Gouin, un pueblo que resiste

Mucho antes de que el pueblo se fundara oficialmente aquel 14 de abril de 1908, Gouin empezaba a tener vida propia cuando aún no se avizoraba con su actual topónimo. Los terrenos se encontraban a merced de su primer dueño en el lejano año de 1829, cuando Norberto Antonio Martínez obtuvo 4 leguas de la zona gracias a la Ley de Enfiteusis, mas en 1838, bajo el gobierno de Rosas, esas tierras fueron vendidas a la Sociedad Pastoril. Y a poco andar, esa sociedad se las vendió a, entre otros, el general Lucio Norberto Mansilla, futuro héroe de la Vuelta de Obligado (1845). Otros dueños fueron Pedro Veloz y Manuel Arrotea.

Años más tarde, aparece un apellido que, como el caso que nos convoca de Gouin, también dará su toponimia a otro pueblo bonaerense: es el caso de Carlos Krabbe, quien fue co-propietario de aquellas 4 leguas originales entre 1854 y 1857, cuando las enajenó a favor de José Gregorio Lezama hasta 1862, cuando 1 legua cuadrada pasó a ser propiedad de Archibaldo Craig.

Esa fracción de tierra perteneciente a Craig es la que dio origen al pueblo de Gouin en 1908. El deceso de Archibaldo Craig ocurre en 1891, heredando su viuda Isabel Mc. Rivie de Craig. Ésta, a su vez, la transfirió a Miguel Mutuverría, constituyéndose en el último dueño unipersonal, pues el 2 de octubre de 1895 dicha legua cuadrada se redujo a 937 hectáreas que pasaron a formar parte de la Compañía Inmobiliaria Franco Argentina. La fracción restante sirvió para levantarse en ella la Ea. La Caledonia.

El presidente Roca vio la posibilidad cierta de expandir por allí una red de ferrocarriles, de acuerdo a la Ley Nº 4417, sancionada que fuera el 20 de septiembre de 1904. Este riel debía unir Buenos Aires con Rosario; la obra fue otorgada a los señores Casimiro de Bruyn y Rómulo Otamendi.

Fue una empresa francesa la encargada de extender los rieles y levantar la estación del futuro pueblo de Gouin: la firma se llamó Compañía General de Ferrocarriles de la Provincia de Buenos Aires, la cual tenía su sede en París. De las 937 hectáreas iniciales, 17 de ellas se destinaron para levantar dicha estación. En 1906 comenzaron las obras y la leyenda.

En la casa matriz parisina trabajaba Jorge Gouin, homenajeado con fecha 31 de julio de 1907 al ser impuesto el nombre de la flamante estación con su apellido. Así, a grandes rasgos, es como se produce el nacimiento de este pintoresco aunque olvidado pueblo de la campaña bonaerense.

La mejor época de Gouin acontece cuando su población fue de 1000 habitantes hacia el año 1923. El ferrocarril trajo consigo un interesante intercambio comercial con las grandes urbes del país (Rosario y Buenos Aires, generalmente, de acuerdo al recorrido de la línea férrea), basado en las cosechas de maíz, trigo y en la actividad ganaderil.

En 1954, el ferrocarril que pasaba por Gouin formaba parte del Ferrocarril Nacional General Belgrano, para luego incorporarse bajo la égida del Ferrocarril Nacional Provincia de Buenos Aires, y cuando al cabo de tres años éste se disolvió, regresó al Ferrocarril General Belgrano como línea G. Hacia 1977, llegó el final del paso del tren por el pueblo de Gouin, comenzando, así, la debacle de este mojón.

Gouin, hoy

Una tarde de invierno de 2015, conocí este pueblo al cual se accede por un camino polvoriento y de muy difícil tránsito si no se cuenta con un vehículo adecuado. Está a 150 kilómetros de Capital Federal, distancia suficiente para adentrarse a la patria profunda, auténtica. Un aura de misterio crece a medida que uno se va acercando a este pueblo que hoy tiene 120 almas, un puñado de casas de antigua edificación y perros amistosos que salen al encuentro de nosotros, los forasteros.

Lo primero que recuerdo, ni bien entraba al caserío, fue ver un corral en el que estaban agrupados unos cuantos gansos que, entre asustadizos y curiosos, no despegaban la vista del automóvil, lo mismo que las ovejas que a pocos metros de aquéllos pastaban debajo de una arboleda.

Recomendaban algunos portales de Internet, el restaurante que ahora funciona dentro de la estructura de la estación “Gouin”. Y allí fuimos yo y mi familia, no sin antes contemplar la belleza de su edificación y las reminiscencias de una perdida felicidad pueblerina que se manifestaba ante la llegada de las formaciones que ya no pasan. Aún persisten, estoicos, los rieles que se pierden en la llanura de aquel paisaje campestre, hermoso y natural. ¡Cuántos gouinenses habrán visto el ocaso sin volver a sentir la emoción del tren pueblerino!

La sala donde ayer funcionaba la boletería, o bien, la que estaba destinada para el jefe de la estación o para las encomiendas, por nombrar algunas, hoy sirven como pequeños habitáculos en donde caben 2 o 3 mesas. A su vez, éstas tienen un detalle que me conmovió, como ser la antiquísima copita de pulpería que sirve como recipiente para los escarbadientes.

Por su parte, de las paredes cuelgan herramientas utilizadas en las faenas del campo (una hoz, herraduras de caballo, marcas de ganado, estribos, sogas trenzadas y una bomba de agua), elementos ferroviarios (una gorra de guardia de estación, el mueble para los boletos de los trenes y el telégrafo) y carteles enlozados dignos de los primeros años de Gouin. Fuera de la estación, un texto referencial del sitio donde me hallaba esto decía:

“La estación de Gouin fue inaugurada en enero de 1908 construida en gruesos muros y firmes paredes. Su estilo totalmente francés, guardan un interminable suceso de recuerdos, anécdotas, vivencias, que día a día retumban dentro de sus paredes. Todavía acariciamos con el pensamiento el progreso que trajo a todos los pueblos que recorrió el trocha angosta, trayendo mayor actividad y trabajo. El sonido de la campana y la voz de los jefes que por aquí pasaron, pasean en este andén en un sentido silencio. Ellos fueron los jefes:

“Sres. González – Goitia – Massiota – Agüero – Fasulo – Seda – Boido – Angulo – Carosela – Guayanoni – Lambertuchi – Denesio, entre otros. 9-12-2005”

Otro pionero que no aparece nombrado fue don Santiago S. Daubagua, jefe de la estación de tren de Gouin en 1921. En ese año, había 280 hectáreas de lino, 50 de trigo, 10 de hortalizas, 70 de alfalfares y 100 de pastoreo, más una ganadería compuesta de 40 mil cabezas de vacuno, 8 mil yeguarizos y 7500 lanares.

La comida servida en el restaurante era exquisita y variada, pues las promociones brindaban, casi indistintamente, una entrada de empanada de carne cortada a cuchillo, una bandeja de quesos y fiambres, pastas y, para el final, flan casero con crema o bombón helado. Se podía beber vino, soda y gaseosa. Menciono aquí a la joven Virginia, que con prestancia y esmero nos atendió desde que nos ubicamos en una de las mesas de la ex estación del pueblo. Ella nos contó, entre plato y plato, que el restaurante funciona allí desde hace 17 años, y que la experta cocinera era su madre. Virginia vive en uno de los pocos solares de Gouin, sitio del que nos apuntó algunos datos de vecinos importantes, tales como la familia Colera, dueña de varias propiedades aledañas a la estación.

Virginia nos acompañó hacia el exterior una vez que terminamos de almorzar, allí donde reposan las vías de la otrora Compañía General de Ferrocarriles Buenos Aires, en cuyo predio flameaban las banderas de la Provincia de Buenos Aires y la de la Nación Argentina. De pronto, del parque circundante surgió la figura de un perro que vino corriendo hacia donde estábamos, seguro descendiente de aquellos otros canes que, en la época en que andaba el ferrocarril, iban a recibir a los paseantes o a los trabajadores golondrinas que transitaban –y moraban- por Gouin en tiempos de cosechas y labranzas. Luego, nos alejamos del Restaurante “La Estación” para continuar indagando sobre este pueblo de aspecto fantasmal.

“El 13” y “Don Tomás”: dos instituciones

Andando por la terrosa calle Comisario Farías, un hombre de gaucho aspecto venía arriando un puñado de vacas. Eran cinco en total, más una que venía más atrás, retardando la llegada a un corral que se perdía por entre los troncos de unos árboles copudos. Pasaron al lado de donde me hallaba; uno de los vacunos nos miraba con cierta extrañeza.

Habremos caminado unos 30 metros cuando nos topamos con una esquina legendaria. Un letrero apenas visible indicaba que allí existía, desde el 13 de marzo de 1915, el Almacén de Ramos Generales “El 13”. El nombre numérico se debe a la fecha de su fundación. Como todo rincón campero, tiene una historia para contarnos. En esa efemérides, don Pascual Colera abrió este mojón civilizador que abastece desde hace una centuria a los habitantes de Gouin.

Se distinguía “El 13” porque allí “se podía encontrar todo tipo de elementos para el campo, ruedas de carros, sulkys y jardineras”, se lee en una placa colocada al lado de la puerta principal, que también hace referencia a que en este solar funcionaba “el único surtidor de nafta que tenía nuestro pueblo”. Sus añosas paredes aún conservan el recuerdo de las reuniones sociales del pueblo, acaso como reminiscencia de un prestigio que se resiste a morir. Todavía hoy, el Almacén de Ramos Generales “El 13” es atendido por la tercera generación de la progenie de don Pascual Colera.

Ahí nomás, apenas cruzando a la otra esquina, hallamos el Bar “Don Tomás”, destino que también aparece nombrado como punto ineludible de Gouin. Era una hermosa construcción en ‘L’ con ladrillos a la vista y ventanales y puertas de muy antigua datación.

Las mentas señalan que el edificio fue construido por don Vicente Verdini, quien a principios del siglo XX puso en funciones una peluquería. Anexo al mismo estaba el destacamento policial del pueblo. Más tarde, en 1909, funcionaría en el predio la Escuela Nº 12, cuya primera directora fue la señora Aurelia Andrade, quien hoy es recordada con la imposición de su nombre en una de las calles de Gouin. Finalmente, la institución escolar cerró sus puertas en 1931, pero a partir de 1940 se instaló una despensa aunque sin el nombre que hoy reviste, como es “Don Tomás”.

Ese sitio pasó de ser una despensa a un bar-restaurante que tomó por nombre “Don Tomás”, nombre que proviene del padre de su actual propietario llamado Raúl Mesa. “Adquirí la casa hace 3 años y en homenaje a mi padre le puse “Don Tomás”. Yo soy nacido acá en Gouin –me comentó Raúl-. Acá nací y acá moriré, lo mismo mi padre que todavía vive”. El lugar se halla en la intersección de las calles Comisario Daniel Germán Farías y Aurelia Andrade, y hace también de vivienda de su dueño, pues “el lugar tiene 2 dormitorios, y el bar está en la parte que da a la esquina. Lo demás es el restaurante propiamente dicho”.

Fue aquí, en “Don Tomás”, que apuramos una ginebra y unos cafés, mientras observábamos el paso manso del tiempo. En una mesa algo escondida y penumbrosa del bar, cuatro parroquianos hablaban como a los gritos; uno de ellos vestía a la vieja usanza criolla, con boina negra y pañuelo colorado al cuello. Era el más viejo de todos. Pude notar que estaban tragueando un brebaje al cual cortaban con un poco de soda. El cuadro se completaba con un cuero de vaca estirado sobre una de las paredes del fondo, una bandera argentina, cuadros antiguos, botellas de todos los tamaños y colores, y la presencia de Raúl Mesa y un muchachito, quienes, detrás del mostrador, cargaban bandejas con algunas delicias y bebidas prestas para su despacho.

La última caminata

Antes de retirarnos del Bar “Don Tomás” felicitamos a Rául Mesa por su emprendimiento, traducido en el infinito amor dispensado al terruño natal y a sus ancestros.

Cruzamos la puerta principal del Bar “Don Tomás”, donde la vida continuaba, y echamos a andar por el poblado. Se iba apagando el cielo plomizo de aquella tarde en Gouin. Viento bravío ya acusaban sus caminos de tierra. Ningún feligrés estaba en la Capilla San Agustín, y en una pobre canchita de fútbol –con arcos desvencijados- pastaba una vaca sin siquiera advertir nuestra intrusa presencia. Alcé la vista y sobre una cornisa de añejo frontispicio estaba la casita de un hornero criollo. Parecía abandonada, pero tenía el presentimiento de que algún día volverá a cobijarse allí nuestra ave nacional.

Seguía caminando y pensando en Gouin, en su gloria perdida, en su soledad y en sus trenes fenecidos, que, de seguro, habían sido cortados para salvar, aunque en vano, a otros semejantes que todavía resisten la terrible embestida del latrocinio organizado. Al borde de la noche, recuerdo oír el mugido de lejanos vacunos mientras observaba a un búho parado sobre el poste de una alambrada. En la última caminata nos siguieron, hasta que los perdimos, unos cuantos perritos incansables y amigueros de esos que nunca faltan por estos lares.

Pero en una esquina del olvido, situada a pocos pasos de donde explotaba ya la inmensidad de la campaña -¡esa escuela del gauchaje argentino!-, pude ver el triste final de una tapera, lo que me hizo reflexionar en la historia que no escribimos y que jamás conoceremos. Y mientras contemplaba el silencio acogedor de su soledad, con galerías oscuras y mugre civilizadora, me vinieron a la memoria unos párrafos que aleccionaban sobre la agonía del orden criollo:

“Ese viejo gaucho y su caballo, ambos rendidos por el tiempo, son la encarnación de la leyenda pampera. (…) No olvida el gaucho viejo en la narración de su vida odisíaca al caballo, a su zaino, hoy jamelgo escuálido y rendido, que vaga, acabados los bríos, en torno del rancho, esperando la última escarcha que ha de acabar de helarle los huesos, sin dejar herencia de herraduras a los supersticiosos, porque siempre anduvo descalzo. (…) Un día (el gaucho) se morirá en un rincón del rancho, sobre los aperos de su zaino; se morirá sin alboroto espiritual, con mansa resignación, reviviendo su vida toda en el último minuto de su ensueño agonioso. Tendrá por cementerio la Pampa, el campo que llenó con sus hazañas”. (1)

Lo último que recuerdo del paseo fueron dos cosas: la visión de un viejo que arreaba ovejas y cabritos en simpática caravana, y a ese perro friolento y vagabundo que descansaba, hecho un ovillo, bajo el letrero del bar-heladería “Mi Sueño”. En medio de las sombras me subí al bólido de hierro y rumbeé hacia el cemento metropolitano. Empero, ya había guardado en mi alma el encanto inigualable de este pueblo bonaerense llamado Gouin.

Referencia:

(1) Grandmontagne, Francisco. “Dos Héroes”, Revista Caras y Caretas, del 1º de septiembre de 1900.

Por Gabriel O. Turone

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