Congreso de Córdoba

General Juan Bautista Bustos (1779-1830)

Cara inspiración la del brigadier general Juan Bautista Bustos: ver a su Patria unida, unidas a las provincias para conseguir de una vez por todas la anhelada y efectiva independencia, la libertad y la paz.  Unidad nacional que en nada contradice su espíritu federalista, ya que no olvida en ningún momento las autonomías de los estados provinciales y su independencia y respeto mutuos.

El 24 de marzo de 1820 Bustos se hace cargo del gobierno, para el que fuera elegido el 21 de ese mismo mes.  Es entonces que solemnemente expresa, en el Acta de la Asamblea Provincial, la necesidad de “una Constitución Liberal, que los garantice de toda invasión extraña e interior, que establecida sobre las bases de igualdad entre Provincias y Ciudadanos, reposasen tranquilos los unos y los otros en el goce de la vida.  Libertad y propiedades que hacen la suma de sus derechos”.

Vemos, en estas palabras, expresada claramente su idea de la Unidad Nacional, concretada bajo una Constitución que garantizara a las provincias su independencia y libertad, cosa que hasta entonces no se había logrado.  Su mente ya había elaborado la idea de un Congreso Nacional, poniéndose además, en forma incondicional, al servicio de la lucha por la libertad común.

Las ideas de Bustos fueron trascendentes no sólo para la Patria, sino para la Unidad Americana, por la que todavía hoy, bregamos con desesperación.  Bustos afirmaba que concurriría “con todos sus esfuerzos, y en cuanto penda de sus recursos, a la Guerra del enemigo de la Libertad Común, aún cuando no se haya organizado la Federación de las Provincias, sirviéndole de bastante Pacto obligatorio a sostenerla por su parte el honor de toda América, el suyo propio”.

A pesar de que sus detractores le atacaron tenazmente desde los primeros días de gobierno, no olvidó su entrañable proyecto, e inclusive su fe en él se vio robustecida cuando pudo comprobar –a través de los contactos con Vizcarra y Gutiérrez de la Fuente- que sus ideas sobre la organización del país eran compartidas por el general San Martín.  Los anhelos de “liquidar al enemigo español”, sustentado por el Capitán de los Andes, eran plenamente conciliables, desde esta perspectiva, con la idea reiteradamente explicitada por Bustos de reunir un Congreso federal a quien subordinarse y que sería, al propio tiempo, el encargado de dirigir la guerra “contra el enemigo común de la independencia”.  Lamentablemente, por causas ajenas a la voluntad de ambos, la ayuda que se prometieron recíprocamente no se pudo concretar en su totalidad y tal como se programara.

El clima de tensión que gravitaba en las relaciones entre las provincias, por su parte, no era el más apropiado para la realización de un Congreso general.  La Rioja, como sabemos, se había desmembrado de Córdoba el 24 de febrero de 1820, y en el Litoral la situación no era muy tranquila, pues Artigas había rechazado el Convenio suscripto en Pilar entre los caudillos y los hombres del Directorio porteño.

La idea de la Asamblea y los objetivos que la misma perseguía no dejaron de entusiasmar a los gobernadores provinciales, como se desprende de la correspondencia y los documentos oficiales de muchos de ellos, si bien no tardaron en plantearse –como elementos dilatorios- las susceptibilidades de Buenos Aires y las reticencias de algunos sectores.

Bustos recibió adhesiones de Santiago del Estero, Mendoza, Salta, Santa Fe, Tucumán, San Juan, San Luis y Catamarca.  Buenos Aires tuvo dificultades en la designación de sus representantes, no obstante lo cual la Junta Provincial redactó unas “Instrucciones” para sus delegados, en las que se ponía especial énfasis en solicitar medidas para contener el avance de las fuerzas brasileñas en la provincia de Entre Ríos y en recomendar la necesidad de que al Congreso General concurriesen todas las provincias de la Unión.

Todo ello parecería un avance y un cambio en la tradicional política de Buenos Aires –eminentemente unitaria-.  Pero es que detrás de estas “Instrucciones” había nada menos que unas “Instrucciones Reservadas”, que contenían los reales propósitos porteños: obtener la dependencia de la Provincia de Santa Fe, y el control de la economía y en definitiva la hegemonía bonaerense aún al precio de una sangrienta guerra civil.  Su pretendida superioridad se trasunta, asimismo, en el hecho de llevar al Congreso cuatro representantes, mientras los otros llevarían sólo uno.

El Congreso se reúne por fin el 20 de marzo de 1821, en la ciudad de Córdoba.  Todo estaba listo para la iniciación de las deliberaciones cuando hace su aparición en escena Bernardino Rivadavia, el más rotundo enemigo del Federalismo.  Martín Rodríguez, gobernador de Buenos Aires, lo había designado Ministro de Gobierno a su regreso de Europa (mayo de 1821), y a partir de este momento se convertirá en una sombra fatídica para el quehacer del Congreso.  A esta constante amenaza debe unirse, simultáneamente, la inesperada muerte de Martín Muguel de Güemes, uno de los más firmes pilares del Congreso.

Desde el primer día de su nombramiento como Ministro, Rivadavia se aboca a la ardua tarea de destruir el Congreso, para lo cual buscará todos los medios y argucias.  El 6 de agosto de 1821, en la Sala de Representantes de Buenos Aires, se recomienda a los delegados ante el Congreso de Córdoba, la necesidad de persuadir a los diputados de las otras provincias de la inoportunidad de la Asamblea.  Dos días más tarde se dictan instrucciones en las que se señala que “se concretarán a invitar, a los que se han reunido en Córdoba, a formar los pactos que se expresan en los siguientes capítulos y celebrados que sean, se restituirán a esta Capital”.  Rivadavia dará, de esta manera, un golpe definitivo al Congreso, y de allí en adelante no escatimará esfuerzo alguno para conseguir su fracaso total.

Es así que se suceden intrigas y se fomentan susceptibilidades políticas entre los delegados del Interior y los de Buenos Aires, quienes –advertidos de la tirantez con que eran tratados por los primeros- llegaron a sentirse francamente incómodos en su lamentable posición.  Estaban en el Congreso físicamente, pero buscaban subrepticiamente su desaparición.  El brigadier general Bustos, conciente de ello, eleva un pedido en el que se alerta sobre los manejos ocultos del grupo rivadaviano y se pide la reunión del Congreso, aún sin la asistencia de Buenos Aires.  Mas ya nada se podía remediar, porque Rivadavia había conseguido su objetivo, y para dar un digno broche a su proceder el 14 de setiembre dispone que se fije “la población que debe reglar el nombramiento de cada representante en el Congreso General…”, y se adopte un método de elecciones “que sirva en todas las provincias para el nombramiento de los Representantes”, solicitando, además, que se fije el lugar de reunión.  El juego de Rivadavia era claro.  El 19 de setiembre dispone que los representantes porteños regresen a Buenos Aires, y el 24 revoca sus poderes y los autoriza a celebrar pactos con las provincias que se hallaren en Córdoba, no dejando casi ninguna salida a Bustos.

El caudillo cordobés vio fracasar en su propia casa un intento de organizar al país de acuerdo con los principios de una política auténticamente federalista, que hubiera quitado a los porteños nuevas ocasiones para nutrir su pretendida superioridad con el sudor, la sangre, los méritos y sacrificios del resto del país…  ¡Cuántos males posteriores se hubieran evitado, cuántos progresos se hubieran conquistado, si el destino no hubiera permitido que la maléfica mente de la camarilla rivadaviana se proyectara sobre los propósitos del gobernador Bustos.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Núñez, M – Bustos, el caudillo olvidado – Cuadernos de crisis – Buenos Aires (1875).

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