Rufino Sánchez

Rufino Sánchez (1790-1852)

Nació en Buenos Aires, el 24 de mayo de 1790, siendo hijo de Pedro Sánchez, español, y Juana Luque, criolla. Desde pequeño tuvo gran amor al estudio, aleccionado por su madre, que había fundado una escuela a fines del siglo XVIII. Se dedicó con preferencia al estudio del latín, filosofía y teología.

En 1804, era maestro particular, desempeñando esa función hasta el año 1810. Ante la ineficiencia del preceptor de la escuela de San Carlos –llamada ahora de la Catedral o del Centro-, el Cabildo decidió llamar a concurso para proveer ese cargo con el de la Piedad, y por acuerdo del 3 de enero de 1811, se lo designó. Llevó a la escuela de la Catedral, el material de enseñanza de la suya, y pasó al Cabildo la cuenta de los útiles más necesarios. Pero la falta de recursos se hizo sentir en los seis meses siguientes ante el número excesivo de alumnos con que contaba la escuela: 170 niños de diferentes edades.

El 14 de noviembre de 1811, le cupo la gloria de ser el primer educador argentino que presentó a sus alumnos a exámenes públicos. Dicho acto alcanzó mucha repercusión en la ciudad por el brillo de los exámenes, asistiendo las principales autoridades. Se examinaron seis niños, y la “Gaceta” comentó sus resultados, no dejando de criticar el antiguo régimen. Aparte de los premios dados a los alumnos, Sánchez recibió como gratificación por el celo puesto en la preparación de ellos, 200 pesos fuertes que le fueron otorgados por el Cabildo. El 9 de diciembre de 1812 volvió a presentar a exámenes públicos a otros 12 alumnos, que también se distinguieron, premiándolos con medallas de oro y plata con las armas de la ciudad.

Su escuela fue ganando prestigio porque no sólo dotaba a los niños de una instrucción teórico práctica sino también para formarlos espiritualmente. Fue uno de los maestros más meritorios que tuvo la primera generación argentina.

A él le cupo el honor de que al frente de sus alumnos, entonó por primera vez en público, el Himno Nacional, al pie de la Pirámide de Mayo, en la mañana del 25 de mayo de 1813. Sus alumnos vestidos con “traje indiano” entonaron por la noche en el Coliseo las estrofas de la canción nacional “con suavísimas y acompasadas voces que oyó el concurso de pie”, como dice la hoja suelta de la imprenta de los Niños Expósitos, en que se describen las fiestas mayas de 1813.

La escuela de Rufino Sánchez se hallaba ubicada en la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) entre Piedras y Tacuarí, y al frente de sus alumnos se halló en cuantos actos importantes se celebraron en la Plaza de la Victoria, llevándolos incluso a las ejecuciones de condenados por algún crimen de resonancia. Instalaba a sus alumnos en sitios de preferencia para que no perdiesen detalles del acto, y terminado éste, antes de retirarse les dirigía una alocución de circunstancias con finalidades moralizadoras.

El 26 de enero de 1814, tuvieron lugar nuevos exámenes públicos de “primera clase” como eran los de caligrafía, ortografía, aritmética y religión.

En febrero de 1816, el gobernador intendente de Buenos Aires, le encomendó con el preceptor Francisco Javier Argerich, “expertos preceptores”, y tanto uno como otro, debían redactar un Reglamento para las escuelas de campaña, cosa que así hicieron. Además de establecer la obligatoriedad escolar, introducían también la enseñanza agrícola, el período de vacaciones, las condiciones de los maestros, etc., sosteniendo los azotes como sistema disciplinario. Lo más llamativo es que establecían la creación de Juntas Inspectoras de las escuelas, integrada por alcaldes, el cura de la localidad, y un vecino de distinción.

El 28 de marzo de 1816, se tomó otro examen público que revistió una acentuada solemnidad en la iglesia de San Ignacio por la asistencia del Director del Estado Ignacio Alvarez Thomas y otras personalidades importantes. “El Censor” del jueves 4 de abril realizó la crónica del acto a la que concurrió una apreciable cantidad de personas, y los alumnos fueron examinados sobre los mismos temas anteriores. Las altas autoridades quedaron muy conformes con el resultado de los exámenes presenciados, y para premiar el esfuerzo de los niños les obsequió a cada uno una carabina con bayoneta, y a Sánchez un par de pistolas y carabina para su particular uso.

La trayectoria de la escuela de Sánchez se prolongó por muchos años. Mereció permanentemente el elogio y el estímulo –dice Urquiza Almandoz-, como también lo demuestra la publicación realizada por la “Gaceta” el 5 de abril de 1817.

Fueron altamente satisfactorios los resultados correspondientes a 1818, en el que se examinaron públicamente en la iglesia de San Ignacio nueve alumnos. Con tal motivo, el Cabildo por acuerdo especial dispuso que se le diese las más expresivas gracias a su preceptor. No obstante este tratamiento tan especial, no mereció Sánchez que el Cabildo aumentara su sueldo, en una época en que le aumentó a todos los maestros, por lo que se retiró de la enseñanza oficial, y abrió su propia escuela. En ella o al margen de la misma dirigía en 1836 una escuela de dibujo y enseñaba litografía; en su casa instaló las prensas que publicaron algunos planos y estampas, hoy muy raras y escasas. Por sus relaciones con Antide H. Bernard había conseguido en efecto proveerse de una máquina litográfica grande, usada, y a su vez aquél le enseñó el nuevo arte.

El 18 de diciembre de 1835, se presentó al gobierno solicitando permiso para establecer una litografía; recién a mediados de marzo de 1836 el asesor Insiarte informó favorablemente. Pero las actuaciones se detuvieron por espacio de un año. Entretanto Sánchez como su compañero Bernard se vieron envueltos en un pleito a los que los abocaría César H. Bacle en su deseo de ser el único litógrafo que trabajase en Buenos Aires sin competencia alguna. En el juicio, Sánchez fue interrogado por el Juez Baldomero García quien le preguntó si contaba con licencia para tener litografía a lo que respondió que no, por lo que se lo condenó a pagar 600 pesos y a clausurarla, lo que así se dispuso con motivo de la apelación que efectuaron. Las existencias de la litografía pasaron a poder de Gregorio Ibarra, quien la llamó “Litografía Argentina”.

Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas dio varias pruebas de ser un buen federal, motivo por el cual pudo mantenerse en constante labor por tantos años.

Su hijo Pedro Sánchez, fue ayudante suyo, y ejerció el magisterio desde el año 1827 hasta 1880.

Escribió varios libros para uso de los colegios, como probablemente Compendio de Gramática Castellana, dispuesto en diálogo (1811) o bien El Amigo de la Juventud, parte 2ª del compendio aritmético para uso de la escuela a mi cargo (Bs. As. 1819); Gramática Castellana (1828), de la que hizo otra edición en 1843, texto que se reimprimió en 1852 con el título de Gramática Argentina, en la portada, Mi libro, lecciones político morales, en 1831.

Era de carácter recto, enérgico y austero, condiciones que le hicieron apto para el noble ejercicio del magisterio, que como vimos ejerció durante muchos años, colaborando en la formación de varias generaciones.

Falleció en Buenos Aires, el 5 de mayo de 1852. Sobre él, escribió Vicente Fidel López (Historia, t. 1, p 151) que fue “un meritorio y ejemplar institutor, cuya memoria debería consignarse en la admiración actual de las escuelas como uno de los héroes del ramo; fue desde 1810 a 1821, el dispensador casi único de una preciosa enseñanza, el guardia de la lámpara sagrada por delante de cuya luz han pasado cuatro generaciones de ciudadanos cultos, que ocuparon después un lugar distinguido en el comercio y en las carreras liberales. Los exámenes de su escuela eran entonces actos públicos y ruidosos que el gobierno mismo solemnizaba con su presencia, para estimular esa labor modesta pero fecundizante del espíritu civil en las naciones cultas”.

Una escuela de la ciudad lleva el nombre de este patriota y maestro, desde 1910.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1968).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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