Guillermo Enrique Hudson

Guillermo Enrique Hudson (1841-1922)

Nació en el rancho de “Los Veinticinco Ombúes”, en el partido de Quilmes (Prov. de Buenos Aires), el 4 de agosto de 1841, hijo de Daniel Hudson y Carolina Kimble, ambos norteamericanos, naturales de Marblehead, Massachusetts.  Llegaron al país en 1832, en procura de un mejor porvenir, y al poco tiempo, adquirieron algunas tierras donde levantaron ese rancho, en aquel lugar deshabitado.  Allí transcurrió la infancia de Guillermo Enrique, hasta 1846, cuando su padre se estableció con una pulpería en “Las Acacias”, en las proximidades de Chascomús.  Nacido y criado en medio del campo con sus cinco hermanos (dos varones y tres mujeres), conoció los paseos a las lagunas cercanas, donde recogían huevos y nidos entre los juncales, montó a caballo y boleó avestruces. 

A lo seis años con su madre y hermanos viajó a Buenos Aires y pronto se acostumbró a estar solo, apartándose de aquéllos, para recorrer a pie o a caballo, el ancho campo.  Su educación fue confiada a Mr. Trigg, quien sin orden, y en forma muy rudimentaria lo inició en las primeras letras.  Poco provecho obtuvo de su enseñanza, que la continuó con el padre O’Keefe, a quien los muchachos sabían hacerle objeto de bromas.

En 1856, reveses de fortuna obligaron a la familia a volver a “Los Veinticinco Ombúes”, donde Hudson enfermó de un reumatismo articular agudo que según el diagnóstico de los médicos acarreaba mortal lesión a su corazón.  En esos días de enfermedad, la fiebre lo postró con ataques, cada uno de los cuales parecía ser el último, plenamente convencido de una muerte cercana, inclinado a prácticas de devoción, buscando a Dios en sus oraciones.  A la enfermedad siguió un período de restablecimiento, y comenzó de nuevo a vivir inclinado al estudio como a la contemplación de la naturaleza, admirando a los pájaros a quienes tanto amaba.

La desaparición de su madre en 1858, empañó su mocedad de una ingrávida melancolía.  Recuperado de la salud, cumplió el servicio militar en la Guardia Nacional, a los 18 años.  Conoció la ruda vida de frontera y la lucha contra el indio.  Acaso con el oficio de arriero, recorrió a caballo el litoral, el centro y hasta el sur de la provincia de Buenos Aires, permaneció largas horas perdido en los campos, asistió a las conversaciones de los viejos paisanos alrededor del fogón, escuchó leyendas, cuentos de sabor tradicional, y a través de los relatos fue penetrando en ellos para tornarse en un verdadero conocedor de la psicología del hombre de nuestras pampas.

En 1868, perdió a su padre, y poco después sus ansias andariegas lo llevaron al Uruguay, recorrió el Chaco, y quizás el sur de Brasil.  En 1870, hizo largas expediciones por el norte de la Patagonia.  Durante dos años permaneció en el valle inferior del Río Negro, llegando hasta Patagones, que entonces llamaban “El Carmen” y “de la Merced” (hoy Viedma).  Allí observó la naturaleza, recreándose con el espectáculo de las aves, sus costumbres, su belleza y sobre otros animales silvestres.  Mientras se encontró en esas lejanías descubriendo paisajes de los más sutiles matices, Buenos Aires fue atacada por el terrible vómito negro.  Los relatos que sobre la epidemia de fiebre amarilla le hizo su hermana, formaron más tarde, el tema de uno de sus libros “Ralph Herne”, quizá el menos feliz de todos.  En aquel tiempo, envió a la Smithsonian Institution de Washington, una colección de 265 papeles de aves que había preparado.  Fue considerada tan notable por aquellos estudiosos que se remitió a Londres, para que lo estudiaran los famosos especialistas Sclater y Salvin.  Hudson había agregado notas sobre los hábitos de las especies coleccionadas.

En 1872, la revista de la Sociedad Zoológica de Londres, le editó un breve trabajo: “Sobre las Aves del Río Negro en la Patagonia”, patrocinado y notas técnicas de clasificación por P. L. Sclater, famoso especialista de aves y secretario de la Sociedad.  Desde entonces, comenzó a tener interés por los autores ingleses y la literatura de ese país.

El 1º de abril de 1874, se embarcó en Buenos Aires para Inglaterra en el paquete “Ebro”, y aunque nunca explicó las razones del viaje, pudieron haber influido motivos sentimentales, el deseo de profundizar sus investigaciones ornitológicas o el disgusto de permanecer en la tierra que cercada por alambrados y poblada por el inmigrante italiano devorador de pájaros perdía todo su encanto.  “Mi verdadera vida terminó cuando dejé las pampas”.

Tenía ya una fuerte personalidad y una cultura básica abrevada en seleccionados libros.  En Londres vivió en cuartos oscuros, inhóspitos, frente a una ventana empañada por las nieblas y el hollín, pero pronto pudo adaptarse a ese ambiente.  Sufrió miserias en los primeros tiempos, yendo a vivir a la pensión de Leinster Square Nº 11, donde conoció a su dueña Emily Wingrave con la que se casó en 1876, a los 35 años.  Emily era mucho mayor que él, cerca de los cincuenta, y compartieron una vida extremadamente pobre y sórdida.  La miseria lo obligó a mudarse; para poder sostenerse ella daba lecciones de canto, y él escribía artículos que al principio sólo aceptaban rara vez las revistas.

Se inició en 1885, con algunos poemas, y la edición de “The purple land that England lost” (La Tierra Púrpura que Inglaterra perdió), libro catalogado como de aventuras, viaje y geografía, que fue un verdadero fracaso editorial. 

En 1890, Hudson conoció a Cunninghame Graham, con el que inició una amistad duradera y honda.  Interesado en la defensa de los pájaros, propugnó que el gobierno dictara una ley que prohibiese su destrucción.  Fundada la Sociedad Real para la protección de los pájaros, pasó a formar parte con la que él dirigía en 1891.  Recién al año siguiente, su obra tuvo trascendencia, y alentado por el éxito, comenzó a publicar un libro por año hasta obtener una pensión en 1901, adjudicada por el gobierno inglés a sus méritos de naturalista, que renunció tan pronto cuando sus libros le permitieron vivir con creciente holgura económica.

Durante casi medio siglo de vida en Inglaterra escribió una veintena de obras, que no por tardía dejan de expresar su juventud.  Aunque la mayor parte del año Hudson soportó la vida oscura de Londres, su actividad intelectual fue extraordinaria.  Introdujo en la literatura inglesa una nueva forma narrativa donde incluyó dinámicamente el paisaje en el relato.

En 1887, dio a conocer “A Crystal age” (Una edad de cristal), al año siguiente, le siguió “Ralph Herne”, cuento o historia breve, de un joven facultativo inglés que salió de Inglaterra como médico de un barco y probó destino en Buenos Aires durante la epidemia de fiebre amarilla, convirtiéndose en un verdadero héroe.  Colaboró con Sclater en “Argentine Ornithology” (Ornitología Argentina), 2 volúmenes (1888-1890), descriptivo catálogo de los pájaros en la Argentina, de la que se hizo una edición de 200 ejemplares numerados y firmados por ambos autores.  “The Naturalist in La Plata” (El Naturalista en el Plata), en 1892,  despertó gran interés en los círculos científicos.  Escribió además: “Fan, the story of a young girl” (Fan, la historia de una joven muchacha), en ese año, publicada bajo el seudónimo de Henry Harford; “Birds in Village” (Pájaros de la aldea), en 1893; “Idle days in Patagonia” (Días de ocio en la Patagonia), de la misma fecha; “British birds” (Pájaros británicos), en 1895, con un capítulo de estructura y clasificación por Frank E. Beddard; “Birds in London” (Pájaros en Londres), en 1898; “Nature in Downland” (La Naturaleza en Downland), en 1900; “Birds and man” (Los pájaros y el hombre), en 1901; “El Ombú” (1902), cuentos; “Hampshire days” (1903); “Green mansions.  A romance of the tropical” (Mansiones verdes) (1904); “A little boy lost” (un pequeño niño perdido) (1905); The land’s end” (1908); “Afoot in England” (A pie por Inglaterra) (1909); “A sepherd’s life” (Vida de un pastor) (1910); “Aventures among birds” (Aventuras entre pájaros) (1913) y “Far away and long ago” (Allá lejos y hace tiempo) (1918), su autobiografía inimitable, donde presentó una vívida semblanza de la estanzuela y su campo, sus plantas, aves y otros animales, como la vida y ventura de sus gentes y vecinos.

Dentro de esta temática, la ornitología sobresalió en su obra, pues en 1919 publicó “Birds in town and village” (Pájaros de la ciudad y la aldea), y al año siguiente, “Birds of La Plata” (Pájaros del Plata), tomado de su anterior obra “Argentine Ornithology”. 

En 1921 dio a conocer “A traveller in little things” (Un vendedor de bagatelas), y en 1922, su último libro póstumo “A hind in Richmond Park” (Una cierva en el Richmond Park).  De todas sus obras se han hecho traducciones, especialmente, de aquellos temas que interesan al hombre y al paisaje argentinos. 

Autodidacto, llegó a ser un hombre que enriqueció su cultura de manera excepcional.  Casi siempre solitario y pensativo por las calles de Shoreham, solía frecuentar con asiduidad la biblioteca pública donde pasaba muchas horas.  Dotado de prodigiosa memoria, sentidos muy agudos y fina sensibilidad, toda la obra cuyos títulos ligeramente se han reseñado, son de una reconstrucción fidelísima, de minuciosa y cálida evocación.  Su prosa fresca, y en apariencia espontánea, revela en los originales, una elaboración paciente y cuidadosa.  Contemplación y observación científica son en él, modos de una misma actividad constante y apasionada.  Aunque religiosamente identificado con el mundo visible, el Hudson que prevalece es el de la captación rápida, coloreada y musical de la naturaleza.

En su vejez, a los 78 años, sufrió la pérdida de su hermana más querida residente en Córdoba; Mary Ellen, la que lo vinculaba íntimamente con la patria lejana.  En sus últimos años vivió separado de su esposa, por no convenirle el clima donde aquélla residía, y fallecida ésta, en 1921, no pudo estar presente al impedírselo el médico.

Enfermo, angustiado, y deprimido, hablaba siempre de la muerte de la que pensaba con terror.  Aunque soportó muchas noches de insomnio, murió plácidamente mientras dormía en Londres, el 18 de agosto de 1922.  Fue enterrado en el cementerio de Worting, cerca de la tumba de su esposa, mientras sus amigos íntimos tenían la convicción de que Hudson era un gran hombre, un raro ejemplar humano, que debió haber sido sepultado sobre la solitaria y anchurosa pampa.  Una lápida sobre su tumba sentenciosamente dice: “Amó los pájaros, el viento en los matorrales y vio el brillo de la aureola de Dios”.

El encanto que se hallaba en sus libros y en su trato, residía en el misterio de una personalidad de vitalidad asombrosa y en lo pródigo y abundante de su espíritu.  Era alto, delgado, y vigoroso en su ancianidad, de ágil movimiento, de pelo blanco rizado y recio, ojos oscuros y penetrantes bajo prominentes cejas.

Uno de sus mayores críticos y admiradores, Ezequiel Martínez Estrada, sostiene que “nuestras cosas no han tenido poeta, pintor ni interprete semejante a Hudson, ni lo tendrán nunca.  Hernández es una parcela de ese cosmorama de la vida argentina que Hudson, cantó, describió y comentó”.

En 1924, se inauguró en Hyde Park (Londres), el “Hudson`s memorial”, monumento plásticamente realizado por Jacobo Epstein, y ya se daba renombre universal al autor, cuando apenas hacía tres años que había fallecido.  Era por entonces, un escritor desconocido para los argentinos, cuya copiosa producción literaria quedó comprendida en 24 volúmenes (Colllected Works, 1922-23), siendo solamente valorada por la crítica inglesa.

En 1924, cuando Rabindranath Tagore visitó la Argentina, al preguntarle los periodistas el motivo de su viaje, contestó que tenía muchos deseos de conocer estas tierras maravillosamente descritas por Hudson.  Aquellos quedaron un poco desconcertados al recibir esta respuesta, porque ese nombre no les era conocido.  Es que los autores lo habían ignorado en sus historias de la literatura argentina. 

Su obra actualmente es muy estudiada, reverenciándose al eminente poeta, novelista, cuentista y naturalista argentino.  Existe la Asociación Amigos de Hudson, creada en 1939, y camino hacia Mar del Plata, cerca de Florencio Varela, un cartel indica que “Aquí está la casa natal de Guillermo E. Hudson…” declarada monumento histórico por decreto del poder Ejecutivo.  Una localidad del partido de Berazategui, en la provincia de Buenos Aires, lleva su nombre.

Fuente

Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1971)

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

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