Mansión de Invierno

Mansión de Invierno, Empedrado, Pcia. de Corrientes

“El pueblo de Empedrado fue fundado en 1826.  Está situado a 16 leguas de Corrientes, a los 27 1/2 grados de longitud sur y 60 3/4 longitud oeste de París, sobre una elevación a las orillas del Paraná, y una posición magnífica del lado del poniente, la vista se extiende con placer sobre las aguas de este río, uno de los más hermosos y mayores del mundo, entrecortado en su marcha majestuosa por islas cubiertas de una vegetación poderosa, para ir a perderse al fin de los inmensos bosques del chaco” (Apuntes de Viajes publicados por Pablo Casseau en 1857).

Los orígenes de este pueblo se remontan a la época de la conquista, pocos años después de la fundación de San Juan de Vera de las Siete Corrientes por el Adelantado del Río de la Plata., don Juan Torres de Vera y Aragón, cuando los españoles establecen las reducciones denominadas “Virgen de la Candelaria de Ahoma” y “Santiago Sánchez”.  Dichos asentamientos fueron destruidos en varias ocasiones por los indios del Chaco y vueltos a reconstruir, hasta que los frailes mercedarios se establecen con un estanzuela sobre el arroyo Santiago Sánchez, llamado luego del Empedrado, en virtud de haberse hecho un camino con piedras que facilitaba el tránsito entre la estancia y el curso de agua.  Más tarde, pasó a ser la denominación del poblado y también del departamento.

En 1873 se produjo el acontecimiento religioso que dio lugar al nombre del patrono del lugar: el Señor Hallado.  Cuenta la tradición que pasa por ahí el peregrino Felipe Olivera quién iba a pie hasta el santuario de la Virgen de Itatí a cumplir una promesa y extenuado por el gran esfuerzo se echo a descansar bajo la acogedora sombra de un árbol.  Grande sería su sorpresa al despertarse y observar un crucifijo colgado de las ramas.  En el convencimiento de que estaban en presencia de un milagro, los vecinos erigieron una capilla en su honor, donde es objeto de veneración hasta su traslado definitivo al templo local.  Empedrado comprende una zona privilegiada por la naturaleza con litoral de 45 kilómetros sobre el río Paraná.  En ese marco de agreste belleza caracterizado por elevadas barrancas erosionadas y espaciosas playas, se edificó tiempo atrás una ciudad de invierno llamada a constituirse en atrayente centro turístico del gran mundo.  De aquella ambiciosa iniciativa, empero, no quedó nada en pie.  Solamente restos informes reveladores del pasado esplendor y una historia que más parece obra de la fantasía.  Las ruinas del soberbio palacete estilo “belle époque”, son mudos testimonios de un proyecto fallido en los prósperos años de la anteguerra.

El capítulo inicial de la siguiente historia fue escrito por un animoso grupo de visionarios, aunque pocos afortunados hombres de empresa, el 7 de agosto de 1909.  En esa fecha, la Honorable Legislatura de la provincia de Corrientes, sanciona la ley que autoriza al Dr. Andrés A. Demarchi para construir una ciudad invernal en algún sitio sobre las costas del río Paraná.  El concesionario se comprometía a edificar un hotel con capacidad para 150 pasajeros, provisto con salones de lectura, conferencias y bailes; muelles sobre el río e instalaciones para bañistas; un casino para todo juego similar a los que funcionan en Europa; “field” para practicar deportes; hipódromo; un teatro-salón para representaciones teatrales y una escuela capaz de albergar en sus aulas a cien alumnos.  El cuerpo legal preveía, además, la instalación del servicio de luz eléctrica en el recinto en que se levanten las construcciones.  Los artículos precedentes disponen que deberán lotearse los terrenos laterales en parcelas de una cuadra, separadas por una calle de 15 metros de ancho, con reserva de la parte necesaria para plazas y edificios públicos que serán donados a la provincia previa aprobación de los planos por el Poder Ejecutivo.  Correrá por cuenta de la empresa el sostenimiento y conservación de la escuela, bajo superintendencia del Consejo Superior de Educación, conviniendo finalmente que de las utilidades producidas por el casino y lugares destinados a diversiones, entregarán el 5 % al mencionado Consejo y una suma idéntica al municipio de la localidad.

La concesión era por 35 años, no pudiendo acordarse otra análoga durante ese lapso, hallándose eximidos de impuestos fiscales y municipales por el término fijado.  Los trabajos tenían que iniciarse dentro de los 6 meses de sancionada la ley y quedar terminados dentro de los 2 años a contar de la misma fecha, aunque en caso de fuerza mayor el Poder Ejecutivo podía prorrogar el plazo por 6 meses y 1 año, respectivamente.  La falta del cumplimiento a lo preceptuado hacía caducar la concesión, pasando al patrimonio provincial los terrenos y construcciones en el estado que se encuentren.  El artículo 12 otorgaba al titular la prerrogativa de transferir la concesión otorgada.

Durante al período transcurrido hasta la promulgación de dicha ley, por un sindicato de capitalistas porteños se crea la sociedad civil “Ciudad de Invierno”, que funciona en ese carácter hasta el 28 de octubre de 1911.  En la oportunidad y con el correspondiente decreto, se transforma en sociedad anónima, conservando la denominación inicial.  Una vez constituida, el Dr. Demarchi -médico afincado en Corrientes tras prolongada estadía en Montevideo, donde estrenara varias piezas teatrales de su autoría- transfiere la concesión a “Ciudad de Invierno S.A.” cuyo primer directorio estaba integrado de la siguiente manera.

Presidente: Dr. Pedro O. Luro; Vicepresidente: Dr. Manuel J. Cordiviola; Dr. Tomás E. de Anchorena, Dr. Miguel G. Méndez y don Gregorio de Laferrére (auto de las obras de teatro “Locos de Verano” y “Las de Barranco”).  Suplentes: Dr. Nicolás A. Avellaneda, Sres. Martín Iráizos y Manuel E. Erausquín.  Síndico Titular: don Orestes Vallejos.  Suplente: don José E. Errecaborde.

El capital social ascendía a la suma de $ 2.000.000 moneda nacional, divididos en 20.000 acciones de $ 100 m/n cada una suscripta en su totalidad por 65 accionistas, entre quienes figuran los nombrados Luro, de Laferrére, Avellaneda, de Anchorena, Dr. Javier Pavilla, Angle Gallardo, P. Llambí Campbell, José F. Uriburu, Ataliva Roca (h), Julio Doblas, Dr. Benjamín T. Solari, Dr. César González Segura, Dr. Félix U. Camet, Dr. Marcelino Mezquita, Dr. Alejandro J. Paz, Agustina Luro de Sansinena, Dr. Alberto Peuser, Dr. Luis Agote, Ing. Atanasio Iturbe, Miguel Camuyrano, María Luro de Chevalier, Manuel Güiraldex, Dr. Benito Villanueva, Carlos Tomkinson y Dr. Manuel B. Gonnet, entre otros.

Concluidas las formalidades previas, comienza la búsqueda del sitio donde se levantará la colosal obra arquitectónica.  Luego de exhaustivos estudios eligen el departamento de Empedrado, con una temperatura suave y regular, de clima subtropical, cuya media invernal es de 16º y una humedad relativa en el punto necesario para las funciones normales del organismo humano, reuniendo en tal sentido las condiciones exigidas por el sabio profesor Kisch.  Además la salubridad de la oblación es excelente, favorecida por el gran número de días de sol brillante, en los cuales la atmósfera límpida y transparente hacen grata la sensación de vida.  En cuanto a sus escenarios naturales, aquello se asemeja al paraíso.

Con esa finalidad adquieren una fracción de campo de 3.141 hectáreas, a la firma “Bartolomé Lotero y Hno”, ubicada frente al lugar más ancho del río, que allí tiene 7 kilómetros de una costa a la otra.  El majestuoso Paraná describe en el contorno curvas inmensas, entre 14 islas de distintas dimensiones cubiertas por bosquecillos y formando un archipiélago.  La confección de los planos respectivos se encomendó a dos célebres profesionales, los Ing. Valentín Virasoro y Carlos Tahys, éste último creador de los bosques de Palermo, Capital Federal.  La futura mansión constaba de 158 manzanas, 197 quintas y 24 chacras dispuestas en forma concéntricas, teniendo como núcleo principal al hotel Continental, casino y salones de fiestas.

Aceleradamente va delineándose el muelle propio, previo dragado del río para facilitar la descarga de materiales procedentes de Buenos Aires y Rosario, que comienzan a llegar transportados en barcos.  Según una gráfica expresión popular todo fue traído para la obra, exceptuando el agua y arena del Paraná y los ladrillos, fabricados en el vecino paraje “Canario Cué”.  Coincidiendo con los aprestos de una legión de operarios, visita la villa de Empedrado el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, quién viaja por Corrientes proyectando instalarse con la primera colonia arrocera en la provincia.  Maravillado por sus atractivos naturales, realiza una viva descripción de la zona:

“Cerca de Corrientes, en las riberas del Paraná los pueblos son jardines paradisíacos.  Apenas se distinguen los edificios.  De lejos solo se ve un gran bosque de naranjo cortado por calles y avenidas.  Tras un examen más atento se distinguen las blancas viviendas, bajo el ramaje de los árboles.  No se componen estos pueblos de casas con jardín, sino de jardines con casas.  La villa de Empedrado es uno de los lugares más hermosos de la América del Sur.  Algunos capitalistas de Buenos Aires, proyectan convertir este cálido paraíso en una estación invernal, equivalente a lo que es Mar del Plata en verano”.

A fines de 1910 empieza la formidable edificación, en la que intervienen cientos de técnicos y obreros.  Al mismo tiempo se proyectan las viviendas para policía y su prefectura, servicio de agua corrientes, usinas eléctricas y anexos para el alumbrado, pavimentación de las principales calles y cercados bajo tejido ornamental de todas las manzanas.  Para recreación de las personas establecidas transitoriamente o huéspedes, comienzan a ejecutarse el hipódromo, canchas de cricket, golf, lawntenis, fútbol y otros esparcimientos, bajo la competente dirección del experto Alex Phylp.  Rodeando al predio se traza un parque de 20 hectáreas, compuesto por vistosas plantas y quintas frutales, decorados con copias fieles de obras maestras de grandes artistas ejecutadas en mármoles, contribuyendo a la estética al par que ofrecen detalles del refinado buen gusto.

El apacible vecindario de Empedrado vive sus mejores horas, reflejadas en él desacostumbrado movimiento que se aprecian en sus calles arenosas.  Personalidades de la época adquieren parcelas en jurisdicción de la futura ciudad de invierno, convertida en el punto de mira de todo el país.  Para ilustrar al lector basta mencionar la nómina de los compradores más notorios: Dr. Rafael Herrera Vegas, María Unzué de Alvear, Dr. Julio Peña, Dr. Adolfo Blaquier, Dr. Martín Pereyra Iraola, Dr. Guillermo Udaondo, Dr. José E. Uriburu, Justa Varela de Laime, Dr. Sylla J. Monsegur, Ing. Horacio Bustos Morón, Dr. Ambrosio A. Nogués, Enrique Anchorena, Dr. Octavio Piñero Sorondo, Dr. Arturo Aberg Cobo, Dr. J. Juárez Celman, Laura L. de Bancalari, Alfredo y Adolfo Labougle.

Quienes no logran convertirse en propietarios dentro del perímetro de la mansión, debieron conformarse con terrenos en los ejidos del pueblo, como sucede con el destacado político socialista Nicolás Repeto, quién compra un solar al que bautiza “Villa Juana” donde pasará en lo sucesivo la temporada invernal su progenitora, a cuyo fallecimiento dona a la provincia con destino a la Escuela Nº 44.  Uno de los motivos que indujeron a esos visionarios a idear la magnífica edificación comenzaba a trocarse en palpable realidad, atrayendo al turismo de invierno hasta entonces orientado exclusivamente a Asunción del Paraguay, con el aliciente del prestigio que estaban adquiriendo en Mar del Plata y Córdoba en el panorama turístico local e internacional.

El hotel Continental constaba de 4 pisos y 2 subsuelos, unidos al casino por largo pasillo cubierto con vitreux que reflejaban luces coloreadas al interior, convertida en invernáculo de exóticas especies vegetales.  Rematado por una cúpula de bronce emplazada sobre la sala mayor, el casino ofrecía a los apostadores 12 meses de ruleta y bacarat, iluminadas por araña con 312 brazos de luces.  Todo el moblaje fue traído de París y conducido directamente a Empedrado en barcos de ultramar.  La cristalería era de Murano y las porcelanas de Florencia.  La dirección General del hotel recayó en “monsieur” Saint Andreé, quién ocupó idénticas funciones en la Regina Hotel de París, en “chef” de cocina perteneció al Carlton Hotel de Londres y el “maitre” del hotel Otto al Majestic de París.

La fastuosa velada inaugural se llevó a cabo el 29 de junio de 1914 congregando autoridades provinciales y lo más selecto de la sociedad argentina inclusive asistió un pintoresco marajhá.  Servidores de libreas doradas, alfombrados y costosos gobelinos, brindaban adecuado marco a las agraciadas damas y elegantes caballeros ataviados de rigurosa etiqueta.  Las bandas del Regimiento 9 de Policía de la Provincia y orquesta del maestro itálico Eneas Verardini, amenizaron el grato acontecimiento social hasta alta horas de la madrugada.  Yates y embarcaciones de diversos calados reflejando luces multicolores en las aguas conferíanle un aspecto principesco al soberbio palacete.  Dos automóviles Mercedes Benz -los primeros conocidos en Empedrado- atraían la curiosidad general, transportando invitados desde la parada del ferrocarril Nord-Este Argentino.

Los distintos medios de prensa se hicieron eco de la importancia que revestía la flamante mansión, convertida en pionera del turismo en la zona.  “Caras y caretas” afirma en julio de ese año: “La ciudad de invierno es la residencia invernal más bella y agradable de Sudamérica.  Para disfrutar de bienestar y salud, huyendo de frío húmedo y malsano de los centros urbanos”.  El diario “La Nación” de la misma fecha, se lee: “Por una combinación natural y de las menos frecuentes, la zona elegida reúne todas las condiciones exigidas como una estación invernal ideal, donde no hay que temer sobre todo, esos descensos de temperatura bruscos con días de nieve como en Niza, Pau y Canes”.

No obstante haber iniciado sus actividades bajo los mejores auspicios, la ciudad de invierno debió clausurar sus puertas permanentemente, antes de cumplir los tres meses de funcionamiento.  Se menciona como factor desencadenante del proceso al conflicto bélico mundial, sin descartarse el revés económico experimentado por los improvisados concesionarios, más inclinados a las letras y vida mundana que a los negocios.  Otros conjeturan que los deficientes medios de comunicación jugaron papel fundamental, restándole afluencia de público.  Lo único cierto, en definitiva, es que el maravilloso sueño tuvo desenlace triste e inexplicable.

Poco a poco el escenario de memorables celebraciones de la sociedad porteña y nobleza europea, iba perdiéndose en medio del abandono y espesa vegetación, ante la cómplice indiferencia de los gobernantes de turno y el propio pueblo de Empedrado, cuya apatía resulta sorprendente como si no tuviesen cabal noción de los episodios que sucedían con vertiginosa celeridad.  Pese a estar considerada la región como ideal para quienes deseaban pasar reparadoras vacaciones en contacto directo con la naturaleza pródiga, los empedradeños parecían resignarse a perder tan inmejorable oportunidad.  Por escritura pública del 20 de junio de 1917, “Ciudad de Invierno S.A.” dona al gobierno de Corrientes una superficie de 336 hectáreas, compuesta por calles, avenidas, plazas, hipódromo, desvíos del ferrocarril N.E.A. y lugares para edificios públicos.  Suscriben el documento de referencia el gobernador Dr. Mariano I. Loza, su ministro de gobierno, Dr. Justino I. Solari y el escribano de gobierno, don Silvano Dante.  Dicho inmueble fue cedido posteriormente al Instituto Inversor de la Provincia de Corrientes el 23 de mayo de 1952, durante la gestión gubernativa del general J. Filomeno Velasco, volviendo a ingresar al patrimonio de la provincia en virtud de la ley 1712 del 4 de octubre de ese mismo año, derogando la creación del aludido instituto.

Mientras permanece cerrada y expuesta al saqueo de cuantos visitan el lugar, se efectúan gestiones para la instalación de algún liceo militar o escuela de agricultura, sin lograr concretarse ambos proyectos.  En 1922 sus instalaciones sirven de albergue a tropas del ejército maniobrando por la zona y 2 años más tarde, encaran la creación de una granja experimental, correría igual suerte de anteriores emprendimientos.  También sirven sus otrora lujosos salones a manera de improvisados “studs” para caballos de carrera.  En tanto, las depredaciones y robos continuaban sucediéndose, sin que nadie se ocupara de ponerle coto, como si la suerte del edificio estuviera irremediablemente echada.

Enviado por la revista “Caras y Caretas” para hacer una nota procurando desentrañar el profundo misterio que envuelve a la mansión abandonada, viaja el periodista Juan José de Soiza Reilly.  Vivamente impresionado recorre todas las dependencias, fotografiándolas repetidas veces, se detiene ante la “galería de los suicidas” desde donde se arrojaban al vacío varias personas por deudas de juego y concluida su visita elogia sin retaceos la monumental obra arquitectónica.  Cuentan que sentándose en la escalinata exteriores para descansar del intenso trajín, arrojando al suelo su “canottier” exclamó rendido de admiración: “Créanme que visité toda Europa y solamente en algunos palacios vi estas magnificencias”.

Agobiados por el quebranto financiero, sus propietarios decidieron poner en venta la fracción de 2.193 hectáreas, incluyendo a la imponente edificación.  El Dr. Ercillo Rodríguez, médico oriundo de Mercedes, Corrientes, afincado en la Capital Federal, adquiere la propiedad en 1922, convirtiéndose en el feliz poseedor de semejante palacete.  Con el transcurrir de las décadas la increíble historia de la mansión de invierno va perdiendo vigencia en al panorama nacional, reemplazados por otros sucesos que conmueven a la opinión pública hasta que vuelve a ser noticia.  Las crónicas de época dan cuenta de una extraña operación concretada por el citado Rodríguez y su hermana Lilia, quién a partir de entonces empieza a figurar como propietaria.

Juicios por usurpación de tierras, el remate del moblaje, objetos de arte y materiales en desuso, realizados subrepticiamente y otros hechos anómalos, fueron jalonando los últimos días de la paradisíaca ciudad para arribar al fatídico año 1943, en que tres compañías provenientes de Buenos Aires se encargan de demoler aquel acariciado sueño, el país perdió un centro turístico de vastas proyecciones y Corrientes, en cuyo seno estuvo emplazado el gigante, una obra de indudable progreso.

Pero el destino caprichoso habría de tocar una vez más con su varita mágica al pueblo de Empedrado.  En efecto, el magnífico hotel de turismo construido durante la gobernación del hijo dilecto, Dr. Fernando Piragine Niveyro, estuvo a punto de frustrarse permaneciendo vedado al público por largo tiempo hasta sobrevenir su habilitación.  Nuevamente la visión fantasmal de la desaparecida mansión de invierno, volvía a cobrar inusitada actualidad.  Las peripecias de estas iniciativas turísticas, con su lamentable saldo de frustración y fracaso, sellaron con su increíble realidad un sombrío período de nuestra historia provincial contemporánea.

En presencia de restos de mampostería sepultados por exuberantes vegetación, cuesta concebir que allí frente al río majestuoso, décadas atrás enseñoreó su armoniosa estructura la ciudad invernal.  Se toma más difícil aún encontrar razones que justifiquen el incalificable hecho de su irremediable pérdida.  Si hasta nos asalta la duda observando antiguas fotografías, que todo aquello haya sido un pasaje de “Las Mil y una Noches” y no soberbia verdad.  Como silenciosos testigos de horas mejores, todavía es dable apreciar cubiertas por lujuriante floresta, ruinas informes de lo que alguna vez fuera el paraíso perdido de los correntinos.

Fuente

Noya, Emilio – La Mansión de Invierno – El paraíso perdido.

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