Batalla de Navarro

Manuel Dorrego (1787-1828)

Manuel Dorrego, cuya huida del Fuerte tras la revolución del 1º de diciembre de 1828, parece el abandono de su cargo, se propone luchar por sus derechos, pues, en realidad, aquel gesto sólo comporta una manifestación del sentido de conservación.  Lo primero es poner la vida a salvo, para levantar después la bandera que tiene tantos seguidores.  Si los federales de la ciudad nada han podido hacer ante el poderío del ejército y la rapidez de los hechos, los de la campaña, con el comandante Juan Manuel de Rosas y el general Pacheco, y aun los de Santa Fe, son capaces de oponer una seria resistencia a los amotinados.

El mismo día 1º de diciembre Lavalle ha ordenado la persecución de Dorrego, enviando una fuerte partida de caballería al mando del coronel Juan Apóstol Martínez, que, por carecer de informes sobre la dirección tomada por el prófugo, se dirige a San José de Flores, donde nada encuentra, como lo dice en un parte que desde allí envía con la fecha citada, agregando que va hacia la chacra de Prudencio Rosas, en Santos Lugares.  Al día siguiente envía otro parte en el que da cuenta del fracaso de su búsqueda, y anuncia que marcha a San Fernando.

Pero Dorrego consigue llegar a Cañuelas esa misma noche, disponiéndose de inmediato a organizar sus movimientos.  Desde allí se pone en contacto con Rosas para que éste reúna las milicias, y dirige un oficio a la Sala de Representantes delegando el gobierno de la provincia en el ministro de guerra, general Balcarce.  Dice así la nota, que tiene como destinatario a Felipe Arana, presidente de la Legislatura:

“En la fecha de esta comunicación (2 de diciembre) he tenido a bien delegar el gobierno de esa ciudad en el señor Ministro de la Guerra, quien deberá obrar, oído el dictamen de los otros dos señores ministros, reservándome el de la campaña a la que he salido con el objeto de reunir todas sus milicias y fuerza disponible bajo la dirección de su comandante general.  El motivo de mi precipitada separación, el señor presidente sabe que ha sido el haber la fuerza recién llegada del Ejército Nacional, desobedeciendo enteramente la autoridad del gobernador que suscribe, pretendiendo por medio de una escandalosa asonada, pisar nuestras instituciones provinciales.  Lo que pongo en conocimiento del señor presidente para que tenga a bien comunicarlo a H. S. de quien soy en la más alta consideración”, etc.

Pese a la rapidez con que Dorrego ha obrado, los sucesos de la ciudad han ido más velozmente, y Balcarce se encuentra con que carece de los medios para hacerse cargo de un gobierno que no existe.

Por otra parte, la revolución es aceptada sin tumultos.  El nuevo gobernante designa a sus colaboradores, eligiendo a José Miguel Díaz como ministro general.

Dorrego continúa con sus disposiciones de resistencia.  Escribe a Estanislao López desde su cuartel general en Cañuelas para darle cuenta de la “escandalosa sublevación” del 1º, y para solicitarle que acuda en auxilio de “esta provincia digna de mejor suerte y en protección de una autoridad a quien V. E. tuvo a bien delegarle la dirección de la guerra y relaciones exteriores”.  También pide a López que ponga en conocimiento de estos hechos a los gobernadores de Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, San Luis, Mendoza, San Juan, Entre Ríos y Corrientes.  López se entrega enseguida a los preparativos requeridos, oficiando a los gobernadores mencionados para instarlos a defender al gobernador depuesto.

El coronel Nicolás de Vedia, comandante de las milicias que custodian las costas del Salado, se incorpora entre tanto a Dorrego con sus fuerzas y cuatro pequeñas piezas de artillería.  Grupos de paisanos y de gente que había salido de la capital se unen a los anteriores, juntamente con los que Rosas convoca apresuradamente.  Es intensa la actividad desplegada en los pueblos de Chascomús, Ranchos y Luján, donde se van concentrando las milicias.

Dorrego se traslada a la Guardia del Monte, donde tiene reunidos 200 hombres.  Rosas, por su lado, moviliza paisanos e indios amigos, que aumentan a medida que la noticia se difunde (1).  Reunidas las fuerzas, que en su mayoría carecen de toda organización, Dorrego y Rosas se ponen en marcha hacia el norte con el propósito de encontrar al general Pacheco, cuya división regresa del desierto.

Lavalle conoce los movimientos que tienen lugar en la campaña.  Sabe que Dorrego ha logrado reunir unos dos mil hombres, y que existe la posibilidad de que obtenga la ayuda de Pacheco y de Estanislao López.  Con su decisión característica, el 6 de diciembre delega el mando en el almirante Brown y sale al frente de una columna de 600 coraceros y lanceros elegidos, ese mismo día, en dirección a la Guardia del Monte, donde cree poder hallar a Dorrego, o por lo menos cortarle el camino.

La superioridad numérica de las fuerzas de Dorrego es evidente, pero Lavalle lleva gente fogueada, veteranos de la guerra con el Brasil, que difícilmente puedan ser batidos por la masa informe que constituye el ejército de Dorrego.  Este se aleja acompañado por Rosas.  Se supone que su intención es eludir el combate y obligar a Lavalle a retirarse de la capital, adonde él volvería dando un rodeo.  Pero lo que en realidad busca Dorrego es ganar tiempo para unirse a Pacheco y a López, mientras sus fuerzas se disciplinan.

La suerte de Dorrego preocupa a Buenos Aires.  El mismo Brown, que integra el grupo revolucionario, comprende que, de persistir la actitud del gobernador depuesto, la ley del vencedor va a ser inexorable.  El 5 de diciembre, víspera del día en que Lavalle le delega el mando para salir en busca de Dorrego, éste recibe una carta del almirante conteniendo consejos sensatos pero inadmisibles desde el punto de vista del destinatario.  “Mi amistad hacia su benemérita persona y el aprecio con que debidamente lo miro, exigen de mí el insinuarle que será muy prudente no mezclarse ni tomar parte alguna contra este heroico pueblo y las tropas del ejército republicano, secundadas por el voto bien pronunciado de aquél.  De otro modo no se conseguirá más que envolver al país en desgracias y sangre….”.

Así, la responsabilidad de lo que acarree la resistencia de Dorrego queda a cargo exclusivo de éste.  De Dorrego y de Rosas, que se ha perfilado ya como un serio caudillo federal, pues,  según afirmación del historiador Carranza, Brown escribe a Rosas otra carta exactamente igual a la que manda a Dorrego.

Lavalle, no obstante, brinda a Dorrego una última oportunidad.  El 8 de diciembre, próximo ya a las fuerzas del gobernador depuesto, en conocimiento que han acampado cerca de la laguna e Lobos, envía a Lamadrid con una proposición de paz. (2)

“El gobernador provisorio de la provincia –dice el oficio que lleva Lamadrid-, elevado a este destino por el voto público de la capital, deseando terminar sin efusión de sangre la obra empezada el día primero, envía al campo del señor coronel don Manuel Dorrego al de igual clase don Gregorio Aráoz de Lamadrid, quien va autorizado para conceder las garantías personales que puedan solicitar los señores jefes y demás individuos de esa reunión”.

Lamadrid relata que él se dirige a Lobos, aconsejando a Lavalle que vaya hacia Navarro para interponerse entre Dorrego y las fuerzas del norte.  En Lobos Lamadrid no encuentra a Dorrego sino a Rosas, quien rechaza enfurecido las garantías ofrecidas, aduciendo que es Lavalle quien debe pedirlas por haberse sublevado contra la autoridad legítima.  Rosas afirma que Dorrego no quiere recibir a Lamadrid, y, tras larga discusión, convienen en que se nombre una comisión de cinco miembros por cada parte.

Un baqueano, proporcionado por Rosas, se encarga de guiar a Lamadrid de regreso a su campamento.  Toda la noche dan vueltas por las proximidades de Lobos, sin alejarse más de diez cuadras.  Cuando por fin Lamadrid se reúne con Lavalle, éste se encuentra cerca de Navarro, adonde también han convergido Rosas y Dorrego durante la noche.

Dorrego no ha querido hacer caso de los consejos de Rosas, por cierto atinados, para que se dirija a Santa Fe en su compañía.  En principio, Dorrego parece aceptar el plan de Rosas, consistente en buscar el norte mientras Rosas distrae al enemigo por el sur, pero, según cuenta el propio Rosas años después, aquél lo obliga a acompañarlo hasta Navarro el 8, para de allí cada uno seguir el camino convenido. (3)

Cuando, al día siguiente, Rosas advierte que Lavalle se acerca, le envía chasques a Dorrego para urgirle a que se retire, pero éste le contesta que ya tiene formada su fuerza para cargar, y que acuda en apoyo de los milicianos.

Los partes y testimonios del combate de Navarro coinciden en una apreciación: la desigualdad es evidente.  Los paisanos e indios de Dorrego y Rosas apenas pueden resistir el empuje de la caballería de Lavalle.  La acción es casi fulminante, como tiene que esperarse del choque de ambas fuerzas.  Los milicianos se dispersan aterrorizados (4).  Rosas con sus indios apenas llega a intervenir, como él mismo lo refiere en la carta antes mencionada.  “Ni tiempo tuve para formar y cargar de flanco con algunos indios de lanza, que era lo único que había con armas”.

El primer choque es suficiente para producir el desbande de las fuerzas de Dorrego, no sin dejar en el campo un centenar de muertos.  Las cuatro piezas de Vedia son despedazadas por los veteranos, que arrollan cuanto tienen a su frente, sufriendo sólo cuatro bajas y 22 heridos.  La dispersión de los milicianos e indios arrastra a Dorrego y a Rosas, que procuran alejarse del campo en dirección a Areco, en busca de Pacheco.

Dorrego rehusa una vez más la sugestión de Rosas para dirigirse a Santa Fe.  “Cegado por la fatalidad –dice Carranza en su obra El general Lavalle ante la Justicia Póstuma-, insistió en el propósito honroso de no dejar la provincia de su mando sin hacer el último esfuerzo”.  Lavalle queda en Navarro.

La intención de Dorrego es buscar refugio en una estancia de su hermano Luis, llamada “El Triunfo”, situada a tres leguas de Salto.  Van con él Javier Fuentes, Rosas, el doctor Manuel Vicente Maza y varios jefes.  Una vez en ese lugar, descansan un rato y comen un asado.  Parece que la suerte va a acompañarlos: Dorrego es informado de que en el puesto El Clavo, perteneciente a otra estancia de su hermano, la denominada “Las Saladas”, está Bernardino Escribano con las avanzadas de Pacheco.  Dorrego se dispone a ir a su encuentro contrariando la opinión de Rosas, que insiste con mayor firmeza en la conveniencia de ir a Santa Fe.  Pero Dorrego esta decidido.  Vencido y fugitivo, se siente aún gobernador de su provincia, y quiere ponerse al frente de las fuerzas que supone todavía leales.

Rosas comienza a fastidiarse.  Hace mucho tiempo que no está de acuerdo con las órdenes de Dorrego, tal como lo manifiesta en la carta que poco después, al separarse de aquél, escribe a Estanislao López.  Al relatar lo sucedido, dice que no sigue con Dorrego porque “está cansado de sufrir disparates”.

Dorrego ha quedado con su hermano Luis y Javier Fuentes.  No existe un peligro inmediato porque Lavalle no ha mandado perseguirlo después del combate.  En su parte, el jefe vencedor explica que no vale la pena por el momento que la caballería se mueva de Navarro “pues no sé que haya treinta hombres reunidos en ninguna Parte”.  De la desaparición de Dorrego sólo dice que “la anticipación con que dejaron el campo los señores Dorrego y Rosas no les dejó contemplar más de cien víctimas de sus delirios”, mas nada registra sobre una posible persecución.

Los acompañantes de Dorrego, sin embargo, presienten el peligro que los espera a su frente.  Saben que el coronel Rauch, que ha tenido activa participación en el reciente combate, y que guarda rencor a Dorrego por haberlo éste destituido, conserva la adhesión de los oficiales y tropa que han estado a sus órdenes, integrantes del Regimiento de Húsares Nº 5.

Con fatídica certeza llega Dorrego al cuartel volante de la división de Pacheco, situado en el puesto de El Clavo.  Pacheco, conocedor de los sentimientos dominantes en el grueso de sus fuerzas, no ha podido detener a Dorrego en su marcha hacia ese sitio, pues el oficio reservado que le enviara con Domingo Indart, administrador del puesto, no llega a destino con tiempo debido a que el portador se extravía, y, cuando alcanza El Triunfo, Dorrego va en dirección al puesto citado. (5)

Reunidos Dorrego y Pacheco en un rancho, conversan y toman mate en momentos en que ha caído la noche del día 10 de diciembre.  De pronto, se presentan los comandantes Bernardino Escribano y Mariano Acha, declarando que Dorrego queda prisionero.

El estupor del preso es imaginable.  Ambos oficiales les deben sus últimos ascensos y Acha es su compadre.  La exclamación de Dorrego refleja su incredulidad: “Compadre, ¿se ha vuelto loco?  Pues no esperaba de usted semejante acción”.  También Luis Dorrego queda arrestado.

La conducta de los captores no obedece a una determinación propia, aunque sus sentimientos personales jueguen su parte en el hecho, sino que tiene su origen en una nota recibida ese mismo día por conducto del chasque Manuel Cienfuegos, a quien envían desde Buenos Aires al conocerse la noticia del combate de Navarro.  Actúan, pues, en cumplimiento de una orden, y es muy posible que ignoren las consecuencias trágicas de su acción. (6)

Consumada la aprehensión, Dorrego es conducido al cercano pueblo de Salto, donde la escolta que lo vigila lo hace alojar en la casa del coronel Rauch, a cargo en esos momentos de un matrimonio de cuidadores.  El preso pide un poco de agua, pero tanto él como su hermano están incomunicados, y el guardián debe solicitar venia para dársela.  Antes de que se la alcancen, Dorrego manifiesta que preferiría leche y unos cigarros.  Con el jarro frente a la boca, Dorrego se dirige con disimulo al mencionado cuidador, de apellido Caparrós, para decirle que debe quemar unos papeles comprometedores que ha puesto detrás de una caja que hay en la habitación.

Estos detalles relacionados con la prisión de Dorrego han sido anotados por el juez de paz Barrutti –de quien los tomara Carranza-, que es el que va a proporcionar el carruaje en que será trasladado Dorrego.

A primera hora de la mañana los prisioneros se ponen en marcha con la partida de Escribano, en dirección a Buenos Aires.  Al caer la tarde acampan en la cañada de Giles.  Allí escribano redacta sendos oficios para Lavalle y el gobierno de Buenos Aires comunicando la captura de Dorrego y su traslado a la capital.  Con el mismo chasque comisionado para conducir las notas, permite Escribano que Dorrego envíe cartas a Guillermo Brown, encargado del gobierno, y a José Miguel Díaz Vélez, ministro general, ambos antiguos amigos suyos.

“Señor don Guillermo Brown –dice la primera-.  Mi apreciado amigo: Voy a ésa, preso en mi tránsito para la provincia de Santa Fe, de donde me dirigiría a la provincia oriental solicitando hospitalidad.  No dudo que usted hará valer su posición para que se me permita ir a los Estados Unidos, dando fianza de que mi permanencia allí será por el término que se me designe.  Mis servicios al país creo merecen esta consideración, al mismo tiempo que el que usted influirá a que se realice.  Deseo me oiga usted a mi llegada a ésa.  Su afectísimo Q. S. M. B. Manuel Dorrego.  Cañada de Giles, en marcha a 11 de diciembre de 1828”.

A Díaz Vélez le dice:

“Mi querido amigo: ya estoy en marcha en calidad de prisionero, y el jefe de este regimiento me ha permitido dirija a usted ésta, que es reducida a que tenga usted la bondad de verme en el momento de mi llegada a ésa, y creo que no será difícil se conformen después de oírme, con las indicaciones que haré con respecto a la cuestión del día.  No olvide usted que la lenidad ha dirigido mi administración.  Es de usted afectísimo, Q. S. M. B. Manuel Dorrego.  Somos 11 de diciembre”.

A la mañana siguiente se recibe en Buenos Aires la noticia de la prisión de Dorrego.  Comienzan entonces las ansiosas gestiones para conseguir la seguridad del detenido.  Como primer paso, los amigos y parientes recurren a la mediación de los representantes diplomáticos.  El norteamericano Forbes escribe, con fecha de ese mismo día 12 de diciembre: “A raíz de estos temores, uno de sus amigos más íntimos me pidió esta mañana que juntamente con Mr. Parish. Mediara ante el gobierno provisional para proteger la vida de Dorrego”.

Ambos diplomáticos se entrevistan con Díaz Vélez, quien afirma categóricamente que no se tiene la menor intención de ejecutar a Dorrego.  Pero los dirigentes unitarios, con activo celo, presionan al gobierno delegado para que Dorrego no sea conducido a Buenos Aires, donde tiene mayores posibilidades de un trato ecuánime, sino al campamento de Lavalle, para que pueda ejecutarse lo ya decidido.

Es evidente que ni Brown ni Díaz Vélez tienen la suficiente autoridad o carácter, para imponer su punto de vista, sin duda benévolo, y esa misma noche envían cartas urgentes a Escribano para recomendarle una cuidadosa vigilancia del preso y su cambio de destino.  Díaz Vélez, en efecto, le dice a Escribano que “retrogradando con dirección a Navarro, en donde se halla el ejército con su gobernador provisorio, general don Juan Lavalle, le presente al expresado Dorrego con el pliego incluso, cuidando en el entretanto de la seguridad de su persona y que no mantenga comunicación, ni por escrito ni de palabra”.

Esa misma noche Brown le escribe a Lavalle para darle cuenta del cambio, y enviándole la carta que Dorrego le escribiera expresándole su deseo de salir del país.  A esto agrega que se le puede exigir una fianza de doscientos o trescientos mil pesos, de que responderán sus amigos.  Dice que él cree que es la mejor solución, más deja a criterio de Lavalle la decisión final.

Juan Cruz Varela se dirige también a Lavalle el 12 a las diez de la noche.  “Después de la sangre que se ha derramado en Navarro –le escribe-, el proceso del que la ha hecho correr está formado…”  Le informa a continuación que se ha resuelto que Dorrego sea conducido al cuartel general y agrega: “Cartas como éstas se rompen”. (7)

En medio de estos oscuros manejos en torno a la vida de un hombre, éste es informado, con toda cortesía, sobre su envío a Navarro.  Díaz Vélez se encarga de hacerlo, confiando de buena fe que sus intenciones serán cumplidas.

“Mi querido amigo –le dice en carta fechada ese mismo día-: Consultando los deseos de usted manifestados en carta al señor gobernador delegado, se ha resuelto que vuelva a Navarro a presentarse en el cuartel general.  Espero que usted obtendrá lo que desea, y a esto tienden nuestros esfuerzos.  Aquí han estado su hermana y sobrinas; las he consolado y haré otro tanto con mi señora Angelita.  No debe dudar un momento de la amistad del que es su siempre seguro amigo”. (8)

Continúan afluyendo cartas sobre Lavalle.  Sus amigos temen que rehuya el cumplimiento de lo convenido.  Lo saben generoso y caballeresco, y es necesario impedir una debilidad suya para con el preso.  Salvador María del Carril, con hábil dialéctica, demuestra a Lavalle que en sus manos está el destino de Dorrego, por haber “cargado sobre sí con al responsabilidad de la revolución”, y que la revolución “es un juego de azar en el que se gana hasta la vida de los vencidos”.

Las cartas de Varela y del Carril son enviadas con toda rapidez.  El chasque tiene orden de alcanzar a Lavalle “donde se halle”.

Escribano, como se dijo, ha comunicado a Lavalle la prisión de Dorrego y su traslado a Buenos Aires, pero Lavalle no está de acuerdo con tal medida, y manda a Rauch para que alcance a la escolta que conduce a Dorrego, llevándolo sin tardanza a Navarro.

Se ignora si la elección de Rauch para tal misión es deliberada de parte de Lavalle, pero Dorrego no puede dejar de estremecerse al verlo.  Sabe que el prusiano le guarda rencor, y exclama dirigiéndose a su hermano, cuando oye a aquél dar la orden de retroceder: “¡Luis, estoy perdido!”

Esa noche, dado lo avanzado de la hora, pernoctan en el sitio en que se han detenido al encontrarse con Rauch, y Dorrego la pasa en compañía de su hermano, partícipe de la angustia de aquél ante lo grave de su situación.  Abrumado por el presentimiento, le encarga que escriba a lord Ponsonby, para que de su parte le diga que no atribuya lo que va a suceder al carácter nacional y que el prestigio de la república no debe sufrir por la mancha que se echará, ignorando, seguramente, los términos en que el diplomático se había dirigido a la Foreing Office a su respecto anteriormente. (9)

En la mañana del 13 de diciembre Rauch pone en libertad a Luis Dorrego y emprende la marcha a Navarro.  Al aproximarse al pueblo, aquél envía un emisario para que Lavalle sea notificado de la inminente llegada del preso.

Lavalle dispone que su edecán y amigo, el mayor Juan Estanislao Elías, salga a hacerse cargo de Dorrego, a fin de que la partida que lo conduce, integrada por cincuenta húsares, regrese a su cuartel.  Es el propio Elías quien ha dejado un relato sobre las circunstancias que preceden a la muerte de Dorrego, en carta escrita a su hermano Angel Elías el 12 de junio de 1869, para refutar publicaciones que desvirtúan, según él, la verdad sobre estos hechos.  Esto, y las memorias de Lamadrid, son, pues, los únicos documentos que informan sobre los últimos momentos de Dorrego, ya que proceden de testigos presenciales.

Referencias

(1) Antonio Zinny – Historia de los gobernadores de las Provincias Argentinas.  Con notas de Eduardo Sánchez Zinny.

(2) Lamadrid, en sus memorias, se atribuye la idea de este paso, cosa muy posible, dada su condición de compadre de Dorrego y de Rosas.

(3) Carta de Juan Manuel de Rosas a Josefa Gómez, escrita desde Inglaterra, y citada por Adolfo Saldías en su Historia de la Confederación Argentina.

(4) Parte de la acción de Navarro, redactado por Lavalle.

(5) Estos datos son mencionados por Carranza, quien los tomó de unos apuntes hechos por el juez de paz Diego Barrutti.

(6) Indignado por la conducta de Escribano y Acha, Pacheco hace una publicación en la Gaceta Mercantil tres días después de la muerte de Dorrego, para aclarar que al producirse la captura –“con una torpe perfidia”-, sólo estaban allí el Regimiento de Húsares y 100 hombres del 2.  Condena la indignidad del hecho, y el mismo día 16 es arrestado en un buque de guerra.  Escribano, por su lado, refuta en “El Tiempo” las afirmaciones de Pacheco, defendiendo su honor militar.

(7) Lavalle no rompió la carta, pero la guardó en secreto.  Se conoció mucho después, dice Mariano de Vedia y Mitre, en su “Estudio Preliminar”.

(8) Esta correspondencia fue conocida cincuenta años después de los sucesos, y su publicación se debió a Angel J. Carranza, que la dio a conocer en su obra sobre Lavalle.

(9) Ferns, H. S. – Gran Bretaña y Argentina en el siglo XX.

Fuente

Carranza, Adolfo P. – Manuel Dorrego

Carranza, Manuel Justiniano – El general Lavalle ante la Justicia Póstuma.

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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Sosa de Newton, Lily – Dorrego, Ed. Plus Ultra, Buenos Aires (1967).

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