Marcelino Ugarte

Dr. Marcelino Ugarte (1822-1872)

Nació en Buenos Aires, el 4 de junio de 1822. Era hijo de Valentín Ugarte y de María del Rosario Seide. Hizo sus estudios en el Departamento de Estudios Preparatorios de la Universidad de 1832 a 1835, y a los 13 años se matriculó para comenzar la carrera de jurisprudencia. Mo llegó a dar su examen general, aunque en 1839, le tocó replicar a Tristán Narvaja sobre un tema jurídico.

En 1840, suspendió sus estudios, trasladándose a Montevideo. Volvió ocho años después para rendir en marzo de 1849, su examen de tesis que versó sobre las facultades de los extranjeros para disponer por testamento de los bienes que poseyeran en la República. Ingresó a la Academia de Jurisprudencia a fin de complementar los tres años de estudios prácticos necesarios para ser abogado. El 11 de mayo de 1852, leyó en ese instituto un Comentario de la ley 10 de Toro, que constituyó su examen de egreso. Desde mediados de 1850 hasta mediados de 1852, Ugarte se desempeñó como secretario de la Academia.

Producido el triunfo de Urquiza en Caseros, Ugarte se dedicó de lleno a sus actividades profesionales, que ya había iniciado años antes en el estudio del doctor Baldomero García. Hizo la defensa del comisario Ciriaco Cuitiño y del vigilante Leandro Alen, acusados de los degüellos cometidos en 1840 y 1842, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Con talento y humanismo, el doctor Ugarte impugnó en su alegato el valor probatorio de los testimonios recogidos y señaló el miedo y el sentimiento de obediencia como causales de exculpación. Esgrimió como atenuantes el largo tiempo transcurrido desde que ocurrieron los hechos y la fecha del procesamiento de los defendidos. Por último, apreció como de carácter político los delitos imputados, alegando que estaban cubiertos por la expresión “olvido de todos los agravios” proclamada por el general Urquiza después de la caída de Juan Manuel de Rosas. Pero el fallo de la justicia resultó adverso y los encartados fueron condenados a muerte.

La defensa que hizo le malquistó con el gobierno que al poco tiempo lo desterró a Montevideo, regresando en mayo de 1854. Cinco meses después se casó con Adela Lavalle.

Colaboró en la revista “El Plata Científico y Literario”. Dedicado por entero al ejercicio de su profesión, supo adquirir en ella el prestigio de un avezado jurista y el respeto de un consejero a quien se confiaban los más arduos problemas.

Volvió a la Universidad, y en agosto de 1857, le fue confiada la cátedra de Derecho Civil, vacante por renuncia del Dr. Casagemas. Sus clases fueron publicadas a fines del siglo pasado y los cuadros sinópticos que hizo imprimir para facilitar su labor a los alumnos, revelan a un profesor hondamente preocupado por la enseñanza, a la que modernizó incorporando muchas de las soluciones aportadas por los Códigos más recientes, por la legislación nacional, la doctrina española y francesa. Sin embargo, su salud quebrantada y las demás obligaciones que tenía le impidieron continuar en la docencia. En marzo de 1859, pidió licencia nombrándose interinamente en su reemplazo al doctor Manuel Quintana, y dos años después presentó su renuncia definitiva.

Continuó como miembro de la Academia de Jurisprudencia, en la cual ocupó cargos de responsabilidad. El gobierno le encargó la redacción de un Proyecto de Código Civil, que quedó trunco.

El 28 de marzo de 1858, fue elegido diputado, y en el desempeño de su mandato se ocupó de proyectar la sanción de varias leyes que modificaban el derecho privado y procesal vigente.

Convencional en 1860, fue uno de los jefes del grupo que propuso la aceptación lisa y llana de la Constitución Nacional, y mantuvo un silencio absoluto para no enconar pasiones localistas. En el diario “La Patria”, órgano de la fracción moderada, publicó sucesivos artículos desde el 6 hasta el 31 de marzo, donde demostró que las reformas propiciadas por la mayoría eran innecesarias cuando no perjudiciales.

La disidencia de Ugarte con respecto a la política mitrista, que triunfó en la Convención, y luego en toda la República, debió naturalmente alejarlo de la actividad política. Pero fue por pocos años. Sus estudios universitarios y la posición que ocupaba en la sociedad porteña lo incorporaban al grupo que dirigía entonces los destinos del país.

Fue diputado a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, en 1863, y diputado nacional en 1864. Miembro de la Convención Nacional de 1866, en este mismo año, ingresó al Senado de la provincia, en cuyo cargo sólo alcanzó a permanecer un período de sesiones. En el desempeño de esas tareas, Ugarte se impuso por la firmeza de sus discursos, la defensa permanente que hizo de la Constitución y de las leyes, como por la intransigencia que demostró al no pactar con los políticos y los turbios manejos. Intervenía constantemente en los debates, sin rehuir discusiones que sabía enojosas. Impresiona el tono áspero y tajante de sus palabras, pero también la precisión de sus frases, los conocimientos que revela, su pasión por el bien público, y el criterio levantado que lo impulsa a intervenir.

Entre sus discursos más importantes se debe señalar los que pronunció sobre la cuestión monetaria (5, 7 y 10 de agosto de 1863), las elecciones de 1864 (mayo 9 de 1864), la situación económica del país (22 de mayo de 1865), y sobre los derechos de exportación y la cláusula constitucional correspondiente (1º de setiembre de 1865 y 21 de mayo de 1866). En este último se manifestó contrario a la reforma de la Constitución, y esta opinión le impidió aceptar el ministerio que poco después le ofreció el gobernador Adolfo Alsina.

Entre sus escritos judiciales cabe recordarse su opinión sostenida al defender a la provincia de Entre Ríos, de que los componentes de la federación no podían ser llevados a litigar ante la Suprema Corte cuando eran demandados por vecinos de otras provincias. Para sostener su tesis publicó en 1866, su libro Las Provincias ante la Corte, estudio de Derecho Constitucional, que aparte de ser un análisis minucioso de los antecedentes constitucionales y de la jurisprudencia de nuestro país y de los Estados Unidos, tiene interés porque denuncia y combate por vez primera la progresiva unitarización de la República.

Su último discurso parlamentario –y por cierto el más vehemente y comentado- lo pronunció en el Senado de la provincia, el 13 de abril de 1869, al oponerse a que se celebraran las elecciones que habían dado el triunfo a los partidarios de Emilio Castro, que poco después iba a ser designado gobernador. Puede apreciarse la violencia de las pasiones políticas recordando que días antes su esposa había recibido una carta anónima amenazándolo de muerte si concurría al Senado. Su derrota y su conmoción producida por estos hechos lo indujeron a renunciar tanto a su banca como a otros puestos públicos.

En abril y mayo de 1869, se retiró de la Comisión de Inmigración –que presidía- y del directorio del Banco de la Provincia de Buenos Aires, recordando en carta particular a su presidente Pedro Agote, que “he estado y estaré distante de los partidos, porque me siento incapaz de aceptar la esclavitud de sus exigencias y de sus errores”.

Fue ministro de Relaciones Exteriores durante la gestión del vicepresidente Marcos Paz, designado el 6 de setiembre de 1867. En esta ocasión le cupo apoyar una propuesta destinada a poner fin a la guerra con el Paraguay que tantos perjuicios causaba. Por mediación del secretario de la Legación británica en Buenos Aires, G. F. Gould, el mariscal Francisco Solano López había hecho llegar a los aliados ciertas proposiciones de paz, que Ugarte analizó en un notable documento, sosteniendo las ventajas y aún la necesidad de poner fin a la contienda. Pero el Emperador de Brasil se negó a acepar una paz negociada. A principios de enero moría el vicepresidente, y el regreso de Mitre significó el abandono de una política sensata que hubiera permitido concluir la guerra sin aniquilar al Paraguay.

La posición política de Ugarte había quedado comprometida. No lo favoreció después su actitud en el Senado provincial frente a la tendencia “castrista”. En realidad, como él mismo lo decía, no era hombre de partido, ni podía someterse a esa rígida disciplina que ahoga el pensamiento individual e impide expresar opiniones disidentes. Era en cambio un hombre de estudio, un jurista con mayor vocación por los problemas del derecho que por las cuestiones políticas.

Así lo comprendió el mismo gobernador Castro, que olvidando las críticas lo designó fiscal del Superior Tribunal de Justicia de la provincia, el 16 de agosto de 1869. Un año después, el presidente Sarmiento y su ministro Avellaneda le daban la investidura consagratoria de ministro de la Suprema Corte, el 11 de julio de 1870, cargo en cuyo ejercicio lo sorprendió la muerte. Tenía entonces sólo 50 años.

Falleció el 1º de setiembre de 1872. En su tumba hablaron Salvador María del Carril, Bernardo de Irigoyen y Nicolás Avellaneda. Este último, expresó el sentir colectivo y el de la posteridad, al recordar “la figura moral que simboliza para todos nosotros, la elevación del carácter que lo hizo tan independiente en la vida pública, la austeridad de principios que parecía adquirir doble fuerza, expresándose por razonamientos siempre severos, y aquella palabra nítida y clara, sello soberano de la inteligencia, y don supremo con que la verdad y el derecho propician a los que sólo deben emplearla en su noble servicio”.

Su vida había sido pródiga en realizaciones, especialmente, en el campo jurídico, en el que el Dr. Ugarte surge, sin duda alguna, como una figura eminente que con su obra y su influjo, mucho contribuyó a promover los cambios que debían desembocar en un nuevo derecho y en el perfeccionamiento de las instituciones. Lucio V. Mansilla lo califica de “hombre diminuto de los pies a la cabeza, pero de elevada estatura intelectual”.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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