La Revolución de Mayo y la Iglesia

Plaza de la Victoria y Catedral de Buenos Aires

Sobre la intromisión de algunos clérigos en los movimientos de Mayo, se ha escrito bastante: Rómulo D. Carbia, Guillermo Furlong, Rubén Vargas Ugarte… y en todos se nota una timidez por aparecer antipatriotas, si sostienen que lo mejor del clero nada tuvo que ver con la revolución, sino más bien, estuvo en contra.  Y menos aún parecieran atreverse a sostener que el clero español en América y aún el americano, cumplió fielmente su juramento de evangelizar, al margen de los acontecimientos políticos.  Pero los liberales, historiadores o no, quieren adueñarse de la historia patria y retorcerla de tal manera que se acomode a sus ideas de patria, nacionalidad, política, etc.  A ellos oponen una verdad desteñida, sin vigor, solicitando más bien permiso para entrar conjuntamente con ellos, quienes tienen mil veces más derecho, más razón y más legitimidad.  Pero para ello, para la historia rosa, hay que acudir, no a los mártires evangelizadores de América, a los que se introdujeron en el desierto y en la selva, llevando una Cruz y un Evangelio, a los que fundaron escuelas, enseñaron el alfabeto a nuestros padres y el buen vivir; los que verdaderamente adoctrinaron la libertad sostenida en la dignidad; los que desde las aulas de las universidades (1) instruían, con pocas materias, pero mucho estudio y mucho saber, sobre la doctrina del Padre Suárez, que fundamentaba en las mentes y conciencias americanas, la libertad para gobernarse.

“La doctrina referente al origen de la autoridad enseñada por Suárez y por la inmensa mayoría de los pensadores rioplatenses, así antes como después de 1767, se puede resumir en estas cláusulas:

“1) A ninguna persona, física o moral, le viene inmediatamente de Dios la potestad civil, por naturaleza o por donación graciosa;

“2) Es mediante el pueblo que le viene al gobernante la autoridad;

“3) El pueblo la otorga, por su libre consentimiento, derivándose de allí los títulos legítimos de gobierno;

“4) Al hacer esa donación o traspaso, hay limitaciones en el poder, así por parte del gobernante que la recibe, y no puede usar de ella a su antojo, como por parte del pueblo que la confiere, quien ya no puede reasumirla a su capricho”. (2)

Mientras las Catalinas eran atropelladas por los herejes ingleses invasores, el prior dominico, fray Ignacio Grela y el obispo Lué, hacían política mundana, al congraciarse con el enemigo, aplaudiéndolos desde el púlpito. (3)  Los clérigos españoles venían a América con el juramento de evangelizar a los indígenas, impartir la fe, enseñar.  Adocenados en los conventos porteños, guiados por la ambición, causaron graves daños a la Iglesia, como la acción del Deán Funes que despojó a la Iglesia de autoridad para nombrar libremente, sin interferencias del Estado, a sus obispos. (4)  En esos conventos, en los que el ocio había cumplido su acción desmoralizadora, se vieron detestables ejemplos relatados por Carbia: “los (clérigos) descontentos creyeron llegada la hora de la venganza… y las quejas contra lo que llamaban injusticias de los superiores llovieron al gobierno…” “… se presentaron varios (frailes) a la Junta acusando al provincial ausente de que los quería desterrar por el solo delito de ser patriotas…”.  “Y los pedidos de prebendas siguieron a los juramentos de fidelidad a la Junta…” “…En esa última fecha, el gobierno solicitó la suspensión de los eclesiásticos americanos enemigos de la libertad, o indiferentes, y en cumplimiento de este pedido, la curia de Buenos Aires, después de consultar la medida con veinte consejeros, procedió a retirar la licencia para confesar a 17 sacerdotes y amonestó a 5, por parecerles “sospechosos e indiferentes al sagrado sistema de nuestra libertad civil…”  “Lo que pasaba en el claustro franciscano nos lo revela una nota del provincial fray Cayetano Rodríguez, en la que dice al gobierno que ciertos religiosos, traspasando las leyes de la caridad, de la moderación y del respeto, y abusando enormemente del sagrado nombre de patriotas se han propuesto desplegar sus desarregladas pasiones y atropellar a sus hermanos…” “…agrega que los actos conventuales, en el templo y en todas partes les hieren con expresiones indecorosas e insultantes, y que todo ello lo ejecutan con el convencimiento de que siempre tendrán a la Junta gubernativa de su parte…”.  En el mismo convento, una reunión de frailes terminó en “un cordial escándalo nocturno.  En él hubo tiros, palos, tentativas de incendio y un herido grave, el hermano portero, fray Antonio Palavecino, a quien los revoltosos molieron a palos”. (5)

Es evidente que, fuera de las ambiciones personales, las prebendas, o el obispado para Funes, rogado en forma humillante, los clérigos no tenían ninguna argumentación revolucionaria.  No podían argüir frente a España ningún agravio contra la fe.  Sólo se hicieron eco de lo que en los civiles era aspiración legítima y plausible: el ser gobernados por criollos.  El voto de obediencia los ligaba no a una nacionalidad determinada, sino a una disciplina que estaba por encima de todas las nacionalidades.  No podían tampoco plegarse al movimiento cuyos límites eran absolutamente civiles, y que en lo religioso nada innovaba, y en el que los aprontes revolucionarios de algunos exaltados, tipo Castelli o Monteagudo, no se podía esperar sino el rechazo de los hombres de Iglesia, como realmente sucedió en las provincias del Norte.  Tampoco podían los clérigos, por sus votos, compartir el plan de terror que desde Buenos Aires amenazó con cubrir de sangre la tierra americana: “Con los enemigos declarados y conocidos, se debe adoptar la conducta más cruel y sanguinaria: la menor especie debe ser castigada…” “…la menor semi prueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital”, rezaba en sus disposiciones el Plan Secreto de Mariano Moreno.  Y en virtud de estas disposiciones y para demostrar que no era letra muerta, la Junta disponía el 28 de julio que, “sean arcabuceados don Santiago de Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, Obispo de Córdoba, don Victoriano Rodríguez, el coronel Allende y el oficial real don Jorge Moreno”, agregando: “en el momento en que sean pillados, sean cuales fueren las circunstancias, se efectuará esta resolución sin dar lugar a momentos que proporcionen ruego y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden…”.

Castelli, como se sabe, fue helado verdugo para los cisneristas; y, por orden de Moreno, 50 soldados ingleses que habían quedado en el país desde las invasiones –vengadores póstumos de Beresford-, los ejecutores materiales del decreto terminante”. (6)

Este plan, para el que se necesitó ingleses como ejecutores, la literatura del terror, inspirada en la famosa revolución francesa, trajeron desprestigio a la revolución, impopularidad y hostilidad, como quedó demostrado por el desastre de la expedición al Alto Perú. (7)

Monteagudo, disfrazado grotescamente de sacerdote, blasfemando de la muerte “como un largo sueño”, en un púlpito salteño y la inmoralidad y desorden de los campamentos de Castelli, en Huaqui, eran prolongación de aquel puñado de matones asalariados, que, con el nombre de “Legión Infernal” habían amedrentado a los porteños en la misma Plaza de la Victoria.

Que muy pocos sacerdotes compartieran este espíritu de terror, y que no siguieran este desventurado camino de desastres, lejos de herir a la Iglesia argentina en sus antecedentes patrióticos, la honra.  La Iglesia seguía siendo depositaria del orden, de las buenas costumbres, de la fe, pese al desorden imperante en los conventos de frailes ociosos e intrigantes de Buenos Aires.

Cuando la llamada “revolución” comienza a amenazar a la sociedad rioplatense con el antagonismo de tradicionalistas y moderados, y los extremistas utilitarios, que usaban soldadesca inglesa y ofrecían la nación naciente al “apoyo” inglés, la voz de un sacerdote, desde el púlpito de la catedral, cumplía con su misión sagrada advirtiendo al país, al gobierno, a los ambiciosos… “no se fecunden pues, y crezcan en nuestros corazones esas malditas y perniciosas simientes de división –apostrofa Diego de Zavaleta el día 30 de julio-, y yo me atrevo a aseguraros que viviréis tranquilos y que ningún enemigo se atreverá a pisar nuestras venturosas playas; porque sabe el mundo que los hijos y habitantes de Buenos Aires reunidos, saben defender sus derechos; y que no es fácil insultar impunemente a los vencedores del 12 de agosto de 1806 y el 5 de julio de 1807”. (8)

Que el clero tuviera mayor participación de la que se debía esperar en los acontecimientos que comienzan a agitar el continente, es ya verdad excesivamente divulgada.  Quizás, sin embargo, y atentos a la reiteración de actitudes poco compatibles con los juramentos y votos, no sea loable investigar tanto sobre la participación de clérigos en la vida política argentina, sino más bien buscar e ilustrar sobre los que cumplieron siempre con sus juramentos, dedicaron sus vidas al Evangelio y dejaron a los civiles la ardua tarea de componer y descomponer la máquina del Estado.

Muchos males sufre la patria por tantos clérigos que se tientan con la fácil fortuna de ingresar a la historia por el amplio camino de la conspiración, y que no dudan en poner la imagen de Cristo sobre tanques y metrallas que apuntan a sus conciudadanos.  De esta participación sólo nace descreimiento, frialdad religiosa, pérdida de fe.

Mal papel el de Cristo esgrimido sobre soldadesca ensordecida dueña del poder, depositaria de la verdad, de la justicia, de la razón, del bien.  El fusil en manos consagradas, la prédica del odio, la división entre los hermanos, no es camino para la gloria del clero argentino, sino la del sacrificio de un Brochero, o el camino angelical de Francisco Solano, con un violín evangelizador.

Referencias

(1) La Revolución de Mayo – Club de Lectores, página 23: “Los trescientos colegios repartidos por todo el continente… alimentaban a las 33 Universidades que, en América, se fundaron durante aquellos “terribles” años de oscurantismo.  Treinta y tres universidades para 15 millones de habitantes, incluyendo en esta cifra a blancos y negros, criollos y mestizos, es un hecho que razonablemente nos ha de hacer pensar, ya que hoy la América Hispana para 170 millones de blancos no tiene ni 50 Universidades, como anota Guillermo Furlong”.

(2) Guillermo Furlong.

(3) Rómulo D. Carbia – La Revolución de Mayo y la Iglesia, página 17.

(4) Avelino Ignacio Gómez Ferreyra, S. J. Prólogo al libro de Carbia.

(5) R. D. Carbia, O. cit., página 40 y siguientes.

(6) Federico Ibarguren

(7) Juan Carlos Bassi – La Expedición al Alto Perú, Historia de la Confederación Argentina, Tomo V, página 167 y siguientes.

(8) Federico Ibarguren.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Foz, Santos – Clero y Revolución

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Revista Histórica – Instituto de Estudios Históricos y Sociales Argentinos “Alejandro Heredia”, Tucumán (1960).

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