Ramírez traiciona al Protector

Traslado de los restos de José Gervasio de Artigas

Manuel de Sarratea era uno de los más antiguos e irreconciliables enemigos de José Gervasio de Artigas.  López atribuye a este personaje “procedimientos desparpajados y moralidad poco seguras” además de “viveza pervertida”, “principios morales poco delicados”, “extraña mezcla de buen carácter y de cinismo, de habilidad y desvergüenza”.  Y agrega: “Trapalón y entremedio, como decía Tomás M. de Anchorena, y movido siempre por una incorregible afición a las tretas y manejos embrollados, no era tan malo que pudiera ser tenido por un malvado de talla para despotizar por la fuerza y por la sangre, ni por peligroso siquiera fuera de los enjuagues y escamoteos que lo hacían despreciable más bien que perverso”. (1)

Con tal gobernador es que los lugartenientes de Artigas celebraron el Tratado del Pilar.  Dicho convenio violaba las órdenes expresas del Protector, pues se limitaba a formular una platónica expresión de deseos en lo tocante a la ocupación portuguesa del territorio patrio, cuya reivindicación por las armas quedaba librada a la buena voluntad de Buenos Aires, justamente la provincia cuyos intereses le habían dictado facilitar dicha ocupación extranjera.  No se trataba de ceguera diplomática de los lugartenientes de Artigas, como podría suponerse, sino la puesta en práctica de una política que se revelaría fatal durante mucho tiempo.  La traición de Francisco Ramírez hacia Artigas, de López hacia Ramírez, de López hacia Quiroga, de Urquiza al partido federal luego, compendiaban la defección de los intereses litorales a la causa global del Interior y de la unidad nacional.  Esta defección encontraba su más profundo fundamento en el carácter librecambista de la política económica que dictaban a Entre Ríos y Santa Fe sus producciones exportables, similar en este aspecto a la provincia de Buenos Aires.  Sus divergencias con la burguesía porteña radicaban en que esta última monopolizaba el puerto y cerraba los ríos interiores a la navegación comercial extranjera, exigida por dichas provincias y acaparada por Buenos Aires.  Esta última –durante todo el período de Juan Manuel de Rosas- amansó a los caudillos litorales con dádivas, ganado y otras concesiones, para separarlas de las provincias mediterráneas; si bien es cierto que éstas eran el refugio del espíritu federal nacionalista, eran fatalmente incapaces de oponer una fuerza económica y militar suficiente para levantar ejércitos y poner fin al monopolio de Buenos Aires.  Ramírez, López y Urquiza serían los pequeños caudillos del localismo, el “federalismo” aldeano agonizante después de la ruina del Protector del los Pueblos Libres.

Los documentos son abrumadores a este respecto: Pancho Ramírez pacta con Buenos Aires después de Cepeda el 23 de febrero de 1820, a espaldas de Artigas, que se retiraba diezmado de la batalla de Tacuarembó, pero resuelto a reiniciar la lucha.  Cuatro días más tarde, desde las orillas de la ciudad porteña, el fiel lugarteniente Ramírez se dirige afectuosamente al Protector, adjuntándole el texto del Tratado: “asegurándole que la alegría de este pueblo y su reconocimiento hacia el autor de tantos bienes es inexplicable”. (2)

Pero cuarenta y ocho horas más tarde, el 29 de febrero el mismo Ramírez exponía en un oficio “reservado” el plan de traición a su amado jefe.  Dirigiéndose a su medio hermano Ricardo López Jordán y en su ausencia Gobernador interino de Entre Ríos, le ordenaba confidencialmente que “procure entablar relaciones amistosas con el general Rivera, con el gobernador de Corrientes, etc.”.  En otros términos, los caudillejos menores se disponían a distribuirse las satrapías locales del poder federal: uno, pactando con los portugueses, el otro, con Buenos Aires.  En el mismo oficio “reservado” Ramírez confiesa el influjo que en Entre Ríos conservaba Artigas y expresa sus temores:

“Usted conoce las aspiraciones del General Artigas y el partido que tiene en nuestra Provincia: su presencia aún después de los continuos desgraciados sucesos de la Banda Oriental podrían influir contra la tranquilidad.  Procure V. por cuantos medios aconseje la prudencia conservar en el ejército los auxiliares de Corrientes atrayéndolos, pagándolos y haciéndoles ver se les lleva al sacrificio por una guerra civil, cuando quedando en nuestras banderas todo será paz y trabajar por la verdadera causa”. (3)

Después de Cepeda, Ramírez, presa de inquietud por la previsible reacción del Protector de los Pueblos Libres, maniobra con la burguesía porteña para conseguir armas en pago de su inminente ruptura con Artigas.  En una carta, también “reservada”, que dirige al chileno José Miguel Carrera, expone sin disimulos la situación:

“En estos momentos sin tener recursos ningunos, cómo quiere V. que yo me oponga al parecer de Artigas cuando estoy solo y que él ya debe haber ganado la Provincia de Corrientes, como estoy cierto que la lleva a donde él quiere.  Nada digo de Misiones porque son con él”. (4)

Aludiendo a la apatía del gauchaje por su política de acuerdo con Buenos Aires y de renuncia a la guerra con Portugal, Ramírez agrega estas palabras significativas:

“¿Cómo podré persuadir a los paisanos ni convencerlos en ninguna manera?  Cuando los elementos precisos para la empresa fuesen el algún tanto proporcionados al número que yo solicité (a Buenos Aires) podría convencerlos; por lo de lo contrario, seré con el voto general de aquellos que sólo se conforman con la declaratoria de guerra a los portugueses”.

Ramírez concluye su nota “reservada” confesando su capitulación ante la burguesía porteña:

“No he anoticiado a la provincia del auxilio que se nos presta, porque me abochorno, y tal vez causaría una exaltación general en los paisanos”. (5)

Se comprende el carácter reservado de semejantes testimonios.  En estos documentos fundamentales se encuentran los hechos irrefutables que rodean el hundimiento de la Federación artiguista.  Ramírez se dirigía a Sarratea el 13 de marzo, reclamando humildemente los “auxilios” que en virtud del acuerdo secreto firmado al mismo tiempo que el Tratado del Pilar, debía proporcionar la burguesía porteña al incorruptible teniente de Artigas.

Recordaba el carácter secreto de este convenio por el cual se entregarían a las tropas de “mi mando en remuneración de sus servicios e indemnización de gastos en la cooperación que había prestado para deponer la facción realista que tenía oprimido el país el auxilio de quinientos fusiles, quinientos sables, veinticinco quintales de pólvora, cincuenta quintales de plomo, que se repetiría según las necesidades que tuviese el ejército; teniéndose en consideración para este suplemento el interés propio de esta Ciudad como de todas las demás Provincias de la federación en mantener la libertad del territorio de Entre Ríos…”.  Añadía: “En este concepto me veo precisado a suplicar a V. S. como lo hago, tenga bien en las circunstancias dar alguna extensión a aquel tratado y facilitarme un auxilio capaz de subvenir a los primeros objetos que nos propusimos.  Yo quedaría satisfecho con que se doblase el número y municiones que debieron dárseme la primera vez y que se diese a la tropa un vestuario y una corta gratificación al arbitrio de V. S. dando para ello las disposiciones más propias que estén a su alcance pues no espero más para retirarme”. (6)

Quince días más tarde, las gestiones parecen haber tenido éxito y las armas y recursos del Puerto se ponen al servicio de Ramírez para enfrentar al Protector, y garantizar la “libertad de Entre Ríos”, es decir, su localismo y, en consecuencia, su dependencia de Buenos Aires.  El 28 de marzo, desde Pilar, Ramírez, escribe a Carrera:

“El estado de cosas en mi provincia no puede ser peor, pues D. José Artigas no pasa por los tratados ni deja de mirar la opinión de los habitantes de ella para atraerlos a su partido…  Por otra parte V. me dice que el armamento está seguro por la combinación de Monteverde y sabe que con esto ya puedo hablar a Artigas como debo”.

Con la ayuda porteña, Ramírez podría, al fin, hablar con Artigas “como debía”.  La intriga estaba a punto de consumarse trágicamente.  Pocos días más tarde Artigas escribe a Ramírez, le recuerda su situación de dependencia hacia él y lo acusa de haberse entregado con el Tratado del Pilar a la facción porteña.  Califica al Tratado de “inicuo” y la firma de Ramírez al pie del documento prueba su apostasía y traición”.  Y agrega:

“Recuerde que V. S. mismo reprendió y amenazó a don Estanislao López, gobernador de Santa Fe por haberse atrevido a tratar con el general Belgrano sin autorización suya y que hizo anular esos tratados, lo que prueba que tratando ahora V. S. con Buenos Aires sin autorización mía que soy el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres, ha cometido V. S. mismo acto de insubordinación que no le consintió al gobernador López; y eso que V. S. tenía entonces y tiene ahora menos jerarquía en el mando y en la confianza de los Pueblos Libres de la que tengo yo… V. S. ha tenido tan insolente avilantez de detener en la Bajada los fusiles que remití a Corrientes.  Este acto injustificable es propio solamente de aquel que habiéndose entregado en cuerpo y alma a la facción de los pueyrredonistas, procura ahora privar de sus armas a los pueblos libres para que no puedan defenderse del portugués…”.  Artigas concluía su nota definiendo el contenido del Tratado de Pilar: “Y no es menor crimen haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal y entregando fuerzas suficientes para que el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres pudiese llevar a cabo esa guerra y arrojar del país al enemigo aborrecido que trata de conquistarlo.  Esa es la peor y más horrorosa de las traiciones de V. S.” (7)

Con las armas porteñas en su poder, Ramírez eleva el tono ante Artigas y desnuda el fondo de su política:

“¿Por qué extraña V. S. que no se declarase la guerra al Portugal?… ¿Qué interés hay en hacer esa guerra ahora mismo y en hacerla abiertamente?  ¿O cree V. S. que por restituirle una Provincia que se ha perdido han de exponerse todas las demás con inoportunidad”. (8)

En esa mera enunciación, y pese a la retórica “federal” de sus proclamas, Ramírez anticipaba la traición de Urquiza, que no mezquinó el cintillo rojo después de Caseros, pero que libró al hierro porteño las provincias federales.

Que la política antiartiguista de Ramírez era lisa y llanamente una traición a la causa de la unidad nacional, termina de probarlo acabadamente una nota de Fructuoso Rivera, escrita desde Montevideo el 5 de junio de 1820.  De traidor a traidor, el diálogo entre el oriental aportuguesado y el entrerriano aporteñado alcanza una asombrosa claridad retrospectiva.  Le pide a Ramírez la devolución de algunos oficiales portugueses en su poder y la “reposición del comercio”.  Añade Don Frutos que tales actos demostrarían por parte de Ramírez la: “extremosa afección a la Provincia a su mando.  Cooperarán a esto último con todo su poder las fuerzas de mar portuguesas cuyo Jefe tiene las competentes órdenes para ponerse a disposición de V. cuando lo crea necesario.  Más para que el restablecimiento del comercio tan deseado, no sea turbado en lo sucesivo es de necesidad disolver las fuerzas del general Artigas, principio de donde emanarán los bienes generales, y particulares de todas las provincias, al mismo tiempo que será salvada la humanidad de su más sanguinario perseguidor”. (9)

El choque entre las fuerzas de Artigas y Ramírez se produjo el 24 de junio en Las Tunas.  Artigas fue aniquilado: el epílogo es rigurosamente homérico.  Poseído de un miedo sobrecogedor al prestigio de Artigas, el caudillo Ramírez inicia una persecución inexorable del Protector para impedir que rehaga sus fuerzas en la huida.  Rodeado de un puñado de oficiales e indios, Artigas es obligado a luchar cada día: el 17 en la costa de Gualeguay; el 22 en las puntas del Yuquery; y así sucesivamente.  ¿En qué fundaba Ramírez su temor ante su jefe fugitivo, rodeado tan sólo de una docena de hombres?  En el hecho de que sólo el nombre de Artigas levantaba en masa al paisanaje de las provincias que atravesaba en su retirada.  Ramírez sabía muy bien que si le otorgaba dos semanas de tiempo, Artigas pondría de pie un nuevo ejército.  La persecución tenía el objetivo preciso de eliminar a Artigas u obligarle a abandonar el territorio de las provincias.  Las tropas improvisadas en esa marcha forzada hacia el interior eran desechas hora por hora por Ramírez antes que pudieran armarse y luchar.  Desde el Paraná hasta la frontera paraguaya transcurre esa lucha donde Artigas se desangra y con él la esperanza postrera de la Patria Grande.  En el umbral de la Provincia gobernada por el Dr. Francia, jaqueado, traicionado y vencido, Artigas mira por última vez la escena y entra a galope a la larga prisión guaraní.  Muchos años más tarde, cuando la Banda Oriental se transforma por la presión británica en la República del Uruguay, el viejo Protector de los Pueblos Libres dirá: “Ya no tengo patria”.  Ese era todo su secreto.  La patria se había perdido en la balcanización y con Artigas desaparecerían simultáneamente los unificadores: Bolívar y San Martín.

Francisco Ramírez había traicionado a su jefe; pero, ¿cómo había podido vencerlo?  Mitre y Vicente Fidel López, feroces antiartiguistas, no lo ocultan en sus obras.  Por las estipulaciones secretas anexas al Tratado del Pilar, sabemos que Buenos Aires había entregado armamento a Ramírez para resistir a Artigas.  Pero no lo sabemos todo a ese respecto, Ramírez triunfó sobre los gauchos mal armados que seguían a Artigas “gracias al concurso de un piquete de artillería de seis piezas y un batallón de trescientos veinte cívicos que estaban a las órdenes del comandante Lucio Mansilla”. (10)

Agreguemos que Lucio Norberto Mansilla era porteño y estaba a las órdenes de Ramírez por autorización expresa del gobernador de Buenos Aires, Manuel de Sarratea; que el tesoro de Buenos Aires, quedó exhausto, que se le entregaron 250.000 pesos a Ramírez para elevar el espíritu de su tropa; que los vestuarios de la ciudad porteña fueron vaciados para los soldados de Ramírez, con lo que éste quedó dueño del Paraná y  pudo jaquear a Artigas.

He aquí a Ramírez dueño del Litoral, en apariencia, ebrio de poder.  El vástago entrerriano del Protector, abandona en seguida la concepción confederal y nacional para proclamar la República de Entre Ríos.  Intenta edificar la misma insularidad que Urquiza creará más tarde, indiferente al destino de las provincias federales.  Pero desaparecido Artigas, Buenos Aires ejecuta la segunda maniobra: Había empleado la traición de Ramírez para eliminar al Protector; ahora utilizará a Estanislao López para desembarazarse de Ramírez.  En efecto, al negarse a cumplir Buenos Aires las estipulaciones del Tratado del Pilar que beneficiaban a las provincias litorales, se reinicia una crisis entre ambos sectores.  El poder excesivo que con la derrota de Artigas había alcanzado Ramírez en Entre Ríos y Corrientes, mueve a la burguesía porteña a pactar nuevamente con Estanislao López, dejando a un lado las aspiraciones entrerrianas.  Esta defección de López del frente común, lleva a Ramírez a amenazarlo con la invasión de Santa Fe.  Se repite en este caso la intriga porteña contra Artigas.

A espaldas de Ramírez, Estanislao López firma con el nuevo gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, el Tratado de Benegas: en pago de su gesto por levantar el cerco de Buenos Aires y traicionar a Ramírez, el otro teniente artiguista recibía una compensación de 25.000 cabezas de ganado.  Fue el estanciero Juan Manuel de Rosas quien intervino en la negociación para domesticar al caudillo de Santa Fe, revelando desde sus comienzos singulares condiciones de político.

Era el Litoral librecambista e impotente quien inclinaba sus armas en el Tratado de Benegas.  López reclama entonces la ayuda ofrecida por Buenos Aires para enfrentar a Ramírez.  El coronel Lamadrid parte de la ciudad porteña con 1.900 soldados para apoyar a López.  Las fuerzas coaligadas de Santa Fe y Buenos Aires deshacen al Supremo Entrerriano –que tal era el nombre orgullosamente asumido por el antiguo oficial de Artigas-.  Al cabo de una despiadada persecución, Ramírez cae, al intentar salvar a su compañera Delfina, hermosa porteña que cabalgaba junto a él en sus campañas; la muerte caballeresca se corona con el degüello.  Sus vencedores cortan la cabeza del caudillo y la envían a Estanislao López.  El gobernador de Santa Fe escribió a su congénere de Buenos Aires: “La heroica Santa Fe, ayudada por el Alto y aliadas provincias, ha cortado en guerra franca la cabeza del Holofernes americano”.  López, “envolvió la cabeza en un cuero de carnero y lo despachó a Santa Fe, con orden de que se colocara en la Iglesia Matriz, encerrada en una jaula de hierro”. (11)

La estrategia del Puerto de Buenos Aires se realizaba con el sistema de las complicidades sucesivas.  El más grande caudillo argentino meditaba en la selva la quimera de su Nación infortunada.

Referencias

(1) Eduardo Acevedo – José Artigas – Ed. Barreiro y Ramos, página 888, Montevideo (1933).

(2) Reyes Abadie, Bruschera, Melongo – El cielo artiguista.  Documentos de historia nacional y americana.  Ed. Medina, Tomo I, página 591, Montevideo (1951).

(3) Ib., página 592.

(4) Ib., página 593.

(5) Ib., página 594.

(6) Ib., página 598.

(7) Ib., página 613.

(8) Ib., página 619.

(9) Ib., página 622.

(10) Eduardo Acevedo, Ob. Cit., página 902.

(11) Eduardo Acevedo, Ob. Cit., página 904.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Portal www.revisionistas.com.ar

Ramos, Jorge Abelardo – Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, Las Masas y las Lanzas (1810-1862), 2ª edición, Buenos Aires (2006).

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