Martín García y los franceses

En 1838 gobernaba en Buenos Aires Juan Manuel de Rosas y conducía las relaciones exteriores de la Confederación Argentina.  Por entonces empiezan a acumularse nubarrones en el horizonte internacional y en los episodios que sobrevendrían, nuestra isla será escenario de gloriosos hechos de armas.  Para entonces, Martín García tenía una pequeña guarnición permanente y las mujeres que entonces rodeaban todo regimiento o ejército daban al ámbito isleño un aire de aldea muy particular.

En Buenos Aires, un vicecónsul francés, Aimé Roger, desata con sus imprudencias un conflicto que sería largo y complejo.  Ahorrando detalles, digamos que Roger, a principios de 1838, consiguió que la escuadra francesa estacionada en Río de Janeiro apoyara sus pretensiones.  La cuestión diplomática era ya un conflicto de hecho.  El almirante Leblanc envió su ultimátum el 24 de marzo de 1838, pero en la respuesta, Felipe de Arana le expresa que el gobierno al cual representa no tiene ningún propósito ofensivo contra Francia, y que como él es un jefe militar al frente de una escuadra, no puede conferenciar con él en forma oficial sino privadamente.  “Exigir sobre la boca del cañón privilegios que sólo pueden concederse por tratados, es a lo que este gobierno nunca se someterá”.

Digna respuesta que los franceses no esperaban.  El 28 de marzo, el almirante declaró bloqueados el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del Río de la Plata perteneciente a la República Argentina.  El encargado de hacer efectiva la medida fue el capitán Hipólito Daguenet con una flota compuesta por la fragata “Minerva”, las corbetas “Ariadne” y “Safo” y los bergantines “D’Assas”, “Sylphe” y “Cerf”.

Rosas tuvo el respaldo de las provincias en su actitud de resistencia, luego del fracaso de la misión de Domingo Cullen para tratar de hallar alguna solución al conflicto que perjudicaba a las provincias del litoral en su comercio.  Una mediación del ministro británico Mandeville también fracasó.  Ya en estos momentos los franceses apoyaban a Fructuoso Rivera en su intento de derrotar al presidente constitucional del Uruguay y jefe del Partido Blanco, Manuel Oribe.  Entonces los franceses y los riveristas decidieron dar un golpe de mano muy importante para la navegación fluvial y para cortar las comunicaciones por agua entre la sitiada Montevideo y Buenos Aires.  El 10 de octubre una fuerza combinada franco-oriental fondeó en el canal sur-oeste de la Isla Martín García, a tiro de fusil de ella.  El capitán Daguenet, que se encontraba al frente de la expedición, intimó al teniente coronel Gerónimo Costa, comandante de la isla, para que la entregara en el término de una hora.  Costa, antes de dar una respuesta, reunió a sus oficiales y los consultó al respecto.  La situación era dramática, pero todos eran hombres de temple y el sargento mayor Juan Bautista Thorne “declaró noblemente que aunque él no era nacido en la República Argentina, estaba acostumbrado a combatir con dignidad bajo este pabellón, y que combatir era el deber de los que defendían la isla”.

Con estas palabras Costa contestó al portador del ultimátum: “En contestación a la nota del señor comandante sólo tengo que decirle que estoy dispuesto a sostener según es de mi deber el honor de la nación a que pertenezco”. (1)

Las cartas estaban echadas y Daguenet ordenó el desembarco de una fuerza de 550 hombres, que habían sido transportados en la corbeta “Expeditive”, el bergantín “Bordelaise” y la goleta “Ana”, todas francesas, y en cuatro goletas uruguayas, “Eufrasia”, “Despacho”, “Loba” y “Estrella del Sur”, acompañadas por 23 lanchones.  Los jefes de las fuerzas de desembarco eran los capitanes uruguayos Soriano y Susviela y aquellas fueron protegidas en su acción por un nutrido cañoneo dirigido desde los barcos, especialmente el “Bordelaise” que poseía diez cañones a granada explosiva Paixans, que causaban terribles destrozos en las defensas de la isla.  La artillería de Thorne respondió con bizarría, causando algún daño a los atacantes, pero al fin la reducida guarnición tuvo que replegarse dada la desigualdad de fuerzas.  Pero el valiente norteamericano Thorne no se arredró y pudo contener un rato más a los atacantes disparándoles, a boca de jarro, las dos piezas de a 12 que aún le quedaban, mientras el teniente Molina disparaba las últimas balas de a 24.

También los atacantes hicieron derroche de valor y luego de una hora y media de encarnizado combate, se apoderaron del reducto tan heroicamente defendido, no sin antes dejar en el camino a cincuenta y cuatro hombres.  La capitulación fue honrosa, después de haber agotado las municiones y de ser superada su guarnición en una proporción de 5 a 1.

La medida del heroico comportamiento de los defensores la da el hecho de que Daguenet no retuvo a los prisioneros, sino que los embarcó hacia Buenos Aires, donde fueron recibidos como héroes por el pueblo.  Y una cosa poco común, el jefe francés recomendó a su vencido en caballeresca nota dirigida a Rosas: “Al señor Gobernador general de la República Argentina.  Encargado por señor comandante Leblanc, comandante en jefe de la estación del Brasil y de los mares de la América del Sur, de apoderarme de la isla Martín García, con las fuerzas que había puesto a mi disposición con este objeto, desempeñé el 11 de este mes esta misión.  Ella me ha proporcionado la ocasión de apreciar los talentos militares del bravo teniente coronel D. Gerónimo Costa, gobernador de esta isla y de su animosa lealtad a su país.  Esta opinión, tan francamente manifestada, ha sido también de los capitanes de las corbetas Expeditive y Bordelaise, que han sido testigos de la increíble actividad del señor coronel Costa, y de las sabias disposiciones tomadas por este Oficial superior para la defensa de la importante posición que estaba encargado de conservar.

Lleno de estimación por él, he creído que no podía darle una mejor prueba de los sentimientos que me ha inspirado, que manifestando a V. E. su hermosa conducta durante el ataque dirigido contra él, el 11 de este mes, por fuerzas bastantes superiores a

las que él podía disponer.

Soy con el más profundo respeto, señor gobernador general, de V. E. su muy humilde y obediente servidor.

El comandante del bloqueo y jefe de la expedición sobre Martín García.  Hipólito Daguenet”.

Sobre el bastión tomado se izó la bandera francesa, siendo reemplazada poco después por la oriental y quedaron en él tropas francesas y riveristas para defender la posición.  Los franceses anunciaron que aceptaron la ayuda de Rivera porque no tenían propósitos de conquista.

Muchos emigrados argentinos, sobre todo los que se hallaban en Montevideo, Juan Cruz Varela, Lavalle, Chilavert, etc., repudiaron la acción de los franceses y se sintieron angustiados por la conquista de la isla.  Pero también es cierto que pronto olvidarían esta angustia y que las vinculaciones de la mayoría de ellos con Rivera, los llevaría, posteriormente, a la alianza con los que en esos momentos calificaban de agresores.  En efecto, al aliarse Rivera y Berón de Astrada, gobernador de Corrientes, contra Rosas, se adhirió a ellos la Comisión Argentina, cuyo presidente era Martín Rodríguez, secretario Florencio Varela, e integrantes del cuerpo directivo Gabriel Ocampo, Félix Olazábal, Manuel Bonifacio Gallardo, Tomás Iriarte, Julián S. de Agüero y Braulio Costa.  Lograron, además, el apoyo decisivo de Juan Lavalle, Martiniano Chilavert y más tarde del general José M. Paz.

El 24 de febrero de 1839, Fructuoso Rivera, ya presidente del Uruguay, declaró la guerra a Juan Manuel de Rosas, siguiéndole el 28 del mismo mes Berón de Astrada y el 12 de marzo la Comisión Argentina.  Los franceses, cumpliendo con lo acordado, enviaron una flotilla al Paraná y levantaron el bloqueo a los puertos de Corrientes.  Se trató de sublevar el interior de la Confederación contra el Restaurador, pero se fracasó, sumándose a ello las derrotas del gobernador de Córdoba, Berón de Astrada y el fracaso de la conspiración de Maza.  Lavalle, que preparaba su expedición, debía ser conducido por los barcos franceses, pero sus planes sufrían demora por la división que existía entre los emigrados argentinos y las trabas puestas por Rivera, que secretamente negociaba la paz con Rosas.

Lavalle apresuró los preparativos y el 2 de julio de 1839 se embarcó en la goleta “Catalina” rumbo a la Isla Martín García.  Rivera dio órdenes de que la nave fuera interceptada por dos buques de guerra orientales y a su vez, el ministro de Guerra y Marina uruguayo, que era nada menos que el general Enrique Martínez (ex ministro durante el gobierno de Juan Ramón Balcarce en la provincia de Buenos Aires y que luego se asiló en la Banda Oriental con los federales “lomos negros”) presentó una nota de protesta ante el almirante de la escuadra francesa.  Lavalle, no obstante, consiguió su propósito de llegar a Martín García y Rosas, pensando que el viaje de aquél había sido de acuerdo con Rivera y conociendo la doblez de éste, cortó inmediatamente toda negociación de paz.

El general Lavalle una vez en la isla se dedicó con ahínco a la preparación de su expedición, a pesar de que poco o nada recibía de Montevideo, donde don Frutos seguía poniendo trabas a los que querían embarcarse para unirse a la “Legión Libertadora”, nombre que se dio a las tropas existentes en la isla.  Pero cuando fuerzas federales provenientes de Entre Ríos comenzaron a hostilizar a los riveristas en pleno territorio oriental, el Pardejón, como se llamaba a Rivera, tuvo que entrar en negociaciones nuevamente con los emigrados argentinos y envió armas y vestuarios a las tropas de Lavalle.  Sobre la preparación de este ejército dice Gabriel Puentes: “Los unitarios apoyaron activamente la empresa de su general y emplearon toda suerte de medios con el fin de lograr dinero; lo pidieron, hicieron suscripciones, representaciones teatrales, etc., con una tenacidad increíble, y le enviaron armas, ropas y alimentos”.  El fervor puesto en la acción y la palabra por los enemigos de Rosas era muy grande; Juan Bautista Alberdi escribía lo siguiente sobre la isla donde se preparaba la expedición libertadora: “¡Martín García!  Apenas conocido de los marinos de los ríos, este nombre oscuro como tus rocas y tus aguas, representará en adelante una leyenda gloriosa, un monumento eterno de sublimes recuerdos.  En los días futuros de la patria, serás el símbolo que recordará los sacrificios más heroicos por la libertad.  ¿Quién te negará mañana, el título sagrado de haber sido la cuna de una revolución inmortal?  El porvenir se abre: la victoria está en marcha”.

“El cielo lo ha dispuesto así; ha sido el único sitio argentino en que, merced a las infamias del monstruo, pabellones extranjeros han flameado impunemente…  Extranjeros, sí, pero hermanos en ideas, en libertad, en causa, porque la causa de la libertad es universal, y todos los que por ella combaten son hermanos.  Feliz mil veces tú, que colocada en medio de las aguas del gran río, has podido amparar a los hijos del Plata, prestarles un asilo, una muralla contra la cual las insidias del malvado son impotentes.  Los argentinos tienen sus viejas glorias de la emancipación, sus sitios hermosos que aún reflejan las grandes batallas del pasado, pero tú serás el símbolo de las glorias futuras…”.

¡Cuánta razón tenía Alberdi!  Era el único sitio argentino donde flamearon pabellones extranjeros, pero no por las “infamias del monstruo”, sino por la prepotencia de una nación acostumbrada a imponer su voluntad a los pequeños y débiles países, y, también, por la complacencia de algunos argentinos que ahora veían al agresor como hermano en ideas.  Es por eso que a este hecho de la formación de la expedición de Lavalle en la isla, poco se la recuerda.  En cambio, la gloriosa defensa de Gerónimo Costa es siempre reverenciada por los argentinos.

Las fuerzas con que contaba Lavalle apenas llegaban a los trescientos hombres, pero confiaba en que muchos más se le unirían al sur de la provincia de Buenos Aires hacia donde pensaba dirigirse en un principio, en barcos franceses, porque las costas bonaerenses del litoral fluvial estaban muy bien guardadas por las tropas del gobierno.  Pero los planes del general sufrieron un cambio al enterarse de que las fuerzas de Pascual Echagüe, gobernador de Entre Ríos, habían pasado a la Banda Oriental.  Resolvió que sería más conveniente pasar a Entre Ríos, a la que consideraba indefensa al no estar Echagüe.

El 2 de setiembre de 1839, la Legión Libertadora se embarcó en Martín García, con refuerzos provenientes de las islas del Delta; es importante destacar, que estos isleños no fueron consultados si querían o no engrosar el ejército de Lavalle; fueron reclutados compulsivamente, como lo serían luego muchos más en las provincias por las que irían pasando.  La legión se componía de cinco escuadrones: “Sagrado”, compuesto de jefes y oficiales, “Maza”, “Cullen”, “Libertad” y “Buenos Aires”, mandados respectivamente por Vega, Pueyrredón, Videla, Montozo, Baltar y Hornos.  El jefe del Estado Mayor era el coronel Martiniano Chilavert y los acompañaba una escolta de ochenta infantes al mando del coronel Pedro José Díaz.  El traslado a Entre Ríos se efectuó en los buques franceses “Bordelaise”, “Expeditive”, “Vigilant” y “Ana” y en algunas balandras con bandera oriental.  La flotilla estaba comandada por el capitán francés Lalande de Calan.

El mismo día de la partida, el jefe de la expedición firmó una proclama en su “cuartel general para Buenos Aires” llamando a las armas a todos los hombres, sin ninguna distinción, que quisieran luchar por la libertad.  ¡Cuántas esperanzas las de este romántico de nuestras luchas civiles!  Martín García era testigo de su afán libertario y ahora le decía adiós para siempre, porque ya nunca el general volvería a pisar sus playas.  El destino le deparaba un completo fracaso en la campaña iniciada con tanto optimismo, la muerte, sin pena ni gloria, en un confuso episodio en la lejana Jujuy.

Los acontecimientos fueron fortaleciendo la posición de Juan Manuel de Rosas y se fueron intensificando las tratativas para lograr un acuerdo entre la Confederación y los franceses.  El 29 de octubre de 1840, por fin, luego de arduas negociaciones se firmó el tratado que puso fin a las hostilidades entre Francia y la Confederación Argentina.  Lo suscribieron el vicealmirante barón Angel Reneé Armando de Mackau y el ministro de Relaciones Exteriores Felipe Arana, a bordo del buque parlamentario francés “Boulonnaise”.

El artículo 2º establecía la devolución de la isla Martín García a las autoridades argentinas y el levantamiento del bloqueo en el término de ocho días luego de ratificado el tratado por el gobierno de Buenos Aires, siendo, además, devuelto todo el material de guerra de la isla, reponiéndoselo como estaba antes de la lucha y devolviéndose, también, los buques de guerra capturados.  Es importante este artículo, porque vemos que los franceses trataban con nuestro gobierno sobre la posesión de Martín García, con total prescindencia de los derechos que puedan alegar los orientales, quienes, por otra parte, tuvieron que abandonar la isla sin que fueran escuchadas sus amargas quejas.

Bartolomé Mitre, a la sazón en Montevideo, se oponía a que ese pedazo de territorio fuera restituido a su patria.  Consideraba que debía quedar en poder de los montevideanos, y escribió los siguientes versos:

“El pabellón de Austerlitz

lucía en Martín García

y a su lado relucía

del Oriente el pabellón,

y hoy por el suelo se ven,

porque el inmundo tirano

los arrancó con su mano,

gracias Sr. de Mackau”

Sí, tiene razón Mitre; hay que agradecer al Sr. de Mackau y al “inmundo tirano”, porque si hubiera sido por él y todo los que se encontraban refugiados en Montevideo, hoy la isla Martín García no hubiera sido ya nuestra.

Referencia

(1) Saldías, Adolfo – Los aliados contra Rosas

Fuente

Castello, Antonio Emilio – La Isla Histórica

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Puentes, Gabriel – La intervención francesa en el Río de la Plata – Ed. Theoria, Buenos Aires (1958).

Revista Todo es Historia –Año V, Nº 56, Diciembre de 1971.

Rosa, José María – Todo es Historia, Nº 50

Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. Cenit, Buenos Aires (1958).

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